El tema que voy a tratar hoy es prácticamente inaprensible, porque ¿cómo poder hablar sobre la magia en Egipto?, ¿cómo poder materializar algo que de por sí y por definición es metafísico e inmaterial? Pero también es metafísica e inmaterial la arena de Tebas o de Luxor, que todavía debo tener en mis ropas, porque hace poco que regresé de mi último viaje a Egipto. Y si bien aquello es material, cobra un cariz mágico cuando a uno le acompaña el sol de Egipto, le acompañan las palmeras, le acompaña el Nilo, esa gente que está siempre contenta, que está siempre alegre, aun en los peores momentos, en los momentos incluso políticos que nos tocó pasar cuando estuvimos en Egipto. Seguíamos visitando los museos, y estábamos occidentales y orientales juntos, y hablábamos tranquilamente; los aviones seguían volando, la gente seguía riendo y amando, y seguía interesándose por todas las cosas buenas de la vida, mientras alrededor todo era un mundo en tensiones.
Ante todo, vamos a ver qué entendemos por el concepto de magia. Por lo general entendemos por magia un señor que de una chistera saca conejos, que de una caja saca palomas, etc., pero eso no es magia obviamente, como tampoco es religión simplemente arrodillarse o echarse de bruces. El concepto de religión está más allá. Tampoco es arte recortar los pinceles con los que vamos a pintar una pared; el arte está más allá. La magia entonces está más allá.
Magia y antigüedad van juntas. Desde siempre la magia se ha entendido como el conjunto de todos los conocimientos humanos, de todo lo que el hombre podía concebir y podía imaginar. La palabra magia viene de Magna Ciencia, una ciencia secreta por lo peligrosa, una ciencia profunda que ha podido revitalizarse muchas veces a través de los siglos y que en el caso de Egipto estuvo muy emparentada con su arte, con su religión, en fin, con todas las manifestaciones del Antiguo Egipto.
Me atrevería a decir que esa magia no ha perecido, sino que continúa viva a través de todas las adaptaciones de esa tierra, de la cual hasta su propio nombre significa secreto, esotérico, escondido. Egipto no se llamaba Egipto, sino que los antiguos egipcios le llamaban algo parecido a Kem o Kemú, que podría significar negro o quemado. Algunos dicen que de ahí viene la palabra alquimia; otros lo hacen derivar directamente del árabe, y el árabe está relacionado con el demótico, que es una de las últimas formas lingüísticas que se hablaba en Egipto. Es decir, que existe esa continuidad en Egipto, y de ahí que Egipto se presente ante los griegos completamente cerrado, completamente abierto, tal como es Egipto. Se puede andar, se puede caminar, sí, pero ¿quién nos explica qué significan las pirámides?, ¿quién nos explica el misterio de los obeliscos? Los griegos no sabían ni cómo llamarlos; se referían a ellos como esas cositas, esas agujitas que aparecen en el horizonte, porque les preguntaban a los sacerdotes y éstos contestaban: «son monumentos al Sol, monumentos a Amón, monumentos a Ra, monumentos recordatorios de determinados faraones, etc.». Los antiguos sacerdotes egipcios hablaban muy poco, y a veces cuando hablaban tenían muy buen sentido del humor. Algunas cosas recogidas por Herodoto lo demuestran.
Cuenta Herodoto que estando con un egipcio frente a la Gran Pirámide, le pidió que le tradujera una inscripción que había en la parte baja de una de las caras. Éste le explicó que eran anotaciones de los gastos habidos en la alimentación de los obreros durante su construcción. Y Herodoto, que, aunque era griego era bastante crédulo y además quería creer, creyó que esas anotaciones eran del tiempo de la construcción de la pirámide, es decir que perduraban desde hacía veinticinco, treinta o cuarenta siglos. Los estudios actuales hacen que no podamos aceptar que después de tantos siglos quedasen esas inscripciones de la mano de los hombres que construyeron la Gran Pirámide, si es que pudiésemos saber quiénes y cómo la construyeron.
