Así en todo momento, el éxito ha sido una meta, aunque no siempre se ha considerado el éxito de la misma manera. Lo que señalaba el triunfo de un siglo, o en una década atrás, hoy puede ser un anhelo desenfocado y pasado de moda, a la par que otras ambiciones han ocupado el lugar de las anteriores. Una sola cosa permanece: el deseo del éxito, la necesidad de triunfar, el hecho de ser aceptados y tomados en consideración por los demás, ajustándose a la ley que hace del conjunto –nosotros y los demás- una masa coherente en la que no se puede sobresalir ni siquiera para encontrar ese éxito por otros derroteros.
Las estadísticas ocupan páginas de páginas en docenas de publicaciones. Está muy claro que en estos años, el triunfo está delimitado por el prestigio social, y el poder económico, de los cuales pueden derivar otras formas de poder que a su vez aumentan el prestigio. Cierto es que la investigación, las ciencias, las artes, el conocimiento en general ocupan un lugar, cada vez más pequeño. El saber es un bello adorno que, salvo excepciones, viene unido al mencionado prestigio de una sólida posición social avalada por una respetable fortuna económica.
No es de extrañar pues, que los jóvenes sobre todo, enfilen sus aspiraciones hacia esas fórmulas de éxito si quieren verse dentro de la sociedad en la que viven, sino quieren configurar la larga lista de los «marginados» . Hoy, el futuro se encargará de esa perspectiva: una vocación debe ir acompañada de un cuestionario indispensable sobre la practicidad de esa vocación en cuanto a poderío y riqueza. Aumentan carreras pensando siempre en la posibilidad de un éxito rápido y fecundo, de una posición social entendida como sólida y duradera. Pero no es oro todo lo que reluce.
Si éstas fueran verdaderamente fórmulas para triunfar en la vida, debería haber muchos más seres felices de los que encontramos. A menos que aceptemos que una cosa es el triunfo y otra, la felicidad.
Aparentemente lo tienen todo, pero, sin embargo, las mismas estadísticas que nos ponen el éxito en nuestras manos, nos muestran que aumentan progresivamente los estados de psicosis, de depresión, de angustia, de insatisfacción, de soledad, de agresividad, de hastío, de corrupción y otras muchas situaciones psicológicas que conforman el cuadro general del «stress».
¿Deberemos pensar entonces que esas personas no han triunfado? ¿O que su triunfo no es total, que no llena todas sus vidas? ¿Qué es un luchar constante para no llegar jamás a ningún puerto?
¿Debemos tal vez plantearnos otros estilos de triunfos que, si bien no se avienen a las modalidades aceptadas, puedan llegar a ser más efectivos?
Nos inclinamos, sin duda alguna, por la segunda y por las respuestas que ella conlleva.
Una de las cuestiones que más nos preocupa a todos, es la poca duración de las cosas que conseguimos y creíamos perdurable, lo poco que se mantiene lo que suponíamos inamovible.
Con el éxito pasa precisamente eso: necesitamos un éxito que, aunque pequeño, no se desvanezca de inmediato, que nos deje al menos una dosis de satisfacción y paz.
Proponemos, pues unas sencillas claves para lograr, en el más variado terreno, un triunfo más humano, más estable, más acorde con nuestros sueños y aspiraciones.
Es evidente que no basta con soñar para convertirse en un triunfador. Hay que actuar, hay que saber desarrollar una sana actividad fundamentada en la voluntad. No actuar porque sí, sino eligiendo las mejores y más adecuadas acciones.
El viejo consejo de conocerse a sí mismo no ha perdido actualidad; mal podemos enfocar un trabajo provechoso si no sabemos quiénes somos, cuáles son nuestras habilidades y posibilidades. Y una vez que las conocemos, hay que entrenarse en ellas de modo de ejercer alguna actividad útil a nosotros mismos y a los demás.
Hacer bien todos los trabajos que emprendamos, no solamente por el premio que podamos recibir sino por la satisfacción de comprobar nuestra propia eficacia. Saber conformarse con lo que vamos obteniendo y, al mismo tiempo, no conformarse jamás, buscando siempre una cota más alta de rendimiento.
No dejarse aplastar nunca por los problemas por difíciles que nos parezcan. Al contrario, esforzar la imaginación para buscar salidas y soluciones. Concebir las dificultades como pruebas para nuestra inteligencia y nuestra voluntad. Y en el peor de los casos, convertir los fracasos en nuevas oportunidades para volver a empezar.
Saber aprovechar las oportunidades. La vida está llena de oportunidades, pero si vamos con los ojos cerrados, no las vamos a descubrir. Si nos encerramos en nuestros conflictos y los rumiamos constantemente, perdemos energías y no salimos de ese círculo vicioso, despreciando las mil puertas que el pretendido laberinto nos estaba ofreciendo.
Ensayarse continuamente en amar, que es la mejor forma de comprender a los demás. Ayudar alegre y generosamente a los otros, que es la mejor forma de sentirse a gusto con uno mismo.
Buscar el sentido de la vida y tratar de encontrar el sentido de nuestra propia vida. Nada sucede porque sí, y las respuestas se ofrecen solamente al que las persigue con espíritu de sabiduría, con el valor del que da por segura la conquista.
Mejorar a diario todo lo que hacemos; mejorar sin desmayo todo lo que nos rodea. Poner belleza en todos los rincones; poner luz en todos los sitios –externos e internos- en los que estamos.
Quien logre aplicar estas pocas llaves, será una persona segura de sí misma, una persona satisfecha en la medida en que la satisfacción es alimento de los humanos. Quien pueda hacerse con estos logros es realmente un triunfador. Y aunque nadie lo confiese porque la moda no lo permite, a todos les gustaría alcanzar este estilo de éxito.
Créditos de las imágenes: Juan R. Lascorz
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Muy bueno.