Historia

Nuevas consideraciones sobre los bronces de Riace

El 16 de agosto de 1972, Mariottini, un químico de Roma que estaba pasando sus vacaciones en Calabria junto a sus familiares, se colocó los implementos de bucear. Aparentemente era un día como cualquier otro.

En una pequeña barca, con otros dos compañeros, se alejó unos 300 metros de la orilla y se lanzó al mar. Llevaba un fusil submarino por si aparecía alguna presa digna de un disparo y una inquietud subconsciente sembrada en él por un amigo que había recuperado en el estrecho de Messina algunos bronces griegos de factura corriente. A una profundidad de unos 7 a 8 metros vio un brazo y prontamente emergió con la noticia, pues tuvo la impresión, cubierto como estaba de excrecencias marinas, de que pertenecía a un desollado cadáver. Con la ayuda de los otros constató que se trataba de una estatua e incluso apartó todo lo que pudo la arena que en gran parte la cubría, y recordando los consejos de su amigo arqueólogo-submarinista se apresuró a señalizar el hallazgo. En las cercanías, los buzos encontraron otro ejemplar de bronce en semejantes condiciones.

Inmediatamente fueron informadas las autoridades policiales para que vigilasen el hallazgo y los arqueólogos del Museo Nacional de Reggio Calabria.

Bajo la protección de los carabineros, el 20 y el 21 del mismo mes, los arqueólogos extrajeron de su sueño de milenios dos colosales figuras en bronce que presentaban las características de una larga inmersión. En un primer instante se las clasificó como griegas, de la época de esplendor clásico y de una importancia equivalente al “Poseidón” del Museo Nacional de Atenas o del “Auriga” de Delfos.

Transportadas muy cuidadosamente a los laboratorios de Reggio Calabria, sus primeros curadores fueron los especialistas Spinella y Violi. Las concreciones calcáreas eran de tal grosor, así como los restos de conchas adheridos, que el primer trabajo fue el paciente y cansador del bisturí; en estos casos el restaurador se pasa horas conteniendo casi el aliento mientras la hoja fina, elástica y afilada va desprendiendo lentamente lo que es ajeno a la pieza arqueológica en sí. Generalmente se trabaja con guantes y antiparras protectoras de los ojos, y cada pocos segundos una perilla de goma, o más frecuentemente el propio e instintivo aliento, es el que despeja la zona operatoria del polvillo blanco calcáreo. A pesar de los adelantos actuales, en esa primera fase, lo artesanal prima y vale tanto la habilidad como el amor puesto en la tarea.

Al mes del descubrimiento ya se mostraron las primeras diapositivas y fotografías del hallazgo y de las estatuas a los participantes del 12.º Congreso de Estudio sobre Magna Grecia, en Tarento. Los científicos no dudaron sobre el valor extraordinario del hecho y clasificaron las dos obras como excepcionales muestras de la alta estatuaria religiosa del siglo V a.C. en Grecia. Más tarde surgirían, como veremos, otras teorías sobre la posibilidad de un taller local de la misma cultura griega.

El Centro Experimental de Arqueología Submarina, el 18 de noviembre de 1972, realizó la primera prospección del área del hallazgo y la balizó convenientemente, reforzándose la vigilancia policial de la zona. Llamó la atención el no hallar en el sitio o aledaños los restos de la nave que habría transportado hasta allí las pesadas estatuas y empezaron a surgir los enigmas. ¿Eran provenientes de un naufragio y jamás llegaron a tierra? Por el contrario, cuando la caída del mundo clásico, ¿alguna barca pirata los llevaría a fundir y se hundió? ¿Fueron arrojados por la borda para evitar un naufragio? ¿Habían desfondado la misma nave que los llevaba? Pero en cualquiera de estos casos…, ¿dónde estaba la nave? ¿Es que había podido sobrevivir a un supuesto temporal?

En agosto y septiembre de 1973 se realizó una búsqueda intensiva y se encontró un fragmento de la empuñadura de una de las estatuas, la llamada “A”, y 28 piezas en forma de aros de plomo que se supone corresponden al cordaje del velamen de una nave. Pero nada más. El enigma sigue en pie. Lo único que parece probable es que la nave no se hundió con los colosos sino que prosiguió su singladura desarbolada, no sabemos por cuánto. Aunque tampoco esto es seguro, pues si se trataba de una barca relativamente pequeña, sus restos pueden haber desaparecido tragados por la arena del fondo y dispersados por la acción de las corrientes y de las mismas olas, dada la poca profundidad en que se habrán visto los restos en mareas excepcionalmente bajas.

Las estatuas fueron registradas bajo los números 12801 y 12802 en el Museo Nacional de Reggio Calabria. Vulgarmente son llamadas “A” y “B”.

