Esoterismo

H.P. Blavatsky: una reivindicación necesaria

En el mes de mayo se cumple un aniversario más de la muerte de Helena Petrovna Blavatsky, conocida como H.P.B. por sus discípulos y amigos, fundadora de la Sociedad Teosófica, figura enigmática dotada de extraordinarios poderes y entusiasta difusora del antiguo y tradicional espiritualismo en el Occidente materialista del siglo XIX.

Desaparecida en 1891, dejó tras de sí un rastro de misterio que en nada diluyen las biografías que sobre ella se han escrito, ni las que la elevan a la altura de sus grandes Maestros ni las que intentan hundirla en una espesa masa de críticas.

Desde las páginas de esta revista le hemos dedicado numerosos artículos destacando su obra prodigiosa, su saber incomparable y la lealtad de una existencia dedicada al servicio de sus Maestros. De todos modos, siempre nos faltaría espacio y tiempo para elogiarla suficientemente y siempre habría un nuevo matiz que señalar para enriquecer aún más su personalidad.

Sin embargo, en esta oportunidad queremos detenernos en un aspecto de la vida de H.P.B. que, si se ha considerado, ha sido para repetir sin más las versiones «oficiales» al respecto. Nos referimos a las terribles críticas que tuvo que sufrir por parte de aquellos que no la comprendieron, que jamás tuvieron fe en ella o que –por qué no decirlo– sucumbieron a la envidia y a los celos.

Críticas, prensa «amarilla», denigración, descalificación e infundios parecen métodos modernos y propios de nuestras últimas décadas del siglo XX. Pero lo triste es que en nada somos novedosos, ni siquiera en estas fórmulas de destrucción moral y psicológica.

Un personaje como H.P.B., extraña e incomprensible como mujer, como filósofa, como mística, como escritora, en su conjunto total, desató las más encontradas reacciones a su paso: amores y fidelidad, envidias y traiciones, todo menos frialdad y desinterés.

Es difícil y complejo seguir la ruta de su vida desde que a los diecisiete años abandonó al marido de casi setenta que le impusiera su familia. Viajes y más viajes, idas y venidas, aparentes marchas y contramarchas marean al investigador, que en muchas ocasiones pierde incluso las huellas hallándose ante un vacío de datos que aparecen como deliberadamente ocultos a los ojos de la vulgar curiosidad. Citando a uno de sus biógrafos, P. A. Sinnet, apuntamos:

«Raramente descubriríamos motivos vulgares en sus actos, y frecuentemente ni ella misma era capaz de decir “por qué” se disponía a ir allá o acullá en determinado momento. El motivo inmediato de sus procederes serían las órdenes recibidas por ocultos conductos de percepción, y a pesar de cuan rebelde e indómita había sido en su mocedad, una “orden” de su “Maestro” bastaba para determinarla a emprender el más ingrato viaje, con paciente confianza en su buen resultado, y la seguridad de que cuanto quiera le fuese así ordenado tendría óptimas consecuencias».

Y continúa exponiendo Sinnet que no solo llamaban la atención sus insólitos viajes, sino también algunos aspectos de su carácter, algunos errores derivados de un exceso de confianza hacia personas de poca calidad y detalles similares que, en principio, no encajaban con la condición espiritual de H.P.B. y la obra que le había sido asignada. Al decir de Sinnet, estas situaciones o actitudes inexplicables para el profano, respondían a razones no siempre comprensibles, derivadas de la estrategia general de los Maestros, que dirigieron tanto la tarea de divulgar los auténticos conocimientos esotéricos como la evolución individual de H.P.B. en tanto que discípula.

A la luz del tiempo transcurrido, el resultado de su vida puede interpretarse como un fracaso si se quiere: la Sociedad Teosófica nunca llegó a detentar la relevancia soñada por sus fundadores; la misma H.P.B. tuvo que fundar otros grupos de carácter más interno para lograr la correcta captación y vivencia de sus enseñanzas; la gente de su época no supo valorar sus esfuerzos y, al contrario, los relacionó con ocultas y malignas intenciones. Pero, en verdad, hubo una semilla fuertemente imbricada en la civilización de estos dos últimos siglos, que deja entrever un desarrollo de insospechado esplendor en un futuro no muy lejano. Muchos conceptos olvidados para Occidente volvieron a adquirir actualidad, se dio cabida a múltiples investigaciones psicológicas y parapsicológicas, la vida y la muerte se enfocaron con una mirada mucho más filosófica y el hombre interno pudo recuperar su sitio como raíz de las manifestaciones externas.

