“El estudio de la Arquitectura Simbólica es de una trascendencia extraordinaria. Su importancia se nos evidencia por poco que consideremos que la construcción en la tierra ha sido, para las antiguas civilizaciones, una imagen humanizada de la Gran Obra: El Universo. Y si la obra arquitectónica es imagen del Universo, el Arquitecto lo debe ser de la Deidad que ha pensado y ordenado la Materia”
“No hay mayor medio para entrar en comunicación directa con una civilización del pasado que la contemplación de una obra de arte, siempre que ésta represente, dentro de esa civilización, algo así como un núcleo espiritual”
Titus Burkhardt “La civilización hispano- árabe”
“Lagos, caminos, surtidores y jardines arbolados se trataban en armoniosa combinación simbólica, y en los conjuntos arquitectónicos de la antigüedad la belleza jamás era “por sí misma”, sino que estaba imbricada en la utilidad práctica y en la funcionalidad simbólica. Una obra cualquiera debía ser materialmente útil, psicológicamente placentera y espiritualmente fecunda”
Jorge A. Livraga Apuntes de Simbología, Tema VI
Y sin embargo ya estaba aquí este Santuario cuando Mahoma decidió convertirlo en el corazón palpitante de un nuevo impulso civilizatorio. El tan sólo lo despojó de las imágenes de un pasado que no quería arrastrar. Derribó los 360 ídolos mientras pronunciaba: “Ha llegado la verdad y se desvanece lo vano”. Abajo las imágenes talismánicas que el sol alumbra en el año, Dios mora en el corazón del creyente y nada debe turbar tal revelación. Protegió, sin embargo, el icono de la Virgen y del niño en las rodillas, imagen de la Madre del Mundo.
La arquitectura islámica es un arte que va adquiriendo consistencia poco a poco, en la medida- como explicaría Ibn Jaldún- en que se extiende y adquieren poderío material y político estos nuevos “guerreros de Dios”. Para los que combatieron junto al Profeta sin duda la mejor de las artes era también la más inasible: la Poesía. Leila, la Noche, la mejor de las amadas. Pero era ya la hora de las huellas de piedra que no borra el viento del desierto. Era la hora de la arquitectura que hace estables las conquistas cimentando nuevas ciudades, amurallando las antiguas. Elevando castillos como gigantescos barcos de piedra y recreando en ella los bosques sagrados de palmeras en el desierto para la oración.
La importancia de la arquitectura reside en que “crea” formas en la tierra, a imagen del Demiurgo. La palabra “crear” en español está relacionada con la raíz sánscrita ker, fuego. Crear es ser como el fuego. Crear es someter al fuego para destruir lo viejo y permitir el nacimiento de nuevas formas, como el barro deja de ser barro al endurecerse bajo la acción del fuego. La filosofía islámica se esforzó en desentrañar todos los posibles significados de la palabra “crear”, pues siendo Alá el único creador, era necesario saber cuál era el papel reservado al hombre, cual su protagonismo. Desde luego el hombre es un ser privilegiado en la naturaleza, ha recibido de Dios su forma, su belleza y majestad, que reside en sus siete poderes invisibles: vida, conocimiento, voluntad, poder, oído, vista y habla, que son limitados en el hombre pero no en Dios. Adán, él Hombre, es único, pues sólo el puede nombrar a los seres de la naturaleza, a las ideas, a sus semejantes. Ni siquiera los ángeles más elevados pueden hacer esto. Y hay un vínculo entre el nombrar y el crear. No es casualidad que la palabra logos, en griego designe tanto al lenguaje como a la acción. Antes de crear es necesario la imagen mental, el número y la medida, la función; y estas son características que le dieron al nombre en la antigüedad. Los distintos Nombres de Dios dicen la senda de todo aquello que vive. Son los arquetipos de Platón, las primeras “Imágenes”, las primeras hendiduras luminosas de la Voluntad de Dios en la oscura materia.
