Al escoger este tema y enfrentarme con la tarea de enfocarlo, me percaté de lo extenso que resultaría, aun restringiéndolo al aspecto simbólico y dentro de un período de tiempo que no profundizase en las raíces célticas, escandinavas o germánicas de la tradición, ni tampoco se extendiese más allá del siglo XII en las varias interpretaciones y nuevas versiones que aparecieron hasta el siglo pasado con las óperas de Wagner.
Sin embargo, he tenido que ceder a la tentación de detenerme en alguna de estas consideraciones, debido a la enorme importancia que su claro simbolismo adquiere para el compromiso de transmisión que tenemos hacia las nuevas generaciones.
En verdad, Arturo, “El Rey que fue y que volverá” –como lo nombra la tradición– no solo se constituyó en un emblema perenne de británicos, galeses, irlandeses y aun franceses, sino que representa las íntimas aspiraciones de todos los seres humanos y vive desde siempre en nuestros sueños, como Merlín vive en los de él. Todos intuimos una época remota en que los prodigios, la magia y la aventura esperaban a todo hombre que, armado de sus virtudes caballerescas y la osadía necesaria para enfrentar las muchas dificultades que se ocultan en lo oscuro de los bosques o en lo profundo de los lagos y ríos, se lanzara en pos de la gran aventura, la hazaña mayor, el conocimiento de sí mismo, la búsqueda del Grial.
Tal como se menciona en la introducción, el ciclo en sí está constituido por una serie de interpolaciones tanto literarias como tradicionales, provenientes de fuentes diversas y que se remontan a épocas arcaicas, sobre todo en lo que se refiere al Grial. Para poder dar coherencia al relato debemos separar estos elementos y circunscribirlos en sus probables épocas de origen. Cabe dejar claro que digo probables, porque no existen argumentos históricos contundentes para afirmar –o negar– la existencia de Arturo y sus caballeros o la de los otros personajes que forman parte de la leyenda.
Lo más concreto que tenemos de él son ciertos datos que nos llevan al siglo V, en la actual Gran Bretaña, y que hacen referencia a un caudillo militar bretón llamado Arthur o Arthus, que habría comandado un ejército de hombres con el propósito de defender la Bretaña contra los invasores anglosajones. De ello se pueden inferir algunas especulaciones, cómo se mostró destacado por su valor y cualidades militares, que le hicieron digno de pasar a la posteridad y ser elevado más tarde a la categoría de rey.
La mención más concreta es atribuida a un monje galés llamado Nennius, quien escribió su Historia Brittonum a mediados del siglo IX, relatando las duras contiendas entre bretones y anglosajones, en las que enumera doce batallas conducidas victoriosamente por Arthur, haciéndole sucumbir en la última de ellas, la de Mons Badonicus (Monte Badon), sólo cuando el número de enemigos era muy superior por la llegada de refuerzos desde el continente.
Otro texto del siglo X, llamado Annales Cambriae y que contiene materias varias, recuerda la participación de Arturo en estas batallas, y especialmente en la última, en que hace morir a Arturo y a Medraut, el traidor, que es seguramente Mordred, el sobrino usurpador. En estas batallas se le menciona transportando un símbolo que se ha interpretado como cristiano posteriormente (la cruz o una cruz, o la Virgen María). Quizás otro dato en su favor es la existencia de varios britanos de los siglos VI y VII que llevaron el nombre Arthur, bastante raro en la onomástica isleña.
Por otro lado, en la tradición literaria galesa (que se hunde, a su vez, en los mitos célticos, que provienen legendariamente de una mítica raza semidivina llamada los Tuatha de Dannan, que habrían arribado en épocas remotas a las costas de Irlanda provenientes de la Atlántida tras las luchas contra los hombres oscuros y ante el inminente hundimiento), Arturo es un héroe mitológico partícipe de aventuras que tienen mucho de simbólicas, como la búsqueda del Caldero Mágico (el Grial) en la Ciudad de los Muertos, haciendo un viaje en barco a través de mares tormentosos y un sinfín de dificultades.
En estas leyendas su nombre se relaciona con el dios Bran, señor de la guerra y el valor, y protector de los bardos y juglares. La raíz de su nombre es el celta Arddu, que significa oscuro o moreno (bran-bown), que es característica de esta divinidad, emparentada con el cuervo y la urraca, los que también se emparentan con Wotan u Odín, el señor del Walhala.