Lo doloroso en el caso de H.P.B. y de otros muchos pioneros del saber, fueron las reacciones inmediatas, las batallas de críticas y juicios que desataron a su alrededor, sobre todo en los últimos años de su existencia, precisamente cuando tenía entre manos la gestación de su monumental Doctrina secreta.

Ella, que fue duramente acusada de falsificar fenómenos mediumnímicos para atraer la atención de la gente o para su propio beneficio económico, escribía a su hermana en 1875:

«Cuantos más médiums veo (pues los Estados Unidos son un verdadero plantel, el más prolífico semillero de médiums y sensitivos de toda clase, tanto auténticos como artificiosos), más claramente advierto el peligro que rodea a la humanidad».

Bien es cierto que cuando H.P.B. tuvo que dar a conocer las finalidades espiritualistas de la Sociedad Teosófica, no tuvo más remedio que emplear sus propios poderes para emular el espiritismo que tan de moda estaba entonces en los Estados Unidos y tan relacionado con todo lo que se consideraba misticismo. Pero siempre dejó muy clara la diferencia entre un caso corriente de mediumnidad (en el que el médium es «objeto» inconsciente del «espíritu» que lo anima) y el poder de convocar y entenderse con los espíritus conscientemente, aunque la falta de preparación y conocimientos por parte del público no permitió establecer esa distinción con exactitud.

No obstante, la cantidad de relatos y testigos válidos sobre los poderes extraordinarios de H.P.B. indican que la capacidad de esta mujer excedía en mucho a la del mejor espiritista de su época. Y si hubiera querido preparar «montajes» espectaculares, le hubiera bastado con optar por los más sencillos y no por los más difíciles e inexplicables.

Otra de las duras críticas con que la asediaron fue la de haber «inventado» a los Maestros de Sabiduría que la dirigían para dar mayor peso y verosimilitud a la Sociedad Teosófica. Sin embargo, mucho antes de haber fundado esta sociedad, H.P.B. ya habló de sus Maestros en general y de «su» Maestro en particular, al que reconoció en Londres el día en que cumplió sus veinte años… Al contrario, si hubieran sido obra de su fantasía, no hubiera desplegado tanta energía para hacer que sus mejores discípulos entraran en contacto con ellos. Algunos lo consiguieron y otros no…

El coronel Olcott, cofundador de la Sociedad Teosófica, hombre de gran valor militar y jurisconsulto de profesión, no tuvo reparos en admitir la realidad y el impulso civilizador que otorgaban estos Maestros, tanto como para decidirse a sumar fuerzas y ponerse al lado de H.P.B. Pero los débiles e ineptos, los que no fueron capaces de desprenderse del egoísmo personal en aras de un auténtico desarrollo espiritual, prefirieron negar la existencia de los Maestros antes que admitir su propia incapacidad y fracaso.

La forma de ser de Blavatsky, generosa y sincera, le atrajo asimismo poderosos enemigos. Y es que ni ahora ni entonces fueron bien vistas la verdad y la franqueza. La sociedad rechaza a quien muestra sus errores y fisuras, a quien deja de lado los convencionalismos absurdos y cristalizados y esgrime sin temor sus propias ideas. Nunca faltaron mártires por tales causas…

Sumemos a todo esto la libertad con que trató a los nativos una vez que se instaló en la India en 1878. Aunque partidaria del gobierno inglés para el estado socioeconómico en que se vivía en aquel país (y no por inclinaciones políticas sino humanitarias), no por eso dejó de defender y estar en contacto constante con los indios, apoyándolos cada vez que lo creía justo, y atrayéndose con ello la poca estima de todos los residentes ingleses. Esto le valió ser sometida a un espionaje policial que de nada sirvió, salvo para que H.P.B. ejercitara su sarcástico sentido del humor y la ironía irritante de sus expresiones despectivas hacia quienes buscaban culpas y delitos inexistentes.

