Aunque actualmente se considera como una asignatura académica e intelectual, en la antigüedad clásica la Filosofía era eso y mucho más, pues se presentaba no sólo como un conjunto de conocimientos que incluía todas las disciplinas, sino también como una forma de vida, un arte de vivir cada día de acuerdo con esas enseñanzas. A partir de Sócrates y a lo largo de toda la época helenística y romana, la Filosofía va a encontrar su máxima expresión en la práctica voluntaria y personal que va operando paulatinamente una transformación en el ser humano. Por esta razón, eran preconizados los ejercicios espirituales, que poco o nada tienen que ver con las piadosas y arduas meditaciones posteriores de Ignacio de Loyola, un eco lejano, muy deformado, de la antigua tradición, como afirma Pierre Hadot.
La filosofía es un camino de formación para transformar al ser humano gracias precisamente a la puesta en práctica de las enseñanzas, iluminadas por una acción comprometida. Este modelo es el que inspira y orienta la vida cotidiana del filósofo que, para ser auténtico, debe no sólo hablar sino también actuar.
Esta acción, tanto interna como externa, implicaba antiguamente un cierto modo de vida coherente, que requería una dirección espiritual, exámenes frecuentes de conciencia, ejercicios de meditación, etc. así como ser un buen ciudadano acatando las leyes de la ciudad que le acogía.
La finalidad de la filosofía es llegar a vivir en armonía con uno mismo, con los demás y con el universo que nos rodea. Se trata de buscar la manera más justa y eficaz para realizar las obligaciones de cada uno hacía estas tres esferas. Como dice Epícteto: “¿Qué es el hombre?, Una parte de la Ciudad, primero de la gran Ciudad, la de los dioses y los hombres y, después, de la que te sea más cercana, que es un pequeño remedo de la ciudad universal.” (1).
De esta manera, la filosofía sigue un camino de formación para el cuerpo y el espíritu al mismo tiempo. Enseña a prepararse para las dificultades de la vida, para actuar con desapego y, sobre todo, para saber morir, integrándose en una dimensión más universal, que transcienda y permita al individuo salir de su pequeño ego “injusto y parcial” y llegar a una visión objetiva, a la luz de la Razón (Inteligencia universal según los Estoicos, Logos según Platón).
El estudio de la filosofía comprende tres aspectos de trabajo, transmitidos a través de un discurso que se vive con la práctica:
La filosofía es, principalmente, una terapia de las pasiones, que provocan sufrimiento, desorden e inconsciencia por los deseos desordenados o los temores exagerados. Si toda la filosofía es ejercicio, el terreno de su aplicación es la vida misma, y aprender a vivir es saber enfrentarse a las dificultades de la vida, aprovechando las experiencias del pasado y previendo el futuro.
Seleccionadas de diferentes escuelas antiguas, presentamos diversas prácticas, cuya meta es una purificación de las pasiones y una transformación que libere las cualidades profundas del ser, para vivir plenamente cada día de la existencia tratando de encontrar la armonía total consigo mismo y con los demás.
Al amanecer, aprovechando ese instante de abrir los ojos como único y excepcional, sentir como si el Sol-Conciencia surgiera dentro de nosotros y despertarse plenamente tomando posesión de nuestro propio ser, recordando, como decía Marco Aurelio, que “es para hacer una obra humana para lo que te levantas cada día”. Esto pone en movimiento la voluntad.
Enseguida, anticipar mentalmente, antes de entrar en acción, el desarrollo de la jornada y la intención que le daremos a cada instante, encuentro, acción o dificultad, estando abiertos también a la parte desconocida o imprevista que el día nos puede reservar. Esto pone en movimiento la imaginación.
Durante el día, recordar los deberes y obligaciones, para tratar de realizar bien cada uno de nuestros actos, sin dejarnos llevar por las pasiones, pero guiados por la inteligencia e iluminados por la luz del Yo Universal, en lugar del “yo injusto y parcial” con el que tenemos que entablar batalla permanente. Observarse, dominarse y corregirse durante la acción. Esto hace trabajar la concentración y la atención.