Magia, entonces, es Magna Ciencia, es un conjunto de conocimientos que no podemos determinar cuáles, cuántos son. Abarca todos: es la psique frente a la vida, es la actitud de entender que hay un macrobios, un universo vivo; y hay un microbios que sería el hombre, es decir, una pequeña vida dentro de una gran vida. Pero todo es vida y todo está unido –como la actual ciencia incluso está demostrando–, y nosotros estamos embebidos, empapados de los rayos que llegan del cosmos, con una serie de partículas que no son propias de aquí, y que pasan a través de nuestro cuerpo. Nuestro propio cuerpo está, como vemos en la cámara Kirlian, impregnado de una serie de efluvios, radiaciones, que se intercambian. La magia sería entonces ese conocimiento, el dominio de esas fuerzas, para cambiar, para transmutar a esos hombres y poder eternizar esos conocimientos.
Los conocimientos y la forma de Egipto nos sorprenden a los que pecamos de ser historiadores. Las explicaciones que se suelen leer en los libros sobre la fácil evolución de Egipto a partir de formas predinásticas, de unas formas paleolíticas llamadas Nagada I, Nagada II, Nagada III, son cosas que los especialistas dicen, pero sabemos que en el fondo no son más que palabras. Todas las cosas que evolucionan van de lo pequeño a lo grande, de lo muy burdo a lo complejo. En Egipto no pasa eso; en Egipto es al revés.
Las más grandes pirámides, las cosas más extraordinarias desde el punto de vista astronómico, los cortes de piedra más increíbles no se dan al final de la historia de Egipto, se dan al principio. La construcción de las grandes pirámides se atribuye a las primeras dinastías. La Gran Pirámide, la de Keops, en ninguna parte dice que sea de Keops. En las placas de yeso o escayola que cierran una parte de la zona de descarga que está sobre la «cámara del rey» hay un sello mal impreso que dice algo parecido a Kem o Keops. Es más probable que diga Kem que Keops, pero es más fácil aceptar Keops que Kem, porque si no, no podríamos fechar las pirámides.
Las viejas leyendas, lo que se guarda en los viejos papiros, lo que se transmite de la boca al oído, todavía hoy en Egipto, nos habla de que esta Magna Ciencia de los egipcios devino de otros pueblos sumergidos. ¿Estamos hablando, tal vez, de la Atlántida? ¿Es aquel pueblo del que hablaba Platón? Platón aseguró que cuando fue a Egipto había hablado con los sacerdotes, y que también Solón lo había hecho, y que le habían revelado lo que hoy llamamos el mito de la Atlántida, y cómo esa Atlántida, llamada por los griegos Poseidonis, se habría hundido en el océano y al mismo tiempo toda la parte de África del Norte que hoy es desierto, es decir, el Sáhara, habría surgido, porque antes estaba sumergida. Todo esto, hace cien años parecía una novela o imaginación oriental. Hoy sabemos perfectamente que se han encontrado fósiles marinos y restos marinos en todo el desierto, menos en la meseta de Gizeh, donde están las pirámides. Allí hay fósiles mucho más antiguos que pertenecen al paleozoico, parece ser que esa zona estuvo durante mucho tiempo fuera de las aguas.
¿Existían estas pirámides hace muchos miles de años? ¿Es cierto que las tenemos que atribuir a Keops, Kefrén y Micerinos? No lo sabemos. Por mi parte no me atrevo a asegurar nada. Podemos ceñirnos a una idea u otra. Mi idea –eso también lo aprendí de los egipcios–, es observar mucho y hablar poco. Cuando estoy en Egipto, cuando estoy entre las patas de la Esfinge, aunque esté rodeado de discípulos y de personas, generalmente no les suelo recargar la mente con fechas y datos; prefiero que escuchen, que vean, que observen. En la observación nació el primer conocimiento humano, y ése es el primer conocimiento mágico, la observación.
Yo sé que un tratado de botánica nos puede enseñar mucho sobre las plantas, pero también la simple observación de una hoja, el ver cómo crece, el ver cómo se seca nos puede enseñar muchas cosas que a lo mejor en el tratado de botánica no están. Aparte de enseñarnos sobre la vida de las plantas, nos enseña sobre la vida del universo, y sobre la vida del hombre que está en relación con esas plantas. Me ha impresionado mucho en Egipto cuando he visto a algunos campesinos usar todavía arados de madera, y no porque no puedan usar los de metal, sino porque no quieren, porque sus padres y sus abuelos lo hacían así, y porque la tierra se ara mejor con la madera. Es un principio casi mágico, un principio fuera y dentro de la realidad, –fuera de la realidad cotidiana, dentro de una realidad diferente–, una realidad de la Magna Ciencia, una realidad mágica.
