Algo que llama la atención de las personas que visitan un centro o grupo, cualquiera que sea la actividad que desarrolle, es cierta forma de “mutilación” que presentan todos sus componentes. No aparecen seres completos, sino exagerados en algo y menguados en mucho. Para ellos, esa forma de vida y los que la viven es algo natural. Para sus visitantes es inusitada. El tema que los nuclea se ve como parcial, unilateral y limitado.
Si la experiencia la queremos hacer con un grupo –por citar otro ejemplo– “político”, hallaremos la misma alienación. Para ellos toda la problemática humana se encuadra en la “política”, y lo ponemos entre comillas porque más que de política se trata de partidismos. Su mundo es simple; los que piensan como ellos son buenas gentes y los que no, asesinos o explotadores. Intente el visitante comunicarse con algún tema diferente, como puede ser el “puntillismo” en pintura o los aportes de la arqueología subacuática y verá cómo le miran como si fuera un marciano; pasado el momento de estupor, vuelven por los mismos carriles y tan solo hablan sobre lo que se dijo en las Cámaras, o si las ideas de Canalejas tuvieron relación con la administración del Conde de Romanones.
Para no abundar, pedimos al lector que se conforme con estos dos ejemplos, teniendo por seguro que él ha de saberse otros muchos y tal vez más sabrosos. Es posible, también, que en sus “peregrinaciones” en la búsqueda de la Verdad, haya sufrido muchas veces este impacto que hoy señalamos y se haya preguntado por qué el hablar de la posibilidad de existencia de los OVNIS presuponga como forzoso el no entablar luego un diálogo sobre el arte románico, las guerras carlistas o la crisis del Cercano Oriente.
Abundan quienes opinan que, dada la extensión de la información actual, es forzoso especializarse en algún tema; pero creemos que una excesiva especialización coarta la libertad de pensar y de sentir, deshumanizando la cultura y cercenando la amplitud necesaria que evita los fanatismos y las ideas circulares.
Tales extremos nos llevan a un conocimiento, y aun a una sabiduría, mutilada, una sabiduría a la que le faltan muchas cosas y que, por eso mismo, no es la verdadera sabiduría que honradamente buscamos.
La sabiduría, para ser real, tiene que ser algo más que un amasijo de conocimientos o teorizaciones pisoteadas una y mil veces. Sabio es aquel que no depende de su entorno, sino que ha desarrollado la capacidad de observar todas las cosas y vivir tan sólo aquellas que su conciencia y razón le dictan como buenas; pero sin exagerar el proceso, restándole flexibilidad.
Filósofo es aquel que ama la verdad esté donde esté y al que no repugnan los aprendizajes en muy distintas áreas, ya que su propia disciplina interior no teme enredarse con los flojos cordeles de la ignorancia o la fantasía.
El verdadero filósofo, desde el punto de vista de Nueva Acrópolis, es el que se atreve con todo y todas las cosas, no despreciando “a priori” ninguna de ellas, ni abundando tanto en un puñado de temas, que parezca o sea un verdadero imbécil cuando de otros se trate. La Filosofía no debe ser un elemento alienante sino libertador de la comprensión. Y el verdadero filósofo no debe ser ni anárquico ni tiránico, sino un leal amigo de la verdad, como en otras palabras recomendaba Platón.
Estamos asistiendo a la caída de una forma de pensar y de vivir. Lo que se creía excelso hace un siglo o un par de lustros, ya no nos parece así. Los especialistas no han resuelto el problema fundamental del hombre ni han contestado a sus acuciantes preguntas, como son: ¿de dónde vengo?, ¿qué soy?, ¿adónde voy? Tampoco nos legaron un mundo feliz, justo ni armonizado, sino todo lo contrario. Los especialistas han fracasado. No esperemos triunfar creando nuevas especialidades excluyentes.
Alertémonos contra la “sabiduría mutilada”. Liberémonos de la esclerosis espiritual, pues de “cojos del alma” está el mundo lleno. No seamos un paralítico espiritual más. Ejercitemos nuestra facultad de poseer una conciencia esférica que, equidistante de su centro, pueda abarcar todo lo posible y aun intente avizorar lo imposible. Levantemos una bandera de ilusión sobre el edificio más o menos gris de nuestra vida. Rechacemos las vallas materialistas y egocentristas que hicieron fracasar a nuestros antepasados, por bien intencionados que hayan sido.
Sólo así podremos vivir en un Mundo nuevo y caminar con el Tiempo nuevo y mejor que se nos da como oportunidad.
Créditos de las imágenes: Josh Hild
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