Etimológicamente, la palabra hipnosis deviene del griego, de Hipnos, el sueño, hermano menor de Tánatos, la muerte.
En las tradiciones hindúes se reconocía que este poder de fascinación no era privativo del Hombre, pues algunos animales, por ejemplo la serpiente, lo ejerce sobre los pájaros en base a la fijación de su mirada, sus cautelosos movimientos y ciertos sonidos emitidos que paralizan a la presa.
En la antigua civilización romana existían templos, generalmente dedicados a Esculapio y Seraphis, en los cuales multitud de hombres y mujeres acudían a restablecer su salud física y psíquica a través del «sueño artificial», y en donde es probable que la sugestión del entorno y la interpretación de las imágenes oníricas surtiesen efectos terapéuticos de los cuales tenemos multitud de pruebas a través de los exvotos y relaciones que se conservan en los principales museos del mundo. También se aplicaba el sueño artificial en la predicción de acontecimientos futuros y en el rescate de objetos valiosos que habían sido extraviados.
Con la caída del Imperio Romano, para referirnos tan solo a la llamada cuenca del Mediterráneo, la hipnosis es condenada si no va asociada a las nuevas formas religiosas imperantes. Pero estas nuevas formas la envuelven en el velo de una casuística o teología moral que emparientan las formas puras de hipnosis con el pecado y el diabolismo. La ejecución legal de estos presuntos delitos oscurece toda pista del tema que nos interesa hasta bien entrado el siglo XVIII. Esto no descarta que a través de toda la Edad Media y el Renacimiento se siguiesen practicando formas de hipnosis, fascinación y sugestión, especialmente en las zonas rurales o en las más altas capas de la sociedad, siempre cubiertas por el «secreto de Estado».
El recuerdo de sabios especialmente dotados, como Paracelso y Raimundo Lulio, no se había perdido y el austriaco Antón Mesmer, nacido a orillas del lago Constanza el 23 de mayo de 1734, matriculado luego en la Universidad de Viena en la especialidad de Medicina, va a traer nuevamente al mundo «civilizado» el encuentro de una ciencia perdida. El joven médico va a dedicar su primera tesis –Viena, 1776– a la influencia de los planetas sobre el cuerpo humano. Asociando la astrología tradicional a las entonces revolucionarias leyes de Newton, va a explicar un modo de «fluido» que relacionaría a todos los seres y cosas del Universo. Y comienza con algunas prácticas curativas sobre enfermos a base de «pases» magnéticos hechos con sus propias manos. Pero, como una anciana religiosa que había hecho lo mismo unos decenios antes había sido decapitada y las leyes contra la «brujería» no serían abolidas en Viena hasta 1787, pasó a Alemania, Suiza y finalmente a la corte de Luis XVI en Francia, siendo París el lugar de sus primeros y más resonantes éxitos, a través de un consultorio que instaló en la Plaza Vendôme.
Valiéndose de una armónica, un cómodo canapé y sus obsesivos ojos grises consigue, poniendo una mano en la nuca del enfermo y pasando la otra de arriba abajo por su cuerpo, producir el sueño artificial y la curación de algunos males o, por lo menos, la mejoría de muchos de ellos. Redescubre los polos del magnetismo humano, los que en Oriente desde hace milenios se conocen como expresiones del yang y del yin. Escribe y trabaja incesantemente.
Son tantos sus clientes que en el Hotel Bullón instala una tina magnética, llena de agua, de la que salen brazos metálicos articulados. Los enfermos, en número de 20 por vez, cogen en sus manos estos brazos de hierro y se mecen al compás de un pianoforte mientras Mesmer camina alrededor de ellos tocándolos con una varilla de metal, especialmente en las partes en que se registran dolores. Los enfermos reaccionan de diferentes maneras, pero por lo general gritan, hacen movimientos convulsos, se desploman y no faltan los que se dan de cabeza contra las muy acolchadas paredes. Luego, todos se calman y, pasada la crisis, se sonríen y se hablan afectuosamente. Estos fenómenos recuerdan a los registrados por la Iglesia católica en los casos de «posesión». Asimismo, cien años más tarde, los describiría casi igual Charcot en la Salpêtrière.
Con la ayuda del Rey y de hombres económicamente poderosos, venciendo los recelos de la «ciencia oficial», logra fundar una «Institución Terapéutica y Pedagógica». La Sociedad Real de Medicina, a pesar de su informe asegurando la autenticidad de los fenómenos, los considera peligrosos e impropios. Pero ya el «magnetismo animal» se ha extendido en su práctica a otras ciudades como Lyon, Estrasburgo y Burdeos.
Vienen épocas confusas. Francia hierve con la existencia de miríadas de logias más o menos «masónicas» y muchos afirman que Mesmer era el Gran Maestre de algunas de ellas. Poco a poco todo se politiza y el luego tristemente conocido Dantón entraría en contacto con Mesmer. También con el héroe de la independencia de los EE.UU., la Fayette. Recibiría asimismo la protección personal –tan peligrosa en aquellos años– de la Reina María Antonieta. Sus contactos le aconsejan huir antes del advenimiento de la Revolución Francesa, pues su cabeza rodaría con toda seguridad bajo la guillotina. Su vida se oscurece y algunos dicen que perdió la razón. Morirá donde nació en 1815, a los ochenta años de edad.
Si nos hemos detenido en este personaje ha sido porque, mal o bien, fue el que trajo a la luz otra vez ciencias y prácticas perdidas que, en cierta manera, constituyen la hipnosis. Si bien en Francia existía la tradición de que el Rey podía, simplemente tocando a un enfermo, curarlo por Gracia de Dios, fue la primera vez que esta Gracia, don natural o lo que fuere, llegó a interesar a miles de personas y a conmover a las Universidades, por lo general opuestas a toda innovación. Hasta fines del siglo XIX no se volverá seriamente sobre el tema, el que retoma su vieja denominación de «hipnotismo».