Al Gazzali, el gran ideólogo del Islam se refiere a Dios como el Arquitecto del Universo, ligando su actividad con los distintos modos de “crear”, los distintos modos en que opera el fuego divino en la matriz de la Nada:
“Dios Altísimo: es Creador (Jalik) porque decreta, es Creador (Bari) en tanto que idea y da existencia, y es Formador (Musawwir) en tanto que dispone las formas creadas en el mejor orden (…) Él es al mismo tiempo el evaluador, el realizador y el decorador. Es al-Jaliq, al-Bari y al-Musawwir”
Diremos JALK si entendemos la creación como un acto de voluntad, que hace surgir de la nada; en concordancia con el pasaje coránico: “Y cuando decide algo le dice: ¡Sé! Y es”. De curiosa similitud con el término sánscrito “jalakita”, mago, encantador. Si la idea es “inventiva, creatividad”, el término es IBDA, palabra que en egipcio significaría “corazón- tierra”. MUSAWWIR es el nombre de Dios como creador de formas, como modelador, “porque otorga a los seres la forma más bella”. Es por lo tanto una idea clave en la estética islámica. En la filosofía islámica la forma (sura) es lo que viste, lo que cristaliza la esencia. Lo que permite distinguir unas esencias de otras. La raíz SKL también significa “forma, aspecto”, en el sentido de aquello que ata a la materia. Al- sikl es con lo que se ata una acémila.
Estos nombres divinos relativos a la creación, -dice al- Gazali- se aplican también al ser humano, pero en un sentido figurado, no literal. Se debe pues atribuir toda creación a Dios, resonando en las oscuras cavernas del alma humana. El hombre, huérfano de Dios, hace y busca pero no puede dar consistencia a sus creaciones. El hombre debe trabajar en concordancia con la obra de Dios. Esto es sumisión (Islam). No para el tiempo, que hace huir los trabajos aparentemente más sólidos y duraderos. Para Dios. Junto a Dios. Es la enseñanza en el Corán de “permanece junto a Mí y verás pasar estas montañas como pasan las nubes”. Y aun así, como diría Abderramán III, las obras arquitectónicas son una imagen de la grandeza de los reyes, que gobiernan en el nombre de Dios. Una imagen, por lo tanto de confianza de Dios en el quehacer humano.
La obra de arquitectura más importante en el Islam es la mezquita, que significa “lugar de prosternación”, lugar donde realizar los gestos ceremoniales de su oración canónica. Allá donde esté el creyente está el templo y allí debe ser realizada la oración. Si hay un tema recurrente en el arte islámico es el de la ubicuidad del centro divino. El Mihrab -nicho de oración- o puerta falsa que señala a la Meca es el Sancta Santorum sólo en el sentido de que se abre, mira al Centro del Mundo, pero no como habitáculo de Dios. Acoge al Imán que dice las oraciones comunitarias , en pie delante de los fieles , cuyas filas se extienden lateralmente en vez de en profundidad. La mezquita no tiene centro sagrado alguno, este se halla en el corazón del creyente. La forma de nicho del mihrab es la de la hornacina que aparece en el “versículo de la luz” del Corán. Dios es la luz que mora en el corazón del hombre o del mundo, como en una lámpara de rutilante cristal, en el refugio cóncavo de la Madre del Mundo. De hecho, en el Corán esta palabra, mihrab designa el “refugio”, el lugar secreto del Templo de Jerusalén donde la Virgen se retiró y fue alimentada por los ángeles. Este nicho abovedado era ya, en sí mismo, una de las formas más antiguas del santuario, del lugar en que se manifiesta Dios. En él se recita la palabra de Dios, revelada en el Corán.
Por ejemplo, en la Mezquita Aljama de Córdoba el mihrab, modelo de incontables nichos de oración en España y en el norte de África, presenta una bóveda de concha estriada sobre base octogonal. La concha es la imagen de la Virgen Madre: De Venus, la nacida de la espuma del mar, la belleza pura y sin mancha. La perla en ella, hija del rocío de primavera -según la leyenda- es símbolo del universo luminoso donde sólo lo más puro vive. Como el Huevo de Oro en las tradiciones brahmánicas o la joya en el loto- Om mani padme hum- de la mística tibetana.
Para Titus Burkhardt la perla en el mihrab es el oído del corazón que recibe, cual la gota de rocío, la palabra de Dios.
La entrada al nicho en esta mezquita está coronada por un arco de herradura encuadrado en un alfiz rectangular. Como los rayos de sangre y luz del sol del amanecer, el arco abre en abanico sus dovelas rojas y doradas, blancas y azules. La tensión del sol o del alma que asciende está trazada con maestría, pues el punto que genera el arco y sus dovelas se eleva, invisible a las miradas. El alfiz que enmarca los arcos dice de la estabilidad y abundancia en que se desarrolla lo espiritual. Los arcos son lo móvil, lo que se eleva, como la conciencia; el alfiz es el marco, la llamada permanente y estable. La palabra árabe que nombra al arco, RAWQ, es sinónimo de lo bello, grácil y puro, como la ola que se quiebra en el canto de la espuma.