La primera representa a un hombre joven, completamente desnudo, de cuidada barba y cabellos con bucles que desbordan hacia abajo una cinta, la que mantiene tensos los cabellos del occipucio. Su brazo izquierdo está en actitud de sostener un desaparecido escudo y el derecho cae al costado con su mano en tal forma que sugiere haber portado una lanza o una espada. La expresión de su rostro es una combinación casi mágica de fiereza y de noble bondad protectora.

La segunda reproduce a un hombre más maduro, reposado y sereno. También está desnudo. Su cabeza aparece deformada, pues llevaba con toda seguridad un yelmo hoy desaparecido, y se la había adaptado a la forma del casco. Su barba es más lacia y su pelo menos ensortijado y menos abundante. La posición general del cuerpo es parecida a la de “A”, reteniendo su brazo izquierdo también restos del escudo, y el derecho la mano en la característica posición de sostener una lanza en los momentos previos a su uso, simplemente en atención, o una espada.

Las imágenes estaban, en un primer momento, casi irreconocibles, pues por ejemplo la llamada “A” tenía el rostro completamente cubierto de restos marinos. A medida que estos desaparecían se pudo comprobar que la estatua “A” mantenía los dos ojos en sus órbitas aunque dañados en el lugar de las pupilas, y que la “B” carecía completamente de uno de ellos, si bien en compensación, el otro podía considerarse como entero.

Poco a poco se revelaron los materiales con que estaban construidas: bronce los cuerpos y cobre los labios y las tetillas. La “A” conserva los argénteos dientes, y ambas, las pestañas de plata. La “B” mide 2 metros de altura y la “A” 1,98. Se las clasificó como contemporáneas de Pericles, en ese tremendo y maravilloso “Siglo de Oro” que vio a Sócrates beber su cicuta antes que exilarse, y a Platón fundar su Academia, continuación mistérica y filosófica de la Escuela de Crotona que crease Pitágoras. Agladas, Calamis, Policleto, Fidias, Mirón, Alcamenes hacían surgir de su espiritual visión de los Dioses estatuas como jamás el hombre pudo volver a hacer, y sí tan solo copiar en época romana.

Ante tales evidencias el gozoso asombro creció y se pensó que, para restaurarlas más finamente, dado que esas obras eran de tal envergadura que constituían ejemplares únicos y patrimonio de la Humanidad entera, había que trasladarlas a Florencia, la vieja Firenze de los artistas del Renacimiento. En enero de 1975 estaban ya en los sofisticados laboratorios, bajo la dirección general de Francesco Nicosia, Superintendente de los Bienes Arqueológicos de la Toscana.

Con ambas estatuas se utilizaron ultrasonidos, martillitos neumáticos, baños especiales (Método B 70) y tratamiento de Benzotriazol en áreas limitadas. Como los rayos “X” y “gamma” detectaron procesos de oxidación interna, fueron sometidas a lavajes interiores. Se trató de utilizar la órbita vacía de la “B” y también un pequeño orificio en la zona occipital de la misma. La “A” presentaba un agujero en la cima de la cabeza. Fueron removidos unos cilindroides de plomo que tenían en los pies y que los fijaban a algún tipo de pedestal. Con todo esto se logró desalojar casi todo el contenido extraño y alejar, si bien no definitivamente, el peligro de la corrosión en algunas partes interiores. La inmersión reveló que la estatua “B” presentaba diversas porosidades y micro-orificios. Durante dos años estuvieron bajo control constante. En algunas partes se les aplicó Paraloid B 72 como protector. Luego de cinco años abandonaron los laboratorios, habiendo recuperado en buena parte sus aspectos originales, pues hasta el ojo de la estatua “B” compuesto de marfil, pasta de vidrio, calcárea y ámbar para la pupila, fue totalmente reconstruido con los mismos materiales originales que se habían hundido en la cuenca.

En Florencia fueron brevemente expuestas y también en Roma; hoy descansan y asombran al viajero en el Museo de Reggio Calabria, frente al mismo mar donde fueron halladas.

Aún quedan muchos enigmas.

Uno de ellos es el taller del cual provienen, pues su ejecución magistral no puede haber surgido de uno sin fama e importancia. “Le Figaro Magazine” ha reproducido fotografías que revelan hasta dónde son estas estatuas unos modelos perfectos desde el punto de vista anatómico. Se ven naturalmente los músculos, venas y tendones de los pies, que revelan la tensión del que está por dar un paso. Tanto, que se destaca una vena presionada por la posición expectante. Los labios y aun el paladar de “A”, son de una perfección tal que parecen los de una persona viva. Al contemplarlos vemos el retroceso del arte escultórico de nuestro tiempo ante estas joyas de una irradiación psicológica inimaginable y de una belleza tal, que una rama del Movimiento Feminista Italiano protestó ante la exposición sosteniendo que al mostrar tanta belleza bajo forma masculina se denigraba de alguna manera a la mujer. Mientras los bronces estuvieron en el Quirinal de Roma, cientos de miles de personas los vieron bajo el acicate de los guardianes que hacían marchar constantemente a los admiradores. Cosa parecida había pasado en Florencia. Los especialistas no se pusieron de acuerdo sobre la escuela de estatuaria de la que provienen los colosos. Sí de la época de la que provienen: mediados del siglo V a. C., y que su ejecución ha sufrido la influencia de la Escuela de Fidias.

