Como sabéis, en Nueva Acrópolis pensamos que todo hombre y toda mujer, desde el momento en que es pequeño y comienza con las primeras preguntas y recibe las primeras respuestas, es un filósofo potencial. Pero luego la vida, con sus cosas buenas y malas, la educación, por lo general materialista, las emociones propias de nuestra relación con el entorno, los problemas económicos y familiares, los intelectualismos, el leer los libros de moda, el saber las respuestas que hay que tener en cada reunión, hace que ese filósofo innato, ese pequeño “niño de oro” que hay en nosotros vaya muriendo, poco a poco, y se convierta en un ser grande, en alguien que ya no cree necesario aprender. En esta escuela tratamos de conservar siempre ese niño interior, ese niño de oro, ese filósofo.

Todo el mundo habla hoy de que hay crisis. Vamos a ver primeramente qué significa la palabra crisis, y hasta dónde podemos decir que la crisis es esencialmente mala. Crisis es una palabra de raíz griega que no significa cataclismo ni ningún tipo de mal, sino que quiere decir cambio. Cada vez que hay un cambio hay una crisis. Cuando cambia el tiempo, de lluvia a sol o de sol a lluvia, podríamos decir que hay una crisis. Cada vez que el sol pasa el horizonte y cae en un atardecer y cada vez que se levanta en un amanecer diríamos que hay una crisis. En el sentido filosófico, en el sentido etimológico, en el sentido justo ‒y no en el adquirido por conversaciones tangenciales al tema‒, la palabra crisis tan sólo significa cambio.

Y en este momento estamos dentro de un periodo de crisis. Pero he dicho periodo, y en esto me querría explicar un poco. Desde el punto de vista de la filosofía clásica, que hoy recogemos y vivificamos bajo la forma de la filosofía acropolitana, todo el universo está regido por una serie de leyes. Nosotros no creemos en la casualidad sino en la causalidad, en que toda causa tiene su efecto, pero no en que las cosas son porque sí. Nos puede parecer que son porque sí, si no conocemos los mecanismos que las mueven, pero no es ninguna casualidad, es una causalidad. Por ejemplo, una persona que no conociese el manejo de una máquina registradora cualquiera, de las que tienen los negocios para guardar el dinero, y viese que de golpe se abre un cajón, diría que es una casualidad. Pero no es así, simplemente un empleado ha apretado una palanquita o un botón y se ha abierto. Es decir, que aquel que no conoce el mecanismo de la caja registradora puede pensar que es casualidad el que se abra en determinado momento, pero quien conoce el mecanismo sabe que hay una causa y un efecto, que hay una causalidad.

Y aquello que acontece con una máquina y con todas las cosas físicas, pasa en todo el universo. El universo está regido por las leyes de la causalidad, leyes de la causa y el efecto. Nosotros vivimos y morimos y, tal vez, renacemos debido a causas y efectos. Los astros giran en la inmensidad del cielo, las flores abren sus pétalos, los peces surcan los mares debido a causas y efectos. No existe nada a lo cual le podamos llamar casualidad, sino que todo es causalidad.

Y si todo es causalidad, la historia de los hombres, que está inserta dentro de la naturaleza, responderá a las mismas leyes, a las leyes de causalidad. La humanidad forma parte de la inmensidad del cosmos, de la naturaleza; los hombres no somos una especie de extranjeros, sino que estamos en la naturaleza. Tal vez somos hermanos mayores de los animales, de los vegetales, de los minerales; tal vez somos hermanos menores de los ángeles o de los dioses, pero estamos insertos dentro de la naturaleza y marchamos al ritmo de ella. La música de las esferas, de la que nos hablase Platón, rige nuestros pasos y nuestros actos.