En esta misma mezquita, sobre el vértice del arco de entrada al mihrab, el versículo coránico: “En el nombre de Dios, clemente y misericordioso. Él es El Dios; no hay más dios que Él: el Rey, el Santo, la Paz, el Fiel, el Protector, el Glorioso, el Victorioso, el Excelso. Él está por encima de cuanto ellos le asocian”
Otro elemento de la mezquita es el Minbar, “púlpito”, escabel de tres gradas que el profeta usaba en su mezquita de Medina para hablar a los fieles reunidos. Como en el primitivo budismo en que la presencia del Buda es la de un trono vacío, los peldaños superiores del minbar permanecen vacíos, y adornados como si fuera un trono para evocar la función preeminente del profeta. De significado análogo a la escalera de los mundos del ceremonial egipcio que el faraón debía recorrer en el saludo del sol del amanecer.
Existe un modelo de mezquita a quienes todos los demás evocan en el transcurso de los siglos. Es aquella en que oraba el Profeta y sus Compañeros, la primitiva mezquita de Medina: con troncos de palmera por columnas y patio cuadrado- de unos cien codos de lado- al que se abrían las habitaciones sencillas de Él y su familia. Techumbre horizontal, patio en el interior del área litúrgica, circundado por galerías o pórticos, suelo- al principio de tierra- abierto por alfombras o esteras, repetirían durante siglos el lugar de oración del Profeta.
Otros elementos de la arquitectura islámica son los arabescos, con formas vegetales; los entrelazados, y la propia caligrafía, que evoca, con la palabra viva, las imágenes que prohíbe fijar la religión. Son geometrizaciones como las de un cosmos bien ordenado. Es lo cristalino en la arquitectura que da gracilidad y movimiento a la piedra. Espejos mágicos construidos en base al ritmo y a la figura geométrica, donde se mira el ojo creador de Dios. Como palpita la luz en los cristales, palpita lo divino en estas geometrizaciones que evocan los copos de nieve, los diamantes, las olas del mar, el titilar de las estrellas y tantas imágenes de la naturaleza serena y fuerte. No pocas techumbres y cúpulas han dibujado en sus geometrizaciones los ojos luminosos de la noche. Y es que, como dice el Corán, “hemos engalanado el cielo más bajo con luminares, de los que hemos hecho proyectiles contra los demonios” . Hienden las sombras con sus dardos de luz. Hienden la materia oscura, haciéndola fértil con sus rayos. Como afirma la tradición esotérica , sus ojos en la noche vigilan, y crean.
Lo estético es ya metafísico ante esta geometría. Pues la geometría, el orden y la perfección se convierten en el pensamiento islámico en escudo que protege del caos, el mal o Satanás.
Los arabescos con formas vegetales parecen derivar de la vid con sus pámpanos entretejidos y sarmientos curvados. No dibujan tanto las plantas estilizadas como las líneas de fuerza que los sostienen y dan vida. Es ritmo puro. Pues la ley del ritmo es la ley de la vida. Y es el mundo vegetal quien mejor transparenta este ritmo vital. La relación magia y ritmo es una herencia universal. Pensemos, si no, en el ritmo de los pámpanos en las cerámicas íberas, en el abrir y cerrar de sus lotos, tan presentes en su mundo funerario; en los nudos y entrelazados vikingos; o las misteriosas geometrizaciones del arte inca, ya en el traje, ya en el barro; o en las cenefas en las vasijas cerámicas de la Grecia Arcaica. Todos repiten un mismo conocimiento: podemos invocar fuerzas celestes a través del ritmo. Se debe mirar estos entrelazados haciendo que la vista siga la corriente de fuerzas que se entretejen y compensan. Titus Burkhardt las compara con el arabesco mental y verbal de la poesía típica árabe. Con su exhuberancia. Ved, dice, qué ritmo y melodía expresa el alma del crecimiento de una planta o el desenvolvimiento de una ola. A veces se unen escritura y arabesco, para que quede clara la analogía del Árbol de la Vida y el Libro del Mundo. La naturaleza es como un libro abierto para el alma pura, nos recuerdan estos arabescos. La vida es como un árbol que se abre para respirar de mil y un modos la grandeza de Dios, su Señor.
