Un discípulo me ha hecho esta pregunta y se la contesté. Pero creo que no está de más que todos nuestros lectores sepan un poco más sobre el tema.
La cuestión de la muerte, ya no como elemento subjetivo que incita a la investigación filosófica, sino como algo real, casi tangible, que se acerca inexorablemente a todo ser humano encarnado, ha sido, es y será algo que preocupa a quien medite sobre ella de manera auténtica, sin evasiones psicológicas. Ni la interna seguridad de nuestra inmortalidad alcanza para que veamos con indiferencia este fenómeno natural que a todos nos afecta.
Shakespeare pone en boca de Julio César la frase de que «el valiente muere una vez y el cobarde mil veces». No inventa, lo recoge de una tradición atribuida al gran guerrero, al hombre-gozne entre la República y el Imperio Romano. Y lo más importante es que es una gran verdad, pues quien no tiene valor moral, muere varias veces por día, cada vez que se imagina la misteriosa Dama que un día golpeará a su puerta. El valiente o el sabio que están dedicados a un trabajo que rebasa su propia importancia individual y que, por instinto o por conocimiento saben, no se angustian más de lo estrictamente necesario.
No solo lo que he leído u oído, sino lo que he vivido en experiencias difícilmente transferibles, me hacen afirmar que la muerte no existe como una detención de la vida, sino tan solo como la pérdida del cuerpo físico y de sus fuentes de energía vital y psíquica. Nuestra Alma y los subcuerpos superiores de los cuerpos que componen lo que llamamos personalidad, al separarse del biorrobot que los manifestaba en el plano material, tienden naturalmente a la alegría de una libertad tantas veces añorada.
Así como cuando nacemos, un piadoso sueño nos envuelve para mejor adaptarnos al nuevo entorno, otro sueño nos acoge en el momento de la muerte, aunque es menos profundo, pues muchos elementos que constituyeron los motores de nuestra acción en esta «cara del mundo» van a perdurar hasta la proximidad de la nueva reencarnación. Y según la cantidad de olvido que kármicamente necesitemos, pasarán incluso a nuestra próxima vida más o menos perceptibles. Si por muerte entendemos la desaparición de los elementos que nos han interesado en esta encarnación, esta no se produce en el acto de desencarnar, sino en el de volver a encarnar.
La muerte, entonces, no nos afecta tanto como vulgarmente creemos, pues seguimos siendo los mismos, con nuestras virtudes y nuestros defectos.
De tal manera, lo que ahora somos, lo seguiremos siendo más allá de la pérdida de nuestros cuerpos físicos. ¿Y qué harán entonces los muertos? Pues… más o menos lo que hacían en esta vida, pero liberados de las limitaciones de su parte animal. No es que cesen sus pasiones y oscuridades sino que la parte luminosa de su Alma se podrá manifestar para ellos con más facilidad y frecuencia.
Siguen con nosotros, asisten a nuestros encuentros y actividades de manera activa y aman lo mismo que amaron. No «descansan» sino que «sueñan» en un plano o dimensión más brillante, menos conflictuada y sin las servidumbres a que nos somete el cuerpo. Tienen otras, pero no son nuevas, ya que nos han acompañado en toda nuestra vida terrena.
La «sensación» al estar desencarnados es de una mayor «ligereza» y menor propensión a las preocupaciones. De alguna manera, y en mi esfuerzo por transmitir lo que se siente, os digo que es un estado parecido al que teníamos cuando éramos niños o adolescentes, con todos nuestros sueños frescos. Algunos hemos logrado mantenerlos toda la vida física y otros no. Pero la piadosa muerte nos «iguala» en eso y, con mayor experiencia, es como si volviésemos a empezar.
Cuando os digo que los muertos «siguen con nosotros», no quiero que esto se interprete en el sentido de que los encarnados tienen dependencias; en todo caso, tanto los vivos como los muertos somos interdependientes. Por una especie de «telepatía» nos hacen llegar sus deseos y sus temores, y nosotros hacemos lo mismo con ellos.
Os confieso que os estoy dando una instrucción voluntariamente limitada, pues algunos aspectos se podrían entender mal, sobre todo en el caso de los lectores más jóvenes y con menos experiencia… y en el de los que, por una mala formación anterior, aún temen a los muertos y ni quieren pensar en ellos.
Pero la verdad es que los «muertos» siguen existiendo, se comunican entre ellos y con nosotros. Los mejores pujan para que se siga trabajando en bien de la Humanidad, tejen proyectos que luego «se nos ocurren» a los encarnados y reciben de nosotros, también, nuestros recuerdos, proyectos y estados de ánimo. No son nuestros ángeles custodios, pero se les parecen en algunas facetas. Los que han muerto jóvenes de cuerpo, guardan gran energía y entusiasmo que vuelcan en los trabajos que estaban haciendo. Acompañan a los familiares y amigos solitarios, se inclinan sobre las mesas de trabajo, sugieren a sus damas los más nobles sentimientos o simplemente el color de la ropa que han de vestir cada día. Ellos no se sienten «muertos» y muchas veces se asombran de que no los percibamos… aunque sus propias charlas, cantos y trabajos los mantienen sanamente ocupados.
¿Qué hacen los muertos? Pues… simplemente viven la misma aventura que nosotros… y a veces se preguntarán: ¿qué hacen los vivos? ¡Así de simple!
Créditos de las imágenes: Eldelmasalla
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El maestro JAL, no ha querido extrapolar el tema hacía el otro mundo. No por desconocimiento, sino porque en aquel tiempo de 1987, todavía se tenía cierto resquemor a hablar claramente de lo que hay al otro lado.
Aun así muy buena explicación, de los que algunos desencarnados hacen por nosotros en éste mundo material.
EXTRAORDINARIO
De alguna forma estas palabras dan claridad a el misterio que nuestra mente teme, gracias...
Estas palabras son un bálsamo curativo para el por otra parte natural temor a la muerte. Si el Alma es lo que da vida al cuerpo, como dice Platón, es natural que continúe viva después de la muerte, y dudo que la conciencia del Yo desaparezca cuando es un principio intrínseco, y el mismo quizás en el hombre y el universo entero. Como cuando los místicos hindúes dicen Atma es Brahman, que se puede traducir libremente como mi Yo es el Yo Mismo del Universo entero, es decir, cada uno es responsable, en definitiva de sus propios actos.