Hay un singular parecido entre la muerte de Arturo y su viaje a la isla de Avalón custodiado por las hadas, y el ocaso de los dioses y la participación de las valkirias, que transportan a los guerreros caídos en batalla. A su vez, el insigne filósofo y simbolista Mario Roso de Luna, cuando hace comentarios a los textos artúricos en sus libros, invierte su nombre haciéndolo provenir de Suthra (Arthus) o “el hilo de oro”, emparentándolo con la raza de los héroes, hijos de dioses y hombres, y también de Arktos, “osa”, y Ouros, “guardián o conductor”, vinculado así astrológicamente con la constelación de la Osa y con el papel de “conductor de la Vaca” o conductor del carro del Sol, y en ese rol se lo asocia a Armario, el Mercurio céltico, rey de Oberón en la isla de Avalón o isla de los ancianos, la famosa isla sagrada de la tradición ocultista de todas las culturas antiguas.
No es sino hasta la aparición de la Historia de los reyes de Bretaña, del poeta galés Geoffrey de Monmouth, en 1136 (probablemente basado en relatos y tradiciones orales cantadas por bardos y juglares que pasaron al continente a partir de 1066, tras la batalla de Hastings, en la que Guillermo el conquistador, duque de Normandía, concreta la conquista normanda en Inglaterra y permite este intercambio de tradiciones), que Arturo se transforma en “el Rey que fue y que volverá”, “la esperanza bretona”. Señor omnipotente, pacificador de Inglaterra, hombre noble, cortés y heroico, que otorga a su pueblo prosperidad, abundancia y justicia, a la vez que unifica a los caudillos militares en una corte esplendorosa ubicada en la mítica Camelot o Caerleón, pletórica de prodigios y maravillas, reinando para todos y encomendando a sus nobles y errantes caballeros mil desafíos.
Es muy probable que este poeta se inspirara en Enrique II y la dinastía Plantagenet, relacionando la leyenda con los hechos de armas y la corte de Enrique, con el objeto de demostrar gratitud hacia su protector. En esta historia se hace provenir a Arturo de Aurelius Ambrosius, famoso general de origen romano que habría gobernado la Bretaña en los primeros siglos, y que deposita el reino en su sucesor Uther Pendragón. En esta historia ya menciona Geoffrey a Merlín y la corte de Caerleón o Camelot.
A este intento se suman los de R. Wace, que vierte al romance francés para la corte de Enrique II (siglo XII) un libro titulado Román De Brut (el antecesor de Aurelius Ambrosius), y que extrayendo nuevos elementos de las tradiciones galesas, incorpora la famosa Tabla Redonda y la floresta de Broceliande, donde habita el mago Merlín.
También cabe destacar a Chrêtien de Troyes, que escribe en francés un ciclo en varias novelas conocido como la Vulgata, sobre el tema artúrico, en la misma época, pero ya sin afán histórico; en él, sin embargo, interpola la búsqueda del Grial como tema central de varios capítulos o libros en los que se divide su obra, lo que originará también un universo literario y simbólico con fuerza propia. Posteriormente, aparecerán numerosos remozamientos al ciclo, empresas todas de gran éxito literario y que perdurarán hasta el siglo actual.
Aunque no es tarea de este artículo detenerse extensamente en tema tan complejo y rico, cabe mencionar aquí las fuentes histórico-míticas de este elemento que constituye el eje y destino de la caballería.
Se trata de un objeto mágico, cuya tradición más remota es, por cierto, de origen celta. Aparece en este contexto como un caldero mágico con atributos de abundancia, en cuyo líquido hirviente curaban sus heridas los guerreros e, incluso, recuperaban la vida los caídos. En otras versiones aparece como una piedra mágica de excelsos poderes, capaz de realizar prodigios, como alimentar a toda una concurrencia, curar heridas e iluminar con sabiduría al buscador. Sería como la piedra filosofal de los alquimistas.
Finalmente, su caracterización más conocida es la del Grial o Graal, caracterizado como cáliz o vaso. Esta tradición está muy bien enfocada en una versión del ciclo, aparecida en el siglo XII-XIII y atribuida a un autor inglés, pero que más bien fue realizada anónimamente por un grupo de monjes –presumiblemente cátaros– que le dieron la connotación cristiana, refundiendo con un nuevo simbolismo las propiedades mágicas del caldero y la piedra. Existe en ello una secuencia “histórica” para explicar su procedencia. José de Arimatea, el personaje del Evangelio, habría recogido las últimas gotas de sangre de Jesús en una copa o cáliz, que sería la misma en que bebió el Cristo en la última cena. José habría recibido el cáliz de manos del propio Jesús en una aparición, conjuntamente con la misión de llevar sus enseñanzas hacia Occidente y conformar una orden o iglesia que preservara estos conocimientos a través de los tiempos.