Los entrelazados parecen derivar de los mosaicos romanos, todavía en uso en la Siria de los Omeyas. Si el arabesco es ritmo, el entrelazado es geometría de cristal. Sus figuras derivan de una o varias figuras regulares inscritas en el círculo, desarrollados según los principios del polígono estrellado. Los diseños de naturaleza análoga se penetran y entrelazan y forman una red continua de líneas que irradian de uno o varios centros. El entrelazado es el movimiento de una sola cinta que traza estas imágenes geométricas. Se prefieren las derivadas del cinco, el seis y el ocho. El círculo permanece implícito y se siente más que se ve.
¿De donde esta inquietud por la geometría sagrada? Una secta neopitagórica, los Hermanos de la Pureza hizo de los trabajos artesanales el vehículo de las Ideas a través de los números y las figuras geométricas. Crean una comunidad político religiosa ismailí asentada en torno a Basora. Su célebre “Enciclopedia” fue difundida desde muy pronto en al- Andalus. Crean una mística del trabajo a través del orden, la perfección de la obra y las medidas ajustadas a la Matemática Sagrada.
Si queremos entender la Arquitectura Islámica, conviene repasemos sus ideas más importantes al respecto:
Ibn al Sid de Badajoz en su Libro de los Cercos concibe a la serie numérica como un conjunto de círculos formado por unidades, decenas, centenas y millares. Este orden circular de los números diría del orden con que Dios creó el mundo.
La creación se produce por emanación y en base matemática cuatro. El cuatro es, pues, quien rige toda la naturaleza manifestada: el mundo celeste y también el sublunar. La arquitectura de la naturaleza actúa según el cuatro. De ahí los cuatro elementos, los cuatro puntos cardinales, las cuatro estaciones, los cuatro humores… Ya que los números son la esencia de la naturaleza y del alma, el que trabaja con ellos accede a la física y a la metafísica. Es a través del número que el sabio llega a la Filosofía. Los Números no son cantidades, sino seres vivos, puros. Los hay pares e impares, enteros y fracciones. Las características de cada número en sí mismo y en relación con los demás son el fundamento del orden perfecto e infinito que impregna todo el cosmos.
Las proporciones ideales son: “el patrón, su mitad, su tercio, su cuarto…” La proporción es “la cantidad común a dos medidas relacionadas” y puede ser numérica, geométrica y musical, conjugación de las dos primeras.
La figura humana es un modelo de armonía. El artesano puede imitar la obra perfecta del Creador si sigue los cánones de la proporción ideal, que es en último extremo geométrica, numérica, y que es la misma que ordena el cosmos y la música, tanto las que pulsan los astros como los instrumentos. Esta armonía hace que las almas anhelen el mundo superior y perfecto. Para los Hermanos de la Pureza los oficios manuales hacen encarnar en la materia las formas y las inteligencias divinas. Dentro del cuerpo existe otra esencia que es la que revela esas obras perfectas y esas artes maestras realizadas por el cuerpo. La obra del artesano pertenece al plan divino. Es de gran interés la distinción que hacen entre los cuatro tipos de obras: humanas, naturales, espirituales y divinas. Son humanas los grabados, figuras, pinturas, etc. que hacen los artesanos. Las obras de la naturaleza son las formas de los animales, todas las plantas, las sustancias minerales, etc. Las obras espirituales son los elementos: tierra, agua, aire y fuego dispuestos en estructuras concéntricas en la esfera celeste. Es también una obra espiritual la forma del mundo y el inmaculado orden que en él reina. Surgen por un acto de la Voluntad Divina, que extrae las formas de la materia y son así creadas de la nada.
El artesano requiere para poder realizar su obra siete condiciones: materia, tiempo, espacio, instrumento, herramienta, movimiento y su propia alma. La naturaleza sólo necesita cuatro: materia, espacio, tiempo y movimiento. Y el hacedor espiritual dos: materia y movimiento. El artífice intelectual sólo una, la forma. Y el Creador no precisa absolutamente ninguna.
Es curiosa, también y emparentadas a las tradiciones esotéricas y platónicas, la descripción que hacen de los movimientos del artesano, que son imagen de los del cosmos, siete, según la voluntad divina; uno circular y seis rectilíneos. De arriba abajo, como el carpintero, al tallar, o de delante hacia atrás, al serrar. O al taladrar en su movimiento circular o espiralado. Estos movimientos más sus inversos son los de la naturaleza al crear cuanto existe.