Concretamente en España, y a raíz de las experiencias del inglés Braid, el punto es extensamente tocado en el Congreso Ginecológico Español, celebrado en Madrid en 1888, en el que el Dr. Ángel Pulido presentó una interesante memoria dando al hipnotismo-sugestión las siguientes posibilidades:
Por razones de espacio no podemos seguir refiriéndonos a la notable tesis del Dr. Pulido, que se adelantó casi cien años a su época, alertando incluso sobre los peligros de la práctica hipnótica sin un freno moral que evite la violación de la voluntad y las sugerencias subliminales ante las cuales el desprevenido no tiene recursos de defensa. Se extendió sobre formas hipnóticas atípicas que podrían darse en la pedagogía y en la propaganda. Recomendó a los médicos ejercitar la hipnosis con fines humanitarios y no dejar esta poderosa ciencia en manos de aventureros… Como suele ocurrir, fue escuchado amablemente y se pasó a otros temas «más importantes».
En el mismo año de 1888, en el Congreso Médico Internacional reunido en Barcelona, el Dr. Barberá, de Valencia, leyó asimismo un interesante trabajo sobre la hipnosis. Allí se destacó el Dr. Vilató Grasset, de Montpellier, Francia, eminente especialista en neuropatología, de fama mundial. Mas, al uso de su tiempo histórico, descartó que la hipnosis pudiese curar enfermedades físicas y minorizó su peligro, reduciéndola a una técnica auxiliar.
Va a pasar tiempo hasta que la naciente ciencia psicológica diese a la hipnosis real importancia, pues el positivismo materialista que se adueñó del mundo aplastó muchas de aquellas atrevidas iniciativas. Las mismas Iglesias religiosas combatirían estas prácticas en sus «golpes de ciego» ante el triunfo político del ateísmo y el renacimiento de antiguos simbolismos «paganos». Había sonado la hora de Pavlov, Le Bon, Boirac, del psicoanálisis de Freud y el narcoanálisis de Hosley.
El hipnotismo como tal, por lo menos en Occidente, quedó relegado en gran parte a esos señores de levita y capa, chistera y bastón, o bien disfrazados de hindúes, que divertían a las gentes en espectáculos públicos, mezclados con payasos, tragafuegos y bataclanas. Unos pocos fueron auténticos dotados –en mis tiempos de estudiante de Medicina tuve la suerte de conocer uno–, la mayor parte, simples farsantes más o menos inofensivos que lograban, cuanto más, despertar algunas reacciones hipnóticas en personas excepcionalmente sensibles o fenómenos de sugestión colectiva que son corrientes en cualquier concentración humana, ya sea con fines políticos, religiosos o deportivos.
Hubo que esperar a la segunda mitad del siglo XX, ante la crisis general de las teorías materialistas y el contacto con Oriente que se produjo tras las Segunda Guerra Mundial, para que se desarrollasen de manera científica actualizada fragmentos de las antiguas ciencias, como las hoy llamadas parapsicología, acupuntura y los fenómenos registrados por la Cámara Kirlian, para que se aceptase la prioridad de los fluidos energéticos sobre la materia corporal.
Obviamente aún existe una gran confusión entre la sugestión, el magnetismo y la hipnosis y se piensa de esta última que es un simple embotamiento de las facultades del paciente previa su aceptación de la influencia del operador.
Los mitos actuales respecto a la inviolabilidad de la libertad individual han restringido las experiencias hipnóticas serias y profundas en favor del terror despertado por la «violación psíquica» del autoritarismo, no percibiendo que los peores tiranos son las pasiones, los miedos y la ignorancia que en temas metafísicos azotan a las multitudes, víctimas de la propaganda, las drogas y los sectarismos obtusos.
La Enseñanza Tradicional, coincidiendo con la genial intuición del Dr. Ángel Pulido, recomienda gran cuidado en la práctica de la hipnosis y requiere del hipnotizador una pureza moral imprescindible, pues hipnosis no es sugestión ni tampoco la momentánea estupidez causada por la somnolencia al seguir con la mirada un péndulo situado a pocos centímetros de la cabeza. La verdadera hipnosis es realmente la imposición de una voluntad fuerte y entrenada a través de formas mentales que se descargan telepáticamente sobre el receptor, potenciadas por figuras geométricas que no serán reveladas jamás a quienes se quieran lucrar con ello o aprovecharse del prójimo. Y la operación debe hacerse en beneficio de quien la necesita, con amor y respeto a la dignidad humana.
Nace una Nueva Ciencia y con ella una Nueva Medicina –a la que llamamos «nueva» porque la milenaria se ha olvidado–; pero con ella nace también de manera inexorablemente necesaria una concepción elevada del médico y del enfermo, hermanados en su fe en Dios, en el ejercicio de la bondad y de un real humanismo. Es necesario que esta ciencia esté solo en manos de médicos diplomados que conozcan el cuerpo para poder conocer a la vez los misteriosos vínculos que lo unen al Alma, sin que su acción entrañe peligro y fuertemente comprometidos con su juramento hipocrático, poniendo su honor profesional por encima de todas las cosas, aun de sí mismos.
Créditos de las imágenes: Ray Scrimgeour
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Excelente artículo! Hay tantas aberraciones y estupideces alrededor de este tema, por desgracia, que un poco de sensatez es realmente purificador. Información seria, profunda, estructurada y con raíces históricas para encuadrar bien los contenidos. Hay además un renacimiento científico del tema, en un gran número de hospitales se usa la hipnosis en vez de la anestesia en intervenciones quirúrgicas importantes.