Si bien es cierto que solía encolerizarse contra las injurias y las calumnias que se publicaban en la prensa o que a veces le llegaban directamente por cartas, también es verdad que su espíritu no quedaba mucho tiempo atrapado por estas circunstancias y en cambio volaba en pos de ideas elevadas, trabajos y conversaciones que reflejaban sin lugar a dudas su elevación interior. No se puede afirmar que gozara de un carácter dulce y apacible, sumiso a las exigencias de su época; al contrario, presionada por su itinerario discipular interno y secreto, y al mismo tiempo obligada a mantener un trato constante con su mundo circundante, caía en extremos de conducta que iban de la máxima comprensión a la máxima irascibilidad, extremos difíciles de entender para quienes solo mantuvieron con ella un trato superficial.

Para ayudar a la Sociedad Teosófica en la India y a la vez ganar su propio sustento, comenzó a editar y escribir una revista mensual, El Teósofo, realizada con mínimos cargos por algunos miembros de la mencionada sociedad. Esto bastó para que la prensa adjudicara a los fundadores de la Teosófica sustanciosas ganancias basándose en la «explotación» de los «adictos». Parece que ni entonces ni ahora cabe en la mente de los mercenarios el trabajo voluntario y desinteresado por una causa que se concibe libremente justa y noble…

Cuesta admitir que fuera una persona sin escrúpulos y amante de las riquezas, por cuanto pasaba la mayor parte del día trabajando, escribiendo desde primeras horas de la mañana artículos y traducciones que enviaba a revistas rusas, cartas para las distintas secciones y personas de la Sociedad Teosófica y atendiendo a decenas de visitantes que acudían a ella por mil y un motivos. Lo suyo no era precisamente acostarse temprano ni levantarse tarde. Lo suyo no fue acumular fortuna, ya que la muerte la sorprendió con apenas lo que llevaba puesto.

Durante los años 1882 y 1883 arreciaron los ataques e insultos de toda índole, fundados, como siempre en estos casos, no en las ideas o acciones de H.P.B., sino en sus supuestos fraudes económicos, desconociendo por conveniencia que había aportado todos sus bienes personales a la causa de la teosofía. Artículos difamatorios y respuestas por su parte ocuparon desgraciadamente buena parte del tiempo de H.P.B. y de sus fieles amigos.

Hallándose muy enferma y casi convencida de que moriría muy pronto, escribió una carta al matrimonio Sinnet, antes de partir hacia los Himalayas por requerimiento de sus Maestros:

«Adiós a todos, y si me muero antes de veros, no me creáis “impostora”, porque juro que os dije la verdad, aunque mucho de ella os oculté. Espero que la señora X no se deshonrará evocándome con algún médium. Dadle la seguridad de que si alguien se aparece, no será nunca mi espíritu ni nada mío, ni siquiera mi cascarón, que murió hace ya mucho tiempo. Vuestra todavía en vida: H.P.B.».

Superó su enfermedad y abandonó la India. Desde 1883 empezó otra serie de viajes: Francia, Inglaterra, Alemania… Allí donde estaba, y a pesar de su disgusto por los fenómenos, se veía rodeada de situaciones extraordinarias que fueron presenciadas y corroboradas por muchas personas, algunas de las cuales no dudaron en retractarse luego de aquello que habían visto, atribuyéndolo a un simple (?) fenómeno de hipnosis colectiva.

Objeto de ingratitudes inimaginables, H.P.B. tuvo que soportar la traición de los esposos Coulomb, a los que en su momento había acogido en su casa de Bombay y luego en Madrás cuando carecían de todo medio de vida. Sin embargo, este matrimonio se dedicó a falsificar unas cartas y atribuirlas a H.P.B., enviándolas para su publicación a la revista Christian College Magazine. Allí se afirmaba la complicidad entre los tres –los Coulomb y H.P.B.– para montar fenómenos parapsicológicos fraudulentos que asombrasen al público y poder así obtener copiosos fondos. Por contra, el Sr. St. George Lane Fox publicó una carta en The Times, puntualizando la mala conducta del matrimonio Coulomb en la residencia de la Sociedad Teosófica en Adyar, de la que fueron despedidos como conserjes por sonsacar dinero reiteradamente a los socios.