Otra incógnita es a quiénes representan las imágenes metálicas. En un principio se pensó que a los Dióscuros, y tal vez la idea original devenga de esa unidad-dualidad que recordaban los hijos de Leda y Zeus. Pero posteriormente fue descartada esta posibilidad, pues a los Dióscuros –que entre muchas otras cosas representaban el día y la noche– se los figuraba como eternamente jóvenes, frecuentemente a caballo –como los Azvins indos– y de la misma edad. Los “Bronces de Riace” repiten los rasgos de dos hombres de diferente edad; el más joven de unos 23 a 25 años, y el más viejo cercano a los 40.

Una hipótesis de poco sustento, pero asimismo de difícil réplica, es que Fidias o quien fuese su autor, quiso inmortalizar a dos atletas guerreros; dos héroes ocasionales, de tal vez gran popularidad en su momento. Los dedos de los pies de las estatuas estaban ligeramente deformados por la presión de sandalias de guerra.

Precisamente en la zona de Reggio Calabria existió un afamado Taller de Estatuaria dirigido por un tal Pitágoras de Regio, llegado de Samos en el 480 a. C. y que trabajó en esa región más de 30 años. Se sabe que en el 448 a. C. hace su última estatua de un vencedor de los Juegos Olímpicos. Pero los tetones de plomo con que estaban sujetos por los pies a sus pedestales indican que, en época romana, posiblemente siglo II o I a. C., las imágenes broncíneas fueron fijadas para una reutilización. Si hubiesen sido representaciones de simples héroes locales o atletas, muy difícilmente habrían podido ser exaltados por el reconocido ecumenismo romano, ni las gentes de ese entonces hubiesen entendido su significado.

Una teoría que, en el momento en que escribo, se está haciendo fuerte, es que las estatuas representan a “los dos Áyax”. Dada la extraordinaria calidad de los colosos, confeccionados con detalles tan cuidadosos como el tener un aro de cobre incrustado en las tetillas y pestañas de finísima plata, es lógico pensar que a Dioses o Héroes debían referirse y que tendrían un significado religioso, no solo para un griego del siglo V a. C., sino también para un romano del tiempo de la expansión de la República Romana hacia su destino de Imperio.

El problema que se nos presenta es que estos Áyax fueron tan importantes y populares, que hay muchas versiones de ellos, de diferentes épocas. Ocurre algo así como en la actualidad con Santiago de Compostela, donde el recuerdo del Apóstol se mezcla con mitos celtas, nórdicos y aun, en Santiago “mata-moros”, con las sagas de la Reconquista iniciada por don Pelayo.

Homero nos habla precisamente de dos Áyax: el uno, hijo del rey de Salamina, Telamón, amigo de Hércules y famoso Argonauta. Por su avanzada edad no tomó parte en el sitio de Troya, pero envió a su hijo, de su mismo nombre, el que, después de Aquiles fue el más valiente entre los que luego se llamaron “griegos”. Este Áyax sufrió de locura frente a Ilion y se suicidó con su propia espada. La leyenda posterior quiere que vague como fantasma y tenga la posibilidad de penetrar en el cuerpo de un hombre, desalojando el Alma que le es natural, para convivir así con los vivos. También se decía que utilizaba, frecuentemente, cuerpos de leones. Según Ovidio fue convertido en flor y lo emparenta o identifica con Jacinto. Ulises, que había perdido sus armas durante una tempestad, según narra una versión posterior, las había hallado milagrosamente sobre la tumba de Áyax.

En la misma epopeya troyana se habla de los dos Áyax de otras maneras, diciendo que padre e hijo –¿son ellos nuestros “Bronces de Riace”?– combaten frente a las murallas, siempre juntos. Se los señala como muy fieros en la pelea y sobre todo al hijo, como muy irascible y altivo.

Esta teoría es sostenida por el profesor Paribeni. Y en su ayuda está el hecho de que se les haya rendido culto en muchos santuarios de la Antigüedad. La misma Calabria estaba, en época helenística, bajo la protección espiritual de estos héroes y se decía que se habían aparecido en la batalla de Salamina en favor de los griegos.

