Leonardo, el misterioso y polifacético genio del Renacimiento, nace en una casa sencilla a muy poca distancia del pueblo de Vinci, entre Empoli y Pistoia, en el norte de Italia.
El ser hijo ilegítimo, según las costumbres de la época, no impide que Leonardo viva y crezca en la casa de su padre. Su amante abuelo, Antonio, muere en 1468 y un año más tarde toda la familia se irá a vivir a Florencia.
Las enigmáticas ruedas del destino han empezado a marchar y uno de los genios más completos de todos los tiempos encuentra en la magnífica ciudad el marco adecuado para sus primeras precocidades. Son estas de tal calibre que el padre no duda en llevarlo como alumno al maestro Verrocchio, el mejor de la ciudad, cuyo taller era considerado en todas partes como una cantera de hombres destacados en la pintura, la escultura, la orfebrería y en una cultura humanística fuertemente ligada al mundo clásico.
Leonardo, en 1472, logra ser inscrito como Maestro en la Compañía de los Pintores, cosa asombrosa si consideramos su edad y las oposiciones que tuvo que vencer para ello. Abandona el Taller de Verrocchio, sin romper lazos con él.
En 1480 ingresa en la extraordinaria Academia de Lorenzo el Magnífico. Su carácter, fogoso y aventurero, lo lleva en 1482 ante la presencia del Duque de Milán, y por testimonio del notable Ludovico Sforza sabemos que ya era ingeniero civil y constructor de máquinas. Y este es el punto de principal interés para el tema de este trabajo, que contempla, forzosamente, tan solo una faceta de esa joya humana que fue Leonardo; una joya genial, misteriosa y torturada, pues en muchos aspectos había nacido quince siglos después o cinco antes de su propio tiempo interior. Afortunadamente, el eclecticismo renacentista le permitió dejarnos testimonios de este fenómeno. Porque Leonardo reencuentra, de una manera que no conocemos, muchos de los inventos hasta entonces perdidos u olvidados de los mecánicos de la Alejandría grecorromana, y a la vez se proyecta sobre nuestro siglo XX.
¿Es que tuvo acceso a trabajos desconocidos y escondidos del mundo clásico? ¿O tal vez poseía la facultad de “leer” en esos anales que los modernos ocultistas llaman “akashicos”? ¿Las dos cosas?… Es probable que jamás lo sepamos con certeza. Pero este ser monumental e increíble nos sobrecoge cuanto más nos acercamos a él y a sus obras y a sus proyectos, muchos de ellos irrealizables en los siglos XV y XVI por insuficiencia técnica e incomprensión.
Aunque en su tiempo estaba prohibida por la Iglesia católica la disección de los cadáveres humanos y aun la de los animales –cosa que se relacionaba con la brujería– , Leonardo se ingenió para realizarlas y así adquirió extraordinarios conocimientos de anatomía y diseñó todo un instrumental quirúrgico, a la vez que dibujó magistralmente cortes pedagógicos que iban desde la posición del feto en el vientre materno hasta los fenómenos ópticos del ojo.
Utilizando las medidas áuricas, las proyectó sobre todo lo creado por la Naturaleza, y es asombroso ver cómo interpreta las copas de los árboles y las formas de los animales. En este último aspecto, la ciencia del tiempo en que escribo todavía está en pañales y los diseños de Leonardo se emparentan con un esoterismo pitagórico que tendremos que reservar para el futuro.
La fuente que utilizaremos es, casi exclusivamente, el llamado “Códice Atlántico”, tal vez por su tamaño original de 1200 grandes láminas repletas de dibujos y explicaciones. Fue reducido a unas 400 por Pompeyo Leone, escultor de la corte de España, que lo sintetizó y preservó en el siglo XVI. En 1608, con la muerte de Leone, el Códice Atlántico pasó por varias manos hasta ser depositado en la Biblioteca Ambrosiana de Milán. Con las Guerras Napoleónicas fue llevado a París, de donde, en 1815, retornó a la Biblioteca Ambrosiana, sitio en que se encuentra en la actualidad. Existen otros códices, pero razones de espacio nos impiden siquiera mencionarlos en este trabajo… ¡Tal es la obra sobrehumana de Leonardo!