Con ello se llevó otro objeto de culto, la lanza con que Longinos, el soldado romano, perforó el costado de Cristo. Sin embargo, para esta última existe un antecedente también celta, válido asimismo para la famosa espada hundida en la piedra o yunque. Habría peregrinado José de Arimatea hasta un castillo o fortaleza que se hallaría en la cima de una montaña, en donde desde entonces se custodia el Grial. Aquí la leyenda se funde con la historia del origen de los cátaros, templarios y otras órdenes monásticas y de caballería que, al parecer, mantuvieron la tradición esotérica cristiana, al margen de la Iglesia, quien miró más bien con recelo estas publicaciones y la expansión de la leyenda sobre el Grial, llegando a veces a promover acusaciones de herejía que derivaron en aniquilaciones sangrientas, como en el caso de los mismos cátaros y templarios.
Este personaje, esencial en todo el ciclo, tiene un origen bastante incierto desde el punto de vista histórico. Se dice –por un lado– que existió un caballero inglés llamado Ambrosio Merlín, que nació por el año 480, que gozó de gran prestigio como encantador, mago y profeta, dando origen a una serie de leyendas, y que ofició de consejero del legendario Aurelius Ambrosius.
Otras versiones de más crédito atestiguan la fama de un profeta y vate llamado Myrddhin o Merlín, una suerte de sacerdote druida de origen céltico que habría cumplido las funciones de consejero con el mencionado Aurelius Ambrosius. Cien años más tarde, hacia el 570, vuelve a aparecer para auxiliar esta vez a Uther, el padre de Arturo y, posteriormente, hará lo propio con el mismo Arturo.
Siempre se asocia su figura con la de un augusto anciano dotado de poderes sobrenaturales y proféticos. Él mismo dice pertenecer a otras épocas “en que los espíritus (elementales) compartían con los hombres”, cuando los dioses gobernaban en la Tierra, por lo que su edad es tan incierta como su origen. Vive solo, en un retiro en los bosques, pero siempre aparece cuando los hombres lo necesitan. Siendo consejero de Uther, le hace traer las enormes piedras desde Irlanda para reconstruir Stonehenge, y en ellas vivirá. Está relacionado con el dios celta Loki, que permuta sus formas. Como Myrddhin, se le atribuye la construcción de Stonehenge o “círculo de Myrddhin”.
Como todos los personajes mitológicos, se le supone un nacimiento sobrenatural, siendo hijo de una monja o sacerdotisa –virgen– y un espíritu, un ángel o demonio. Como contraparte espiritual de Arturo es su Maestro, a la manera de Krishna y Arjuna en el Bhagavad Gita hindú.
También su muerte es extraña, pues se dice que, al presenciar la decadencia del ciclo y la pérdida de valores, se “suicida” entregando sus conocimientos y su “palabra de poder” (el famoso mantra que los yoguis de la India entregaban a su discípulo sucesor antes de morir) a una joven aprendiz de hechicera llamada Viviana o Morgana, según las distintas versiones. Esta le encierra en un palacio de cristal, permaneciendo dormido a la espera del retorno de Arturo. También se le hace morir en una montaña, como el crepúsculo de una era mítica, o vagar transformado en cuervo. Se le asocia astrológicamente con el signo de Capricornio y con el planeta Saturno.
Indudablemente, se trata de un personaje simbólico esotérico. En primer lugar no tiene un origen temporal y su procedencia mítica nos habla, por un lado, de la presencia de una suerte de Avatara, un Iniciado o Adepto, siempre con apariencia de anciano, representante de la magia blanca, en oposición a Morgana, que representa la magia negra.
Para apoyar esta idea cabe mencionar la Isla Sagrada que en otras tradiciones ocultistas también está presente, así como el castillo de cristal en donde duerme el Rey del Mundo, el “eternamente joven”, que cada cien años despierta con sus caballeros para renovar su voto solemne de custodiar la marcha evolutiva de la Humanidad. Pero también, en otra clave histórica, se nos presenta como un vínculo con la raza ancestral lemuro-atlante, los salvados de las aguas –dado que Merlín surge de un lago–, con su doble origen y su peregrinaje a través del océano para dejar huellas indelebles en los dólmenes de una esperanza permanente, para recordarnos nuestro pasado y nuestro futuro.
