Literatura

“Voz del Silencio” de H. P. Blavatsky, uno de los libros más inspiradores del mundo

Este libro no es un libro más, es un libro que puede cambiar la vida, embelleciéndola, dignificándola. El tesoro de sus enseñanzas está dedicado a los que buscan un camino, que aunque invisible, es un camino presentido. Una senda, ¿soñada?, quizás. ¿Anhelada? Sí. También temida, pues adentrarse en lo desconocido significa abandonar ciertos hábitos, opiniones y creencias que atándonos a lo conocido nos otorgan una seguridad que, pensamos, sólo la muerte puede arrebatarnos.

El libro está dedicado “a los pocos”, porque es necesaria cierta serenidad de alma y un cierto desapego de los “juguetes de ilusión” del mundo para reconocer en el propio corazón la veracidad de sus enseñanzas. Pero ante todo, porque es necesario un gran valor para caminarse a sí mismo y no depender de nada ajeno a la propia voluntad y al propio sentido del deber…

Y sin embargo, todos podemos beneficiarnos de la belleza de sus imágenes, todos podemos sentir, más cerca o más lejos, en el horizonte del alma, el rayo vivificador de la verdad que expresan. Si para Platón, Filosofía es la música del alma que busca y que ama la sabiduría; este libro, sin duda puede despertar en el lector el corazón filosófico y aún el corazón heroico.

Este es sin duda un libro para aprender de memoria, para en circunstancias peligrosas, arriesgar por él la vida, como hacían los protestantes con sus Biblias en el siglo XVII; o los hebreos con sus Talmud durante toda la Edad Media y después.

Un libro que trascurridos más de cien años desde su primera edición (en 1889) es reeditado y traducido a más y más lenguas es, sin duda un clásico. Las obras clásicas no son simplemente las antiguas, sino aquellas que han superado la prueba del tiempo. El valor de un libro o una obra artística no está dado, sólo por el impacto que genera en las conciencias de su siglo, sino más bien por el de los siglos que aún se sigue estudiando. Los paradigmas, cárceles y sostén de las mentes humanas, son duraderos; pero más duradera es aún la verdad, que se desliza silenciosa e inadvertida, muchas veces, entre sus barrotes.

Un alma bondadosa y fuerte, una Discípula fiel e infatigable y uno de los personajes más polémicos del siglo XIX, Helena Petrovna Blavatsky (H.P.B, para sus discípulos) es quien trascribió y tradujo al inglés esta obra del Libro de los Preceptos de Oro. Libro de conocimiento obligatorio entre los Discípulos de las antaño Escuelas Esotéricas del Tíbet, como la que menciona H.P.B que estaba adjunta a la residencia del Panchen Lama, en Tsi-Ga-Tsé, y cuya existencia era desconocida aún para los monjes gelugpa que oficiaban y estudiaban en el Monasterio de Tashi Lhumpo, en la inmediata cercanía. En dichas Escuelas Esotéricas se impartían conocimientos, no sólo de la esencia, el corazón de Diamante del Budismo Mahayana, sino también enseñanzas de antigüedad inenarrable impartidas por los Adeptos desde el nacimiento de la Raza Indoaria… y aún antes, y que han sido el fundamento, explica ella, de la mayor parte de los textos filosóficos y religiosos de la India y el Tíbet.

El Libro de los Preceptos de Oro forma parte de la misma serie de los textos de donde han sido entresacadas las Estancias del Dzyan en la que está basada su monumental obra La Doctrina Secreta. Voz del Silencio, Los Dos Senderos y Los Siete Portales son tres pequeños tratados de entre los noventa que componen el texto, y de los que la autora aprendió treinta y nueve de memoria.

Este libro y el conjunto del que forma parte, son de la máxima importancia, y el trabajo de H.P.B. es inestimable, ya que al ser una serie de obras secretas dentro del Canon Sagrado del Tíbet (los 1707 libros del Kangyur y el Tangyur), “desaparecieron” con la invasión china del Tíbet, en 1950, aunque de hecho jamás fueron del conocimiento de los profanos.

La misma H.P.B explica en el artículo Los Libros Secretos del Lam- Rim y Dzyan que:

“El Libro de Dzyan es el primer volumen de los Comentarios a los siete tomos secretos de Kiu-te y un glosario de obras exotéricas del mismo nombre. En poder de los lamas gelugpas del Tíbet, en la biblioteca de cualquier monasterio, hay treinta y cinco volúmenes de Kiu-te escritos para uso de profanos; y también catorce volúmenes de comentarios y anotaciones sobre esta obra, escritos por instructores iniciados.”

