Esoterismo

Las edades esotéricas del Hombre

En este caso como en tantos otros temas, es temerario generalizar. Cada ser humano tiene su destino particular, que es como una cuerda hecha con muchísimos hilos de diferentes colores, resistencias, longitudes y ciclos de vida.

Influyen asimismo las decisiones que cada uno toma ante las oportunidades y también factores misteriosos que están por encima de todos los “horóscopos”, circunstancias y educación. En todas las Religiones Mistéricas de la Antigüedad, desde la sumeria hasta la etrusca, ese “factor X” –que así lo han llamado diferentes pensadores del siglo XX– no es mensurable ni previsible… Sabemos que existe por sus efectos evidentes, pero no sabemos lo que es.

Según Homero y Virgilio, esta voluntad ultérrima estaba por encima, no solo de los hombres, sino también de los Dioses y de todo aquello que podamos concebir. El mundo de lo inteligible, por paradoja, tiene raíz irracional… o para-racional, que en la práctica es lo mismo.

Pero para facilitar ciertas comprensiones, el esoterismo diferencia los años que un hombre puede vivir en ciclos de siete[1].

Hasta los 7 años

Existe un descenso paulatino de los Principios espirituales, mentales y psicológicos en general. Existe una especie de “Ángel de la Guarda” que vigila la entrada del Alma en la encarnación y “suaviza” sus choques con el mundo en el que le toca vivir.

Padres, familia y educadores tienen gran importancia. El niño es, salvo excepciones, un ser plástico que responde a los acicates del castigo y la recompensa; necesita autoridad y control permanente que le permitan un aprendizaje instrumental.

Si nace en familia cristiana, será cristiano y si es judía, judío, etc. Su contacto con el medio social es una “vacuna” que le permitirá sobrevivir a futuros embates. Necesita cariño, que no es debilidad ni gazmoñería.

Hasta los 14 años

Habiendo sobrevivido a la niñez, entra en una etapa “gozne” y, a través de la fantasía y de la imaginación, se introduce el ser humano en el mundo de los adultos, que no lo acepta ni rechaza totalmente. Está probando. Necesita que le dejen, controladamente, acertar y equivocarse. Su propio Espíritu empieza a manifestarse y crea la imagen de aparentes rebeldías.

Hasta los 21 años

Pasada la etapa anterior, el Espíritu se manifiesta más fuertemente y se perfila la personalidad y las posibilidades definitivas. Se entra en la plenitud… inmadura. Los roles sexuales se afirman.

Hasta los 28 años

El Espíritu se ha manifestado y el camino para toda la vida se hace evidente. Todo toma formas concretas y se tiende a imponer la propia naturaleza en todos los órdenes.

Hasta los 35 años

Se llega a todas las formas definitivas y la espiritualidad vence o fracasa; ya no habrá cambios de fondo al respecto. Se camina por sendas elegidas; lo que puede variar ahora es la velocidad, aparte de pequeños desplazamientos de los focos de interés y centros de invento. Aunque pueda no parecerlo, la posibilidad de cambios ha quedado atrás y tan solo se puede afirmar o debilitar los elementos de la personalidad según la fuerza del Espíritu.

Se está a la mitad de la esperanza de vida, en la cumbre de la montaña de esta vida, y se empieza a percibir más claramente paisajes y fuerzas, lo que provoca acción y curiosidad. Los elementos ya existentes se combinan y recombinan en una “segunda juventud”.

Hasta los 42 años

Los efectos de lo que llamamos “segunda juventud” se hacen perceptibles y se institucionalizan. Son necesarios logros, conquistas, adquisiciones. Al final del ciclo se empieza a bajar la “montaña biológica” y aparecen conflictos entre el Espíritu, el Alma y la Personalidad. Aquí se definen los valerosos y los cobardes. El desafío de la vida se plantea y se replantea.

Hasta los 49 años

Un sentimiento que permaneció casi en latencia se manifiesta: el apuro por plasmar cosas; estas serán según la naturaleza de cada uno, de su grado de espiritualidad o materialismo.

