“El Universo es mente, todo es Mental” (El Kybalion).

Esta antigua –y siempre actual– afirmación que los griegos extrajeron de más viejos aforismos egipcios y que nos ha llegado a través de las versiones que los neoplatónicos de Pérgamo y Alejandría conservaron, y cuyos fragmentos han sido comentados y recomentados muchas veces con mayor o menor fortuna, guarda una verdad que rebasa el campo de lo metafísico para llegar hasta lo cotidiano, lo que nos afecta a todos en cualquier momento.

Cada uno de nosotros y nuestro entorno cobra realidad sensible según como es pensado. Esto no cambia los Arquetipos que nos aguardan al final del Sendero, tal cual Platón explicó genialmente, pero nuestra intención en este artículo es referirnos, no al Logos o Idea Divina que cual timonel rige la marcha del Universo de manera inteligente y que se refleja en las estrellas y en los átomos, sino a la parte humana que nos toca vivir, personalmente, en los límites de nuestro espacio-tiempo.

No debemos ser egoístas, pero no podemos evitar el ser egocéntricos. Protágoras dijo que “El Hombre es la medida de todas las cosas” y con ello se refería no solo a la conciencia humana y al Universo, sino hasta a su cuerpo físico, que le da noción de lo pequeño y de lo grande, de lo cercano y lo lejano. El Hombre-microcosmos es en sí una imagen viviente de ese Dios-macrocosmos en el cual Es y Está.

Todo valor capaz de ser entendido y vivido, realmente vivido por cada uno de nosotros, entraña no tanto una ascesis a las Escondidas Fuentes de la Verdad, sino a relaciones entre nuestro Yo y lo que podemos llamar nuestro entorno.

Pero esto nos presenta un doble problema inicial: cuando nacimos a esta vida es evidente que nuestro entorno ya existía, y así tomamos conciencia de creencias religiosas, políticas, científicas, artísticas, usos sociales según sexo y condición, expresión idiomática según la lengua del país y la familia en la cual nos desarrollamos. Apreciamos alimentos y bebidas. Aprendimos a manejar instrumentos, desde nuestro propio cuerpo hasta las máquinas y utensilios de propiedad o de uso que nos rodearon. Pero… ante esta preexistencia del entorno nos podemos preguntar: ¿y yo, existía antes de nacer? ¿Dónde? ¿Cómo?… Y si yo no existía, ¿nací con mi cuerpo? ¿Mi Yo es solo la suma y combinación de propiedades de la materia, algunas desconocidas aún científicamente?

El poder pensar percibiéndolo le otorga realidad a mi entorno. ¿No cabría, pues, que a medida que me fui pensando a mí mismo me fui otorgando también realidad? Y si esto fuese cierto, ¿no dependerá la existencia de mi Yo de la existencia de mi entorno?

Esta pregunta aparentemente lógica y que tanto preocupa a los materialistas es un burdo sofisma. Si fuese cierto que comenzamos a existir con nuestro entorno y que nuestro Yo no es preexistente, todos los niños nacidos en parecidas condiciones serían por fuerza parecidos en todo. Pues siendo la única fuerza la del entorno, y siendo el Yo un producto de él, saldríamos todos iguales de las “líneas de montaje” de la Naturaleza, tal cual salen los coches o los aviones.

Pero no somos cosas; somos Seres. Y las diferencias que se dan aun en personas criadas en un mismo hogar y ambiente –diferencias profundas y no tangenciales– nos demuestran la preexistencia de un Yo diferenciado para cada uno de nosotros. Pensamos diferente y, por ende, sentimos y somos diferentes. No hay una persona exactamente igual a otra.

Así, al nacer, más allá del “hábitat” se manifiestan características propias de cada uno. Nuestro Yo es una complicadísima idea-forma que no tiene igual. Es razonable pensar que venimos modelados por experiencias diferentes, en vidas anteriores, en donde también habremos sido diferentes de todos los demás tras una acumulación de milenios experienciales.

Nuestros conocimientos de historia nos enseñan que los entornos de las distintas épocas y países han sido asimismo diferentes. Y siendo nosotros mismos, desde un remoto pasado distintos, hace que en la relación diferenciada con escenarios vitales diferentes, no podamos ser iguales los unos a los otros.