Hablando con rigor, estos treinta y cinco volúmenes debían llevar el título de versión popular de la “DOCTRINA SECRETA”, pues en ellos son abundantes los mitos, velos y errores. A su vez, los catorce volúmenes de comentarios, con sus interpretaciones y notas acompañadas de un extenso glosario de términos ocultos, reunidos de una pequeña obra arcaica, el “Libro de la Sabiduría del Mundo”, representan un compendio de todas las Ciencias Ocultas. Y, por lo que parece, son guardados en secreto y aparte de las miradas profanas, bajo la custodia del Teshu Lama de Tsi-Ga-Tsé.

Los libros de Kiu-te son relativamente modernos, pues fueron compilados durante el último milenio, mientras que los primeros volúmenes de los Comentarios son antiquísimos, habiendo sido preservados algunos fragmentos de los cilindros originales.

Aunque los Comentarios expliquen y rectifiquen algunos relatos, por lo demás fabulosos y, según todas las apariencias, con los agregados de enormes exageraciones que se ven en los libros de Kiu-te propiamente dichos, la verdad es que tienen en común poco más con estos últimos. La relación entre ellos es análoga a la que hay entre la Cábala caldeo-judaica y los libros de Moisés.”

Sobre el origen de estas enseñanzas tan sublimes, en el artículo “Tibetan teachings”, H.P.B muestra una carta escrita a instancias suya por el Venerable Chohan Lama, el jefe de los Archivos y de Bibliotecas que contienen manuscritos sobre doctrinas esotéricas y que pertenecieron a los “Ta-loï y Tashu- hlumpo Lamas Rim-boche del Tíbet”. Este Venerable Chohan Lama, que es, dice HPB, quien tiene un conocimiento más profundo en todo el Tíbet sobre la ciencia del Budismo esotérico y exotérico dice en dicha carta:

“…el canon sagrado de los tibetanos, el Kangyur y el Tangyur, comprende 1707 tratados distintos -1083 volúmenes públicos y 624 volúmenes secretos -siendo el primero compuesto por 350 volúmenes in foliam y el último por 77.

Aunque hayan sido vistos de casualidad, puedo asegurar a los teósofos que el contenido de estos volúmenes nunca podrá ser entendido por alguien a quien no le haya sido dada la clave de su peculiar carácter y de su oculto significado.

Toda descripción de posiciones es figurativa en nuestro sistema; cualquier nombre o palabra es velado de propósito; y un estudiante, antes de que le sea dada ninguna instrucción, tiene que estudiar el modo de cifrado y así después comprender y aprender el equivalente al término secreto o sinónimo que sea una palabra próxima de nuestro lenguaje religioso. Los sistemas demótico e hierático egipcios son juegos de niño si los comparamos con nuestros puzles sagrados. Incluso en aquellos volúmenes a que tienen acceso las masas, todas las frases tienen un significado dual, uno para los ignorantes y otro para los que recibieron la clave de interpretación (…).

En el Teosophist de octubre, 1881, un corresponsal informa con acierto al lector que Gautama Buda, el sabio, “insistió en que la iniciación fuera abierta para todos aquellos que estuviesen cualificado”. Esto es verdad; tal era el propósito original puesto en práctica durante algún tiempo por el gran Sang-gyas, e incluso antes de que se convirtiera en el Todo Sabio. Pero tres o cuatro siglos después de la separación de este ciclo terrestre, cuando Asoka, el gran soporte de nuestra religión dejó el mundo, los Arhat iniciados, debido a la oposición secreta mas firme de los brahmanes a su sistema, tuvieron que salir del país uno a uno y buscar seguridad más allá de los Himalayas. De este modo, aunque el budismo popular no se hubiera extendido por el Tíbet antes del siglo VII, los iniciados budistas en los misterios y en el sistema esotérico de los arios Dos veces nacidos, abandonando su tierra natal, la India, buscaron refugio con los ascetas prebudistas; aquellos que tenían la buena Doctrina aun antes de los días de Shakya-Muni. Estos ascetas se habían instalado, desde tiempos inmemoriales más allá de los Himalayas. Ellos son los sucesores directos de aquellos sabios arios que, en vez de acompañar a sus hermanos brahmanes en la emigración pre-histórica del Lago Manasarovara a través de la Cordillera Nevada hasta las cálidas planicies de los Siete Ríos, prefirieron permanecer en sus bastiones inaccesibles y desconocidos.

