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Artistas y artesanos

¿Cuándo empezó el Arte en el mundo? ¿Cómo podríamos fijarlo? Ya pasaron las épocas de los muy bien intencionados científicos del siglo XIX que pretendían conocer el año en que había sido inventada la rueda, el año en que se había descubierto el fuego, el año en que el hombre había navegado por primera vez.

Hoy, en pleno siglo XX, tenemos, dentro de todos nuestros problemas, una gran ventaja, que es la que tenía Sócrates, el que recogió la frase: «Conócete a ti mismo». Él sabía que no sabía. Hoy los historiadores sabemos que no sabemos. Que cada descubrimiento arqueológico, cada nuevo documento, cada nueva interpretación, hace retroceder más y más los orígenes de las cosas. Hoy ya no podemos decir que la rueda no existía en América, por ejemplo, porque todos los museos de América están llenos de objetos con ruedas. Hoy ya no podemos decir que la civilización se inventó con el ladrillo, puesto que eso excluiría a la ciudad de Menfis de Egipto, que está hecha con mármol y con piedra.

Hay muchas cosas que hoy no podemos decir. Pero sí podemos decir que el hombre, desde que es hombre, ha hecho arte. ¿Qué es hacer arte exactamente? Yo no querría de ninguna manera caer en las definiciones de los libros, porque para eso tenéis enormes bibliotecas, e incluso la humilde biblioteca de Nueva Acrópolis que está a vuestra disposición. Existen en la Naturaleza una serie de planos. No creemos que la Naturaleza esté conformada tan sólo por el mundo físico, de ninguna manera. Es obvio que más allá del mundo objetivo existe algo más,

Taller artístico en el “Espacio Renacimiento”, en Lyon (Francia).

Si cerramos todas las puertas y ventanas y ponemos en el medio de la sala un pequeño transistor de radio, por las ondas hertzianas han de venir las palabras que están pronunciando otros hombres, otras mujeres a cientos de kilómetros de distancia. Es obvio que ni nuestros oídos podrían captarlo, ni las paredes lo detienen. Hay algo más allá de lo estrictamente físico… Y si hay algo más allá de lo estrictamente físico y objetivo, si hay algo más allá de lo estrictamente energético, y aun de lo psicológico y de lo mental, habría entonces una serie de mundos «tangenciales» (no voy a hablar de los mundos «paralelos», porque serían paralelos tan sólo en parte. Sabemos que el espacio es curvo y por lo tanto tendrían que ser «curvamente paralelos», cosa que de todos modos llevaría a un reencuentro final).

¿A quién no le ha ocurrido que en un momento cualquiera y sin ninguna preparación mística de ningún tipo a veces sienta como un especial estremecimiento? Habréis sentido que en determinado momento estabais entendiendo la Naturaleza de otra manera. Ahora las gaviotas que antes eran simplemente manchas blancas sobre el mar cobran para vosotros un significado. Ahora el horizonte al que antes veías de una manera óptica tiene otro sentido. Y las piedras lejanas parece que fuesen buques fantasmas que se fuesen acercando a nosotros desde la niebla de lo desconocido. Nos sentimos inmensamente solos, y a la vez inmensa y ricamente acompañados. Percibimos que hay un Dios, un algo en todas las cosas. Miramos con curiosidad infantil cómo se abren y cierran las manos de la espuma para coger la inapreciable arena.

En esos momentos es cuando se revela el artista que existe en todos nosotros y la posibilidad de tomar contacto con los planos superiores de la Naturaleza.

