Fue educado en el espíritu religioso del pietismo, en el Collegium Fredericianum cuyo director, Francisco Alberto Schultz, personalidad notable del pietismo en aquel tiempo, se vio atraído por las sorprendentes cualidades intelectuales de Kant, pese a su corta edad. Allí trabaría amistad con Runken –quien llegaría a ser uno de los profesores más célebres de Leyde– con quien leía a los autores clásicos, pues ambos cifraban sus placeres en este estudio y en una sana lucha de talento.
A los dieciséis años ingresó en la Universidad de Königsberg, donde estudió filosofía, matemáticas y física newtoniana y, sobre todo, a los clásicos; su maestro fue Martin Knutzen, wolffiano heterodoxo de ideas renovadoras. La situación de crisis de la metafísica racionalista de Wolf, y los problemas surgidos de los nuevos planteamientos de la física de Newton, junto con el pietismo ambiental vivido desde su infancia, configuran el ambiente intelectual de la juventud de Kant.
Aunque tras la muerte de su padre tuvo que abandonar sus estudios universitarios y ejercer como tutor, en 1755 reanudó sus estudios, consiguiendo el doctorado con su disertación “Principiorum cognitionis metaphysicae nova dilucidatio”, obteniendo la libre docencia en la Universidad de Kõnigsberg, donde impartió durante quince años sus cursos libres sobre diversas disciplinas, disertando sobre ciencia y matemática, hasta llegar a tocar casi todas las ramas de la filosofía.
En 1766 fue nombrado bibliotecario de la Biblioteca Privada de Kõnigsberg y cuatro años más tarde, en 1770, se le concedió la cátedra de lógica y metafísica en la Universidad, con su tesis sobre el fuego. Kant ejerció este cargo hasta su muerte, cumpliendo escrupulosamente sus deberes académicos, a pesar de la enfermedad senil que sufrió en los últimos años de su vida.
La vida de Kant carece de acontecimientos especiales, pues permaneció profundamente concentrado en un esfuerzo continuo de pensamiento. Sin embargo, simpatizó con la guerra de independencia americana y con los postulados de la Revolución Francesa. Consideraba que ambos procesos se encaminaban hacia la realización del ideal de libertad política, según expuso en su obra “Por la paz perpetua”, consistente en una constitución republicana fundada sobre tres principios: en primer lugar, el principio de libertad de los miembros de una sociedad, como hombres, en segundo lugar, sobre el principio de independencia de todos, como súbditos y en tercer lugar, sobre la ley de igualdad como ciudadanos.
Sus enseñanzas poco ortodoxas sobre religión, que se basaban más en el racionalismo que en la revelación divina, le acarrearon grandes problemas, y le llevaron al único incidente de su vida, al entrar en conflicto con el gobierno prusiano, después de la publicación de la segunda edición de la “Religión dentro de los límites de la razón”. El rey Guillermo II de Prusia había restringido en 1788 la libertad de imprenta, sometiendo a censura previa las publicaciones de carácter religioso; y a pesar de que la obra de Kant había sido censurada previamente, recibió una carta del rey por la que, considerando que sus ideas conculcaban los principios fundamentales de la Biblia y del cristianismo, a partir de ese momento se le prohibía a Kant impartir clases o escribir sobre asuntos religiosos. En su respuesta, el filósofo rechazó la acusación, pero prometió atenerse al veto “como súbdito de su Majestad”, frase con la cual entendía librarse de su obligación a la muerte del monarca. En efecto, con la llegada al trono de Federico Guillermo III en 1797, la libertad de prensa fue restaurada y Kant pudo reivindicar nuevamente la libertad de pensamiento y de expresión, frente a las arbitrariedades del despotismo.
En los últimos años de su vida sufrió una debilidad senil que mermó progresivamente sus facultades, hasta morir el 12 de febrero de 1804; las últimas palabras que pronunció fueron: “Está bien”, como broche a su extraordinaria existencia.
Era profundamente reflexivo, de imperturbable serenidad, dotado de una amplia erudición, que adornaba con una agudeza y sentido del humor notables.
Su pensamiento se nutrió de las ideas de Leibniz, Wolff, Baumgarten, Crusius y Hume, de las leyes naturales descubiertas por Newton y Kepler, entre otros físicos, y acogió con un inmenso interés la obra de Montesquieu, Gibbon, Robertson y Rousseau, concretamente el Eloísa, y el Emilio, cuya lectura fue lo único que le hizo variar sus estrictas costumbres cotidianas de vida. La historia de los hombres, los pueblos y la naturaleza, las matemáticas y la experiencia, eran sus fuentes. Cultivó las bellas letras, prefiriendo a Klopstock y a Wieland entre todos los poetas alemanes.
La orientación crítica que el empirismo inglés había iniciado, reconociendo y señalando los límites de la razón humana, y que la Ilustración había hecho suya, se convierte en la obra de Kant en un hito decisivo de la historia de la filosofía.
El objetivo de Kant es la creación de una filosofía esencialmente crítica, en la cual se establecen de un modo autónomo los confines y posibilidades efectivas de la razón humana. Este objetivo es el de un racionalismo que se proponga, en primer lugar, la elaboración del concepto mismo de la razón. Kant identifica este racionalismo con el iluminismo, y en realidad, el concepto de la razón a que él llega está en la línea que había comenzado con Hobbes y que el iluminismo había aceptado de Locke; es la línea que ve en la razón un órgano autónomo y eficaz para la guía de la conducta humana en el mundo, pero no una actividad infinita u omnipotente, sin límites ni condiciones.