La atención es la actitud espiritual fundamental del estoicismo. Es una conciencia despierta, ágil, una presencia de espíritu constante, que facilita la vigilancia, concentrándola en el minúsculo momento presente, siempre controlable en su exigüidad, abriendo la conciencia al valor infinito de cada instante.
Para tener siempre presentes estos principios, es necesario memorizar y meditar la regla de vida que uno mismo se ha impuesto voluntariamente. Al movilizar la imaginación y la afectividad, además del pensamiento, hay que aplicarlas en todas las circunstancias de la vida, ya que no se trata de un simple conocimiento, sino de una práctica que conduce a la transformación de la personalidad.
Al final, por la noche al acostarse, recordar las acciones del día y extraer de ellas las enseñanzas más útiles para asimilar su experiencia. Realizar un examen de conciencia y hacer balance de los aciertos y errores. Como dicen los Versos de Oro (2) atribuidos a Pitágoras, “No cierres jamás tus ojos sin haberte preguntado: ¿qué hice hoy y qué olvidé? Comienza por eso y continúa desaprobando el mal que has hecho y alegrándote de lo que hiciste bien”.
Es bueno también recordar y escribir un pequeño diario que recoja las experiencias y enseñanzas vividas cada día para poder controlar nuestros avances. Cuando el ser humano armoniza sus pensamientos, sus palabras y sus actos en un solo centro, se convierte en una Unidad, un verdadero individuo, un ser unificado que puede actuar desde el interior de sí mismo con todas sus fuerzas, para cumplir su ideal de sabiduría a través de su obra única y resplandeciente. Esto es vivir como un filósofo, consciente del sentido y del precio de su existencia. Como dice Delia Steinberg Guzmán: “El que sabe ir al corazón de todas las cosas, podrá ir a su propio corazón” (3). Ir al centro de sí mismo, a su propio corazón, permite la expresión del Ser.
El Ser se expresa en nuestra vida a través de las virtudes. Practicarlas es el medio para conocer la propia naturaleza y liberar nuestro ser profundo, a través del control del cuerpo, las emociones, y la mente.
Según Sócrates, la virtud es la capacidad de vivir una cierta cantidad de principios y de valores en la vida de todos los días. Su práctica permite tener una vida moral y actuar conforme a lo que se piensa. La vida moral permite también transformar nuestro comportamiento y aprovechar la lección de las experiencias vividas, pero hay que actualizar las virtudes a diario, sin las cuales no hay felicidad posible, como decía Aristóteles.
“La virtud es un saber práctico, compuesto de cinco cualidades orientadas en una cruz, como los cuatro puntos cardinales, en torno a un centro ocupado por la sabiduría. Son el valor, andreia, la temperancia o moderación, sofrosyné, la justicia o probidad, dikaiosyné, la piedad o devoción, hosiotés, y por fin la sabiduría, sophia. Este conjunto de virtudes constituye la brújula del comportamiento. El hecho de no utilizar esta brújula para orientar nuestros actos, es lo que suscita y provoca la ansiedad, la frustración, el miedo, la cólera, el sentido de culpabilidad, etc. es decir, la mala conciencia”. (F. Schwarz: Sócrates, el camino de la felicidad”)
El diálogo filosófico es el arte de saber preguntar correctamente. Sócrates lo practicaba a diario en el ágora, acosando a sus interlocutores con preguntas y obligándoles a ejercitarse en el examen de conciencia, proponiéndoles el célebre “Conócete a ti mismo”. El diálogo consigo mismo es una meditación que permite un encuentro con el propio ser interior, más allá de la imagen narcisista que le envían los demás. Sócrates es un maestro del diálogo con los demás porque sabe dialogar consigo mismo.