Sentada esta diferencia, el “nosotros” no es más que una relación más o menos armónica o conflictiva con los demás. De allí que Platón conciba la sociedad como una interrelación entre diferentes individuos. Cada uno de estos individuos tiene su propia concepción de sí mismo y de su entorno. Todo intento de masificación homogénea es artificial y doloroso.

Por eso debemos cuidar la pureza y la nobleza de nuestras formas mentales, pues cada pensamiento que albergamos o emitimos, tiene su propia dinámica emanada de la de nuestro Yo con relación al no-Yo o entorno.

Una ética profunda, una noción instintiva de lo bueno –fruto de la experiencia kármica acumulada– nos inclina a ser no solo buenos, sino a rodearnos de todo lo mejor posible. Porque un entorno esencial y existencialmente bueno no nos perjudicará. No nos dañará ni dañaremos a nadie. Y ese entorno no comienza como aparentemente parecería, en los demás, sino dentro de nosotros mismos, en una forma de “sub-entorno” que rodea al Yo Profundo.

Estamos habitados por miles de ideas-formas que originan goces, dolores, pasiones, distorsiones aberrantes, fallas en el cálculo del valor de las cosas y de los hombres.

Para mejor comprensión de los anteriores conceptos, es ventajoso recordar que el esoterismo de todos los tiempos ha concebido al Hombre como un perfecto robot en lo físico, pero a su vez obediente a factores biológicos, vitales, psicológicos, mentales, intuicionales y espirituales.

Esta constitución septenaria hace que cada una de sus partes refleje el todo, es decir, que cada uno de los vehículos del Hombre es también septenario, con lo que nos encontramos con una Mente que, según el cuadro pedagógico de la gran ocultista H. P. Blavatsky, presentaría estas características:

MENTE SUPERIOR

(MANAS)

(1) MANAS – ATMA – Espiritual
(2) MANAS – BUDHI – Intuicional
(3) MANAS – MANAS – Mente pura sobre la que se reflejan los principios latentes de Atma y Budhi, conformando el Cuerpo Causal o Yo
MENTE INFERIOR

(KAMA – MANAS)

(4) ANTAKARANA o Puente – Mental sombrío. Mansión de las obsesiones
(5) K. MANAS – ASTRAL – Mental que da forma a deseos
(6) K. MANAS­ – PRÁNICO – Mental vigorizado por el aliento de Vida
(7) K. MANAS – DENSO – Mental referido a las cosas físicas

 

(1) Las formas mentales emanadas de este subcuerpo son de colores vecinos al violeta, formas geométricas netas y brillantes; duran de por sí mucho tiempo y se refieren a temas heroicos y místico-filosóficos.

(2) Las formas mentales emanadas de este subcuerpo son de colores vecinos al plateado, formas geométricas netas y brillantes con vértices esfumados en brillante luz; duran menos tiempo que las anteriores y se refieren a temas religiosos.

(3) Las formas mentales emanadas de este subcuerpo son de colores vecinos al azul, formas geométricas netas, precisas y no muy brillantes; duran menos tiempo que las anteriores y se refieren a temas relacionados con el intelecto y la razón pura. Filosofía especulativa. Ciencias puras.

(4) Las formas mentales emanadas de este subcuerpo son de colores vecinos al verde, formas geométricas netas, sólidas y relativamente simples; duran menos tiempo que las anteriores y se refieren a temas especulativos concretos, técnicos y mecánicos. Ciencias aplicadas.

(5) Las formas mentales emanadas de este subcuerpo son de colores vecinos al rojo brillante, formas geométricas inestables y tendentes a revertirse sobre sí mismas; duran menos tiempo que las anteriores pero se repiten y se refieren a las exaltaciones, las emociones, las sensaciones y los dolores y placeres.

(6) Las formas mentales emanadas de este subcuerpo son de colores vecinos al naranja combinados con el rojo sangre; sus formas tienden a la curva y a la espiral renovándose constantemente. Su duración temporal es poca, pero al renovarse y circular engendrándose unas a otras, dan sensación de continuidad, como la da a la distancia el agua de un río que corre. Dan vida y calor a las demás.

(7) Las formas mentales emanadas de este subcuerpo son de colores cálidos oscuros que llevan a un entramado policromo, ya que, en verdad, son como cestas que contienen todas las demás energías mentales y las concretizan en formas geométricas que tienden a la estabilidad de una compensación mecánica. Duran poco tiempo, pero sus presencias son netas y bien definidas.

