En el sistema simbolista los números no son expresiones meramente cuantitativas, son ideas-fuerza con una caracterización específica para cada uno de ellos. Cada número tiene, desde esta perspectiva, su personalidad propia. “El número es el señuelo del misterio”, dice una tradición de la etnia africana de los “peuls”.
A medida que los números se van alejando de la unidad, se van hundiendo más y más en la pluralidad de la materia, en una manifestación involutiva de descenso que luego se ha de remontar al llegar al punto más bajo, el cuatro, o el cubo, símbolo de la Tierra, del elemento más denso. Podemos observar que la suma del uno más el dos, más el tres, más el cuatro, nos daría el número diez, representado gráficamente por un uno y un cero, lo que nos llevaría de nuevo al principio. Los diez primeros números, en la tradición griega (doce en la oriental) son entidades, arquetipos y símbolos. Los demás resultan de las combinaciones de esos números primordiales.
La interpretación de los números es una de las ciencias más antiguas. Pitágoras afirmaba: “Todo está dispuesto según el número”, y Platón pensaba que los números constituían el más alto grado de conocimiento, considerándolos como la esencia de la armonía y a ésta como fundamento del Cosmos y del Hombre. La filosofía de los números fue también desarrollada por los hebreos, gnósticos y cabalistas, llegando hasta los alquimistas. Son conceptos universales que ya existían en la vieja China desde la más remota antigüedad.
La noción de los ritmos cósmicos en relación con la ciencia numérica es también familiar al pitagorismo; por una parte está asociada a la Música y a la Arquitectura, y de ahí la famosa utilización del número de oro en la Grecia clásica, que fue luego reconocido en el Renacimiento como la clave de las proporciones de todos los seres vivos. Boecio aseguraba que el conocimiento supremo pasaba por los números, y Nicolás de la Cusa afirmaba que eran el mejor medio para acercarse a las verdades divinas.
Aparte de los valores esenciales de la unidad y la multiplicidad, tienen significado especial los pares (negativos, pasivos) y los impares (afirmativos, activos). La sucesión numérica, la idea de que el uno engendra al dos y el dos al tres, etc. se fundamenta precisamente en la noción de dinamismo y movimiento perpetuo, de que toda entidad tiende a rebasarse a sí misma, a situarse en contraposición con otra.
Después de la unidad y del binario, que es conflicto, eco, desdoblamiento primordial, el ternario y el cuaternario son los grupos principales; de su suma surge el septenario, y de su multiplicación el dodecanario. Simbólicamente el ternario representa el orden mental o espiritual, el cuaternario el orden terrestre o material, el septenario el orden planetario y moral y el dodecanario el orden universal.
Créditos de las imágenes: geralt
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