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Interpretación esotérica de La Primavera

Este tema, el de la interpretación esotérica de una de las pinturas más afamadas del mundo, no es fruto de imaginerías, sino de haberse reencontrado la clave básica que utilizó el genial Sandro Botticelli –que por este nombre lo conocemos– para representar maravillosamente el pasaje del Alma por la manifestación carnal.

Sandro Botticelli: Primavera. Galería Uffizzi (Florencia)

Un prólogo necesario a toda referencia al fantástico movimiento del Humanismo, desgraciadamente hasta hoy muy mal comprendido por los especialistas influenciados por el pensamiento exclusivista centroeuropeo, vale para ponernos al día con las nuevas corrientes de interpretación histórica que vienen despuntando de cara al siglo XXI.

En principio, aclaramos que las divisiones del pasado humano lo suficientemente conocido como para llamarse “Historia” responden, aunque basadas en hechos reales, a la altura de las posibles investigaciones y a los criterios más o menos generales de los especialistas, los que se fijan, ante todo, una meta pedagógica, pues historia que no se enseña no es “Historia” según la aceptación actual.

Hasta mediados del siglo XX, nuestra cultura occidental ha dividido su propio pasado cercano en:

  • Época Clásica, desde el siglo VI a. C. hasta el siglo V, haciendo coincidir este ultimo término con la caída del Imperio romano de Occidente.
  • Edad Media, desde el siglo V-VI hasta el siglo XV, según unos cuando cayó Constantinopla en manos del Imperio turco, y según otros con el descubrimiento de América por Cristóbal Colón.
  • Edad Moderna, desde entonces hasta el siglo XVIII, cuando sobreviene la Revolución francesa.
  • Edad Contemporánea, desde entonces hasta nuestros días.

Como vemos, esta es una división de la Historia que no puede excluir a otras, más o menos bien fundamentadas, aunque todas discutibles.

Las nuevas interpretaciones sugieren que la Edad Media puede considerarse terminada en lo que hoy se denominaría Baja Edad Media, situando su fin en una época inmediatamente posterior a las Cruzadas, alrededor del siglo XII. Esta nueva visión acercaría nuestro concepto de lo “moderno” y extraería de las tinieblas medioevales hechos tan fundamentales como la aparición del arte gótico, el reencuentro de las ciencias aplicadas y del legado del mundo clásico.

Esta conceptuación es, además, mucho más elástica que la anterior, pues Europa, matriz indiscutible de nuestra actual forma cultural, no vivió los mismos parámetros al mismo tiempo y en toda su extensión. Por ejemplo, la Península Ibérica no conoció la Baja Edad Media, ya que la ocupación árabe la mantiene en un nivel de vida y cultura relativamente alto desde el siglo VIII; y el Imperio bizantino, con sus irradiaciones sobre la Península Itálica y sus propios aledaños del mundo griego, habría mantenido cierta forma particular de “tiempo clásico” hasta el siglo XIV-XV.

Es en esta última fracción en la que se ubica el Renacimiento, que gracias a las aportaciones de algunas bibliotecas y museos bizantinos y a los contactos con las altas culturas árabes que guardaron, curiosamente, restos de la antigua Biblioteca de Alejandría en copias y traducciones en su lengua y escritura, lanzaría sus más vigorosas luces en el norte de la actual Italia.

En este Renacimiento podemos ubicar la reaparición de la Academia platónica sobre las áreas culturales de Florencia y Venecia, con numerosas irradiaciones que llegarían hasta Roma. Asimismo, el trabajo de los anteriores templarios, cátaros, albigenses y otras formas de investigación acerca de lo reencontrado de Platón y del mismo Pitágoras, así como de Homero y Virgilio, promovieron un mundo ascensional, con una arquitectura del pensamiento y un reflorecer del esoterismo. Nuevas hipótesis exponen que hasta ese personaje al que podríamos denominar “Cristo-Phoros-Columba” (que traducido libremente al español podría significar “El que lleva a Cristo y la Luz del Espíritu Santo”) y conocido por Cristóbal Colón, habría conducido su carraca y sus carabelas, con las cruces templarias en sus velas, a través de rutas marinas que ya conocían los Iniciados en estas “cofradías” desde hacía varios siglos, basándose en cartas de navegación y mapas del tiempo de los Ptolomeos y Romanos, como la copia del siglo XV hallada en el Museo Topkapi de la actual Estambul, conocida como “Mapa de Piris Reis”, en la que ya figura, no solo América sino… ¡la Antártida!

En un momento tan especial de la Historia, nace en Florencia Alejandro Botticelli, cuyo verdadero nombre de familia era el de Filipepi, en 1437. Poco sabemos de su niñez, pero parece que el nombre que lo hizo famoso lo tomó de un platero con el que comenzó a trabajar, como aprendiz, según las costumbres de la época.