Arte no es el contacto con lo de abajo, sino con lo de arriba. No es cuando el oro se vuelve arena, sino cuando la arena se vuelve oro. Cuando las gaviotas empiezan a ser de marfil y las olas se tornan de jade; cuando las montañas se tornan lapislázuli. Cuando los ruidos se convierten en música y arpegios, cuando hay una temática en todos los sonidos de la Naturaleza; cuando nosotros mismos vibramos con todo ello… Cuando nuestros ojos se llenan de lágrimas, o nuestra boca se llena de sonrisas. Cuando apretamos los puños sin saber por qué, contra qué luchar… o cuando los abrimos y los hundimos en la arena de la playa…

El artista es entonces un pontífice; es un puente, una conexión, una relación entre el mundo invisible y el mundo visible. Es aquel que es capaz de interpretar lo secreto, lo escondido, lo que vulgarmente no se ve, y lo trae a nuestro mundo, bien bajo forma de música, de pintura, de escultura, de arquitectura, para que todos podamos participar de ello. Por eso los griegos se referían a las Musas, y éstas abarcaban temas que hoy no nos parecen propios del Arte. Por ejemplo, Mnemosine, la musa de la memoria y del recuerdo, y por tanto de la Historia. De tal suerte, la Historia era para ellos una forma de Arte, porque en la raíz etimológica de la palabra «arte» está el «hacer» o sea, el poder plasmar. Es el gran milagro de poder plasmar en algo perceptible las cosas que son imperceptibles. El artista es una suerte de mago que percibe las cosas invisibles, que oye lo insonoro, que ve todo lo que no se puede percibir, que palpa y toca masas que los demás no ven, y luego lo lleva al lienzo, al instrumento, al mármol o a la madera.

El artista entonces es aquel que logra esa altura suficiente, natural, como para poder realmente llevarnos a participar con él de esas bellezas.

Es evidente que los conceptos del Arte cambian con el tiempo. Hoy tampoco podemos decir que los egipcios, por ejemplo, no conociesen la perspectiva. Algunos se han quedado detenidos en los libros de Máspero, pero quienes hayan avanzado saben perfectamente que los egipcios conocían la perspectiva. Yo tuve la suerte de ver repetidas veces las pinturas más viejas del Antiguo Imperio –las que están cerca del complejo de Saqqara y Menfis– y he podido comprobar de qué manera conocían a la perfección la perspectiva. Daban entonces a la figura humana esa especie de rigidez, esos ojos frontales, ese rostro de lado, ese torso de frente, con un sentido mágico, y esto tan sólo se aplicaba a los Dioses y a la figura humana. Los peces, las aves, los hipopótamos, los papiros, las palmeras, el río, todo corre de manera natural. Pero en medio de esa naturaleza está «otra naturaleza» que ha sido tocada por las manos de los Dioses: la presencia del hombre.

Cuando vemos en un bronce de la dinastía Ming, por ejemplo, que todos los rabos y las colas de los animales tienen esa forma flamígera, podríamos pensar que se trata de un mero motivo ornamental. Sin embargo, el sentido que subyace es que en todos los animales, y en todos los seres, habita el fuego. En nuestra pequeña colección, hay un cerámica del Período Tang, «cabeza blanca», en la cual se puede apreciar una suerte de manto hecho con cerámica vitreada. Eso tiene todo un oculto significado, así como su cabeza blanca de caolín.

Pero se pierden estos significados, hoy nosotros mismos, en España, los que hemos visto las cuevas de Altamira, no entendemos bien qué son esos animales superpuestos. No aceptamos tampoco la explicación simplista de que son unas meras representaciones de caza. Creemos que más allá de la caza física existe una «cacería espiritual», de potencias de la Naturaleza. Y no entendemos de técnicas; por ejemplo, ¿cómo han hecho, en las grutas de Altamira, con tan poca profundidad –aunque hoy se ven amplias por haber sido excavadas artificialmente en el siglo XX– para utilizar unas formas de iluminación que no han dejado hollín ni ninguna otra huella de ningún tipo en el techo? Parece que hubiesen utilizado algo así como la electricidad. Obviamente, eso demuestra un dominio de la técnica que hoy hemos perdido.