Como sabio y profeta lanza a Arturo (que en otras versiones está anunciada a sus antecesores en el reinado) una terrible profecía al hablar de los dos dragones (serpientes) rojo y blanco que se trenzan en permanente lucha venciendo uno u otro alternativamente. Es parte de la iniciación de Arturo y su conocimiento de las energías. Le propone las cuatro pruebas de los elementos para vencer la materia y, en fin, está para indicarle su misión y aconsejarle en sus decisiones.
Lo que a continuación relatamos está extraído del libro El baladro del sabio Merlín, de autor desconocido y cuya edición data del año 1535, pudiendo existir ediciones anteriores. Cabe hacer notar que, debido a lo tardío de la fecha probable en que esto se pudo escribir, el contexto en que se desarrolla la historia es totalmente cristiano, haciendo aparecer a Merlín como un doctor de la Iglesia, a pesar de conjugar este rol con sus proverbiales características de sabio, profeta y “nigromante”, tal como se le presenta en el relato.
Quisieron los ángeles de las sombras (diablos) tomar venganza del sacrificio realizado por Jesús al ofrecer su vida para salvaguardar los destinos de la Humanidad y, con tal propósito, planearon dar vida y aliento a una criatura humana que viviese para trabajar a favor de ellos, confundir a los buenos e impedir la salvación de las almas mediante el escarnio de la obra de Cristo.
Para consumar esta felonía escogieron a una mujer que pudiese cobijar a tal criatura, y con este propósito intervinieron en el curso de los acontecimientos de la familia a la que la elegida pertenecía. Muertos su padre, su madre y su hermano mayor a causa de las desdichas producidas por esta suerte tan adversa, quedaron solas tres hermanas. Indujeron a la mediana a cometer adulterio y la hicieron ajusticiar.
A pesar de contar con el auxilio de un santo ermitaño, la menor de las hermanas fue, a su vez, inducida al adulterio, para hacer flaquear el alma de la mujer escogida. En este trance, debilitada su voluntad por el constante acoso del demonio, se durmió la buena mujer, y así, fatigada y en sueños, sin intervención humana alguna, supo que había engendrado una criatura.
Así, además de ser un desconocido, y sufriendo el escarnio público, fue sentenciada por la justicia a una prisión de ocho meses en una torre, mientras nacía el pequeño.
De acuerdo con el relato, quiso Dios que, por ser el niño hijo de un demonio, conservase la capacidad de ver, oír y saber todo lo que ocurre, y por ser hijo de mujer santa, tuviese el don de ver el porvenir. Nació de gran tamaño y totalmente cubierto de vello. Pusiéronle Merlín, como su abuelo.
A los dieciocho meses tenía ya el tamaño de diez años, y con ocasión del juicio definitivo de su madre, fue el propio Merlín, con gran maravilla de todos, el que asumió su defensa. Tan sabias fueron sus palabras y con tanta penetración escudriñaba el presente y el pasado de sus propios jueces que la verdad relució por encima de la mentira y su madre fue libertada.
Tomó luego Merlín contacto con Balicen, el ermitaño, haciéndolo su preceptor y encargándole que testimoniara en un gran libro todo aquello que él le encomendase. Este libro se llamó El baladro, que significa la profecía, dado que Balicen escribía en él lo por venir, las visiones de Merlín.
Comienza así a relatarle Merlín a Balicen cómo José de Arimatea trajo la reliquia del santo Grial por encargo de Jesucristo, y se lo legó a Clayn, quien a su vez lo condujo al castillo de Corberic, la casa del Rey Pescador, el que desde entonces lo custodia. Contó Merlín, a su vez, que su padre, el demonio, lo haría buscar por hombres contrarios a Oriente, es decir, opuestos al Bien, dado que en la Edad Media se entendía el oriente de algo, una joya por ejemplo, como su parte más bella e interna.
Aquí el relato nos lleva a la antigua Bretaña. En ella vivía un rey llamado Constantino, que descendía de Aurelio Ambrosio (y este de Bruto), que tenía tres hijos, Maines, Pendragón y Uther. Muerto Constantino, Maines, el mayor, asume el poder. Sin embargo, tras una invasión de los sajones y vencido el rey, estos hacen de Veringuer, el antiguo senescal de Maines, su nuevo rey, a lo que este se niega para no faltar a la fidelidad a su antiguo señor. Motivados por este impedimento, hicieron los sajones matar a Maines y proclamaron rey a Veringuer. De este modo, Pendragón y Uther tuvieron que huir hacia el destierro.
