Nada hay superior a la verdad.
(Antiguo proverbio indo recopilado por Helena P. Blavatsky)
Estamos en el siglo XIX. De los cientos de lienzos de distintos tamaños que existen en el mundo representando el cuerpo entero o sólo el rostro de un hombre, –presuntamente Jesucristo– el más impresionante y venerado es el que se conserva en Turín. El papa Pío VII, gran devoto de esta reliquia, yendo de camino a París, pidió verla y para él se abrió la urna. Corre el año 1804.
En esta oportunidad es cuando nace el enigma que nos ocupa pues, hasta el momento, el santo lienzo había sido adorado con la pura devoción de los creyentes, sin hacerse preguntas. La verdad es que, desplegado y aun con luz de frente, en él era difícil distinguir a primera vista las supuestas improntas del cuerpo entero de Jesucristo de manera ventral y dorsal; aparecía con los pies en los extremos distales y gran cantidad de manchas, roturas y remiendos. En realidad, los que estaban demasiado cerca o a más de veinte metros no veían nada, ya que a lo borroso de la figura había que sumar el grueso cristal que la protegía… pero la fe se suele conformar con poco.
No así el abogado Secondo Pía, gran aficionado a la fotografía, que utilizó sus contactos eclesiásticos, especialmente el sacerdote salesiano Noguier de Malijav, profesor de Física en el Liceo de Valsálice, Turín, también interesado en recoger una foto de la sagrada imagen; para lograrlo, hubo de vencer la resistencia del rey Humberto I, que como jefe de la Casa de Saboya era el propietario legal del paño. El barón de Manno le convenció al fin de que no era impío el reproducirlo, ya que eso descartaría las malas copias que de él circulaban.
Pía era rico, y aunque esa vez el palio se expondría dentro de la oscura iglesia construida para albergarlo, no se amilanó e hizo poner una batería de focos eléctricos poderosos y trajo una máquina fotográfica que se deslizaba sobre rieles elevados por un armazón de madera, auxiliado por dos dínamos que luego presentaron fallos. El abogado fotógrafo utilizó filtros de vidrio esmerilado e instaló su laboratorio en la sacristía. El primer intento fue un fracaso, pues el calor de los focos era tal y la exposición necesaria tan larga, que se rompieron los filtros y los fieles por poco lo sacan a empellones de la iglesia ya que temían que todo ese aparato dañase a la reliquia. Decidió hacer un segundo intento regulando los focos de luz y trasladando el laboratorio a su casa. Esta vez tuvo éxito y luego de haber impresionado la placa, mientras sus ayudantes luchaban para desmontarlo todo, y con el recelo de los fieles curas y feligreses, él pudo revelarla bajo una lucecita roja.
Su estupor no tuvo límites. Las manchas eran en realidad un negativo en tamaño natural de un hombre barbado de aproximadamente 1,80 metro de alto, y en el revelado, lo confuso se volvía claro. El creyente abogado no tuvo dudas, según confiesa en su diario personal, de que veía por primera vez la Divina Faz, lo que nadie en diecinueve siglos había visto.
Este descubrimiento de un negativo de cuatro metros de largo, cosa aún difícil de lograr en nuestros días, por uno de esos enigmas de la psicología humana no impactó a nivel técnico, y todo se redujo a curiosidad por partes de los científicos de la época y “estar en otra cosa” para la gran mayoría de los intelectuales.
En la Italia de principios del siglo XX florecían las ideas de D´Annunzio, las de los anarquistas, marxistas, masones y la pesadez de un clero nada científico y demasiado numeroso. Luego, la Primera Guerra Mundial ocupó la atención de todos y su desastrosa posguerra sumergió a Italia en un mar de violencia y descontrol que acabó con el advenimiento del fascismo de Mussolini, mientras la Iglesia, con su proverbial sentido de la oportunidad histórica, firmó con él un concordato[1] cuyos restos aún rigen las relaciones entre el Vaticano e Italia. Eso, unido a la parodia que vivía la Casa de Saboya, hizo que en 1931, con ocasión de la boda del príncipe del Piamonte, se hiciesen grandes festejos oficiales, entre los que estaba la exhibición de la Sábana Santa. Giuseppe Enrie va a tomarle fotografías que, a pesar del cristal ahora antibalas, resultaron muy superiores a las anteriores. En 1933 se hizo otra ostentación con ocasión del Año Santo que rememoraba el XIX centenario de la muerte del Crucificado. Otra vez fue fotografiada y se produce un movimiento entre numerosos científicos, especialmente médicos que empiezan a distinguir ciertos prodigios en la confección de las imágenes. La asunción de Pío XI, fervoroso creyente en la Sábana Santa, ayudó a estas investigaciones, ya que todas apuntaban a certificar su autenticidad. La Segunda Guerra Mundial pondrá un paréntesis, y el propio lienzo, por orden de Pío XII, fue sacado de Turín, llevado a Roma y luego a un monasterio de la montaña, en secreto.