En el ambiente cultural, luchan las sombras de Aristóteles –cuya “escolástica” entremezclada con el cristianismo había dominado los pocos centros de saber que se mantuvieron en la Edad Media– con los “academistas” inspirados en todos los clásicos, especialmente en Platón, del cual solo se conoció su obra “completa” (lo que ha quedado) gracias al mecenazgo de Cosme de Médicis, a través de Marcillo Ficino, en 1477. Según Auerbach, este solo hecho contribuyó a dar “nueva forma al mundo”. Y, en verdad, desde el siglo XIII el mundo estaba tomando una nueva forma, que por la ley del eterno retorno respondía al esquema clásico, que había dejado de lado la Humanidad occidental cuando se mandó cerrar la Academia de Platón, se quemó la Biblioteca de Alejandría y san Cirilo ordenaba la muerte de la neoplatónica Hipatia (cuyos huesos “paganos” fueron mondados con conchas marinas antes de ser cremados) en Alejandría.

En esa época de horror del advenimiento de la Edad Media, también el Serapheum era derrumbado haciendo tirar dieciocho yuntas de bueyes de cada una de sus columnas… con los médicos y sacerdotes del Dios-curador adentro.

Pero como el espacio de que disponemos nos impide historiar, en un solo artículo, los motores espirituales y psicológicos de Botticelli, volvemos al tema central.

La Primavera es un panel de 203 cm por 314 cm pintado al óleo y temple. Está depositado en la Galleria degli Uffici de Florencia, Italia; y constituye, junto con otra pintura del mismo autor, Nacimiento de Venus, lo que los especialistas han dado en denominar el pináculo pictórico del neoplatonismo renacentista.

Fue pintada en 1477 o a principios de 1478 y fue adquirida por Lorenzo de Pier Francesco de Médicis, primo de Lorenzo el Magnífico. Su historia, en adelante, es neblinosa. Su autor murió ya anciano, en 1515, tras muchas vicisitudes que lo llevaron desde mantener amistad con el Papa Sixto IV hasta con Savonarola.

En los inventarios de los Médicis aparece todavía en 1638. Se dice que en ese tiempo tenía un “ornamento” (¿marco?, ¿maderas talladas, murales?).

No sabemos por qué La Primavera fue pintada sobre tela y Venus sobre tabla. Mencionaremos a la vez El nacimiento de Venus, pues es, de alguna manera, la continuación del cuadro que hoy tratamos; incluso cronológicamente, fue pintado un año más tarde. Ambos pasan intactos por muchas peripecias, y desde 1815 están en los Uffici, donde se hallan hoy en día. Un detalle notable es que ambos “desaparecen” de los comentarios hasta bien entrado el siglo XIX. Pero desde entonces han suscitado la curiosidad de los estudiosos, especialmente La Primavera, pues documentaciones encontradas y estudiadas a partir de 1945, la muestran como un cuadro-síntesis de todo el movimiento platónico o neoplatónico que sacudió el Renacimiento italiano. Una carta de Ficino exhorta a su discípulo ideológico, Botticelli, a interpretar su horóscopo, en el cual figuraba una conjunción astrológica de Mercurio con Venus. Incluso se ha llegado a pensar que el cuadro encierra un antiguo “Misterio” Iniciático, recobrado por aquellos platónicos, los que, tal vez, tuvieron acceso a libros o a fuentes tradicionales que las luchas religiosas de la Reforma y Contrarreforma, con su caza de brujas, habrían forzado a sepultar.

Hay un episodio escrito por Ovidio en el cual la ninfa Cloris es atrapada por el viento frío Céfiro; ella escapa y, convertida en engendradora de flores, toma el nombre de Flora o Venus-Armonía. Habla de Eros y de la transmutación a través de las gracias hasta la “remeatio” o regreso a la situación primordial-espiritual de la que cuidará el Mercurio órfico, quien guiando a las Almas de ultratumba, las lleva al Éxtasis de la Trascendencia. Es evidente que lo que nos muestra la pintura no está lejos, sino muy cerca de este fragmento clásico.

Últimamente, basados en fuentes autorizadas italianas, se da la siguiente interpretación esotérica de la pintura:

El cuadro está dividido en dos laterales, con un centro presidido por la Venus-Madre o Diosa del Amor. A extrema derecha vemos la representación azulosa del viento Céfiro, que trata de asir a la ninfa Cloris, la cual, capturada, emite flores: es la fuerza del Amor que la persigue, la anima a dar a luz flores y bajo esta nueva energía se transforma en Flora: la Belleza. Céfiro sería el equivalente al Karma que empuja al Alma inexorablemente hacia el mundo manifestado, representado por el bosquecillo-jardín. Cloris, cuyo nombre es el del color blanco, es símbolo del Alma pura… pero también del frío del invierno. La semilla estaría presa en la tierra invernal como el Alma en el cuerpo material, desangelado.