Si yo le pidiese a alguno de mis amigos que están aquí presentes que me contase todas las cosas que ha hecho desde que nació, seguramente me podría contar toda su vida, de veinte, treinta, cuarenta o cincuenta años en tan sólo media hora o una hora. ¿Por qué? Porque no recordamos todo lo que vivimos, tan sólo aquello que digerimos a través de nuestra conciencia, lo que captamos espiritualmente. Así como el hombre no vive de lo que come sino de lo que digiere, así también el hombre no tiene una conciencia por el solo hecho de existir en el tiempo, sino que tiene una conciencia a través de la relación de los hechos registrados. Si no registra hechos, no tiene conciencia. Esa suma de registros de hechos le va a dar a la persona una memoria, le va a hacer que me pueda contar su vida, y esa memoria de su vida va a permitir que tenga conciencia, que tenga un yo; de ese modo va a saber quién es.

Supongamos que ahora tuviésemos todos un ataque de amnesia. Cuando nos despertásemos nos preguntaríamos qué estamos haciendo aquí. ¿Somos un club?, ¿somos un partido político?, ¿somos una familia muy numerosa donde tal vez murió algún rico personaje y todos queremos heredar? No sabríamos. ¿Qué es lo que nos hace saber quiénes somos cada uno de nosotros? El recuerdo de nuestra vida, el recuerdo de lo que hicimos hoy, de lo que hicimos ayer, el mes pasado, el año pasado, hace años.

Eso nos va diferenciando a cada uno de nosotros, de tal suerte que nos va creando un «yo existo», que nos lleva a un «yo soy», a un yo diferenciado. A ese pequeño yo diferenciado le llamaríamos la memoria de cada uno, el historial o la historia de cada uno.

Y si eso pasa en lo individual, ¿me concederéis, amigos, que también puede pasar en lo colectivo? Es decir, que habrá una conciencia colectiva que nos va a dar una forma de historia colectiva, lo que llamamos comúnmente la historia de los pueblos, de las culturas, de las naciones.

¿Esa historia estará regida por las leyes de la naturaleza? Por supuesto que sí. ¿No habíamos dicho que esa historia estaba dentro de la naturaleza? Por tanto, estará regida por las leyes de la naturaleza. Y si esa historia está regida por las leyes de la naturaleza, ¿no diríamos que es previsible que en esa historia haya cambios? En la naturaleza todo cambia. ¿No existe la primavera, el verano, el otoño, el invierno? ¿No existe el día y la noche?, ¿no hay hombres y mujeres?, ¿no hay niños y ancianos?, ¿no hay días lluviosos y días secos?, ¿no hay continentes que son las antípodas de otros?

Como no somos una excepción, también dentro de nuestra historia hay cambios. A esos cambios les llamamos crisis. Esto hace que dentro de la historia de la humanidad haya habido distintos momentos, distintas culturas, distintas civilizaciones. Los que conocemos algo de arqueología y no nos dejamos llevar tan fácilmente por las teorías en boga, que se inspiran en los descubrimientos y libros escritos hace cincuenta o sesenta años, sabemos perfectamente que han existido culturas y grandes civilizaciones mucho más viejas que la nuestra.

El hecho de que nuestro movimiento filosófico esté en treinta países hace que yo viaje constantemente, y eso me ha hecho frecuentar las pirámides, el Partenón, las líneas de Nazca, he estado en esos lugares donde se elevaron grandes civilizaciones, donde ha habido grandes culturas. ¿Y qué hay ahora? Nada más que un desierto. Uno a veces se sienta sobre una piedra que ni siquiera sabe si es tallada, y siente la arena que se le va pegando en el cuerpo, en las botas, en el pelo, en la cara. Es lo único que hay. Miras en derredor y te preguntas dónde están las carreteras, dónde los jardines, dónde los lugares en que vivió toda aquella gente. Solamente hay un desierto de arena, soledad y silencio.

Ahí vemos otra vez esos ciclos de la naturaleza, que hacen que un lugar sea floreciente en un momento dado y un verdadero cementerio en otro, así como en otros lugares que no estuvieron poblados, que tan sólo tenían piedras, pájaros, animales, hoy se levantan grandes ciudades. Todos estos ciclos nos llevan a encarar el concepto de crisis de una manera serena, filosófica, no como una especie de desastre, sino como un cambio más dentro del ciclo de la naturaleza.