Este diálogo comienza con lo que Fernand Schwarz (4) llama “el método dialéctico”: “A través de la dialéctica como método que permite a la inteligencia (en griego nous), centro de nuestra propia inmortalidad, percibir la verdad que reside en el “cielo” (el mundo de las ideas) y aplicar y practicar el bien en la tierra (mundo sensible), Sócrates aporta un marco filosófico a la creencia ancestral griega del doble movimiento del alma, verdadero puente entre el cielo y la tierra. Aporta una forma práctica al que desea vivir elevando su alma y actuando conforme a su íntima convicción”. La dialéctica posee tres fases, al igual que la obra alquímica, que siguen un proceso evolutivo en espiral como la ascensión al famoso Monte Helicón, en cuya cumbre residen las nueve musas, y cuya finalidad es el retorno del alma a la luz original. Estas tres fases son:
Los diálogos platónicos son ejercicios modélicos para lograr esto. Un diálogo es un itinerario de pensamiento, cuyo camino está trazado por el acuerdo constante entre uno que interroga y otro que responde. Este diálogo es un ejercicio espiritual, ya que, de un lado, conduce al interlocutor hacia una conversión y, del otro, le permite entrar en contacto con lo más profundo de su alma, con el Uno-Bien, siempre y cuando acepte someterse a las exigencias del Logos. Es un itinerario del espíritu hacia lo divino.
El objetivo de este ejercicio es liberarse del punto de vista parcial y pasional (los sentidos) y elevarse al punto de vista universal y normativo del pensamiento. Se trata de ejercitarse a morir a la particularidad de cada uno y a sus pasiones, para ver las cosas con una perspectiva universal y objetiva.
En este sentido, el dominio de la física, el estudio y la observación de las ciencias y, a través de ellas, de las leyes de la naturaleza, pueden ser vividos como un verdadero ejercicio espiritual. Es una actividad contemplativa que encuentra un objetivo en ella misma y procura alegría y serenidad.
Los Estoicos practicaban el aprendizaje a morir por la praemeditation malorum, la preparación frente a todas las pruebas, lo que les permitía descubrir la importancia y la calidad del momento presente. Epicuro se preparaba a morir como si cada día fuera el último. “Una vez que aprendemos a morir, podemos abrazar la totalidad”, dice Marco Aurelio.
En definitiva, la filosofía es vivir, de una manera más consciente y abierta, consigo mismo y con los demás. Pierre Hadot, filósofo contemporáneo ya citado, lo ha comprendido bien cuando dice: “Habrá un lugar de nuevo en nuestro mundo contemporáneo para los filo-sofos, en el sentido etimológico de la palabra, es decir, para los amantes de la sabiduría que, en verdad, no renovarán el discurso filosófico, ni buscarán la felicidad, sino una vida más consciente, más racional, más abierta hacia los demás y hacia la inmensidad del mundo. Personalmente, mientras trato de llevar a buen término mi tarea de historiador y de exégeta, me esfuerzo sobre todo para forjar una vida filosófica, muy simple, consciente, tolerante y racional.” (4)
Cada día podemos dar nacimiento a un nuevo aspecto de nosotros mismos. Cada día podemos inventar, comprender o crear algo nuevo. Cada día podemos ser mejores a nuestra medida, viajar a través de las tres antesalas del proceso dialéctico. Así como cada día un nuevo Sol aparece, nosotros podemos también volver a nacer cada día mejores.
(1) Epícteto, Manual (II, 5, 26), Biblioteca Básica Gredos
(2) Isabelle Ohmann y Florence Chauvet, Los versos de Oro de Pitágoras, ediciones Nueva Acrópolis
(3) Delia Steinberg Guzman, La filosofía del centro, Ed. des 3 Monts
(4) Fernand Schwarz, Sócrates, el camino de la felicidad, Ed. des 3 Monts
(5) Pierre Hadot, La filosofía como manera de vivir, Ed. Albin Michel
Laura Winckler.
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