Acabada la guerra, el lienzo regresó a su iglesia de Turín. Bajo fuertes medidas de seguridad, dentro de varios cofres protegidos por barras de hierro y alarmas secretas, estaba envuelto en un rodillo de excelente madera. El cofre de plata, que es el más representativo, tiene tres cerrojos cuyas llaves están en poder únicamente del jefe de la Casa de Saboya, del arzobispo de Turín y del custodio de la Sábana Santa nombrado por el Vaticano. Sobre un altar de mármol sus cajas se exponen, con el lienzo dentro, para entre los que tiene fama de milagroso, sobre todo en cuestiones de salud. Los fieles no son pocos, sino más de tres millones de personas.
El escrito más antiguo del que disponemos, donde haya posiblemente una referencia a este u otro paño, es el Codex Sinaiticus o Códice Sinaítico, del siglo IV, depositado en el Museo Británico de Londres. Los versículos 3-8 del capítulo XX atribuidos al evangelista Juan, tienen 24 líneas que se refieren a cómo Pedro constató que la tumba de Jesucristo estaba vacía y los paños o envoltorios flácidos, cual si su contenido se hubiese escurrido de ellos. No hace mención a ninguna impronta ni figura. Es el manuscrito bíblico conocido más antiguo de la cristiandad. De otros fragmentos en lengua siríaca no existe probabilidad de mayor vejez, aunque el fiel cristiano crea, cuando lee el Nuevo Testamento, que este fue escrito por los Apóstoles a los cuales se les atribuyen. Claro que en cuestiones de fe, lo estrictamente histórico no importa. Mientras escribo este trabajo, recuerdo cuando niño responder a voz en cuello, al final de cada cita del Evangelio, la fórmula “Palabra de Dios”, aunque yo no tenía la menor idea de lo que estaba afirmando y sólo imitaba a mi abuela, una italiana con poca cultura y mucha fe.
Así, dejando lo estrictamente histórico de lado y entrando en lo mitológico, vamos a seguir una posible ruta de la Sábana Santa desde el Santo Sepulcro hasta Turín. Lo dejamos bien claro: esta ruta, en su primer milenio, es tan “histórica” como la de los Argonautas de Jasón, es decir, simples recopilaciones tardías y piadosas de creyentes.
La Sábana Santa, con las improntas visibles o sin ellas, fue recogida por Pedro como prueba de la resurrección de su señor. Existía entonces entre los hebreos el “tabú” de que no había que tocar, por impuros, los paños que hubiesen estado en contacto con un cadáver, y todos los discípulos de Jesucristo eran judíos que habían constituido una nueva secta, aunque sin renegar, por ejemplo, del Antiguo Testamento, la circuncisión, etc. Pero, a la vez, Jesucristo había iniciado una verdadera “revolución” cuando expulsó a los cambistas (mercaderes) del templo o sinagoga, que negociaban recibiendo moneda romana por otra sin rostro humano que acuñaban ellos mismos, más grata a los hebreos y con menor valor, pues en las monedas antiguas lo que valía era la “ley” y el peso. Además, fueron las autoridades religiosas judías quienes exigieron su muerte al procónsul Pilatos. Y eso no lo olvidaron los pocos “convertidos”, por lo que se llevaron la Sábana y la ocultaron en Jerusalén hasta los años 70 en que se la vuelven a llevar y la esconden, por temor al contraataque romano a la resistencia judía, en una muralla de Edesa, hoy Urfa en Turquía. Fue descubierta casualmente por otros cristianos en el año 525 y venerada. La doblaron dejando a la vista sólo la faz de Cristo y la llamaron Mandylion.
En el 994 el emperador de Bizancio la hace llevar triunfalmente a Constantinopla o, según otros, se la hicieron llegar secretamente.