La Primavera es Floris. Es la misma Alma (el cuadro debería mirarse de derecha a izquierda y es la secuencia de una misma cosa), pero ya florecida y que, por superabundancia, da sus flores, de las que tiene las manos llenas. Es el Alma humana que despierta al Mundo Espiritual. No olvidemos que, según los alquimistas, la primavera es la época del año más propicia para empezar la Gran Obra: la transmutación del Plomo en Oro Espiritual.

En la segunda mitad del cuadro vemos a las tres gracias, bendecidas por Venus. Esta deidad del Amor es la central, domina el pasado, el presente y el futuro; es el eje de todo. Es el Amor Platónico, que domina todo lo manifestado y se plasma según la necesidad y el grado de conciencia de cada uno. En este “Paraíso”, Venus ocupa el lugar donde en la Biblia figura el árbol del bien y del mal.

En cuanto a las tres gracias: la de la derecha es Pulchritudo o la Belleza; la del centro es Castitas o la Castidad, y la de la izquierda es Voluptas o el Placer, la Voluptuosidad. Voluptuosidad y Castidad están unidas a Belleza, pues cada una de ellas contiene belleza en su plano de acción, en el sentido platónico de la Estética como una forma de la Felicidad, de la cual otra forma es la Ética. En la pintura, Voluptas mira solamente a Pulchritudo, pues en todo lo que es bello hay una forma de placer y es una de las posibilidades que Venus da al Alma-primavera.

La Castidad, Castitas, es asimismo bella, pero desde el cielo, en el centro, le apunta con una flecha incendiaria un Eros ciego. Eros ocupa esta posición pues, como dice Hesíodo, es el más antiguo de los Dioses. Es la Gran Fuerza que hizo que todo empezase a moverse (no olvidemos que en los Misterios, lo que sucedía en el Universo o Macrocosmos, también ocurría en el Hombre o Microcosmos).

La Castidad, inflamada por esta Fuerza de Amor, dará la espalda al mundo (o sea, al observador) y dirigirá su mirada hacia el Dios Hermes-Mercurio, Maestro de Sabiduría, conocedor de las Cosas Misteriosas, el cual, con su caduceo mágico compuesto por la vara central del Poder de los Magos y las dos serpientes (en este caso, con rostros de dragones alquímicos) de las Fuerzas Complementarias que mueven el mundo y representan lo blanco y lo negro, lo femenino y lo masculino, etc., disipa las nubes neblinosas de la ignorancia.

Se sobreentiende que el Alma Florida o Primavera desechará la voluptuosidad y elegirá la castidad, que la llevará a la muerte de lo manifestado, a la Gran Sabiduría. Lo que en Oriente llaman Nirvana.

Tal es el ciclo que hemos tomado en su clave iniciática, reflejado en esta maravillosa obra pictórica en donde todo rezuma belleza, limpieza, luz y amor. Lo mismo pasa en el otro cuadro sobre el nacimiento de Venus, en el cual la Concha Mágica, la misma que llevaron durante siglos los peregrinos compostelanos hasta las últimas riberas del mar, es su barca sin timón y sin remos. El viento hace florecer sus largos cabellos angélicos, que ella retiene pudorosa, esperando que la cubran con la capa de la manifestación.

El autor de este trabajo agradece la valiosa colaboración de los representantes de la Organización Internacional Nueva Acrópolis en Italia, profesores Ettore Realini y Elba Tejeda. Sería muy positivo que, en todo el planeta, colaborasen aquellos que tienen acceso a los conocimientos para reinterpretar la herencia cultural que recibimos y transmitir a las nuevas generaciones una cultura limpia de odios y separatismos que ayudase a la forja de un mundo nuevo y mejor.

Jorge Ángel Livraga Rizzi.
Publicado en Revista Nueva Acrópolis núm. 136. Madrid, marzo de 1986.

Créditos de las imágenes: Aavindraa

JC del Río

Ver comentarios

  • Bellísimo artículo, tan propio del genio versátil del Fundador Internacional de Nueva Acrópolis. Una lección de Estética Metafísica, el Arte, camino hacia las esencias y poderes celestes, hacia la Belleza que es, según Platón el resplandor de la Verdad y su huella en el mundo. Y Botticelli, además de un filósofo neoplatónico, un ángel de la luz, del color y la ternura.

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