Vamos a ver muy brevemente qué podemos hacer nosotros, aquí y ahora, frente a esta crisis y qué es lo que tiene que venir más allá de la crisis. De entrada, lo que tenemos que hacer es guardar nuestra individualidad, seguir siendo quienes somos. Sabéis que en los momentos de apuro, de cambio, todos tendemos a cambiar para mal y no para bien. Supongamos que somos náufragos y vamos a parar a una isla desierta. ¿Qué debemos hacer? Debemos tratar de mantenernos como toda la vida. Si tenemos posibilidad de ello, mantenernos afeitados, limpios, igual que ahora, aunque nadie nos mire. Esa es una forma de ética profunda que nos permite sobrevivir a las crisis, que el entorno no nos cambie. Si hasta ahora hemos tenido determinadas costumbres, prosigamos con ellas a pesar del cambio del entorno.

El entorno ha cambiado, cada vez cambia más, y no cambia para bien, a pesar de la propaganda de todos los partidos políticos. Sin ir más lejos, vemos que cada vez tenemos menos poder adquisitivo. Pues debemos encararlo de la misma forma, recordando que todo esto es pasajero. Algunos me dicen: «Pero profesor, cuando yo salgo a la calle, en lugares donde antes no había nada raro, hoy encuentro un montón de gente drogada». Cierto. Pero si antes había gente normal y ahora hay gente drogada, ¿cuál creéis que es el próximo paso? Que vuelva a haber gente normal. Eso es lo que hay que tratar de entender. Debemos, indudablemente, combatir todo lo que sean excesos de intoxicación de todo tipo, de violencia de todo tipo, pero debemos entender que el mundo no termina con eso. El mundo no está en la punta de un misil atómico ni de una navaja, ni en un porro que alguien se pueda fumar o no.

Hay cosas más importantes, mucho más importantes: el destino histórico de la humanidad, el río de almas que sigue yendo hacia adelante, hacia ese vórtice misterioso que llamamos muerte, donde algo nos espera, donde, a veces, aun los que no son creyentes esperan llegar de una vez por todas para satisfacer su curiosidad, para saber qué habrá al otro lado. Esa especie de curiosidad, esa fuerza que nos lleva, esa mano en la espalda, ese viento en las venas, es lo que debe impulsarnos más allá de la crisis. La crisis existe, pero existe para aquellos que quieran vivir la crisis.

Un grupo de jóvenes nos preguntaba el otro día por qué los acropolitanos a veces vestimos con traje y corbata. Bueno, porque usamos nuestra libertad, porque nos sentimos cómodos así y en ocasiones nos gusta vestir con traje y corbata. Para mí no supone ningún problema el que alguien en vez de usar corbata utilice un fular, una bufanda, una soga o lo que le guste, cada cual siéntase cómodo. La libertad no está en llevar chaqueta o no llevarla, la libertad está en que si queréis poneros la chaqueta os la pongáis y si queréis quitárosla os la quitéis. Esa es la verdadera libertad. ¿Por qué? Porque en este mundo de crisis están los que quieren la libertad para sí, pero no para los demás, y si hay libertad, la hay para todos o para ninguno. Y si la hay para todos, tenemos perfectamente el derecho de vestir de la manera que nos parezca más estética, mientras no moleste a nadie, no sea chocante o desagradable para alguna persona.