– Primer período precrítico, hasta 1760. Prevalece el interés por las ciencias naturales, durante el cual sigue las huellas del pensamiento dominante en los primeros decenios del siglo XVIII.
– Segundo período crítico, hasta 1781, año en que se publica su obra principal “Crítica de la razón pura”. Prevalece el interés filosófico y se determina su orientación hacia el empirismo inglés y el criticismo. Esta obra, que contiene la crítica a la que Kant somete a la razón humana, producirá, pese al escaso interés que despierta inicialmente, un giro total, que marcaría un nuevo estilo de pensamiento, un cambio radical en la orientación de la filosofía. Se evidencia una tendencia a evitar el error, más que el descubrimiento de la verdad, siguiendo la tónica de Descartes y de Locke y Hume, quienes ponen en duda diversas posibilidades de conocimiento. Esto lleva a Kant a concentrarse sobre los objetos de razón y sus límites, sus posibilidades, es decir, la crítica de la razón pura. Se inclina por una concepción de la metafísica como la ciencia de los límites de la razón humana, y no como un sistema de saber.
La “filosofía crítica” de Kant se halla en sus tres obras fundamentales: “Crítica de la razón pura”, “Crítica de la razón práctica” y “Crítica del juicio”. Los elementos de este sistema los denomina Kant “filosofía trascendental” o examen al que hay que someter a la razón humana para investigar las condiciones que hacen posible el conocimiento a priori. Kant afirma que para entender la experiencia (conocimiento a posteriori), es necesario tener conocimientos que no provengan de la experiencia (conocimiento a priori); aunque todo nuestro conocimiento empiece con la experiencia, no por eso procede todo él de la experiencia. Lejos del “sueño dogmático”, sólo así el conocimiento empírico puede disponer de aquellas condiciones que exige el verdadero conocimiento (universalidad y necesidad) y que la sola experiencia no puede otorgar. Esto equivale a un cambio de método y a afirmar que no es el entendimiento el que se deja gobernar por los objetos, sino que son éstos los que se someten a las leyes del conocimiento, impuestas por el entendimiento humano.
Dando por sentado que son posibles la matemática y la física puras, se pregunta Kant si es posible la metafísica, a lo que concluye que todavía no se ha encontrado un camino seguro. Esto le llevará a la reflexión de que el pensamiento no conoce las cosas tal como son, pues “las cosas en sí” no se pueden conocer, lo que se conoce es “las cosas en mí” o fenómeno, en oposición al noúmeno o “cosa en sí”. Esto es justamente lo que explora la Crítica de la razón pura.
– Tercer período postcrítico, desde 1781 hasta su muerte, que es el de la filosofía trascendental.
Kant se encuentra con el problema de la metafísica, las grandes cuestiones que exceden a la experiencia: Dios, la libertad y la inmortalidad entre otros.
En “Fundamentos de la metafísica de las costumbres” establece un hecho ineludible y es que el hombre es moral, se siente responsable y, por tanto, libre. Lo único bueno sin restricción es la buena voluntad, ya que es buena en sí misma, con independencia de los frutos que se logren al ponerla en acción. La guía de la buena voluntad es la razón, y no el instinto que busca siempre la satisfacción de sus propias necesidades; de aquí surge el núcleo de la moral en Kant: la moral consiste en la acción por deber.
Define el deber como la necesidad de la acción por respeto a la ley. La ley, cuya representación tiene que determinar la voluntad, será que debo obrar sólo de modo que mi máxima pueda convertirse en ley universal, prescindiendo de mi sentir particular. Esta máxima será el principio subjetivo del querer, del mismo modo que la ley práctica será el principio objetivo de nuestra razón.
Ante la pregunta de por qué causa la razón pura puede convertirse en razón práctica, donde se mezclan los dos mundos, el nouménico y el fenoménico, responde Kant que es porque todo concepto moral dimana de la razón, y porque las representaciones puras del deber y de la ley moral le llegan al hombre a través de la razón.
A los principios objetivos que constituyen la voluntad, Kant los llama mandatos, los cuales se expresan a través de la fórmula del imperativo, que es un deber ser sin inclinación. El imperativo categórico es aquel que ordena actuar sólo según una máxima que pueda tornarse ley universal.
La clave para la autonomía de la voluntad, propia de los seres dotados de razón práctica, es la libertad; cuando el hombre se concibe como dueño de su libertad se incluye en el mundo inteligible, conociendo así la autonomía de la voluntad con su consecuencia: la moralidad.
En “Lecciones de Lógica”, al final de su vida, Kant dice que en la pregunta ¿Qué es el hombre?, se resumen las de ¿Qué puedo saber?, a la que responde la metafísica, ¿Qué puedo esperar?, a la que responde la religión, ¿Qué debo hacer? a la que responde la moral. En estas cuatro preguntas, y en la distinción entre filosofía escolar y el concepto mundano de la filosofía o filosofía para la vida, la más importante, desemboca la filosofía de Kant.
Créditos de las imágenes: Natl1
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Excelente artículo.