La experiencia individual se ha decantado e influencia fuertemente en los actos, sentimientos e ideas. El cuerpo, por su parte, presenta las características propias de la perdida juventud. Esto no siempre es aceptado y ello hace que esta edad sea especialmente peligrosa para el equilibrio fisiológico y mental.

Hasta los 56 años

Se inicia una doble fuga psicológica hacia atrás y hacia adelante. Se recuerdan los “buenos tiempos” y se proyecta con fuerza para el futuro. El presente se evidencia efímero y débil. Hace falta afianzarlo para cogerse fuertemente a algo. Las posiciones se radicalizan y maduran. Si se ha tomado el camino espiritual, se entra en un período muy fructífero y si no, es un simulacro de nuevas reacciones… que son las mismas de antes, pero mucho más definidas, sólidas… y estáticas.

Hasta los 64 años

El “ocaso” de la vida se hace evidente y todos, de una manera u otra, tratan de dejar “cosas hechas” que otorguen seguridad colectiva e individual. Depende de la cultura, carácter y espiritualidad, el grado en el que la radicalización de las creencias se plasme en obras realmente útiles. La convivencia se hace más difícil y se rechaza a la vez que se la necesita, a veces de manera traumática.

Hasta los 70 años

Según se haya ejercido, algunos principios espirituales se retiran o se afirman. Es el final, el “broche” que puede ser de oro o de hierro. El cuerpo entra en deterioro que pone a prueba la templanza. La idea de la muerte, en sus diversas acepciones, se hace constante. Para algunos, esta es un último incentivo, y para los otros, la puerta de la desesperación, de la resignación, de la rebeldía (ahora sí auténtica), lo que puede provocar un enfrentamiento consigo mismo y con el entorno físico, psíquico, mental o espiritual.

Si se sobrepasa esta edad, todo pronóstico se hace aventurado, pues los ancianos pueden convertirse en rocas sólidas de maravillosos ejemplos… o en empecinados enemigos de todos y de todo. Por lo general, se experimenta una gran soledad, dorada u opaca. La mayor parte no entienden de los más jóvenes y se enfrentan con ellos, envidiando de alguna manera su juventud. Ahora todo dependerá de la vida que se ha dejado atrás. Leyes de la Naturaleza, absolutistas y dogmáticas, hacen cosechar apresuradamente lo que ha plantado de forma inexorable.

Si el fin sobreviene por una enfermedad especialmente larga, suelen reaparecer características netamente infantiles. Si no, o si la fuerza espiritual es muy grande, el Espíritu dará sus más bellos esplendores como despedida final, penetrando de nuevo en una realidad íntima y misteriosa, como la de los niños pequeños. Aun estando en este mundo ya no se vive en él.

Intencionalmente hemos evitado los análisis psicofísicos a la moda y la terminología de nuestro tiempo. No creemos en el psicoanálisis mientras no se reencuentren las claves de una psicosíntesis reconstituyente, optimista y veraz.

Por otra parte, todo lo anterior, si bien obedece en líneas generales a la marcha del tiempo en la vida del Hombre –englobando ambos sexos para abreviar–, insistimos en que es muy esquemático, pues no se puede masificar y cada ser humano es un mundo, un misterio, una realidad propia e irrepetible, absolutamente singular.

Esto no descarta la reencarnación, pero confirma que si la cadena es una, sus eslabones son innúmeros, diferentes y que la asociación de estos no quita la flexibilidad del conjunto; por eso lo comparamos a una cadena y no a una barra rígida. Espacio y tiempo son coordenadas que se entrelazan pero que no se funden entre sí, pues aunque tienen un Ser idéntico, son a la vez un existir maravillosamente diferente, enfrentado y complementario.

Pero tales son las Viejas Enseñanzas que, bien meditadas, pueden ser útiles a aquellos que, siendo filósofos, buscan conocerse en profundidad.

 

NOTAS:

[1] Aunque publicado tras el fallecimiento del autor, este artículo fue escrito en 1989. La esperanza de vida desde entonces ha aumentado y en 2023 sobrepasa los 80 años en casi toda Europa y en América está en torno a los 75 años. Sin embargo, respetamos el esquema propuesto por autor, basado en un ritmo septenario, que corresponde al desarrollo de una vida humana.

Créditos de las imágenes: Micahel Martin

JC del Río

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