La técnica está también en relación con el artista. ¿Cuántas veces soñasteis edificar un palacio hecho con los mejores materiales? Un palacio de oro, de plata, un palacio de cristal. Mas como no tenemos ni el oro, ni la plata, ni el cristal, no lo podemos hacer…

¿Cuántas veces hemos soñado con músicas interiores que nos venían desde el fondo del alma? Mas si no somos músicos, nuestras manos se agarrotan sobre el teclado y no pueden expresar aquello que íntimamente sentimos. ¿Cuántas veces vemos extraños colores que querríamos fijar para siempre? Situaciones irrepetibles. Pero no tenemos la capacidad de poder hacerlo. Porque aun aquellos que creemos que no es la primera ni la última vez que venimos a este mundo, sabemos que las situaciones son irrepetibles. Jamás la misma hoja seca estará junto a la columna de mármol. Jamás su reflejo se posará sobre la gota de rocío. Es un momento único, irrepetible, algo que tan sólo se ve en un instante.

Pasarán los milenios, las civilizaciones, pero ya nunca más se volverá a repetir ese instante… De ahí que la vida es completa, enorme y rica. Porque a la vez que es continua, inacabable e inextinguible, también tiene hechos propios que no se van a repetir nunca jamás. Muchas veces oiremos a un orador. Muchas veces, tal vez, tendré yo el placer de hablar a un grupo humano en esta mi querida España… Pero nunca más volveremos a estar como estamos ahora, sentados exactamente igual. No estarán todos los que están, habrá otros oyentes… No estaré yo como  ahora; serán diferentes los ruidos, los sentimientos o las circunstancias externas. Este momento que estamos viviendo, pues, es único e  irrepetible. Y tendríamos que apresarlo con todas nuestras fuerzas, porque no es algo que pueda repetirse de nuevo. Es «algo» que constituye uno de los pasos de una larga marcha… la larga marcha de la evolución de las cosas. Así pues, podemos decir que hasta en los más mínimos detalles, estamos «innovando».

El artista entonces es aquel capaz de ser un «pontífice», una especie de comunicación entre el mundo de los arquetipos de los Dioses y nosotros, y además de plasmar esos arquetipos en la tierra. Muchos soñaron con la música wagneriana, pero tan sólo Wagner fue capaz de crearla, aunque no fue comprendido al principio. Tan sólo él va a crear esas grandes interpretaciones orquestales y a reutilizar la voz humana como si fuese un instrumento más. Tan sólo Chopin va a poder extraer de las pequeñas cosas, así sea la caída de una gota de agua, una temática recreable en un romanticismo que bien sé que hoy no está de moda, pero que sigue siendo hermoso. Además –y lamento no poder decirlo en italiano, porque en ese idioma resulta más expresivo– en cuanto a las cosas «de moda», francamente me importan un pimiento.

Artesanos en una demostración pública de Nueva Acrópolis en Hungría

Cambian las costumbres, cambia la forma de vestir, de comer. Si nos vamos a aferrar a lo pasajero nos volveríamos locos perdidos. Andar sin sombrero en la época de nuestros abuelos, por la Gran Vía, era algo inconcebible. En cambio ahora, cuando yo, que soy bastante calvo, me pongo sombrero en invierno la gente me mira como si viese pasar una seta o un hongo. ¿Dónde está la verdad? ¿Quo vadis? No podemos saberlo. Podemos saber aquello que es «esencialmente cierto». Todo lo demás pasa y se va… De ahí que no nos importan las modas. De ahí que creamos que el arte debe ser siempre bello, siempre armónico. No algo intelectual que tenga que ser «explicado» para una suerte de «iniciados». El Arte tiene que entrar en nosotros de manera intuicional. El artista tiene que lograr llegar a nosotros sin necesidad de que lo intelectualicemos.

¿Sabemos el nombre de quien hizo esta pequeña estatua de terracota italiana que aquí vemos? No, pero es hermosa. La hermosura trasciende el nombre, la personalidad, es como un espíritu que va más allá. Cuando nuestros versos, nuestros libros, nuestras obras pierdan su carácter personal, quedará sin embargo su mensaje para elevar a otros, para ayudarlos.