Máquinas de guerra
Pasado el Medioevo y trasladada parte de la Biblioteca de Constantinopla a Europa, se trabajó con una gran cantidad de bibliografía en griego y latín, desde algunos originales que procedían del siglo IV a.C. hasta manuscritos árabes que traducían en parte obras perdidas de la Biblioteca de Alejandría, escritos entre el siglo IX y el XI de nuestra era. Muchas referencias eran sobre máquinas de guerra.
Leonardo, para ser aceptado en la corte de Ludovico el Moro, le presenta una reseña informativa de su capacidad como ingeniero militar e inventor. Le ofrece, entre otras, las siguientes posibilidades:
En otros dibujos y descripciones, Leonardo nos ha dejado:
Además figuran otras catapultas y complicadas máquinas de las cuales la mayor parte no llegó a construirse jamás.
Leonardo se destacó asimismo como fundador de grandes armas con técnicas nuevas, basadas en no emplear grandes tubos, sino pequeñas secciones fácilmente transportables. Mecanizó los elementos de puntería, que en aquella época eran casi inexistentes, al extremo de que los artilleros solían guiarse por su propio dedo pulgar como alza, dedo que retiraban antes del disparo. Destacamos un cañón naval y de campaña de tal diseño que, si no supiésemos que es de Leonardo, lo pensaríamos diseñado en los principios del siglo actual. Eran elementos típicos de Leonardo –abandonados luego hasta las Guerras Napoleónicas– la relativa ligereza de sus máquinas bélicas y su practicidad, dando prioridad a la efectividad sobre el ornamento, cosa que en los siglos XVI y XVII era una revolución tan grande que no fue aceptada, salvo esporádicamente, en vida de Leonardo. Sus balas-flecha conforman, como gran novedad, ciertos elementos artilleros de la OTAN y del Pacto de Varsovia.
Máquinas hidráulicas
Se dice que ya en el taller de Del Verrocchio, Leonardo se interesó por la mecánica del agua y que diseñó algunas fuentes. Hacía modelitos en vidrio de acueductos y utilizaba la técnica de colorear parte del agua, o hacer que en ella flotasen pigmentos, para seguir más fácilmente las corrientes y entender las leyes ocultas que las regían. Diseñó acueductos, túneles de canalización de ríos y planeó canales imposibles de realizar en aquella época, por ejemplo, uno que comunicaría a la ciudad de Milán con el mar y que llevaba esclusas a la manera del actual Canal de Panamá.
Por pedido del Papa León X planeó canales especiales para inundar las llanuras de la Lombardía en caso de invasión turca. También ideó cómo secar los pantanos palúdicos, cosa que recién pudo hacerse efectiva en el segundo cuarto del siglo XX, y que en la Antigüedad habían logrado parcialmente los romanos a partir de Augusto.
Además, Leonardo diseñó naves sin remos, movidas en cambio con grandes ruedas laterales –que dijo haber observado en un bajorrelieve romano que no conocemos en la actualidad–, barcas motoras y submarinos, así como pequeños artefactos extrañamente parecidos a los actuales tubos respiratorios de los buzos autónomos.
Citaremos algunos de sus inventos:
Máquinas para volar
Pero con la oscuridad de la Edad Media se perdieron estas posibilidades en la cuenca del Mediterráneo. Tenía que venir Leonardo para que resurgiesen, en una dimensión mayor, más seria y elaborada por lo menos dentro de lo que sabemos, y dejando de lado los “vimanas” que los viejos libros de la India atribuyen a los atlantes de hace casi un millón de años.