La notoriedad de estas difamaciones motivó que la Sociedad de Investigaciones Psíquicas de Londres designara al Sr. Richard Hodgson para viajar a Madrás y averiguar sobre el terreno la veracidad de lo expuesto en las cartas de los Coulomb. Hodgson llegó a Madrás en noviembre de 1884 y se quedó allí hasta abril del año siguiente; de regreso a Londres ofreció un informe totalmente desfavorable hacia H.P.B., y la comisión designada para esta investigación dictaminó en una reunión celebrada el 24 de junio, que las cartas eran auténticas según los peritos y que, por lo tanto, era evidente la culpabilidad de H.P.B. como promotora de fenómenos fingidos para favorecer el mantenimiento de la Sociedad Teosófica.

De entonces datan muchas cartas de nuestra filósofa, quejándose de los métodos empleados en la investigación, del haber interrogado solo a sus enemigos, de recortar párrafos extrapolados de cartas, de acusarla sin fundamentos de «espía rusa» confundiendo un manuscrito escrito en la antigua lengua «senzar» con documentos en clave…

«Es inútil todo intento de convencer con la palabra o con la pluma a gentes que me creen culpable. No cambiarían de opinión… Deben de ser muy famosos peritos los que dieron por auténticas las cartas de los Coulomb. El mundo entero podrá inclinarse ante su dictamen y sagacidad; pero al menos hay en este ancho mundo una persona a quien nunca convencerán de que escribió aquellas estúpidas cartas, y esta persona es H. P. Blavatsky».

Durante los últimos meses de 1885, H.P.B. comenzó a dar forma a su Doctrina secreta. Se hallaba inspirada y confiaba plenamente en la importancia de esta obra. Sin embargo, a finales de ese año le hicieron llegar una copia del «Informe Hodgson» publicado en las Actas de la Sociedad de Investigaciones Psíquicas. Su reacción fue tremenda y el dolor y la indignación le impidieron continuar con su labor durante un buen tiempo. Ese informe, publicado en diciembre de 1885, en doscientas páginas en letra pequeña, estaba lleno de adiciones y enmiendas al original, plagado de incriminaciones sin pruebas o de pruebas artificiosas que intentaban demostrar, entre tantas otras cosas, la falacia de las cartas de los Maestros recibidas en la India durante algunos años.

H.P.B. tuvo que soportar un juicio sin antecedentes en el que en ningún momento se le concedió el derecho a la defensa, apoyándose en la teoría de que las afirmaciones del fiscal eran suficiente prueba. Ella, que había hecho de su vida un libro abierto de acercamiento a las verdades espirituales, se vio reducida, ante la opinión pública, a la medida de una impostora en cuanto a cartas y fenómenos, cuando no a una espía rusa que trataba de fomentar en la India la deslealtad hacia el gobierno británico. Nuevas cartas de protesta surgidas de su pluma vieron la luz: sus argumentos eran sin duda mucho más firmes que las acusaciones sostenidas contra ella, pero ni siquiera tuvo el dinero suficiente como para entablar una querella contra la comisión y contra el investigador que tan cruelmente la habían injuriado.

Sin embargo, la Historia tiene caminos insospechados y respuestas que, aunque tarde, arrojan luz sobre las injusticias. Lo lamentable es que haya que esperar mucho tiempo, a veces siglos, para reparar una falsa acusación cuando ya no existen acusados ni acusadores y cuando la incidencia en la opinión pública no tiene la misma dimensión que en el momento de ocurridos los hechos. Hoy podemos leer el perdón concedido a Galileo, pero nadie puede borrar el sufrimiento de Galileo en el momento en que tuvo que ceder ante sus detractores…

En una biografía titulada Helena P. Blavatsky o la respuesta de la esfinge del autor francés Noel Richard-Nafarre, encontramos una interesante y prácticamente desconocida noticia sobre la retractación del Informe Hodgson. Tras cien años, y a instancias mismas de la Sociedad de Investigaciones Psíquicas, se ha revisado el informe antes citado y se han refutado los procedimientos empleados así como las conclusiones obtenidas.

