La Humanidad jamás hubiese dominado la materia natural de su entorno si no hubiese sido por un hecho aparentemente sobrenatural que es la intuición de Dios. Esto y no otra cosa la diferenció definitivamente de las bestias.
Según las más antiguas tradiciones –que no contradicen a las últimas investigaciones de la ciencia- el que habitualmente se llama “Homo Sapiens” no fue el comienzo de la Humanidad, sino los restos de una forma anterior cuya cultura y civilización fue destruida, generando otra nueva, la actual.
Lo característico de este “Homo Sapiens”, y lo que le diferencia del degenerado humanoide al que se denomina “Homo Habilis”, es que desde el principio, toda su vida, reflejada en los restos de sus obras, está impregnada de magia, es decir, de una instrumentación metafísica al servicio de un contacto, más o menos misterioso, entre su propia identidad espiritual y lo Divino.
Los cultos a la Gran Madre o al Padre Oso no son más que formas externalizadas de una percepción viva y permanente de un “Algo” que está más allá de lo estrictamente visible, con un número indeterminado de intermediarios, desde los Espíritus de la Naturaleza hasta los grandes Dioses que rigen el destino de los astros, incluyendo nuestra propia Tierra.
A través de los centenares de milenios, de los ciclos y de las vicisitudes de todo tipo, el Hombre trató de comprender más o menos intelectualmente esa Intuición Instintiva de sus antepasados. Y así como algunos se especializaron en el manejo de la madera o de la piedra, otros lo hicieron respecto a lo metafísico y al resumen de los conocimientos más elevados, una Magna Ciencia que se conoció luego como Magia.
Pero la internalización de estos conocimientos espirituales fue diferenciando, en el contexto de cada pueblo, la casta de los sacerdotes. Éstos pronto comprendieron que sus vivencias espirituales no eran transferibles a las masas si no lo hacían a través de parábolas, cuentos anecdóticos, reglas morales y un ceremonial que ayudase a los menos favorecidos en sus contactos con lo Divino a percibirlo aunque fuese esporádicamente. Así nacieron todas las religiones. Pues Aquel que había recibido la Chispa Divina en Su Seno y la posibilidad de expresarla de manera sencilla y codificada, se convirtió en el fundador de una religión.
A pesar de las terribles pérdidas que la ignorancia y vocación por la destrucción que aún sienten casi todos los seres humanos han provocado, nos quedan los restos más o menos enteros de las últimas religiones que en el Mundo ha habido. Estos restos se adaptan al momento histórico y al lugar geográfico en que fueron emitidos, y así es lógico entender que un Sidarta Gotama Buda, en el siglo VI antes de la Era Corriente, no pudo haber dado el mismo Mensaje que un Jesús el Cristo, quinientos o seiscientos años más tarde en otro tiempo y otro lugar.
En el mundo actual existen millones de aparentes ateos y también millones de creyentes de alguna de las grandes religiones, como ser el Brahmanismo, el Budismo, el Cristianismo, el Judaísmo o el Islamismo. Junto a ellas existen miles de sectas de estas mismas creencias y otras de origen confuso.
Porque si bien los hay que legítimamente no creen ni perciben a Dios de ninguna manera, y hasta proclaman que éste es un concepto completamente artificial creado a la sombra del terror que inspira la muerte, la mayor parte rechaza, no tanto la posibilidad de una Inteligencia Cósmica movida por una necesidad o Voluntad Superior, sino las formas infantiloides con que las religiones en general presentan los grandes misterios que acucian al Hombre desde su origen.
Los extraordinarios avances tecnológicos y las vías de conocimiento científico que se han abierto a la experiencia humana en los últimos dos o tres siglos, han hecho insostenibles las más populares creencias sobre un Universo creado hace menos de 7.000 u 8.000 años, los infiernos y paraísos físicos, la resurrección de la carne o los mares que se abren para que pasen los pueblos elegidos y se cierran para ahogar a sus enemigos. Hoy hay muchas personas que viven con el corazón o el hígado injertado a partir de un cuerpo ajeno, vuelan en aparatos que superan largamente las más altas montañas y dan la vuelta al mundo, y existen otros artefactos fabricados por manos humanas que han sobrepasado todos los “cielos” que figuraron durante milenios en los Libros Sagrados. Y junto a estos éxitos indudables, como tantos otros que sería tedioso mencionar, el Hombre va descubriendo que el planeta en el que se asienta es como un ser vivo más, y que sus habitantes, sean vegetales, animales o humanos, tienen cuerpos maravillosamente diseñados, con índices de rendimiento, supervivencia y reproducción que ninguna máquina puede lograr.
