Para algunos intérpretes sin embargo, y como explica R. Guénon en su libro “Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada”, la gama real del arco iris es de seis colores: rojo, anaranjado, amarillo, verde, azul y violeta; el índigo, que se acostumbra a enumerar para completar el septenario cromático, “no es en realidad más que un simple matiz intermedio entre el violeta y el azul y no hay razón para considerarlo como un color distinto”. En efecto, afirma Guénon, “pueden colocarse los tres colores primarios ‒rojo, azul y amarillo‒ en los vértices de un triángulo y los tres complementarios ‒verde, naranja y violeta‒ en los de un segundo triángulo inverso con respecto al primero, de modo que cada color fundamental y su complementario respectivo se encuentren situados en dos puntos diametralmente opuestos; vemos que la figura así formada no es sino la del “sello de Salomón”. Esto equivale a decir que el séptimo no podría ser otro que el blanco y habría que situarlo justamente en el punto o eje central, pues no es representable como los otros seis, sino el origen mismo de todos y su vía de retorno como ciclo de manifestación que se expande primero y luego vuelve a su punto original. Son portadores por tanto de una fuerza vital extraordinaria que actúa a través de nuestro cuerpo hasta el último de sus átomos.
En los siete días de la semana del Génesis hebreo, podemos establecer este mismo simbolismo con respecto al séptimo día, esencialmente diferente a los otros seis: es el día de reposo, el retorno del Principio Creador al estado inicial de No manifestación. Podrían establecerse otras muchas analogías que demostrarían, una vez más, que la Ciencia viene siempre, por lo general, a confirmar la Tradición transmitida a los hombres a través de los libros sagrados de todas las religiones y mitos de la antigüedad.
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