Allí fue venerada en la Iglesia de Santa María de Blanquernas hasta el 1204, en que la Cuarta Cruzada, que aparentemente marchaba a la reconquista de Jerusalén, lo hizo realmente sobre el foco de resistencia del cristianismo ortodoxo, el Imperio Bizantino, que les dejó pasar por sus caminos creyendo que se dirigían al Santo Sepulcro. Mas si así lo creyeron las mesnadas, sus jefes tenía otras órdenes de Roma y, franqueadas las murallas de Constantinopla (entonces con casi un millón de habitantes), con la excusa de unas peleas nocturnas entre miembros del ejército cruzado y las patrullas policiales, se inició el saqueo de la enorme ciudad. Su espeluznante descripción no viene al caso, pero baste saber que del millón de personas, fueron muertas o dispersadas 900.000. La iglesia de Blanquernas fue defendida (¿?) por Otto de la Roche… y la Santa Sábana reapareció en Besançon, Francia, en manos, justamente, del anciano padre de Otto, cuatro años más tarde.
Dícese que, tal cual se había hecho desde el siglo VI al X, fue alquilada para envolver enfermos, o tocada por las manos de sus adoradores, que pagaban por ello.
El 19 de septiembre de 1356, los ingleses estaban a punto de ganar la batalla de Poitiers y apresar al rey de Francia. Pero su abanderado, Geoffrey de Charny, lo cubrió con su cuerpo y luchó denodadamente dándole tiempo a escapar a costa de su vida. Entre sus pertenencias se encontró un lienzo de 4.25 metros que se dijo era la Sábana. Su viuda, carente de dinero, cobraba ahora por exponerlo, pero los obispos locales se opusieron a ello, pues tal Síndone con la impresión de un cuerpo humano, no figuraba en los Evangelios que, obviamente, ellos suponían escritos en la época de Cristo. Los Charny ya no la expusieron ni supieron decir cómo había llegado la reliquia a sus manos.
Tal vez convenga recordar que era común en los cruzados, al regreso de Jerusalén, traer a Occidente numerosas reliquias, y que es probable que los judíos hayan creado una verdadera industria de “souvenirs” al respecto, pues, por ejemplo, si todos los trozos de la “Vera Cruz” traídos de Jerusalén fuesen auténticos, el artefacto hubiese sido más grande que la réplica que de la Cruz existe en el Valle de los Caídos, España, con 150 metros de altura. Todavía hoy, hace dos años, el abajo firmante vio “santas reliquias” en Jerusalén, como un clavo (de una galera turca), la jarra de las Bodas de Canaán (típicamente medioeval) y marcas y señales en donde se habrían apoyado Cristo, María y hasta Mahoma para subir el cuerpo carnal al Cielo. En Belén existe una estrella de plata en el suelo, en el “lugar exacto” donde nació Jesús… como decía el folleto explicativo. En verdad todas las religiones han adorado y adoran reliquias y objetos de culto. H. S. Ollcot nos cuenta que, a fines del siglo XIX, se encontraba en un monasterio budista donde se veneraba una descomunal muela de elefante, mostrándola como perteneciente al Tathagata. Al terminar la santa exposición, se acercó al monje y le dijo que esa no era una muela humana… El buen viejecito rió y le contestó: “Lo sé, pero más muela, más fe”.
Y en el Museo de Topkapi se muestran dos arcos de madera en perfectas condiciones y otros utensilios que, presuntamente traídos de La Meca, pertenecieron a Mahoma.
El cristianismo no fue excepción respecto a estas “reliquias” sino tan inclinado a ellas que ya en el siglo IV, los que no pertenecían a su credo, llamaban “osarios” a sus iglesias, según registra el diario del emperador Juliano.
Por fin, en 1453 se zanjó el problema de la Santa Síndone, al ser donada por una nieta de Geoffrey, viuda y sin familia, al duque de Saboya, tal vez a cambio de una pensión o mantenimiento de por vida.
En 1532, en un incendio declarado en la iglesia o capilla de Chambery, donde los Saboya conservaban el Lienzo, plegado en cuadros, en una urna de plata, éste fue seriamente dañado y salvado el último momento, bañándolo completamente en agua. Al extenderlo luego, se vieron los grandes agujeros y quemazones, reparados los primeros por piadosas monjas clarisas, que cosían los remiendos siempre de rodillas.
En este punto la historia desplaza a la mitología, como ocurre con la fundación de Roma o la guerra de Troya. Las menciones se hacen más precisas y son contemporáneas a los hechos o poco menos, y tanto es así que varios personajes de la época, entre ellos Calvino, se burlaban con fruición de la aparente capacidad de la Iglesia Católica de reponer lo que se perdía o se quemaba.
