Como arquetipo de la matriz femenina, la caverna figura en los mitos de los orígenes como un lugar de renacimiento e iniciación para numerosos pueblos. Se trata de una cueva o gruta con el techo abovedado, profundo y oscuro, más o menos hundido en la tierra o en una montaña.
La caverna es, como vemos, una imagen del mundo y de la situación que viven la mayor parte de los seres humanos encarnados en nuestro planeta. En Platón, el simbolismo de la caverna entraña una significación no solamente cósmica, sino también ética y moral. La caverna, con sus sombras y sus luces engañosas, representa el mundo de apariencias que nos rodea y nos encandila a la vez que nos encadena e inmoviliza; un mundo irreal de donde el alma debe escapar para vivir a la luz del Sol la verdadera realidad, lo que es bueno, bello y justo.
Numerosos ritos de iniciación en todos los pueblos comienzan por el pasaje del aspirante a través de una caverna o cueva, materializando así lo que define Mircea Eliade como el “regresus ad uterum”. Esto ocurría, por ejemplo, en la celebración de los misterios de Eleusis, donde los iniciados eran encadenados en el interior de una gruta de la que debían evadirse para alcanzar la luz; y en las ceremonias religiosas instituidas por Zoroastro en la antigua Persia, un antro o caverna consagrada al dios Mitra representaba este mundo de sombras.
Los pitagóricos, siguiendo a Platón, llamaron también a nuestro mundo “antro” y caverna. Y Plotino, en sus Enéadas, comenta el mismo simbolismo en estos términos: “La caverna, para Platón, como el antro para Empédocles, significa, me parece, nuestro mundo, donde la marcha hacia la inteligencia es para el alma la liberación de sus lazos y la ascensión para salir de la caverna.”
Resumiendo, el carácter central de la caverna es un lugar de nacimiento, de regeneración y de iniciación. Es una matriz análoga al crisol de los alquimistas. La tradición china afirma que los inmortales frecuentan las cavernas, ya que allí nació Lao-Tse, y también la tradición cristiana nos dice que Jesús nació en una cueva y fue igualmente enterrado en otra. Entrar en la caverna es, pues, retornar a los orígenes para renacer purificado y poder ascender por el camino que nos va a llevar al cielo.
Créditos de las imágenes: Devon Janse van Rensburg
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