Entre 1503 y 1506 Leonardo se dedica a estudiar el vuelo y la anatomía de las aves. Leonardo siempre parece consultar con la Naturaleza, escapando de todo fanatismo antropocéntrico.
Así nacen:
A pesar de ser estos sus aparatos más impresionantes, y aunque teóricamente estaban perfectamente aptos para sus fines, casi todos fracasaron, pues Leonardo tropezó con la misma dificultad con que ya habían chocado los ingenieros y mecánicos de la época helenística y romana: la falta de un motor poderoso y liviano que no se cansase en su ejercicio. Esta dificultad solo fue vencida a principios del siglo actual con la aparición de motores de explosión en base a carburantes líquidos.
Otras máquinas
Nos es imposible, insistimos, abarcar toda la obra mecánica de Leonardo. Lo mencionado basta para dar una idea de este genio universal sin parangón en los tiempos que le sucedieron.
Cuando hace un par de meses meditábamos frente a su famoso fresco de La última cena y admirábamos las perspectivas empleadas en él, lamentábamos al mismo tiempo que el Maestro, inventor nato, no se hubiese ceñido a las normas de los pintores de su época, pues la obra se deteriora continuamente. Además, una bomba de dos toneladas arrojada por la aviación aliada en la Segunda Guerra Mundial, le produjo daños al volar la iglesia que lo contenía, a pesar del grueso muro de sacos terreros que, en prevención, se le habían adosado.
Junto a la grandeza de Leonardo, es su propio “gigantismo” el que arruina muchas de sus creaciones, pues trabaja con materiales, pigmentos y técnicas que aún no se emplean en su siglo…
Mezcla de sabio y de vidente, en su vejez llega a pintar un extraño “fin del mundo” que no pudo ser interpretado entonces… Hoy nos sobrecoge: en él figura un enorme hongo que surge de la explosión de una ciudad.
Admirado, amado y odiado por muchos hombres poderosos, acepta del Rey de Francia, Francisco I, la protección ofrecida, y de Roma va a Francia en 1516. Es ahora un anciano de noble porte, sacudido por tempestades interiores y trabajando hasta el final con verdadera furia. Su autorretrato, de esos tiempos, es impresionante. El hombre ha dejado paso al superhombre, al semidiós que ya está viviendo en otra dimensión casi perpetuamente. Dejó su cuerpo carnal el 2 de mayo de 1519 en Clos Lucé, lugar cercano al castillo de Amboise, junto al río Loire. Fue sepultado en la iglesia de San Florentín, pero sus restos desaparecieron durante las guerras religiosas del siglo XVI, cuando su sepulcro fue profanado y sus huesos dispersados por los fanáticos de siempre. Pero su obra y su espíritu titánicos siguen conmoviendo al mundo… a nuestro mundo contaminado que no supo hacer máquinas armónicas que no envenenasen la Naturaleza… Como esas que soñó Leonardo.
Créditos de las imágenes: Amandajm, Sailko, Edoardo Zanon
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"Pero su obra y su espíritu titánicos siguen conmoviendo al mundo… a nuestro mundo contaminado que no supo hacer máquinas armónicas que no envenenasen la Naturaleza… Como esas que soñó Leonardo."
En otro artículo, "La búsqueda de una solución natural" el profesor Jorge Angel Livraga ahonda en este tema.
https://biblioteca.acropolis.org/la-busqueda-de-una-solucion-natural/
Es evidente que en algún momento con nuestra tecnología renovada, nos apartamos del "buen camino", arrastrados, seguro, por nuestra codicia, enfermedad incurable según los egipcios. Y ahora ya nos es difícil incluso imaginar un mundo donde las máquinas auxilian el hombre en su labor cotidiana, pero no le envenenen ni física ni psicológicamente, y no envenenen la tierra, el agua, el aire y aún el espacio.¿Reencontraremos el camino o nos será necesario comenzar, casi desde el principio?