¿Qué se proponía esta magia? ¿Qué se proponían los magos en general, los magos llamados iniciados? Según lo poco que podemos hablar y saber, lo que se proponían es comprimir la dimensión tiempo. El tiempo es una medida o una dimensión como lo es el espacio. No es lo mismo, por ejemplo, venir de Granada o de Málaga caminando, que viajar en avión; tampoco es lo mismo si se viaja con un buen amigo charlando, conversando de vuestras cosas, que si venís con una preocupación que os esté royendo el alma en ese momento, o que alguno de vuestros parientes esté enfermo y estéis viajando para asistir al último suspiro. ¡Qué largo se hace el viaje entonces! En cambio, en el otro viaje, en el que uno compartía con amigos unos temas, una buena copa o un cigarro, ¡qué corto se hizo ese viaje! ¡Es que ya llegamos!
Trataban entonces estos antiguos iniciados de acortar nuestro tiempo, nuestro tiempo físico, nuestro tiempo espiritual. Según los egipcios, nosotros tenemos que adquirir un cúmulo de experiencias determinado, también de conocimientos, de transformaciones; ese número de transformaciones se da de manera natural en todos los hombres, pero a través de la magia se podría comprimir ese tiempo haciendo que en pocos años se pudiese hacer lo que se hubiese necesitado siglos de aprendizaje. Todo ello a través de pruebas, de enseñanzas, y sobre todo a través de realizaciones dentro de sí, es decir, no enseñanzas a la manera intelectual, sino a la manera vital, enseñanzas en las cuales nosotros no somos observadores de lo que pasa, sino actores, donde estamos construyendo lo que está pasando, y nosotros mismos somos una piedra de esa gran construcción que se está haciendo; y si bien somos humildes, sentimos todo el peso de esa arquitectura. Esa unión, esa aceleración era uno de los fundamentos de esa parte iniciática.
Por lo general, nuestros libros están impregnados de la alienación de este momento. Me voy a permitir hacer una pequeña digresión, pero hace falta. Nosotros solemos hablar de la alienación de los momentos históricos, de alienaciones religiosas, de alienaciones militares, etc., y sobre el pedestal, o el pseudo-pedestal, de nuestro “actualismo”, empezamos a juzgar lo que ocurrió en la época de Mahoma, en la de Ramsés, o lo que ocurrió en la época de Menes. Aquellos hombres tuvieron sus alienaciones, al igual que nosotros también tenemos las nuestras. También en nosotros hay ideas predominantes que barren y aplastan a las demás ideas. Hemos convertido nuestro mundo en un mundo de máquinas, de tornillos, de fuerza, de metal, en un mundo en el cual somos espectadores de lo que está pasando y es casi imposible llegar a concebir lo que es diferente.
En nuestro mundo rige el número y el tiempo; no nos podemos evadir. Yo mismo tengo que mirar la hora para no pasarme exageradamente de la hora. En el mundo antiguo era muy diferente. A un antiguo egipcio o a un antiguo musulmán egipcio no le preocupaba la hora; además, tenían otro tipo de reloj. Para ellos, ¿cuándo se terminaría esta conferencia? Cuando se dijera la última palabra. Y por ejemplo, ¿cuánto pagamos nosotros por una ración de queso? ¿Y cuánto queso contiene? Vamos a suponer que cien gramos. Los antiguos hubiesen contestado: «Lo que usted pueda comer». Es decir, es una concepción completamente diferente de la vida, concepción que nosotros hemos perdido, para ganar otras cosas. No creamos que nosotros estamos libres de las alienaciones; también nosotros estamos alienados.
Se dice entonces, entre estas alienaciones, que los sacerdotes y los faraones venían de línea dinástica, fisiológica, de padre a hijo. Sin embargo, no hay ningún texto egipcio que afirme eso de manera fehaciente, sino que más bien era una teocracia. Había un consejo de ancianos que elegía quién tenía que conducir Egipto, y si era posible lo elegían dentro de una determinada familia, porque en ella habían existido las posibilidades de que esa persona hubiese sido bien educada para la conducción de un pueblo. No es mi tema la parte política, pero entenderéis que si un niño ha sido educado desde pequeño para la conducción de un pueblo, estará en mejores condiciones para gobernar que quien no ha sido educado para ello. Obviamente esto tiene excepciones, porque hubo grandes personajes históricos que no fueron educados y sin embargo condujeron a sus pueblos magníficamente, y otros que sí fueron educados y los condujeron a la ruina.
