A medida que crecen las preocupaciones de todo tipo en el mundo; a medida que las situaciones de supervivencia se hacen más difíciles en muchos países; a medida que aumentan los enfrentamientos por las causas más absurdas por más que parezcan importantes; a pesar de todo ello asciende la ansiedad por tener una mejor salud.
Asombra observar que mientras cientos de personas hacen malabarismos para que el dinero les llegue al final del mes, hay más abundancia de sobrepeso y obesidad, comenzando por los niños. Hay quienes, por contrapartida, hacen de la extrema delgadez una moda fascinante.
Nos volvemos decididamente contradictorios, o no queremos analizar lo que pasa a nuestro alrededor.
Vayamos a la mejor de las situaciones, es decir, a tener la oportunidad de llenar la cesta de la compra doméstica. Estamos tan saturados de propaganda de diversos tipos, que ya no sabemos qué es bueno y qué es malo para la salud. Finalmente, desconfiamos de cuanto se nos ofrece…
Al mismo tiempo que se realzan las características de un producto y se convierte en la estrella del bienestar y el antienvejecimiento, coinciden quienes lo reprueban casi como un veneno que atenta contra la vida. ¿Qué hacemos? ¿Quién tiene razón y cómo elegimos con tranquilidad lo que más nos conviene?
Surgen dietas totalmente opuestas; lo que unas aprueban, otras lo denigran.
De igual manera, están en entredicho los tratamientos de salud; lo que ayer era positivo, hoy es desaconsejado y hasta prohibido. Técnicas milenarias se dejan de lado por perniciosas y se acogen de buen grado nuevos experimentos cuyos resultados finales no se conocen del todo. Se habla mucho del efecto placebo de algunas medicinas, a tal punto que uno se pregunta: y si fuera verdad, ¿qué importa, si así logramos sentirnos mejor? ¿Ese tan pregonado «efecto placebo» no incluirá tal vez algunas otras funciones del organismo humano, que se ponen en marcha ante determinados estímulos?
El asunto de la alimentación (para quienes pueden alimentarse) lo dejaremos en manos de expertos. Aunque estamos convencidos de que la Tierra debería recibir un mejor trato por parte de quienes la explotan. La industrialización, la competencia de producción y por los precios, ha logrado que los productos naturales dejen de serlo. ¡Oh, paradoja!: los artículos ecológicos son mucho más caros que los que nos llegan de las grandes distribuidoras.
Creemos que debemos buscar una alimentación variada y sencilla; los condimentos exagerados no vienen de la Tierra sino de nuestros deseos de adornarlo todo.
En cuanto a la salud, estamos convencidos de que, más allá de las enfermedades que tienen un origen orgánico bien definido, muchas dolencias provienen de nosotros mismos. Si nuestra mente no está en buenas condiciones, si nuestras emociones están desordenadas, si caemos en excesos de cansancio e hiperactividad, ¿qué le podemos pedir al cuerpo, que es el espejo de lo anterior?
Una mente en buenas condiciones tiene las ideas debidamente organizadas, evitando dudas y confrontaciones entre unas y otras, que nunca llevan a la necesaria claridad. Una mente saludable ayuda a organizar también el cuerpo. Las emociones, más que desordenadas –que suelen estarlo– se convierten en dañinas cuando se dejan absorber por los rencores, las envidias, los celos, la agresividad, la sospecha de conjuras y maledicencia por parte de los demás. Esto sí que es venenoso, porque, comamos lo que comamos, el condimento emotivo es altamente negativo para la digestión.
¿Sabemos descansar, independientemente de las horas de las que disponemos para ello? No, si la mente está repleta de ideas circulares, si las emociones nos perturban. Así, caemos en el exceso de acción para «no pensar» o en la pereza para «no pensar en nada».
La salud merece una especial atención por parte de todos. Porque incluye la integridad del ser humano, y lógicamente, una buena educación fundamentada en los más elevados valores morales. Es posible que, si todos gozáramos de buena salud, gran parte de los problemas del mundo empezarían a solucionarse en cuantos ámbitos hoy nos afligen.
Créditos de las imágenes: Jamie Street
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