Envanecido en el poder, hizo construir Veringuer una gran torre como símbolo de su reinado, pero esta se venía a tierra por más que fuese afirmada por sus constructores. Consultados sus consejeros acerca de la razón de este prodigio, le indicaron que la mezcla para la construcción debía estar empapada por la sangre de un niño sin padre, y por diversos anuncios supo Veringuer de la existencia de Merlín, de quien había cundido la fama de haber sido engendrado sin paternidad, y encargó traerle a su corte.
No pudieron sus enviados conseguir engañarle ni reducirlo; antes bien, se maravillaron de su saber, y quiso de este modo venir Merlín por propia decisión a la corte. Instalado en ella, desenmascaró a los consejeros del rey y explicó la razón de la caída de la torre. Así, le habló Merlín al rey acerca del origen de la isla, y de la existencia de dos dragones, uno blanco y otro rojo, sumergidos bajo la isla, que se trenzaban en permanente lucha haciendo caer la torre. Finalmente, el blanco vencería al rojo, mas el significado de esta batalla ocultaba para el rey el fin de su reinado. El blanco simbolizaba a los sajones, por ahora victoriosos. El rojo, a los bretones, perdedores y engañados, los hijos de Constantino que vivían en el destierro. Estos tomarían venganza y su reinado terminaría.
Del mismo modo que lo anunció Merlín, ocurrieron los hechos. Pendragón y Uther retornaron a la isla seguidos por los bretones fieles a su dinastía, e hicieron quemar a Veringuer. En estos hechos en que se gestaba el destino de los hombres, permaneció ausente Merlín, y no regresó hasta que Pendragón, ya rey, le pidió que volviese y lo hizo su consejero.
Cuando la corte de Pendragón adquirió prosperidad, retornó Merlín al lado de Balicen para relatarle lo ocurrido y dejó que los hombres gozaran de un nuevo periodo de paz. Sin embargo, quiso ver Merlín en el futuro sombríos acontecimientos para el reinado de Pendragón y sintió que su presencia sería otra vez necesaria. Fue testigo, pues, de la envidia que ciertos hombres de sangre sajona avecindados en la isla sentían por Pendragón.
Se reunió con los hermanos y les relató lo que el destino les deparaba. Uno de ellos debería morir en batalla contra los sajones, pero no les diría quién para que la lealtad y el amor que se profesaban no se viese empañado por el dolor. Anunció también la victoria para los bretones si estos sabían esperar la señal de un prodigio que sería visible en el cielo. Era este el dragón rojo (o dorado), emblema de la dinastía que vería su gloria y ruina en el legendario Arturo. De este modo, reconocidos los signos en el cielo, se consumó la victoria de los isleños, pero quiso el destino que muriese Pendragón en la batalla.
Nombrado rey el menor, quiso Merlín que tomara el nombre de su hermano, por lo cual el joven monarca se llamó Uther Pendragón. Pensó Uther en honrar la memoria de su hermano de una forma que jamás fuese olvidado. Para ello se hizo aconsejar por Merlín, quien le encargó la titánica empresa de hacer traer desde Irlanda las piedras del lugar llamado la corona de los jayanes, haciendo referencia a una raza primitiva que las usó para honrar la memoria de sus reyes. No pudiendo fuerza humana alguna asumir tamaño encargo, fue el propio Merlín el que las trajo mediante su poder y las dispuso en el orden que actualmente tienen (Stonehenge).
Enseguida, encargó Merlín a Uther la construcción de la Tabla Redonda, por piedad y en memoria de aquella mesa en la que Jesucristo celebró la última cena. Cumplido este encargo, hizo Merlín reunir a todos los señores de la corte y dispuso los asientos para cada uno de ellos en condición de igualdad, dejando vacío un asiento destinado a aquel que no había nacido y que sería digno de cumplir con el pacto de conservar el santo Grial, restañar las heridas del padre del Rey Pescador, que permanece postrado en el castillo, y responder las preguntas anunciadas en la procesión. Este asiento, que para algunos es el número trece, o el cien para otros, se llamó desde entonces la “silla peligrosa”, y en ella se grabaría con letras de oro el nombre del merecedor de tan alto honor, en el momento en que los designios del destino lo establecieran.
Desde estos sucesos, el destino de Merlín se enlazaría con hilos misteriosos con aquel que tampoco había nacido, pero que sería conocido como “el Rey que fue y que volverá”, representante de la era de los hombres y la caballería cortés, el rey Arturo.
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