No nos asombra, por ello, que la doctrina secreta aria y nuestras doctrinas Arhat sean consideradas casi idénticas. La verdad, como el sol por encima de nuestras cabezas, es una; mas parece que esta evidencia eterna tiene que ser constantemente reiterada para hacer que las personas se acuerden de lo negro, así como de lo blanco. Sólo esa verdad puede ser mantenida pura y descontaminada de las exageraciones humanas -sus muchos defensores pronto buscan adoptarla, pervertirla y desfigurar su faz al servicio de sus propios objetivos personales- y tiene que ser escondida lejos de las miradas profanas. Desde el día de los primeros misterios universales hasta el tiempo de nuestro gran Shakya Tathagata Budha, que redujo e interpretó el sistema para la salvación de todos, la divina Voz del Yo, conocida como Kwan Yin, fue oída tan sólo en la sagrada soledad de los misterios preparatorios.

Nuestro mundialmente venerado Tsong-kha-pa cerrando su quinto Damngag nos recuerda que cada verdad sagrada, que los ignorantes son incapaces de comprender bajo su verdadera luz, tienen que ser escondidas dentro de un casco triple escondiéndose como la tortuga esconde su cabeza dentro de su caparazón; tiene que mostrar su faz a aquellos que están deseosos de obtener la condición de Anuttara Samyak Sambodhi, el más piadoso e iluminado corazón.”

La importancia de este trabajo de divulgación se muestra, por ejemplo, en una carta que H.P.B. escribe a A.P.Sinnet: [1]

“Terminé un enorme capítulo introductorio, o preámbulo, prólogo o como quiera llamarle, tan sólo para demostrar al lector que el texto (de la Doctrina Secreta) presentado, comenzando cada Sección con una página de la traducción del “Libro de Dzyan” y el Libro Secreto de “Maytreya Buddha Champai chhos Nga” (en prosa, no los cinco libros en verso conocidos, que son un simulacro) no son ninguna ficción.”

En la edición inglesa de 1939, los teósofos de Adyar celebraron el 50º Aniversario de la primera edición de Voz del Silencio y en el estudio introductorio del mismo describieron circunstancias muy interesantes sobre cómo fue escrita esta joya mística y literaria.

H.P.B. trascurrió sus últimos años de vida en Londres, Landsdowne 17, con salidas ocasionales en el país y en el continente, pocas, sin duda para quien tantas veces había dado la vuelta al mundo… ¡y de qué modo! Fue durante una estadía en Fontenebleau, cerca de París, que ella escribió Voz del Silencio. Mientras lo escribía fue visitada por Annie Besant, que se había afiliado en la Sociedad Teosófica el año anterior, y estaba acompañada de Herbert Burrows, fiel colaborador suyo en actividades sociales. La parte que leyó H.P.B. a sus dos huéspedes fue el tercer fragmento, titulado “Los Siete Portales”, quizás el más conmovedor del libro. Annie Besant dejó constancia de esta visita en su autobiografía, editada dos años después de la muerte de H.P.B:

“Había sido convocada en París para asistir, junto con Herbert Burrows, al gran Congreso de Trabajadores allí realizado, del 15 al 20 de Julio, y ambos pasamos uno o dos días en Fontainebleau en compañía de H.P.Blavatsky que se había retirado al exterior con el fin de pasar unas semanas de descanso. Allí vi su traducción de los maravillosos fragmentos de “El Libro de los Preceptos de Oro”, ahora ampliamente conocidos con el nombre de “La Voz del silencio”. Ella lo escribió rápidamente, sin ninguna copia material frente a sí, y a la tarde me hizo leerlo en voz alta para verificar si el “inglés era decente”. Allí estaban Herbert Burrows y la Sra Chandler, una leal teósofa norteamericana, y nos sentamos alrededor de H.P.B. mientras yo leía. La traducción estaba en perfecto y bello inglés, fluido y musical; solo o una o dos palabras nos parecieron que se podían alterar mientras ella nos miraba como una niña asustada, admirada de nuestros elogios -elogios que cualquiera con sentido literario endosaría si leyera este bello poema en prosa.”