Por eso conocemos esas divisiones que se llaman dinastías y que ningún texto egipcio va a mencionar, sino que se lo debemos a los griegos, a Manetón principalmente, que hizo una recopilación.
Dentro de la magia podemos citar textos recopilados tardíamente, porque es obvio que en los primeros tiempos la transmisión se hacía de otra forma o por otros métodos, y casi no nos han llegado; y los que nos han llegado no los entendemos, es así de simple.
Hay varias formas de leer jeroglíficos, y varias formas de poder interpretarlos. Sabéis que están alternados, que hay textos dentro de textos, que hay un afán de ocultación, pero no en el mal sentido, sino en el sentido de proteger, como de poner en un cofre, de guardar las cosas más importantes, de tal suerte que uno no lo puede leer, y si lo lee, lo lee sin ningún contenido interior. Sin embargo, con el paso de los siglos, se extractaron algunos fragmentos de estos textos, por ejemplo, los libros de Hermes Trismegisto que contienen unas enseñanzas de Toth -Toth era el dios de la Sabiduría, bajo la forma de ibis, el pájaro, o bien de cinocéfalo, el mono-, entre ellos el Poimandres, el Asclepios y la Tabla Esmeraldina. ¿Por qué la “Tabla Esmeraldina”? Es una buena pregunta, ya que en Egipto no hay esmeraldas. Los más antiguos papiros egipcios dicen que lo más importante está en las esmeraldas; dicen incluso algunos que sobre las partes más elevadas de las pirámides y de los obeliscos había un metal, una especie de electro -que se puede ver en el Museo de El Cairo en las cejas de la máscara de Tutankamón, es una aleación de oro y plata -sobre el que se ponía una esmeralda. Sin embargo, en ninguna tumba egipcia se ha encontrado una esmeralda, y nos encontramos no obstante con la “tabla de esmeralda”.
En el Poimandres encontramos un ser que simboliza la conciencia superior, la conciencia divina, la parte más interior. Poimandres toma como discípulo a un joven, a un eternamente joven, como los Kumara en la India, que sería en este caso Hermes. Hermes va a recibir la enseñanza. Poimandres le va a hablar de cosmogonía, de la formación del mundo, de los cuerpos celestes, de la vida animal. Le va a hablar de antropología, del origen del hombre, de su finalidad, y le va a explicar que el hombre que se reconoce como inmortal camina hacia el bien y no tiene miedo porque posee el conocimiento. De ahí que debemos tener más medios de conocimiento, más ciencia. Las cosas, cuando se conocen, ya no asustan, se pueden manejar. ¿De qué nos vale tener un coche si no lo sabemos conducir?, ¿de qué nos vale tener un avión si no lo sabemos pilotar? Obviamente, necesitamos la ciencia –la ciencia de poder conducir las cosas–, relegar las pasiones y el deleite de la vida material, recibiendo de ella solo lo necesario, comprender al que todavía sufre, y recién entonces buscar a un maestro. No es la destrucción de las pasiones a la manera nihilista ni a la manera pseudo-oriental que hoy está tan de moda, cuando se habla de “lanzarse al vacío”, y entonces la gente dice: «¿Entonces sólo existe el vacío?». No, eso es una dualidad igual que cualquier otra. Se trata de ir transmutando las pasiones. Nuestras pasiones son el reflejo del entorno, del mundo circundante. A medida que vamos dominando las pasiones vamos adquiriendo fuerza de voluntad, dominio sobre el mundo circundante; entonces podemos modificar el entorno y mejorarlo. Entonces es cuando llega el maestro y llega la palabra de sabiduría.
