El búho, un ave rapaz nocturna distribuida por gran parte de Eurasia, ha sido asociado por los poetas a la sabiduría, debido al brillo penetrante de su mirada, que parece capaz de ver más allá de la realidad aparente y adivinar todo lo que se oculta a la simple vista de los mortales. En general, las criaturas nocturnas son un símbolo de sabiduría interior, de intuición y capacidades psíquicas, y las aves en general son consideradas en muchas culturas como mensajeras entre las criaturas terrenales y las espirituales, así como entre el mundo de los vivos y el inframundo. Algunas tribus, entre los indios nativos americanos, atribuyen a los búhos la sabiduría y el conocimiento sagrado, y utilizan sus plumas en ciertas ceremonias rituales para sentirse ayudados y protegidos en sus actividades nocturnas.
Palas Atenea, la doncella guerrera e hija predilecta de Zeus, que nace ya adulta y completamente armada de su cabeza, tiene al búho como el más característico de sus atributos, con el que se suele representar e identificar. Esta joven diosa de ojos claros y gran belleza, es hija de Metis, la diosa de la astucia y la prudencia, por lo cual tiene en su mirada serena el poder de penetrar en todo lo oculto y secreto, no por adivinación, sino por inteligencia y verificación.
Aunque en la tradición clásica el búho está asociado a la diosa Atenea y por lo tanto simbolizaría la sabiduría y la reflexión, la francmasonería recrea el símbolo del búho como imagen de la prudencia por ser un animal nocturno y se lo relaciona con los trabajos masónicos que se inician a la medianoche.
Al ser un ave que solo se manifiesta durante las horas nocturnas, el búho se asocia también a la Luna y expresa simbólicamente la timidez, la soledad y la melancolía de las noches en las que ésta permanece oculta. Por eso, en lenguaje coloquial, se le llama “búho” a la persona que es introvertida, que se aísla y rehúye todo lo que sea trato social o relación con los demás.
En Egipto expresa, además de la noche, el frío y la muerte, y la mitología griega lo relaciona con Átropos, la Parca que corta el hilo de la vida. En la cultura celta, el búho tenía un significado muy similar al del antiguo Egipto: se pensaba que era el guardián de la noche y el que velaba por las almas, acompañándolas en su viaje al más allá, cumpliendo en este sentido una función psicopómpica.
Los druidas llamaban auguradores a los búhos, pues creían que en el silencio de la noche, su ulular avisaba a los caminantes de algún peligro o llamaba a los moribundos hacia la otra vida (en concreto, el búho blanco era una señal de muerte inmediata para el que lo veía).
En una de las más famosas monedas antiguas griegas, el dracma, aparece portando en una de sus caras la cabeza de Atenea y en la otra un pequeño búho con una rama de olivo en el pico. Igualmente el búho se convirtió en el símbolo de Hécate, la diosa de la magia y los hechizos, que es capaz de ver en todas las direcciones.
Durante la Edad Media el búho adquirió connotaciones un tanto negativas, ya que se creía que los búhos eran magos o brujas disfrazados.
Hoy en día, y al contrario que en otras épocas anteriores, el búho transmite simpatía y se cree que un encuentro casual con él es señal de buen augurio. De hecho, vaticina suerte en casi todos los terrenos, especialmente en el económico. Incluso en Europa del Norte aún se cree que al mirarlo cara a cara nos transmite su poder místico, su inteligencia y su intuición.
Créditos de las imágenes: Dirk van Wolferen
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