La Santa Síndone se vio afectada otra vez por el fuego, pero no se han recogido versiones de cómo fue. Sí se ve claramente que si lo plegamos, primero a lo ancho y luego a lo largo, presenta cuatro serie de agujeros coincidentes, en orden descendente de penetración, como si le hubiesen clavado un hierro candente. Esto debe haber ocurrido antes de 1516, porque algunas copias que se habían hecho, en base a pinturas, nos la muestran ya perforado de esa manera. De cualquier forma, las imágenes parecen enmarcadas por todas estas huellas, de modo que la impronta, sea lo que sea, no ha sido casi afectada. Por otra parte es de destacar que si la Sábana no hubiese sido llevada en 1578 de Chambery a Turín, habría sido quemada por los revolucionarios franceses, pues en Chambery quedó una réplica pintada que fue quemada con gran pompa por un “comité” a finales del siglo XVIII. Algunos dicen que fue un vidente el que aconsejó el traslado, pero lo más probable es que lo motivara el hecho de que la Casa de Saboya pasase a tener residencia en Turín.
Las fotografías obtenidas antes de la Segunda Guerra Mundial no fueron olvidadas y numerosos investigadores, algunos espontáneamente y otros en equipos apoyados por universidades, y por el propio Vaticano a través de algunos de sus funcionarios, realizaron notables estudios anatómico-forenses, además de estupendas fotografías en color, por ejemplo las de 1973. Pintores profesionales fueron contratados para que reprodujeran las imágenes en negativo, de manera que al pasarlas a positivo se viese algo parecido a lo que nos ofrece la Sábana Santa. Ninguno pudo lograrlo, y si algo hicieron, al revertir las imágenes, resultaron meras chapuzas comparadas con la perfección anatómica y expresiva del original.
Mientras que el arte tradicional representa un Cristo colgado en la cruz por clavos en las palmas de las manos, cosa que han descartado los profesionales médicos pues se ha comprobado con numerosos cadáveres que no es lugar lo suficientemente fuerte, la Síndone muestra los clavos en las muñecas, donde sus huesecillos, unidos con fuertes ligamentos, sí aguantan el peso de un hombre. También se comprobaron otras exactitudes anatómicas respecto a las demás heridas, detalles que sólo un gran cirujano podría conocer, como el hecho de que el nervio “medianum”, al ser rozado produce la flexión automática del pulgar… y en la Sábana Santa no se ven los pulgares.
Obtenidos los debidos permisos “estalló” la investigación, y desde 1973 a 1977 se emplearon los mejores medios. No pudiendo citarlos todos, lo haremos con algunos.
El Profesor Max Frei, del Laboratorio Científico de la Policía Suiza, ayudado por un microscopio electrónico, analizó el polvillo que había incrustado en el tejido de la Sábana y detectó cuarenta y ocho clases diferentes de polen. Algunos son de Palestina, otros de Siria y de Constantinopla. Interrogado sobre la vejez de los mismos, dijo no poder dar cifras exactas, pero que los de Palestina eran los más antiguos, probablemente del siglo I. En el Congreso Internacional de Turín, habiendo completado sus investigaciones, declaró: “Puedo afirmar, sin posibilidad alguna de ser desmentido, que la Síndone fue expuesta en Palestina hace 2.000 años”.
El etnólogo norteamericano Carlston S. Coon afirmó que “el hombre del sudario” es de un subtipo racial que aún se encuentra entre las nobles familias árabes y judías sefardíes. La barba y el pelo largo y enrulado son típicos de la moda judía, mientras que romanos y otros se rasuraban cuidadosamente y llevaban el pelo más corto. Numerosos patólogos y hematólogos han coincidido en que, aunque en las manchas de “sangre” no se encuentran rastros de ella (ni de ninguna otra substancia) el incendio que fundió el cofre de plata en 1532 pudo haber desreactivado la hemoglobina. A su vez, el gran microscopio electrónico descubrió polen de plantas halófitas, planta abigarrada que vive en las cercanías del Mar Muerto. También el paño, una sarga de tipo “espina de pescado”, fue comparada e identificada como hecha en las cercanías de Jerusalén en lino basto y en un telar manual del siglo I.
Ya en 1973, la televisión de Europa se conmovió cuando el papa Pablo VI dijo: “La Sábana Santa de Turín es la reliquia más importante de toda la historia de la Cristiandad”.