Tenemos que saber vivir en esta crisis. ¿Que hay gente que se droga? Vamos a tratar de enseñar que la droga hace daño, que enferma, que lleva a una serie de características bastante tristes, desde males oftálmicos hasta la impotencia sexual. Ahora bien, ¿no lo quieren entender?, ¿no les importa? Pues si para ellos el camino está en la droga, que se droguen. Pero primero hay que explicarlo, hay que decirlo, hay que tratar de que toda la gente esté suficientemente informada. Nosotros, que sabemos los males físicos, psicológicos y de todo tipo que produce la droga, no nos drogamos. Así de simple. Nosotros, que sabemos que vale más el diálogo, que vale más la palabra, que vale más llegar al corazón y a la mente de los hombres que perforarles el cuerpo, no usamos una metralleta, utilizamos un micrófono, esta es nuestra arma. No porque le tengamos miedo a una metralleta, simplemente porque con una metralleta se mata, se daña, pero no se cambia el mundo. Como mucho, se lo asusta, y un lobo asustado no deja de ser lobo, es simplemente un lobo asustado. Si este mundo está mal y encima lo asustamos, lo único que construimos es un mundo asustado, no un mundo nuevo, no un mundo mejor.

Por ello, nuestras metralletas son los micrófonos; nuestras balas, las palabras; nuestras armas son nuestras revistas; nuestros libros, los hombres civilizados, civilizados aun dentro de la crisis, porque la crisis, el cambio, no debe afectarnos en ningún grado. Podemos seguir viviendo perfectamente nuestra vida, aun dentro de la crisis, si nos adaptamos hábilmente a esta forma de supervivencia.

Y habiéndonos adaptado, sin necesidad de haber leído el último bestseller, sin necesidad de vestir siguiendo determinada moda, sin necesidad de usar un lenguaje pasota, sin necesidad de estar intoxicándose con drogas ni cosas por el estilo, vemos la crisis, tratamos de ayudar en esa crisis, pero no participamos de ella. Ese no es nuestro banquete, nuestro banquete es el otro, el que va a venir.

¿Qué hay más allá de la crisis? ¿Cuántos años pueden transcurrir para que pase la crisis?, ¿mil, dos mil, veinte mil? Estas son preguntas que, estoy seguro, muchos de vosotros os habréis formulado alguna vez. Alguna vez os habréis preguntado: «¿Y cuándo acabará todo esto?». Sabemos que ha empezado poco a poco y cada vez vemos más drogados, más violencia, más paro. Cada vez hay menos seguridad para circular por las calles; cada vez que queremos ir a descansar algún puente de fin de semana o en verano, nos fuerzan la puerta del piso, o nos rompen el cristal del coche.

¿Qué podemos hacer?, ¿cuánto durará esto? No sabemos exactamente cuánto va a durar, no lo podemos prever. Yo no soy un adivino, yo soy un filósofo. Os podría decir cualquier cifra y os la podría decir con las florituras necesarias como para que pareciese cierta. ¿Veis esos astrólogos de pacotilla que decían que en el año 1980 se acababa el mundo? Luego dijeron que el fin del mundo llegaría en 1981. Como no llegó, ahora dicen que será en 1982, luego dirán que en el 83 o en el 84… A medida que vamos viviendo van estirando la fecha. Siempre viene el fin del mundo, siempre ya estamos, este es el momento, el día del juicio final, el día en que van a venir los ángeles con las trompetas. Pero parece que hasta los ángeles habrán empeñado las trompetas para ese día, porque del fin del mundo nada. El cometa Halley, que acaban de divisar, va a llegar en 1984; sin embargo, ya llegó al mundo muchísimas veces. El primer comentario sobre este cometa aparece en textos griegos del siglo V a. C., y es muy probable que los egipcios lo hubiesen registrado milenios antes. Así que en ese sentido no pasa nada.

¿Qué podemos hacer? Nosotros podemos ya, hoy, ahora, estar más allá de la crisis, más allá del cambio. Si imagináis el cambio como una especie de curva, aquellos que por su gran materialismo, por su gran pesadez, por su gran egoísmo han adquirido gran velocidad son despedidos al espacio exterior en la curva. Pero aquellos que humildemente están simplemente consigo mismos, con la humanidad, con toda idea buena, con toda idea pura, sin sentirse dioses por ello, sin sentirse por ello titanes, esos siguen el curso correcto de la historia, y esos, hoy mismo, pueden estar más allá de la crisis.

