Los antiguos chinos tenían un extraño refrán: “Ojalá vivas en una época interesante”. Creo que este es un buen lema para definir nuestro tiempo, porque realmente nuestra época es una época muy interesante y difícil.
Existen momentos en la historia que solo podrían calificarse como aburridos, cuando todo va bien, como un reloj bien sincronizado. Existen otros en los cuales se producen grandes descubrimientos, grandes hazañas, o se consigue una prosperidad y una armonía social sin precedentes, las llamadas “edades doradas”. Y, finalmente, existen otros en los que todo está en agitación, en descomposición, en decadencia, las llamadas “edades medias”. Son estas también épocas muy interesantes, pero principalmente son difíciles. Por eso las llaman épocas negras u oscuras.
Actualmente nos encontramos en una de estas épocas, en una nueva edad media, como ya han señalado distintos historiadores y sociólogos, y nosotros mismos lo hemos dicho muchas veces. Sin embargo, no es la primera vez que sucede algo así. Antes de este medievo existieron muchos otros, y no solo en el mundo occidental, sino también en otras civilizaciones de la Antigüedad, como Egipto, China o Grecia, por mencionar algunas de las más importantes.
Normalmente, la Edad Media se relaciona con épocas de oscurantismo, de desastres, pestes y revueltas sociales, con descomposición de la unidad estatal y una continua situación bélica entre los pequeños Estados. Entonces la población civil paga la falta de orden y ley, es decir, lo que hoy llamaríamos acciones terroristas.
Pero una edad media también tiene sus puntos positivos. No todo es destrucción, discordia y oscurantismo. En primer lugar, activa las fuerzas vivas de la sociedad para la llegada de un renacimiento y, por lo tanto, se desarrollan núcleos internos y órdenes que protegen los conocimientos de la época dorada anterior para que no se pierdan en los temporales de la edad media.
Toda edad media contiene e incuba las semillas del próximo renacimiento. También, madura y educa a las sociedades en la mejor escuela, que es la del dolor y los sufrimientos de la vida, como muy sabiamente señaló Sidharta Gautama, el Buda, hace dos mil quinientos años, diciendo que “el dolor es vehículo de conciencia”.
Es responsabilidad y deber personal de cada uno que, incluso en los momentos más difíciles y oscuros, tanto de nuestra vida como de la época en la que vivimos, podamos tomar aquellas experiencias que nos ayudarán a evolucionar y participar activa y conscientemente en la corriente histórica que creará el próximo renacimiento. Para cuantos aceptan la teoría de la reencarnación, esto no es autosacrificio sino una inversión para el futuro.
Jorge Alvarado Planas.
Créditos de las imágenes: Inspiyr.com
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