Hermes, a su vez, en la vieja tradición mágica tiene que buscar un discípulo, tiene que buscar un hijo espiritual. Aquel que ha recibido una instrucción e tiene que transmitírsela a otro. Es la vieja escalera pedagógica a través de la cual se cimienta toda la cultura de la humanidad; es la forma de transmisión que podemos ver en todas las civilizaciones y en todos los pueblos, desde los más viejos a los más jóvenes. Así entonces, Hermes va a encontrar a un hijo, a un discípulo, llamado Tat. Le dice, por ejemplo, que hay doce defectos que debemos superar: la ignorancia, la tristeza, la intemperancia, la concupiscencia, la injusticia, la avaricia, el error, la envidia, la astucia, la cólera, la temeridad y la maldad. No entendamos por temeridad el ser valientes, sino la tontería de arremeter sin fijarse primero quién está delante. Vemos que esto es completamente actual, si hoy alguien nos lo enseñase se lo agradeceríamos, porque eso es lo que precisamos.
En el Asclepios hace también un discurso de iniciación y habla de medicina, de una medicina que en Egipto ya se conocía y que es completamente nueva para nosotros, la disciplina psicosomática. Los egipcios, según todos los viejos papiros, no curaban solamente el cuerpo, curaban también el alma. Esto, dada nuestra alienación materialista, nos parece algo fetichista, brujesco, despreciable, algo a lo que uno –que es universitario–, no puede prestar atención, o lo puede mencionar de una manera anecdótica, pero es de otra manera. Los egipcios creían que no teníamos solamente un cuerpo físico, sino que el hombre tenía otros cuerpos superiores de los que luego vamos a hablar.
El médico, cuando trataba a un enfermo, se enfrentaba a un problema psicosomático, no sólo somático, sino también psíquico. Incluso hacían profundos estudios sobre el cuerpo humano. Hay unas extrañas figuras, que están en el templo de Déndera, que son astrológicas, pero también guardan relación con la medicina. No me refiero al Zodiaco de Déndera solamente, sino a todo lo que quedó en el templo de Déndera. Ellos solían asociar distintos signos astrológicos a distintas partes del cuerpo, para provocar un movimiento que hiciese que el mal, es decir, la parte putrefacta de nuestro doble psíquico escapase por nuestras extremidades. Hacían una serie de movimientos giratorios sobre los éteres de la persona enferma que permitían lanzar el mal hacia el exterior y fijarlo en determinados amuletos.
Esto mismo lo vemos en un papiro del Vaticano, que ha sido traducido por orden directa del actual Papa[1], del cual tengo la suerte de poseer una copia. En ese papiro se habla del problema de poder expulsar las malas “cargas” encontradas dentro del cuerpo. Para los egipcios el cuerpo no era solamente una cosa material, sino que recibía efluvios de todas partes. Lo más nuevo que hoy existe en medicina es eso, que el cuerpo humano está en relación con el mundo circundante a través de los rayos cósmicos. El pensamiento de los egipcios era exactamente el mismo, con otras palabras. Es decir, que el cuerpo humano es un organismo inestable y se puede hacer girar, mover su energía, para poder mejorarlo, para poder ingresar elementos benéficos y poder egresar elementos maléficos.
Desgraciadamente, este papiro del Vaticano fue restaurado en el siglo pasado con goma arábiga y en algunas partes faltan algunos trocitos, pero está bastante completo y lo recomiendo para quienes les guste el tema de la magia curativa.
Se habla también de fiestas iniciáticas. ¿Cómo eran en realidad? Las fiestas en general no eran solamente para divertirse, sino que eran una forma de comunión, dentro de la comunidad, por ejemplo, cuando entre los cristianos se festeja la Navidad o entre los musulmanes el Ramadán. Yo he estado en Egipto durante el mes del Ramadán y la gente siente una comunidad, aunque sea una comunidad de ayuno, o una comunidad de abstenerse de cualquier cosa. Es una forma social de poder estar todos juntos. Entendamos entonces las fiestas iniciáticas no como aparecen en las películas norteamericanas, donde se ve al faraón subido a hombros de sesenta hombres y todo el mundo pegando la cabeza contra el suelo, diciendo: «¡Esto es una fiesta!, ¡viva el faraón!», ni tampoco pensemos en gente votando para decidir si el faraón les gusta o no les gusta, porque en la Antigüedad eso no hubiese estado jamás en la mente de nadie. ¿Vosotros votáis para ver si va a salir mañana el Sol? ¿Vosotros votáis para ver si mañana va a haber aire? No, eso es natural. Bueno, los antiguos jamás hubiesen votado un faraón. El faraón es natural. Lo pone Ra, o lo pone Amón, lo pone la naturaleza, lo pone Dios. Me diréis que eso es una forma ignorante de vivir. Tal vez, pero la forma actual, llena de barcos ametrallados, llena de miserables, no es mejor que la antigua; nuestra forma de vida no ha demostrado superar las formas antiguas. Lo que sí hemos ganado es que todos nos hemos complicado la vida; antes el que se complicaba la vida era el faraón y su personal, para manejar un país.