Es curiosa también la clasificación que hacen de los mil y un oficios que imitan cuantos trabajos sostienen el orden universal y dicen de los distintos modos de relacionarse la materia con el espíritu. Todo en la naturaleza trabaja, así han de hacer también los hombres, según su propia naturaleza. Quiénes trabajan con herramientas aman, utilizan, y por tanto llegan a conocer el agua, la tierra, la madera, los minerales, etc. Quienes no necesitan instrumento alguno, sólo su alma, como poetas, literatos, oradores. Al final, el paradigma de artífice sabio es el mago, que imita con toda la perfección que puede un hombre la obra divina. Pero es un largo camino, reservado a los más esforzados. “Camino que sólo se puede hallar por el trabajo [servicio], el conocimiento [investigación] y el culto [devoción].
Otro elemento de interés son las cúpulas. En general, en el arte islámico el octógono media entre la cúpula y su base cúbica; aludiendo a los ocho ángeles que sostienen el trono divino. El cubo representa la tierra, lo que fija, lo material; la esfera de la cúpula es el cielo, lo espiritual. La arquitectura adquiere movimiento cuando incorpora enlaces entre lo móvil y lo estático. Por ejemplo, en las proporciones se trasmuta el movimiento en reposo- y a la inversa- a través de la relación de un cuadrado y su diagonal. O entre el diámetro de un círculo inscrito en un cuadrado y del círculo circunscrito a éste. Es una relación que no es de números enteros, pero sí profundamente orgánica. Es difícil relacionar de un modo gradual la esfera y el cubo. Los romanos usaron las pechinas. La arquitectura islámica usa las muqarnas o estalactitas, nichos que se repiten, como si fueran las celdillas de un panal o los cristales ordenados según la irradiación de los ejes. Son, sin duda la mejor imagen de la irradiación divina desde la esfera cielo hasta la tierra cubo. “Expresan- dice Titus Burkhardt- la coagulación del movimiento cósmico, su cristalización en el presente estado puro” Las encontramos por primera vez en Raqqa (Siria) en el siglo octavo. Hacia el siglo XII se habían extendido a todo el mundo árabe, desde España hasta Afganistán y la India. De yeso y madera en el Occidente, ligeras y diáfanas. Audaces, labradas en piedra en Asia Menor y en el Egipto de los Mamelucos.
También utiliza la cúpula o la bóveda de crucería, análoga a la gótica. Pero se diferencia en que no todos los nervios de la bóveda se juntan- como en la gótica- en la clave de la bóvida; sino que se entrelazan como si fuese un trabajo de cestería, dejando libre la clave central. En la gótica las líneas de fuerza forman una pirámide, símbolo de la jerarquía de la naturaleza, desde una Causa Primera. En la Islámica la naturaleza aparece más bien como un entrelazamiento de lo divino, de la luz hecha materia. Como muy bien afirma Titus Burkhardt “La arquitectura en particular viene a ser la formulación geométrica de las verdades inherentes a la religión [o más bien, civilización] de la que se deriva” La catedral gótica, herencia de los templos egipcios, es una representación del Hombre Celeste. La mezquita aparece como un cristal que en sus geometrizaciones atrapa la luz celeste. El corazón del creyente debe unirse, ser el mismo, uno de los átomos palpitantes del cristal. Como la luz vibra, ubicua en el diamante, así se quiere que Dios viva en el corazón de sus sumisos. En las tradiciones esotéricas este método dice de lo que algunos sabios han llamado “láser espiritual”.
La catedral gótica es una nave en piedra viva que boga en las aguas celestes hacia el ojo siempre abierto de Dios, en relación con el Sol del Amanecer. Las mezquitas todas miran a un centro, la Meca, desde donde se quiere que irradie las bendiciones espirituales sobre la humanidad.
La luz adquiere, tanto en la catedral como en la mezquita enorme importancia: En la catedral, a través de sus vidrieras. Luz hecha cristal por procedimientos alquímicos relacionados con el traspaso de irradiaciones metálicas al alma del cristal. Dibuja escenas que “no son de este mundo”, sino más puro, sin volúmenes ni sombras, como en las miniaturas persas.