Dos años después, en 1895, Annie Besant hizo un relato más completo en una de sus conferencias. Habiendo primero hablado de la Doctrina Secreta de H.P.B., el discurso continuó:

“Ahora queda otro libro suyo que es para mí de un interés especial, “La Voz del Silencio”, un libro que seguro que conocéis. Resultó que fue escrito en cuanto estaba con ella en Fontainebleau. Es un opúsculo y lo que voy a decir se ciñe tan sólo al libro, no hablo de las anotaciones que fueron realizadas después. El libro es lo que podemos llamar un poema en prosa en tres capítulos. Lo escribió en Fontainebleau, y la mayor parte fue escrita en cuanto estuve con ella; yo me sentaba en el salón mientras ella lo escribía. Sé que ella no recurrió a ningún libro para escribirlo; lo escribió con certeza, hora tras hora, exactamente como si estuviese escribiendo de memoria o leyéndolo donde no había ningún libro. Ella creó, en esa tarde, ese manuscrito que la vi escribir sentada a su lado, y nos pidió, a mí y a los otros, que corrigiésemos su inglés, alegando que lo había escrito tan rápido que estaba segura que la redacción estaba mal. No cambiamos más que unas pocas palabras y el libro es un ejemplo maravillosamente bello de obra literaria, sin incluir el resto… El libro es, como dije, prosa en verso, llena de inspiración espiritual, llena de alimento para el corazón, estimulando las más excelsas virtudes y conteniendo los más nobles ideales. No es un menjunje hecho de alimentos de varias fuentes sino un todo ético y coherente. Nos conmueve, no por la exposición de los hechos reunidos de libros, sino por una llamada a los instintos más divinos de nuestra naturaleza; en sí, él es el mejor testimonio de la fuente de su origen.”

Esta visita ocurrió en la segunda quincena de julio de 1889. En el mes de agosto de este mismo año, Mead, otro de sus discípulos directos y fiel auxiliar en el trabajo, y el último de sus secretarios particulares, tuvo la oportunidad de darnos otro vislumbre del progreso de la obra. H.P.B. había regresado a Inglaterra, y permanecía en Jersey, donde un telegrama le comunicó la llegada de Mead…

“¡Qué saludo tan cálido y amable sentíamos desde el balcón de aquella casa, que era una colmena de miel, y que afán en tener todo confortable para el recién llegado! Fue casi siempre una sorpresa para mí que la principal de las acusaciones contra H.P.B. hubiera sido las de fraude y engaño. En mi propia experiencia, ella fue siempre muy confiada en los otros y pródiga en su franqueza. Sirva como ejemplo el que apenas llegar, me pasó un puñado de todos sus papeles y me puso a trabajar en un montón de correspondencia, que de otro modo habría permanecido sin respuesta hasta el día del juicio final; pues lo que más detestaba ella era tener que responder cartas. Un día, poco después de mi llegada, H.P.B. entró en mi cuarto con un manuscrito que me entregó, diciendo: “Lee esto, viejo, y dime qué piensas al respecto”. Era el manuscrito de la tercera parte de “Voz del Silencio” y mientras que yo lo leía ella permanecía sentada y fumaba sus cigarros, batiendo con el pie en el suelo, como era su costumbre. Fui leyendo el manuscrito, olvidando su presencia ante la belleza y lo sublime del tema, hasta que ella quebró el silencio con un “¿Está bien?”. Le dije que era la mayor joya de toda nuestra literatura teosófica e intenté, en contra de lo que suelo hacer, traducir en palabras el entusiasmo que yo sentía. Pero aun así H.P.B. no estaba satisfecha con su obra y expresó la mayor aprensión por el hecho de poder haber fallado al hacer justicia al original en su traducción, diciendo que difícilmente podría ser convencida de que había salido bien. Esta era una de sus principales características. Nunca confiaba en sus trabajos literarios y, con placer, oía todas las críticas incluso de las personas que debían mantenerse en silencio. De modo extraño, ella se sentía siempre más temerosa de sus mejores artículos y trabajos y más confiada en sus escritos polémicos.”

El último testimonio que disponemos es el de una periodista norteamericana, que la visitó en Landsdowne Road, 17, en la primera o segunda semana del mes de septiembre. El Coronel Olcott, en un viaje a Europa había llegado a Londres el día 4, y permanecía con H.P.B. en Landsdowne Road

