Parece ser que la primera gran divinidad que adoraron los seres humanos no fue un dios, sino una diosa. O quizá fueron múltiples diosas, adaptadas cada una a la idiosincrasia de las tribus y pueblos que las adoraban, pero asociadas todas ellas a la Gran Madre. Ésta constituía la figura divina esencial en la primera concepción mitológica del mundo al inicio de la humanidad, y aunque más tarde fuera derrocada por el monoteísmo y los dioses masculinos con la llegada del patriarcado, la Gran Diosa Madre sigue teniendo una notable y soterrada presencia, incluso hoy en día, entre toda la humanidad bajo innumerables formas y aspectos diferentes.
Los más de dos mil años de tradiciones religiosas patriarcales y monoteístas que han intentado imponer su nueva mentalidad no han podido excluir los cultos a las diosas, a las que se ha seguido rindiendo adoración como patronas y vírgenes bajo miles de advocaciones en todo el mundo. Los católicos veneran a la Gran Madre como la Virgen María, Madre de Jesús y Madre de Dios. La iglesia cristiana propone a María como modelo de obediencia y acatamiento a los mandatos divinos –“Fiat mihi secundum verbum tuum” (Hágase en mí según tu palabra), le dice María al ángel anunciador-, en contraste con la “desobediente” Eva, la primera “madre terrestre” de la humanidad; ella se rebela ante la orden impuesta por Dios y decide probar y luego comer con Adán la manzana de la sabiduría, provocando con ello la expulsión del paraíso junto con la de todos sus descendientes.
El arquetipo de la madre tiene una serie casi inabarcable de aspectos y, como primer modelo divino de maternidad, la Gran Madre se correspondería con las más conocidas deidades míticas femeninas, como Ishtar en Babilonia, Isis y Hator en Egipto, Gea y Deméter en Grecia, Astarté en Fenicia, o Kali-Durga en la India.
Según Gustav Jung, el de la madre representaría uno de los arquetipos principales del inconsciente colectivo en la psicología analítica. Él afirma que el arquetipo de la Gran Madre es “Lo «maternal» por antonomasia, la mágica autoridad de lo femenino; la sabiduría y la altura espiritual más allá del intelecto; lo bondadoso, protector, sustentador, lo que da crecimiento, fertilidad y alimento; el lugar de la transformación mágica, del renacer; el instinto o impulso que ayuda; lo secreto y escondido, lo tenebroso, el abismo, el mundo de los muertos, lo que devora, seduce y envenena, lo angustioso e inevitable”. Y para el mitólogo Joseph Campbell, uno de sus temas favoritos más citados es la transformación y resistencia de los poderes simbólicos arquetípicos de lo divino femenino, a pesar de los más de dos mil años transcurridos de tradiciones religiosas patriarcales que han intentado excluirlos.
Marija Gimbutas, la gran arqueóloga del siglo XX, autora del libro “Diosas y dioses de la Vieja Europa” y que fue muy admirada por Campbell y Mircea Eliade, nos sitúa con su obra en la que ella llama la Vieja Europa, demostrando que existió en el neolítico una civilización matriarcal mucho más avanzada que la de sus vecinos coetáneos. Allí se adoraban espléndidas figuras femeninas de pechos y nalgas abundantes, que simbolizaban el culto a la Gran Diosa vinculada al ciclo de la Vida y de la Naturaleza como Principio Femenino Creador. La arqueóloga lituana se dedicó a desenterrar imágenes de diosas y consiguió pruebas de la existencia durante muchos siglos de una cultura matriarcal, en una sociedad donde todos adoraban a la Gran Madre.
Créditos de las imágenes: TimeTravelRome
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