Es posible que jamás sepamos a quiénes representan estas maravillas extraídas del mar ni a qué genio de la estética debemos su concepción. Pero el hallazgo en sí es extraordinario y la recuperación de los bronces, portentosa, debiendo felicitar a todos los curadores y arqueólogos que han intervenido en ella. También es grato aclarar que, aunque mis colegas suelen fustigar crudamente a los arqueólogos aficionados y buscadores de tesoros, debemos reconocer que gracias a ellos y a otros buscadores fortuitos como el mismo Mariottini, tenemos las más fenomenales muestras del pasado. Desde la Venus de Milo hasta la caverna de Altamira. Muy pocos han sido los hallazgos realmente valiosos logrados por los profesionales, siendo el más importante de todos el “Tesoro de Tutankhamón”, aunque aun en este hallazgo ayudó finalmente más la casualidad que la ciencia de la prospección. Sé que las críticas se basan en la frecuente depredación que estos aficionados hacen en sitios arqueológicos y en la venta de piezas con las cuales se pierden muchos testimonios de sus hallazgos. Pero en un mundo donde el presupuesto para “arqueología de campo” es tan exiguo y las burocracias y politiquerías lo contaminan todo, paralizando las obras más empeñosas, tentados estamos de agradecer también a los “espontáneos” que se arrojan a la arena del “ruedo arqueológico” y aun a los que trafican piezas arqueológicas, pues gracias a ellos se enriquecen muchos museos y muestras de humilde condición, mientras en los depósitos de los grandes museos se pudren y aplastan miles de objetos, muchos sin clasificar y sin mantenimiento en lo que va de siglo.

Desde un punto de vista pedagógico y hasta cultural, hubiese sido teóricamente más conveniente que los famosos bronces hubiesen permanecido en la Ciudad Eterna, visitada por millones de turistas y excelentemente comunicada con todo el mundo, más que en el Museo de Reggio Calabria, obviamente menos frecuentado.

Hay, sin embargo, un factor en favor de ese traslado, aparte del sentimental referente al hallazgo en esa localidad y del histórico de la probabilidad de que en las cercanías hayan estado emplazadas en algún santuario, por lo menos en época romana. La capital de Italia sufre un mal que está hoy muy extendido entre las grandes urbes europeas: la extremada politización burocrática. Esto podría en un futuro próximo haber afectado a la conservación de los “Bronces de Riace”. La prueba está en el Museo de la Civilización Romana, donde está la maqueta más perfecta de la Roma antigua; durante los últimos 36 años el museo quedó tan abandonado y mal cuidado que han tenido que separar la fenomenal maqueta del público, ya que cada visitante se llevaba una casita o diminuta estatua. Otras muestras presentan daños, cuando no “pintadas” políticas. Cada vez hay menos tarjetas, libros y diapositivas a disposición del público.

Eso sí… lo que abundan son los grandes proyectos.

El periódico “Il Tempo” ha tenido la graciosa idea de festejar cada cumpleaños de la empalizada “provisoria” con que la Municipalidad de Roma empezó a recubrir la gran columna votiva de Marco Aurelio, en Piazza Colonna.

Tal vez el que esos irrepetibles bronces hayan regresado a Reggio Calabria, los ha salvado de futuras “curaciones”, enfundados años y años bajo plásticos, esperando un presupuesto que nunca llega o la decisión imposible de aquellos que han hecho de la retórica vacía un parlamentarismo legal.

Allí, en Reggio Calabria, ya están majestuosamente implantadas estas muestras de un mundo infinitamente más bello que el nuestro y de unos hombres o héroes que sabían el perdido arte de sonreír orgullosamente ante la adversidad o mantener una actitud digna en el combate y en la paz.

He visto personas del pueblo llano, en presencia de esos prodigios de belleza, elevar musitadas plegarias como si ante santos se encontrasen, más allá de las diferencias sectarias que dividen la Humanidad. Esperemos que una civilización más espiritual que la nuestra, pueda recoger íntegro el Mensaje de estos maravillosos testigos de aquellos artistas que plasmaban los enigmas en cánones armónicos con ojos de ámbar y pestañas de plata.

El autor de este artículo agradece a Nueva Acrópolis de Italia la colaboración brindada para que este humilde trabajo saliese a la luz en ocasión de mi último viaje a Roma.

Créditos de las imágenes: Jacopo Werther, AlMare

JC del Río

Ver comentarios

  • TUVE LA FORTUNA DE VISITAR EL MUSEO DE REGGIO CALABRIA EN EL AÑO 2001 Y HE QUEDADO MARAVILLADA CON LAS ESTATUAS DE BRONCE . AGRADEZCO SU COLABORACION EL HABER COMPARTIDO EL RELATO .-
    VIN

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