Como las formas mentales sufren el efecto universal del “boomerang”, tienden a regresar al punto de donde partieron, especialmente si no dan en el “blanco” al cual estaban dirigidas. De allí las recomendaciones milenarias de alentar los buenos pensamientos y desalentar los malos, pues aparte de los impactos que puedan provocar en el entorno exterior, es inexorable que regresen y, muchas veces potenciadas, golpeen y aniden en el entorno interior, o sea, en la propia mente que las engendró. Los orientales dirían que esto es Karma, pero no lo debemos entender como un Karma de tipo aritmético simple, sino vital.

Cuando se planta una semilla no deviene de ella otra semilla, sino un vegetal que contiene centuplicadas copias semejantes a la semilla que lo originó pues, imbricada en la tierra, absorbe de ella los elementos que la potencian. Es un eco múltiple del sonido original y singular.

Esta posibilidad de multiplicación hace que el Ego se vea asaltado por miles de formas mentales ajenas, propias y mixtas. La voluntad poco entrenada del individuo actual, lo convierte en juguete de estas formas mentales y así, desde la elección de una pasta dentífrica hasta la de una posición política o una forma de vida, se ve movido constantemente por las grandes oleadas de la marea multitudinaria que manejan las circunstancias, a la vez reflejos de combinaciones de situaciones previas, ya dadas cuando el individuo aparece en escena, y de los poderes escondidos de voluntades que no son siempre humanas.

Tras los actos que aparentan ser puramente humanos se esconden fuerzas de la Naturaleza a la manera de grandes Elementales y es suicida debilitar la voluntad de los hombres. La férrea disciplina de los viejos monasterios y los viejos cuarteles no era tan tonta como hoy nos quieren hacer creer. Ella forjaba seres humanos, en el mejor sentido de esta palabra. Una procesión o un ejército en marcha es la antítesis de la majada, del rebaño goloso que se detiene aquí y allá a mordisquear lo primero que sale del suelo abonado por sus propios excrementos. El sentido de la Mística, de la exaltación de los valores éticos profundos, de la generosidad, del coraje y del manejo del cuerpo, crean formas mentales que, al revertirse sobre la sociedad y sobre sus propios proyectores, lo ennoblecen y purifican todo, alejando los espíritus nefastos que promueven las enfermedades físicas y metafísicas.

La carencia de estas disciplinas permite que se descuelguen como temibles vampiros las peores formas mentales, algunas dormidas durante siglos en los oscuros rincones de lo que hoy se llamaría “inconsciente colectivo” y ataquen a los más débiles de voluntad, debilitándolos más aún y envileciéndolos. De allí salen las tendencias al consumo de drogas, a la violencia irracional, a la angustia, a la incapacidad laboral y a la falta de potencia para tomar decisiones redentoras.

Los afectados, como niños pequeños, siempre están pidiendo algo pero jamás ofrecen nada. Descargados de vitalidad y vacíos de voluntad se arrastran y son arrastrados a la peor de sus esclavitudes, que es el servilismo, hijo del terror y padre de los errores.

La verdadera libertad es la obediencia a las leyes armónicas que rigen la Naturaleza. Esa es la ecología, y no la politizada que vemos en las calles. Esa libertad es la fuente de las formas mentales superiores, las que, regresando sobre sus emisores, los nimban con aureolas de santidad y heroísmo. Estas características los vuelven bellos a la vista de los Dioses.

El escudo de fuerza y santidad protege de las larvas y de los engendros de la noche moral por la cual estamos transitando. La espada de la voluntad corta la cabeza de los dragones del miedo, la corrupción y la miseria física y moral. Del trabajo honrado, del valor para no solo esgrimir los propios derechos sino ofrecer los propios deberes, de la bondad y humildad de corazón, de la sana alegría que nos aleja de los alaridos de las bestias, de la oración que es hablar con Dios y del valor individual y colectivo frente a la adversidad, de la recta concentración en lo mejor de cada uno de nosotros, nacen las formas mentales más esplendorosas y benéficas.

Eso es ser filósofo Acropolitano: soñar y plasmar esa Ciudad Alta, esa Acrópolis, hecha con formas mentales de Voluntad, Amor y Justicia.

Créditos de las imágenes: Greg Rakozy

JC del Río

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