“Una de esas calles bellas y anchas -informa la corresponsal- que se encuentran en las cercanías de Hyde Park, donde cada casa es un hogar que puede satisfacer noblemente. Jardines bien conservados y huertas con verdes arbustos dan un toque de gracia a los edificios de estructura de piedra que allí usan. “Oui, Madame, entre s’il vous plait”, fue la respuesta cordial a la pregunta “¿Está Madame Blavatsky, puedo verla? “Convidada a una primera estancia, en que una mesa grande y muebles indicaban señales de uso -quizás una mesa para cenar, tal vez una sala de recepción y a veces de estudio, pues sobre la mesa había diversos papeles y escritos- esperé nuevas indicaciones. Pasado un breve intervalo, se abrió una puerta de dos hojas, y me vi cara a cara con un caballero de gran porte, rostro afable, barba maravillosa, un caballero de apariencias y maneras tan únicas que involuntariamente exclamé: “Coronel Olcott”. -Exactamente, y la señora es mi compatriota. Siéntese.” Él había llegado a Londres tan solo hacía algunos días, procedente de la India, los minutos volaban a medida que él hablaba de trabajo, y fue interrumpido, nada más, por una puerta que se abría, anunciando la entrada de Madame Blavatsky. ¿Cómo describirla? Sería imposible. Una impresión general de bondad, de poder, de maravillosos predicados es todo lo que conservo en la mente, en este momento. Se movía con dificultad, pues sufría mucho de reumatismo aunque, riendo, afirmaba al sentarse en una hamaca: “Ya engañé a los médicos y a la muerte tantas veces que, dicen ellos, que espero engañar también a este reumatismo, pero no es nada fácil”.

-¿Pero aún escribe, Madame?

-Ciertamente, escribo como siempre.

Y el Coronel Olcott, interrumpiendo:

-¿Qué importa un poco de reumatismo, con que no le alcance al cerebro ni a los escritos?

Y todos nos reímos. Hablamos de Teosofía y de su rápida expansión, de sus cooperadores, del Dr. Buck de Cincinatti, cuyo retrato estaban colgado, muy encima de mi cabeza y cuyo rostro conocido parecía sonreír con un saludo de bienvenida a todos nosotros

Y aquí, en el corazón de esta ciudad agitada, vive y trabaja la fundadora de la Sociedad Teosófica.

-¿Vio anunciada esta obra, Madame? Y me puso en las manos las primeras pruebas de su nuevo libro, “La Clave de la Teosofía”. Yo no lo tenía, y me dijo que sería publicado en muy breve, así como también un libro más pequeño que acababa de terminar, “La Voz del silencio”. Al manifestar mi sorpresa ante la suma de escritos suyos, así como ante los inmensos conocimientos revelados, el Coronel Olcott observó: “Trabajo con Madame Blavatsky hace ya varios años y sé muy bien esto. Ella es una locomotora de vapor escribiendo. Y cuando digo que al escribir “Isis sin Velo”, con su vasto número de citas de antiguos escritos, ella tenía acceso tan sólo a una pequeña estantería de libros comunes; si cree en lo que le digo, ella lee en la luz astral tan claramente como en páginas abiertas”. Durante todo este tiempo percibí que un par de ojos leían en mis propios pensamientos y que un rostro opuesto a mí, que podía en cualquier momento quedarse tan inmóvil como una esfinge, estaba ahora muy amable y animado. No soy capaz de concebir ninguna personalidad tan expresiva y de fuerza de voluntad tan poderosa como Madame Blavatsky. La sala en que estábamos sentados estaba impregnada de su individualidad. Estaba llena de todo lo que sugería pensamiento, refinamiento, trabajo literario, interés por amigos, pero no sobraba lugar para la mera exhibición de inútiles ornamentos. La mesa, con el coronel Olcott a un lado y ella en otro, estaba cubierta de papeles y libros y las paredes de fotografías. Y aquí, en el corazón de la ciudad agitada, vive y trabaja la fundadora de la sociedad Teosófica.”

Al pertenecer este libro, como la Estancias del Dzyan, al Corpus secreto del Canon Budista (El Kangyur y el Tangyur), aún no se ha encontrado dicha obra en la literatura tibetana, lo que hizo que muchos críticos de la figura de H.P.B afirmaran tajantemente que ella había inventado -¡divina invención, que le otorgaría aún más mérito!- dicho opúsculo. Estos mismos, cuyos nombres no mencionaremos, dijeron que H.P.B ni siquiera había estado en el Tíbet.

Sin embargo, en 1927 Alice Leighton Cleather y Basil Crump reeditaron, en China, Voz del Silencio, bajo los auspicios de la Chinese Buddhist Research Society en Pekín. Ellos afirmaron en el prólogo del libro que el IX Panchen Lama (1883-1837) -la máxima autoridad en el conocimiento y religión tibetanos, el Maestro del Dalai Lama- consideraba esta obra como “la única exposición verdadera en lengua inglesa de la Doctrina del Corazón del Mahayana y de su noble ideal de autosacrificio por la humanidad”. Este mismo Panchen Lama escribió en esta edición un breve mensaje sobre el sendero de liberación.