Para eso precisamente se ha hecho Nueva Acrópolis. Es como un vehículo de supervivencia para pasar la crisis, una especie de arca de Noé –insumergible ante el diluvio de la actual crisis– que nos va llevando hacia el futuro.

Hemos extraído desde el fondo del tiempo una serie de conceptos y de teorías que pueden ser conocidas aquí y ahora, una serie de formas de vida, de actitudes en el pensamiento, de aperturas de libertad, que hoy se han perdido, pero que nosotros las mantenemos vivamente y las seguiremos manteniendo más allá de esta crisis. ¿A qué cosas me estoy refiriendo? No puedo entrar en detalles sobre todas las cosas a las que me refiero, pero puedo hablar de algunas para dar una idea básica. Estoy hablando, por ejemplo, del temor a la muerte.

Hoy el hombre crítico, el que está en crisis, teme a la muerte.

Yo no temo a la muerte, más bien le temo a la vida. ¿Por qué? Porque la vida, esta en la que estoy, con un cuerpo material, es más proclive a hacerme caer en una serie de desviaciones de todo tipo, que no en el estado de muerte, donde teóricamente tendría que estar más liviano, más espiritual de alguna manera –no más bueno, porque no creo que cambiemos la bondad, además, yo no me considero con capacidad de ser un hombre bueno, para eso todavía me falta mucho–, y esa liviandad nos permitirá tener percepciones que hoy no tenemos.

Vuelvo a decir que no le temo a la muerte. ¿Acaso recuerdo que me haya costado nacer? No. ¿Y por qué me ha de costar más morir que nacer? Tal vez me cueste más, tal vez no. De todas formas, no ha llegado la hora, y en estos instantes estoy dando una charla. Es decir, debemos ubicarnos perfectamente en lo que estamos haciendo; debemos tratar de pasar esta crisis, pero pasarla de manera verdadera, pasarla con realidad, con verdadero conocimiento.

Hoy se hacen cuatro rayas en la pared, se cogen unos huevos, se vacían primero, se llenan de tinta y se tiran contra el muro y se pinta un cuadro. Luego, los eruditos dicen: «Verdaderamente es extraordinario. Esa mancha en el medio representa el dolor de la humanidad, los trazos extendidos son los brazos de Dios que a todo alcanza». No es broma, a mí me ha pasado. En Uruguay, en Sudamérica, un señor exponía sus pinturas, y me habían invitado a la inauguración. Estaba la televisión, el canal 4 de Montevideo, y había una serie de cuadros sobre la guerra civil española, pues hace unos años estaba muy de moda este tema. Había uno donde se veía tan sólo el perímetro del mapa de España, que se llamaba «Guerrilla y Represión». Lo miré un poco, pero no encontraba el sentido a eso de guerrilla y represión, hasta que se acercó el autor y me dijo: «Así que usted ha estado en España y ha dado conferencias allí». «Sí, hablé en algunas universidades, en la Complutense, en la de Salamanca…». «Entonces usted interpretará perfectamente mi cuadro». «Bueno, me va a perdonar, soy un filósofo y estoy obligado a decir la verdad, no soy un crítico de arte. Así que le diré que no lo entiendo. ¿Dónde está la represión y la guerrilla? Yo lo único que veo es el perímetro del mapa de España». «¡Hombre, no me diga usted que no ve…!». «Sí, yo veo, pero lo único que veo es el perímetro del mapa de España». «Pero hombre –y era español– ¿no ve usted ese guardia civil?». «¿Dónde está el guardia civil?». «¿Ve ese punto negro que hay aquí?, ¡ahí está el guardia civil!» Acercándome mucho, veía un punto negro chiquitito, chiquitito. «¿Y la represión?». «Todo lo que le rodea». ¡Vamos, al fin nos iniciamos!