En el mes de abril de 1986 apareció en el periódico de la Sociedad de Investigaciones Psíquicas la primera refutación del famoso informe difamatorio de diciembre de 1885, publicado en el mismo órgano de difusión.

La revisión y refutación del informe estuvo a cargo del Dr. Vernon Harrison, miembro también de la Sociedad de Investigaciones Psíquicas, quien tomó a su cargo esta labor a fin de dejar al descubierto el conjunto de falsedades que tanto daño hicieron a la imagen de H.P.B. y que tanto material facilitaron a sus detractores.

V. Harrison presenta el trabajo de Hodgson con las siguientes palabras:

«Durante años, Hodgson ha sido considerado como el ejemplo de un perfecto investigador en el terreno psíquico, y su informe, como un modelo de lo que debe ser un informe sobre la investigación psíquica. Yo mostraré, por el contrario, que el Informe Hodgson es un documento altamente partidario, al que no puede reconocerse ningún derecho de imparcialidad científica. Es la requisitoria de un comité de acusación que no duda en seleccionar las pruebas convenientes para su interés, ignorando y suprimiendo todo lo que tiende a contradecir su tesis. La palabra de la defensa jamás ha sido escuchada».

Esta nueva publicación de 1986 afirma:

«En esta edición de nuestro periódico, que sale casi exactamente cien años después de la publicación del Informe Hodgson, nos sentimos felices –en interés de la verdad y para enmendar honorablemente cualquier ofensa de la que pudimos ser causa– de publicar asimismo el análisis de un experto en escritura. Su experiencia es particularmente pertinente en esta oportunidad, pues el Informe Hodgson se refiere al origen de ciertas cartas que declara haber sido falsificadas por la misma Mme. Blavatsky».

El redactor en jefe de este periódico confirma la competencia del autor:

«El Dr. Vernon Harrison, antiguo presidente de la Real Sociedad de Fotografía, ha sido durante diez años director de investigaciones en Thomas De La Rue, impresor de billetes de banco, pasaportes y sellos, etc., al punto de que probablemente no haya gran cosa que ignore respeto de la falsificación».

El mismo Harrison clarifica su posición, ya que no intenta pronunciarse sobre la inocencia o culpabilidad de H.P.B., ni tampoco hacerlo sobre el contenido de las cartas de los Maestros; entiende que esta sería una tarea apasionante aunque muy difícil, dado el tiempo transcurrido desde entonces y la carencia actual de pruebas y testigos. En todo caso, llevado por su espíritu de justicia, denuncia la incorrección con que fue elaborado el Informe Hodgson y que, desde el punto de vista del derecho, las incriminaciones imputadas a H.P.B. no han sido probadas en ningún momento.

Harrison relaciona su refutación con el famoso caso Dreyfus y el «Yo acuso» que se lanzó en aquel momento. También viene a nuestra memoria aquella sentencia de Don Quijote no menos famosa y significativa: «Ladran Sancho, señal de que caminamos». Y es que siempre ha habido distintos tipos de perros y, por consiguiente, de ladridos; está el noble animal que ladra de alegría en presencia de su amo o el que intenta protegerlo de todo mal anunciándolo a voces. Pero hay perros que no son tales y que solo gritan ante los que avanzan: son como muñecos inválidos y sin vida que protestan por todo lo que es diferente de ellos.

Indudablemente, es positivo y reconfortante que, aunque cien años después, se pueda restituir la memoria de un personaje de la talla de H.P.B. despojándola de las falsas injurias que en su tiempo le hicieron tanto daño. Pero sería mucho más positivo para la humanidad apreciar las cosas en el momento justo, libre de prejuicios y de estrechez mental. A veces la justicia fuera de lugar es igual a la injusticia, y la injusticia, dependiendo de quién viene, es lo mismo que un elogio.

Sé que a H.P.B. le sobran argumentos proporcionados por su misma vida para que esta sencilla apología quite o agregue algo a su merecido valor. A ella no le hacen falta estas palabras, pero a nosotros sí. Por eso las escribimos en este mes de mayo en que, como nunca, más que su muerte, experimentamos la presencia siempre viva de sus enseñanzas.

Créditos de las imágenes: Wikimedia

JC del Río

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