El lama Kazi Dawa Samdup, otra autoridad en la Iglesia Tibetana y traductor, junto con Evans- Wentz del “Libro de los Muertos” tibetano, era también de la opinión que, “a pesar de las críticas adversas publicadas contra las obras de H.P.Blavatsky, hay en ellas pruebas internas adecuadas de conocimientos privativos de su autora con las más elevadas instrucciones lamaísticas, en que ella declara haber sido iniciada“[2].

Y el profesor Daisetz Teitaro Suzuki, (1870-1966) el más erudito y esclarecido divulgador del Budismo Mahayana, y más especialmente, del Budismo Zen declaró que “aquí está el verdadero Mahayana Budista”

Y para concluir, y como corona de estos argumentos, recordar que el mismo XIV Dalai Lama, Tenzin Gyatso, recomienda la lectura de este libro en la edición conmemorativa del primer centenario, en 1989.

Son innúmeros los pasajes donde H.P.B refiere, de un modo directo o indirecto sus estancias en el Tíbet y el profundo y pormenorizado conocimiento de su religión y filosofía, aún desde su adolescencia. Por ejemplo, en respuesta a Arthur Lillie, en 1884, que quería más precisas informaciones sobre “los siete años de iniciación de Madame Blavatsky” responde:

“El humilde individuo de este nombre jamás oyó hablar de iniciación con una duración de siete años. ¿Tal vez la palabra “iniciación” -con aquella exactitud de explicación de términos esotéricos que tan prominentemente caracteriza al autor de “Buda y el Budismo Primitivo”- quería decir “introducción”? Si así fuere, entonces le diré explícitamente que viví en diferentes periodos tanto en el Pequeño Tíbet como en el Gran Tíbet y que, estos periodos combinados suman más de siete años. ¡Me detuve en los conventos lamaístas! Visité Tzi-Ga-Tsé, el territorio de Tdashoo Hlumpo y sus vecindades y… fui más allá, e incluso a lugares del Tíbet nunca visitados por otros europeos.

Además estoy plenamente familiarizada con el Lamaísmo de los budistas tibetanos. Pasé meses y años de mi infancia entre los calmucos lamaístas de Astracán y con su sumo sacerdote. Aunque heréticos en su terminología religiosa, los calmucos conservan aún los mismos términos idénticos a los de los otros lamaístas del Tíbet (de donde procedieron). Yo había visitado Semipalatinsk y los montes Urales en compañía de un tío mío, que tiene propiedades en Siberia, así como en la frontera de los países mongoles, donde reside el “Lama Tarachan”. Hice numerosas excursiones más allá de las fronteras y sabía todo acerca de lamas y tibetanos antes de mis quince años.”

Y en una carta a A.P.Sinnet, en 1886, nos dice que “cuando tenía once años, mi abuela me llevó a vivir en su compañía; moraba en Saratovia cuando mi abuelo era gobernador, y antes de eso en Astracán, donde él tenía muchos millares (unos 80 ó 100.000) budistas calmucos bajo su jurisdicción.”

 

Esta obra expresa, sin duda la quintaesencia del Budismo Mahayana, y lo que es más importante, la quintaesencia del anhelo de todos los Héroes y Budas para que los seres humanos se liberen de la atracción magnética de su egoísmo y puedan así dar nacimiento y vida al ser verdadero, cristalización pura de la verdad, belleza y justicia. Así afirman las palabras del Buda en el Mahaparinirvana Sutra, palabras que conmueven el alma y la hacen descubrir su verdadera naturaleza:

“¡Oh noble juventud! Cuando el mundo, cansado de tristezas, se aleje y se separe de la causa de todas estas tristezas, entonces, por ese rechazo voluntario, permanecerá lo que llamo “el verdadero yo” y es de éste que declaro explícitamente la doctrina de lo que es permanente, pleno de alegría, personal y puro.”

 

Notas

[1] The Letters of H.P.Blavatsky to A.P.Sinnett, 1925.

[2] Recordemos que el lama Kazi Dawa Samdup (m. en 1922), aparte de ser traductor de Alexandra David Neel y de Evans Wentz, fue embajador plenipotenciario del Tíbet en la India y miembro del séquito del XIII Dalai Lama durante su exilio en la India en 1910. Y también Lecturer de la prestigiosa Universidad de Calcuta en 1919.

JC del Río

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