Sin embargo, el materialismo imperante hace que esas maravillas no pasen de ser objeto de curiosidad, y que en lo religioso se siga exigiendo a los viejos textos, tantas veces distorsionados, las respuestas a todas las preguntas, entre ellas, la muy fundamental del arte de encontrar a Dios. Y cuando no se hallan, no se niega el texto o se buscan sus simbolismos, sino que se niega la existencia del Ser Divino, con su secuela de angustia, depravaciones y maldades.
Este error es funesto para la calidad del Hombre y lo bestializa, haciéndole “caer hacia atrás” en el ateísmo más estúpido o en el fanatismo más cerrado.
Esta vía puede, con relativa facilidad, llevarnos al encuentro con Dios en nosotros y en todo nuestro entorno.
Si detenemos nuestra inercia materialista, nuestro “peso” de angustias, ignorancias y cegueras, descubriremos de manera sencilla que todas las cosas, desde las estructuras subatómicas hasta los nidos de galaxias, pasando por los diseños artístico-funcionales de las alas de un insecto hasta el esqueleto que sustenta nuestras carnes mortales, están pensadas y calculadas con sobrehumana precisión. Que es evidente una ecología funcional que relaciona todos los elementos universales, regidos por leyes cíclicas sapientísimas.
Ved la armonía maravillosa que encierran los pétalos de una flor o las estructuras cristalinas. Ellas, de por sí, jamás pudieron “pensarse” de manera de volverse tan perfectas y asombrosas. Tiene que haber “Algo” que las pensó y diseñó, y ese Pensamiento necesita de una Voluntad que lo genere y justifique.
Un sano “Panteísmo Filosófico” demuestra a los humanos inteligentes y libres de prejuicios la presencia de un “Algo Superior” al que bien podemos llamar Dios, y que expresado a través de innúmeros intermediarios, plasmó tales maravillas. Ese “Algo” no ha olvidado a nadie ni a nada. Todo está inteligentemente vivo y es eficaz.
Deteneos y observad.
No es pérdida de tiempo, sino todo lo contrario la contemplación activa de esos prodigios que se dan en los múltiples ojos de una mosca o en la estructura aerodinámica de una golondrina.
Los materialistas dicen que todo esto es fruto de la evolución, de la casualidad, etc. Los nombres no interesan… una evolución inteligente que aprovecha las experiencias, y una casualidad que no tiene nada de “casual” sino que es un eslabonamiento de causas y efectos, demuestran que nuestro Universo y nosotros mismos estamos dentro de un “Macrobios”, de un Super-Ser que ha motivado una super-existencia de funcionalidad prodigiosa. Y en ella estamos inmersos y ella está en nosotros, en todos nuestros aspectos y planos de conciencia.
Pues si así no lo fuese, si una sola mota de polvo estuviese carente de Dios, esta mota de polvo limitaría a Dios y esto es una aberración ya que el atributo esencial de Dios es, por fuerza, la omnipresencia en todo y todas las cosas y seres, los que, si no existiese Dios, tampoco existirían. Esa mota de polvo de nuestro ejemplo, vista a través de un poderoso microscopio, se nos revelará como un micro-universo tan armónico, vivo y eficaz como el Sistema Solar.
Si recobramos el actualmente casi perdido arte de encontrar a Dios, nos liberaremos de muchas limitaciones, racismos y fanatismos. Nos liberaremos de la angustia y seremos naturalmente voluntariosos, buenos y justos.
Dios no es un juez severo, ni un padre, ni una madre, ni un verdugo… Dios es simplemente DIOS… Quien lo encuentra, lo sabe.
Jorge Ángel Livraga Rizzi.
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Cuando un fanático nos habla de Dios, abrimos "el paraguas" para que no nos caiga encima una buena sarta de insensateces. Pero cuando un filósofo, y con la belleza y naturalidad con que se abre un loto a la luz, nos habla de Dios, y de esta manera. Bien, ¡esto es diferente!, es agua viva que calma la sed del alma, puertas abiertas ante lo infinito y el misterio, sentido común convertido en llama y luz, en armonía de ideas. Como dijo Platón, otro poeta y "amigo de la Sabiduría", "Filosofía es la Musica que se hace con el Alma".
Gracias, profesor Jorge Ángel Livraga por tus enseñanzas divinas y ejemplo de vida constante!