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Convicción y fanatismo

Nos interesa aclarar la diferencia que vemos entre convicción y fanatismo para que cada cual pueda juzgarse a sí mismo y a los otros con más precisión. La convicción es un alto compromiso psicológico, intelectual y moral que surge de un convencimiento progresivo y fundado en buenas razones, en pruebas, en experiencias, en modelos y bases de apoyo.

Estatua de Girolamo Savonarola en Ferrara, Italia.

Una persona con convicciones demuestra una salud integral, una seguridad en sí misma envidiable, un saber de dónde viene y hacia dónde va que le permite moverse con equilibrio y sensatez. Las convicciones nacen del ejercicio constante de nuestras capacidades interiores y de la transformación de las opiniones móviles en juicios estables.

No es anquilosamiento ni estancamiento; al contrario, quien tiene convicciones vive al ritmo de las Ideas, pues éstas tienen una energía propia y un ritmo natural de desarrollo. Una persona con convicciones es tolerante. Es firme en lo suyo pero deja lugar a los demás. No desprecia a quienes piensan de manera diferente sino que siempre muestra buena disposición a escuchar. Posee una tolerancia activa: oír a otros, exponer y defender sus propios pensamientos, sin herir, sin insultar. Sabe crear espacio para sí misma y para los demás. Abre espacio, lo genera, lo reconoce, no invade otros espacios, no atosiga, no inquieta ni maltrata a los que están a su alrededor. No se impone tiránicamente ni se considera la culminación de todas las perfecciones. Su convicción es la que le ayuda a avanzar, a ser cada vez un poco mejor.

Una persona fanática, en cambio, piensa poco y nada. Asume lo que otros le dan como bueno y desarrolla, más que sentimientos, pasiones incontrolables que le arrastran a acciones inconscientes de las que ni siquiera se arrepiente porque no puede valorarlas. El fanático sólo conoce una idea. Digamos mejor que sólo acepta una idea, aunque no ha llegado a esa aceptación por propio convencimiento…

El fanático es intolerante por definición. No acepta ni siquiera la existencia de quienes puedan sentir y pensar de otra manera; por eso, intenta eliminarlos como sea, y la muerte y la tortura son algunas de las terribles muestras de esta actitud. El fanático no escucha, es incapaz de dialogar. Sólo grita en voz alta sus propios principios para aturdirse con su voz y no dejar espacio a ninguna otra opinión. Le basta y le sobra con lo que tiene. Lo demás es despreciable, no existe, o debería dejar de existir. El fanatismo es la raíz misma de la tiranía.

Es cierto que debemos convivir con muchos –demasiados– fanáticos, pero no podemos caer en la copia inconsciente de esa aberración, por mucho que el absurdo que nos rige haga que ocupe más tiempo y espacio que las obras nobles y productivas para la Humanidad. Debemos mantener nuestra integridad moral, y convertirnos en seres humanos cabales y con auténticas convicciones.

Extraído del libro “El héroe cotidiano, reflexiones de un filósofo”

JC del Río

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