Nicolás Cryfts – o Krebs – nace en Kues (Cusa), en la ribera del río Mosela, región de Tréveris, actual Alemania, en 1401. Su padre, Johan Cryfts, un rico naviero, muere en 1451 y su madre, Catherina Roemer, en 1427.
En 1432 se inicia su actividad política y diplomática, al acudir al concilio de Basilea como representante de su obispo, con la misión de lograr la reforma del calendario y propiciar la unidad política y religiosa de la Cristiandad. En 1437 entra al servicio del Papa Eugenio IV, el cual le envía como legado papal a Constantinopla, con el fin de preparar el próximo concilio de Ferrara y lograr la asistencia del emperador Juan Paleólogo, el patriarca de Constantinopla y un numeroso grupo de obispos, con vistas a la unificación de las iglesias católica y ortodoxa, lo cual se logró por un breve tiempo. En aquella comitiva se encontraba también Jorge Gemistos Pleto, promotor de la orientación neoplatónica de la Academia florentina. Durante su breve estancia de dos meses en la capital del imperio bizantino descubre manuscritos griegos de San Basilio y San Juan Damasceno. En 1438 se encuentra en Ferrara informando al Papa y más tarde tomando parte activa en el concilio de Florencia.
En los años que siguen desarrolla una actividad intensa como enviado papal a diversas dietas alemanas, predica la cruzada contra los turcos, reforma iglesias, monasterios, hospitales, intenta que los herejes husitas regresen al seno de la Iglesia, y al mismo tiempo lleva a cabo misiones delicadas de alta política como la pacificación de las relaciones entre Inglaterra y Francia. Como diría de él el abad alquimista Trithemius “por todas partes aparecía como un ángel de luz y de paz”.
En 1448 el Papa le nombra cardenal, si bien rechaza tal honor, al cual le obliga el siguiente Papa, Nicolas V, asignándole la iglesia de San Pedro Ad Vincula en Roma y destinándole a la diócesis de Brixen. Al hacerse cargo de dicha misión se ve envuelto en conflictos políticos con Segismundo, duque de Austria y conde del Tirol, el cual llega a encarcelarle, y fuerza la renuncia del Cusano, haciéndose acreedor de la excomunión papal.
A pesar de su carácter pacificador y de haber resuelto tantos litigios a lo largo de su vida, no pudo ver la paz en su propia diócesis, que se produjo dos años después de su muerte, ocurrida en 1464 en Todi, Umbría, cuando cumplía una nueva misión enviado por el Papa Pío II. Su cuerpo yace en su iglesia de San Pedro ad Víncula de Roma, pero su corazón fue depositado ante el altar del hospital de Cusa, fundado por el cardenal con su herencia familiar y receptor de su importante biblioteca y materiales científicos. Deventer, la ciudad de sus estudios juveniles, también recibió la “Bursa cusana”, dotación para financiar los estudios de jóvenes seminaristas pobres.
Su intensa vida de acción no le impidió componer una extensa obra que puede ser clasificada en cuatro apartados:
Nicolás de Cusa es considerado precursor de la nueva filosofía del Renacimiento, calificada como “moderna” o pre-moderna. Giordano Bruno se consideró discípulo y seguidor del cardenal cusano.
Retoma la idea de la evolución cosmogónica, para la cual Dios, en lugar del motor inmóvil y omniperfecto de la Escolástica, se basa en el movimiento, que también emplea para sus relaciones con el mundo.
El mundo es evolución divina, por lo que cobra mayor importancia.
Por último, el hombre muestra vestigios de Dios y del movimiento en la esencia de su capacidad cognoscitiva. Estos elementos, el valor del mundo y del hombre pasan a ser esenciales en la filosofía renacentista que entonces despuntaba.
En cuanto a su Teoría del Conocimiento, distingue cuatro grados: los sentidos, que proporcionan imágenes confusas e incoherentes; la razón, que las diversifica y ordena; el intelecto, razón especulativa que las unifica; y por último, la contemplación intuitiva, que permite la comprensión de la unidad de los contrarios.
Podemos resumir las proposiciones filosóficas que se encuentran en sus obras:
En su obra se encuentran antecedentes de la idea de Giordano Bruno sobre el infinito, simbolizada en la frase “Dios es una esfera cuyo centro se encuentra en todas partes y la circunferencia en ninguna” afirmación que se encontraba ya en un tratado hermético del siglo XII, titulado “Liber XXIV philosophorum”, de Clemens Bacumker.
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