Colaboraron también expertos en la historia del arte. Ellos rastrearon la figura de Jesucristo hasta las más antiguas de las que disponemos, por ejemplo, el jarrón de plata de la ciudad siria de Homs: es del siglo VI y en él se ve un rostro frontal parecido al de la Sábana Santa; pero en pinturas murales muy dañadas, un siglo o dos anteriores, se representa a Cristo como un romano rasurado. Es posible que así se haya hecho en época de Constantino, cuando se trató de limar las diferencias entre los cristianos y el Imperio Romano. No fue muy difícil, pues los cristianos, en el siglo IV, ya estaban completamente alejados de los judíos y veían el Imperio más como una oportunidad de expansión y poder que como un enemigo. De todo ello se dedujo que los cristianos anteriores al siglo VI no habían podido ver la Santa Síndone… pero luego se dedicaron a copiar la faz que en ella se veía. No se puede asegurar tampoco esto, pues no hay referencia histórica alguna. ¿Acaso los viajeros a Constantinopla podían ver ya el Mandylion? ¿Es que el cuadrado Mandylion, con sólo el rostro a la vista, era en realidad la Sábana doblada? No lo sabemos.
Otro punto que se dedujo fue que, en la posible historia de la reliquia hay una laguna, entre el 1204, en que fue robada de Constantinopla, y su exhibición en Charny alrededor del año 1350. Una versión del siglo XIV comenta que los templarios, que tenían gran poder, dinero, conocimientos, bibliotecas y reliquias numerosas, poseían también el santo lienzo que colocaban sobre una placa o sobre una estatua. En 1307, el tortuoso rey Felipe IV el Hermoso, de Francia, utilizó este rumor para acusar a los templarios de adoración y herejía. Con el apoyo de Roma los exterminó. En marzo de 1314 dos de los últimos maestros templarios fueron quemados en una hoguera inquisitorial: uno de ellos, el Gran Maestre de la Orden, Jacques de Molay y el otro, el maestre templario de Normandía… Geoffrey de Charny. ¿Logró este esconder la Síndone y pasarla a un familiar, para que luego apareciese en manos de los Geoffrey, sus propietarios reconocidos en aquella época?
Es curioso que cuando los obispos franceses acusaron a los miembros de la familia de haber falsificado la Sábana, o bien que dijeran cómo había llegado a sus manos, éstos guardaron silencio. Muy poco antes de morir, como hemos dicho, Geoffrey de Charny había mandado erigir una pequeña iglesia en Lirey, cerca de Troyes, al parecer para que allí se venerara la Sábana Santa y tal vez proclamar dónde la había conseguido, ya que su buena fama le habría protegido de la Inquisición. Pero jamás sabremos la verdad sobre esto, ni sobre si los templarios, previendo que podrían perder la prenda, habrían mandado hacer copias. Lo cierto es que en 1951, en la demolición de un muro en Templecombe, Somerset, donde hubo una preceptoría templaria, se descubrieron restos extraños: era un panel cubierto con polvo fino de carbón donde se veía claramente a un hombre barbado, frontal, aparentemente idéntico al que vemos en la Sábana Santa. Desgraciadamente el vicario, en su ignorancia, lo lavó en su bañera con detergentes poderosos y hoy, casi totalmente blanqueado, se expone en la Iglesia de Santa María de Templecombe, ya inservible como testigo.
Los investigadores no se conformaron con esto y varios profesionales de la Academia de USAF[2] en Denver (Colorado) y científicos del Jet Propulsion Laboratory de Pasadena (California), utilizando sofisticados instrumentos de la NASA, llevaron la imagen de la Síndone a tres dimensiones, con lo que se descubrió que lo que parecían ojos saltones eran en realidad párpados cerrados por sendas monedas pequeñas cuyas características coinciden con unas utilizadas en la Palestina del siglo I.
Los técnicos de la NASA hicieron otras afirmaciones:
El físico John Jackson y el especialista en aerodinámica Eric Jumper utilizaron el analizador de imágenes VP 8, que se aplicó en programas espaciales sobre la Luna y el planeta Venus.
Aunque todo lo mencionado no es prueba contundente de que la Sábana Santa haya envuelto el cuerpo de Jesucristo, ya que flagelaciones, castigos y crucifixiones eran la manera de ejecutar a los que se alzaban contra el Imperio Romano o contra alguna de sus partes legalmente reconocidas, aparecía como innegable que la Síndone era del siglo I, de la zona de Judea y que presentaba características físicas inexplicables. Sólo faltaba por aplicar, por lo menos públicamente, el método del carbono-14, pues éste requería fragmentos de la reliquia.