Ante esa forma de absurdo podemos reaccionar haciendo verdadero arte, arte plástico, volviendo a buscar una belleza del color, de la distribución de las masas, de las luces. Podemos volver un poco a la verdadera música, oír y recrear esa verdadera música. Podemos, además, llegar a un sentido estético, arquitectónico, donde las masas estén balanceadas y sin embargo sean “autocortantes” cada una de ellas, y donde las curvas parezcan rectas y las rectas parezcan curvas, como en el Partenón. Y podemos llegar al concepto de lo que es ser una dama y un caballero.

Nosotros podemos llegar más allá de la crisis. La crisis es tan sólo un espejo que nos muestra nuestro propio rostro de terror, de desconcierto, de ignorancia. Si tenemos la fuerza de romper el espejo, de hacerlo trizas y pasar a través de él, encontraremos un mundo nuevo y mejor que podamos comprender.

Por enésima vez quiero recordar al Quijote para cerrar esta charla. Yo sé que lo cito mucho, pero es porque he sido educado por orientales y me han enseñado que hay que insistir, hay que volver sobre el mismo punto; que no es cuestión de golpear en cualquier lugar, es cuestión de golpear en la cabeza del clavo. Sabéis que en esta gran obra cervantina se nos hace imaginar un Quijote y un Sancho, que físicamente nunca existieron pero que para nosotros psicológica y espiritualmente es posible que hayan existido.

Todos, como Azorín, buscamos, a veces, cuando recorremos Castilla, la sombra de Sancho, la sombra del Quijote, esa lanza que se levantaba más allá de todas las cosas del mundo; aquel que podía improvisar una armadura de caballero con una bacía de barbero y algunas latas viejas, y que con algunas maderas hizo una lanza; aquel tan parecido a nosotros, porque tampoco nosotros tenemos las grandes armaduras, tenemos nada más que unas pocas latas, unas maderas, con las que humildemente tenemos que hacernos una armadura y volver a cabalgar. Nosotros no tenemos un fogoso caballo de crines blancas. Apenas tenemos nuestro pobre cuerpo, a veces ya viejo y enfermo, como Rocinante. Sin embargo, podemos hacer que surja dentro de nosotros otra vez ese espíritu del cielo, ese espíritu de Quijote. Hagamos como ese loco imaginario que cruzaba Castilla, y que había nacido en algún lugar de la Mancha… lugar que Cervantes tal vez no dijo porque aún la sigue cruzando… El que quiera puede verlo todavía cabalgando en esas noches de luna, él solo, con su adarga al brazo, todo corazón… Él solo, en su enjuto Rocinante, seguido detrás por su buen Sancho.

Necesitamos que haya de nuevo hombres en el verdadero sentido de la palabra y también aquellos que son fieles a esos hombres que encarnan las virtudes. Yo admiro a Sancho. ¡Oh, buen Sancho, que con tu queso manchego, que con tu pequeño burro, ibas detrás de tu señor y le eras fiel y le ayudabas cuando estaba enfermo y te creías, no del todo, pero sí un poquito que te iban a hacer Gobernador de la ínsula de Barataria! ¡Y que antes de ser gobernador recibías aquellos grandes consejos que te daba el Quijote, hasta para las comidas, cuando te enseñaba cómo comer desde perdices hasta guisantes…! Démonos cuenta de todo lo que hemos perdido.

Hemos perdido mucho y, sin embargo, lo podemos recobrar. Está dentro de nuestros corazones, está en los ojos de los niños que nacen, está en el recuerdo de nuestros abuelos. Tengamos fe, tengamos fuerza, y no ocultemos en nuestro corazón todo lo bueno. ¡Tengamos el valor de mostrarlo, de gritarlo, ante Dios y ante el mundo, y estaremos más allá de la crisis!

Créditos de las imágenes: Markus Winkler

JC del Río

Ver comentarios

  • Es un texto que perfectamente puede representar lo que ahora estámos viviendo. Sumamente interesante la postura y el paralelismo con lo que reprenta en realidad el Quijote.

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