Filosofía

Buda y el triple filtro de Sócrates

Seguro que todos alguna vez nos hemos encontrado con algunas de las versiones del llamado “Triple Filtro de Sócrates”, extraído, creo, de alguna de las obras de Platón, y adaptado pedagógicamente. En él alguien va a decir al mejor filósofo de la Grecia de su tiempo algún comentario malicioso sobre algún ciudadano y… antes de que diga nada más, le pregunta Sócrates si lo que va a decir supera, en ese orden, la prueba o el filtro de:

  1. ¿Es un mero rumor o es VERDAD? ¿Hay una constatación objetiva de ello?
  2. ¿Es bueno, revela lo bueno, hace el bien a quien lo oye o lo dice? ¿Es BONDAD lo que mueve las palabras que vamos a decir?
  3. ¿Es ÚTIL decirlo, o sea, responde a una necesidad, para evitar, por ejemplo daños mayores o a otras personas? Como sucede en el dilema de “Orgullo y prejuicio” de un virus moral que al no ser combatido arruinó vidas y honras.

La idea de filtro es muy adecuada, pues si pasa uno, ahora debe superar el siguiente y luego el último.

Por casualidad hace varios años me encontré con un texto sobre el Buda, Siddharta Gautama, que es casi idéntico. Los budistas, como todos los filósofos verdaderos de todas las épocas dieron una gran importancia al poder curador o devastador de las palabras que pronunciamos o no. Decían que las heridas en el alma de una palabra injusta y cruel, dicha con intención o en un momento de pérdida de control de uno mismo, pueden acompañarnos más allá de las puertas de la muerte y aún de las sucesivas reencarnaciones. En la joya teosófica y del budismo mahayana “Voz del Silencio”, leemos: “Una palabra dura pronunciada en pasadas vidas no es destruida, vuelve de nuevo”.

El texto que mencioné antes es del llamado Canon Pali, la primera recopilación de las enseñanzas del Buda y que forman el corpus doctrinario del budismo theravada. Más específicamente es del Majjhima Nikaya, uno de los 152 Discursos Medios dentro del Sutta Pitaka, donde hallamos también el más conocido y sublime Dhammapada.

El título de este Discurso Medio es el número 58, el Abhayarajakumara Sutta, o sea, el dedicado al príncipe Abhaya. Este, mal aconsejado por un brahmán celoso, intenta apañar al Bendito en un razonamiento cornudo, sea, en un dilema en que respondas sí o no, estás sentenciado. Evidentemente el Buda no cae en la trampa y advierte al príncipe, que rendido ante tanta sabiduría y bondad, se convierte en su discípulo.

El texto que es equivalente al “triple filtro de Sócrates” dice así:

“De este modo, un discurso que el Tathagata sabe que es falto de verdad, incorrecto y sin beneficio, y que no será oído y es desagradable a los otros: tal discurso el Tathagata no pronunciará. Un discurso que el Tathagata sabe que es veraz y correcto, pero que no trae ningún beneficio, y que además no es bienvenido y es desagradable a los otros, el Thatagata no pronunciará. Un discurso que el Tathagata sabe que es verdadero, apropiado y benéfico, pero que sin embargo no será bienvenido y es desagradable a los otros, el Tathagata sabe el momento de decir tales palabras. El discurso que el Tathagata sabe que no es verdad, que es inapropiado y que no es beneficioso, pero que es bienvenido y es agradable a los otros, tal discurso el Thatagata no dirá. Un discurso que el Tathagata sabe que dice la verdad y es correcto, pero sin beneficio, y que es bienvenido y agradable a los otros, tal discurso no dirá el Tathagata. Un discurso que el Tathagata sabe que es verdadero, correcto y beneficioso, y que será bienvenido y agradable a los otros: el Tathagata sabe el momento oportuno de pronunciar tal discurso. ¿Por qué esto es así? Porque el Tathagata siente compasión por todos los seres.”[1]

Si los budistas aprendieron durante dos mil años lógica y oratoria, dedicándoles una especial atención fue, no sólo para predicar sus doctrinas. Sino, ante todo, porque es una condición innata del alma humana abrirse como una flor a través del recto pensamiento y de la recta palabra. Saber pensar y saber hablar, y hacerlo según la bondad, la justicia y la utilidad común son los dos pilares de una buena educación, algo que tristemente hemos olvidado, inmersos en una cultura casi exclusivamente audiovisual y con gran poder de fragmentar la mente, de viciar el discurso y de mantener a las personas en naderías, o sea, sin capacidad de crear vínculos duraderos.

Es necesario invertir este camino, dar un esqueleto moral a nuestras vivencias y profundidad para llegar al sentido íntimo de la vida.

Notas

[1] En “The Middle Length Discourses of the Buddha-A translation of the  Majjhima Nikaya” en la editorial Wisdom Publication 3º Edición, pag. 500.

Créditos de las imágenes: Jose Luis Sanchez Pereyra

JC del Río

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