Pasan once años y estamos a mediados de 1988. La Iglesia permite que se corten a la Síndone varios trozos pequeños, no mayores que un sello de correos, y se hagan analizar en laboratorios de Zurich, Tucson y Oxford, con las máximas medidas de seguridad, mezclados con otros testigos diversos de manera que ni los mismos investigadores supiesen, según fuentes vaticanas, cuáles correspondían a la Sábana. El día 15 de octubre se da un veredicto oficial a través del cardenal de Turín, Anastasio Ballestero, en presencia del portavoz del papa, el español Joaquín Navarro Valls. Se dice que: “Según los informes científicos, la antigüedad del tejido se sitúa, con un índice de rigor del noventa y cinco por ciento, entre los años 1260 y 1390 d.C. A pesar del “terremoto” psicológico, la Iglesia ha sabido guardar serenidad y declarar que no se había podido establecer cómo se formaron las figuras y que la Santa Síndone debía ser venerada como “Icono de Cristo”.
Se resaltó que el papa Clemente VII, a fines del siglo XIV dijo que la Sábana Santa era una pintura; claro que se obvió que otros varios papas, algunos tan cercanos como Pío XI y Juan XXIII, habían creído en su autenticidad… y la Sábana no tiene pintura.
No faltó quien afirmara que al reconocer que la Santa Síndone era tan sólo un objeto de fe, como podrían serlo un cuadro o un crucifijo vulgar, se demostraba la nueva singladura de la Iglesia, su decisión de hacer prevalecer en todos los casos la verdad y que los Evangelios habían salido reforzados como verídicos testigos de la muerte y resurrección carnal de Cristo, ya que en ningún sitio mencionaban la Sábana Santa con su imagen.
Por otra parte, los Evangelios hoy conocidos fueron promovidos sobre muchos otros por un curioso proceso “milagroso” y no son históricamente del siglo I, pues ni siquiera los menciona Filón de Alejandría (30 a.C. – 50 d.C.), de origen hebreo, y que nos dejó un muy interesante y extenso material. Es evidente que la existencia de Jesucristo no está refrendada por ningún historiador del primer siglo, lo que indicaría –en la presunción de que haya existido, dadas las repercusiones que siglos más tarde tendrían sus doctrinas–, que para sus contemporáneos no tuvo la importancia suficiente como para ser historiado. Y recordemos que en la época de Jesucristo, Filón vivía en Jerusalén. Por otra parte, los cuatro Evangelios han sido tocados y retocados muchas veces y sus versiones más antiguas están en lengua griega… que evidentemente no era la que hablaban los Apóstoles, salvo Pablo. En una de nuestras bibliotecas de España existe un ejemplar de la Biblia del siglo XVII que presenta muchos renglones tachados con vitriolo. Si en trescientos años hubo cambios… ¿cuántos no habrá habido con el correr de varios siglos? Por lo tanto, que la Síndone sea auténtica o falsa no tiene que ver con los Evangelios, de los cuales tampoco está probada su antigüedad. Y tampoco se ha probado científicamente la existencia de Cristo.
No valen las excusas sino los hechos, y estos son verdaderamente misteriosos. Hace once años se demuestra que la Sábana tiene veinte siglos de antigüedad, y ahora que tiene seis. Todas las pruebas son científicamente válidas… pero se oponen. Desde luego, o hay un fallo en las pruebas o en las personas que las manipulan. O nos han mentido en 1977 o nos mienten ahora, o lo hacen en ambas ocasiones. Lo único imposible es que los dos grupos de pruebas sean verídicos, dada su contradicción.
¿Qué nos esconde la Sábana Santa?, o ¿nos esconden algo sus propietarios? No lo sabemos. En nuestras consultas de opinión hemos recogido muchas versiones, desde un silencio cómplice ante el descubrimiento de que Jesucristo era un extraterrestre, hasta el que los templarios la hayan fabricado, tal vez a semejanza de otra anterior, sobre una estatua hueca, antropomorfa, metálica, que pudiese ser calentada homogéneamente desde dentro. Todo es posible, pero todo es incierto e improbable.
El que se creyó el más formidable testigo de la existencia y pasión de Jesucristo ya no lo es… sin dejar de serlo. Algo, muy importante, se esconde en la Sábana Santa.
Bibliografía básica
Notas
[1] El autor se refiere a los Pactos de Letrán o Pactos lateranenses.
[2] Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos de América.
Créditos de las imágenes: Butko
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