Ni siquiera estamos seguros de que realmente La Odisea –por dar un ejemplo– sea de Homero, y muchos discuten hasta la paternidad de las obras de Shakespeare. Eso es importante en una especialidad de la Historia, pero no en cuanto a la «captación artística».

Debemos retomar entonces, más allá de todas las modas, el culto a la bBelleza que, en cierto modo, según Platón, sería también el culto al Bien y a la Verdad. No podemos seguir viviendo en medio de monstruos, de ninguna manera. Es obvio que hay que referirse a cosas que sean más durables, más bellas. Hemos llegado desgraciadamente muchas veces, en este momento histórico, a recurrir a la simple deformación de las cosas. Por ejemplo, una estatua como ésta, que está al costado del escenario, es una reproducción de la Venus de Milo, dicen que no es arte. Pero si la doblamos por el medio o la serramos, entonces sí podríamos titularla: «Hambre en el pueblo mientras sueña…» o si la ponemos frente a un señor desnudo, podríamos titularla, por ejemplo: «¡No te puedo abrazar!» Esto que nos hace reír, nos hace también comprobar los absurdos errores que podemos cometer y nos hace ver también que podemos recrear un Mundo Nuevo, un Mundo Mejor.

¿Qué son los artesanos? ¿Quiénes son esos señores que ponen un poquito de barro en una pequeña rueda, le dan con el pie y casi milagrosamente comienza a levantarse hasta adoptar una forma? ¿O esos otros que soplan y el vidrio adquiere extrañas manifestaciones?

El verdadero artesano es aquel que pule la madera de la mejor forma posible. Que cuando pone un vidrio en una ventana, lo pone bien y no se sale al día siguiente. Que cuando nos arregla las gafas, nos sirven y no se caen al suelo cada vez que inclinamos la cabeza. El verdadero artesano es digno de todo nuestro respeto. Es el artista del pueblo, el artista que vive en todos. El verdadero artesano es aquel que mira con su simple vista para ver si el surco está bien trazado. El verdadero artesano es el que empuja con un simple dedal para que pueda pasar el hilo a través del cuero y de la piel, el que puede dirigir las aguas, para que haya mejores cosechas. No debemos despreciar al artesano. El verdadero artesano es la base histórica del Arte. Sin artesanos, no habría Arte. Si alguien alguna vez no hubiese extraído de la cantera un trozo de mármol pentélico, Praxíteles se hubiese quedado sin poder tallar.

Hace falta el artesano y hace falta el artista. Falta aquel que extrae la materia bruta, y aquel que la trabaja y la convierte. Hace falta el que reúne las hojas en el alejado bosque, y el que las sabe manejar para que se conviertan en remedios eficaces: el médico. Nuestra posición filosófica es, respecto al artesano, la de darle el mayor valor. Para nosotros el Trabajo no es una maldición de Dios; por el contrario, es una escala para subir, para manifestarnos. El Trabajo realmente ennoblece. Las verdaderas noblezas no son aquellas que se reciben simplemente porque uno sea embajador en un lugar o en otro. Son aquellas que se reciben en el alma por haber hecho trabajos útiles a la Humanidad y a sí mismo.

El hombre ha olvidado en parte su capacidad de trabajar. Dentro de este mundo materialista en donde todas las cosas se repiten y se nos robotiza hasta llegar a parecer máquinas vivas con ojos o con bigotes, debemos resurgir y humanizar las cosas. Entre las ruinas de Pompeya se encontró una especie de horno en el cual se cocía el pan. En ese horno, bajo la lava del Vesubio, se hallaba una suerte de «croissant» o masa de panes. A cada una de las piezas de su horno, aquel viejo panadero le ponía el sello: «Yo, fulano, lo hice».

Ante este gran anonimato que nos trata de disolver, y que nos ha convertido en una masa; ante este gran anonimato que nos ha robado el nombre –porque ya ni se nos pregunta cómo nos llamamos– sino el número de documento que tenemos; ante este enorme anonimato, debemos levantar la bandera de una nueva Humanización. Queremos que haya hombres, dentro  de miles de años, que puedan ver nuestras obras, nuestras pequeñas obras. Y sientan lo que nosotros sentimos ante el Partenón o ante las pirámides, o aunque sea ante una lámpara romana.