En la mezquita la luz juega en la geometría de sus cristales de piedra; en los mosaicos vidriados o en sus azulejos. Titus Burkhardt lo ha llamado “alquimia de la luz”. Como en la alquimia, el espíritu se hace cuerpo y el cuerpo se hace espíritu. En la arquitectura musulmana la piedra se hace luz; pierde su peso, como en los frisos de las muqarnas o en los festones de las arcadas. La luz se hace cristal en sus espejos de mercurio, en el centelleo de sus tejados de azulejos verdes, o en el canto de sus fuentes. Como en San Buenaventura, la luz es el símbolo más puro de Dios. Como en Ibn Hazm, lo que es el color para los cuerpos, son las cualidades para los seres, cuando despiertan de la oscuridad ante la llamada musical del Dios Luz. El dicho de Mahoma, “Dios es Bello y ama la Belleza” podemos leerlo, “Dios es la luz y ama mirarse en todas las almas en que centellea” ¡Qué bien cristalizada esta idea en la arquitectura del Islam! Para Ibn Hazm la percepción es un tacto del alma. Como dice Platón en el Timeo, rayos visuales surgen del ojo y a él vuelven, no sólo con el color; sino con el tacto de aquello que han tocado. Para al- Gazali, todo es luz. En el hombre viven cinco espíritus luminosos que le hacen percibir la belleza. Este es el significado íntimo del famoso aleya de la luz, que dice de las almas: sensitiva, imaginativa, racional y espíritu santo profético.
El color verde es el símbolo del Islam, el de las vestiduras de los justos. Algunos filósofos lo hicieron sinónimo del negro. Uno de los Nombres de Alá, Luz, al- NUR es egipcio; designa la luz primordial en la gran concavidad espacio o NUT.
La prohibición de imágenes, más o menos estricta, deriva de varios hadith- dichos atribuidos al Profeta- islámicos. De ellos, el más repetido es “Allah impondrá como castigo al que cree una imagen la obligación de insuflarle vida, pero nunca será capaz” En el Corán aparece siempre un Dios Único Creador y se combate a los politeístas; pero el tema de las imágenes no está claro. No todos los dichos son aceptados por todos los juristas. Golpean nuestra imaginación, por ejemplo:
“Los ángeles no entrarán en la casa que haya un perro (???) o imágenes”
“¿Quién hay más inicuo que quien reproduce mi Creación? ¡Que cree una semilla o un átomo! ”
Es interesante la postura de un reputado sabio del Islam, experto en estudios coránicos y gran gramático, Ali-al- Farisi, muerto en el 987. Dice que la prohibición, en sentido estricto es sólo la representación figurativa de Dios.
Aunque siempre hubo místicos tolerantes; como Ibn Arabí, que defiende a los bizantinos, “que llevaron a la perfección el arte de la pintura porque para ellos la naturaleza singular de Nuestro Señor Jesucristo es el supremo apoyo de la concentración en la Unidad divina”. Esta surge de la imagen geométrica tan plena de significación de tres círculos concéntricos.
Es IBN ARABI, el sabio y místico de Murcia, el que enseñó: “no hay amante ni amado, excepto Dios”
Si para Mahoma, “el que se conoce a sí mismo conoce a su Señor”, el Rey de Ibn Arabi es el Señor del amor. La felicidad de Dios, dice, lo abraza todo y “todo el Corán no es sino una historia simbólica alusiva entre el Amante y el Amado, y nada fuera de ambos comprende la realidad de su intención” Es el poeta de la belleza y del amor. Sabe mirar el misterio cuando canta:
“TODO LO QUE EXISTE ES POR HABER SIDO AMADO, SOLO LOS QUE HAN SIDO AMADOS SON…”
Recordemos el enfrentamiento, según cuenta la leyenda, entre Abderrahmán III y su cadí. Se quejaba éste de la opulencia- lejana, decía, al Espíritu del Islam- de las obras de Medina Azahara. Respondí al califa que la arquitectura es el idioma que perpetúa las hazañas de los reyes, y esto es bueno para los pueblos, pues el rey es la imagen de Dios y Dios es poderoso e invencible. Al final, el hijo de Abderrahmán, Alhakem II, medió entre ambos y dijo que eran obras tan bellas que no podían ser sino amadas por Dios, pues:
“DIOS ES BELLO Y AMA LA BELLEZA”
Créditos de las imágenes: Pistachoveloz
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