Queremos que haya hombres y mujeres en el futuro que estén comunicados con nuestra obra. Que no pasemos por el mundo como seres estériles. Queremos pasar cantando como el agua. Queremos realmente hacer fructificar el lugar en que pisamos y que nuestro paso sea benéfico para todos.

Y aunque seamos absorbidos por la corriente histórica, hagámoslo como el agua, para que crezcan nuevas plantas, para que haya nuevos frutos. El principal, el primero de ellos: la esperanza. Necesitamos recobrar la esperanza. Necesitamos recrear el Arte que tenemos dentro y la capacidad artesanal de las gentes. Que tengamos el orgullo de aquello que fabricamos, no sentir que es una maldición. Que no haya explotadores ni explotados. Que en el mundo pueda haber una verdadera fraternidad; que saltemos por encima de las vallas de las contradicciones, de las luchas de clase. Que estemos en la realidad; que hay nada más que una Humanidad y que esa Humanidad debe enlazar las manos fuertemente, hasta clavar las uñas en la carne para no separarnos, para estar juntos, para hacer primar de nuevo el reino de los sueños.

No vamos tan sólo a soñar… Vamos a hacer primar el reino de los sueños. Vamos a hacer que los sueños encarnen de nuevo. Que el Cid vuelva a cabalgar. Que otra vez las Damas tengan la inspiración que tuvieron. Que otra vez haya héroes. Que otra vez el joven sea joven; que nos alegre con sus cantos y con sus bromas. Que otra vez los ancianos nos aconsejen. Que las máquinas nos obedezcan. Que la naturaleza esté limpia y pura para recibirnos. Que el amor se pose en nuestros labios, que nos deje un poco de belleza. Limpiemos el mundo empezando por nosotros mismos. La limpieza, la verdadera higiene espiritual, es la mejor forma de Arte. Y el acto de hacerlo es la mejor artesanía.

Dios bendiga el  trabajo, Dios bendiga el esfuerzo. Dios bendiga a los humildes que tallan la madera y modelan el barro. Dios bendiga a aquellos otros, los elegidos de los dioses, que pueden plasmar en letras, en música, en colores, aquellas cosas tan hermosas que se nos escapan al resto de los hombres.

Artistas y artesanos van del brazo hacia un mundo mejor. Ellos deben marcar, en medio de esta noche, la luz del horizonte que indica que ha comenzado a amanecer.

Jorge Ángel Livraga Rizzi.
Nota: Conferencia dictada en abril de 1983

Créditos de las imágenes: Nueva Acrópolis

JC del Río

Ver comentarios

  • Qué sublime lección de Metafísica del Arte! Qué ideas tan claras y luminosas sobre un tema en que hoy día estamos tan en tinieblas. En un momento en que el que se llama "artista" se burla con su obra del mundo, como si tal estuviera constituido por idiotas nada más. No es "artista" el que simplemente abre las puertas del inconsciente o de la locura, para que así de sus fétidas descomposiciones surjan fuerzas oscuras y disolventes, enemigas de todo lo bello, enemigas de la concordia que une a los seres humanoss entre sí y los armoniza con la naturaleza. Se confunde embriaguez con creatividad, suciedad y náusea con espontaneidad, belleza con caos y sensualismo. Un poco más de Bouguereau o de Henrique Medina y menos de Picasso. Un poco más de arte que hace nacer las lágrimas de gratitud en nuestros ojos, como un rocío del cielo y de nuestra vida interior; y menos del que nos arruina con su intelectualismo irreal y estéril, del que mata la esperanza en un mundo más bello, más justo y más bueno, con la disculpa de que nos enseña la realidad. Más bien su asquerosa y desesperada realidad con la que quieren envenenar al mundo entero.

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