Estas fiestas eran el momento en que podía haber una unión, una comunión entre todos; lo que después los romanos especialmente iban a llamar el espíritu de concordia, es decir, corazón con corazón. Concordia no es igualdad; concordia es corazón con corazón, es saberse soportar los unos a los otros, saberse entender, valorarse los unos a los otros. Es el verdadero amor, que generalmente es complementario, tal como se da en la naturaleza física entre un hombre y una mujer.
La fiesta de Sed se celebraba a los treinta años de la coronación del faraón, que era faraón del Alto y del Bajo Egipto. En ella se hacía una especie de inmolación simbólica del faraón y su posterior resurrección. El faraón tenía que pasar algo así como un peldaño y si no lo pasaba iba a la escuela sacerdotal, se convertía en sacerdote y era reemplazado. Algunos dicen que en épocas predinásticas se ejecutaba realmente al faraón, pero no existen pruebas de ello. Eso se ha deducido de algunos yacimientos de la zona de Nagada.
Desde mi punto de vista, no puedo asegurar que la civilización egipcia en sus inicios parta del paleolítico de Nagada. Cuando el paleolítico europeo estaba en plena expansión, el paleolítico dentro del Norte de África estaba muy mal expuesto, muy mal desarrollado. ¿Cómo podemos explicar entonces que los egipcios hayan podido adelantar a los europeos tantos miles de años en la construcción de los grandes edificios, en los tratados de medicina, de astronomía? Es evidente que la cultura egipcia no parte de los simples paleolíticos de Nagada, sino que parte de algo distinto. Será la Atlántida, será algo más viejo, será algo más nuevo, será otra cosa, pero no deviene de los hombres primitivos, sino que parte siendo oculto, siendo retirado, parte siendo humano, haciendo sobre la Tierra las imágenes que representan las estrellas y los dioses.
También existía la fiesta de Opet que era oficiada por el faraón y su esposa, y que era una fiesta de fertilidad. Otra festividad era la fiesta de Osiris, que se celebraba el primer día de invierno, cuando el Nilo tenía su mayor altura. Estaba presidida por un toro blanco consagrado al dios Min, y en esta se hablaba de las exequias de Osiris, del mito osiriano, etc.
También podemos mencionar dentro de la magia egipcia la pretensión del dominio de los cuatro elementos. Muchas veces se ve la figura de un Anubis o Anupu con una doble hacha en cuyo mango brilla una estrella de cinco puntas. Es una de las figuras más antiguas A veces aparece con los cuatro hijos de Horus, a la manera de las figuras protectoras de Isis, Neftis, Neit y Selkis que posteriormente aparecerán en las esquinas de los sarcófagos del Reino Nuevo. Ésos son los que rigen los cuatro elementos, que junto con el hacha y con la estrella Sother, son los seis elementos que rigen las cuatro direcciones del espacio, y arriba y abajo; es decir, seis direcciones que se resumen en el séptimo movimiento que puede abarcar todos los movimientos. Es el movimiento imbricado con la libertad fundamental del espíritu humano.
Se dice también que los antiguos magos egipcios dominaban las artes de la guerra de una manera psicológica. Hay una parte de la historia que es muy mal comprendida, la del dominio de los hicsos sobre los egipcios. La caballería hicsa y sus carros eran terribles, porque tenían el hierro, ante el cual se partían todas las cosas. Cuentan las narraciones de la época que cuando los hicsos llegaron a lo que hoy es Luxor, antes Tebas, los animales sintieron un gran terror y empezaron a huir; primero los caballos, después los hombres. Parece ser que estos antiguos magos tenían la posibilidad de desatar el miedo en las conciencias colectivas. Es evidente que los antiguos manejaban la parte colectiva de las cosas.
Voy a dar un ejemplo: nosotros hoy podemos domesticar un león, pero el hijo de ese león, ¿nace domesticado? No, el hijo de ese león nace salvaje, hay que domesticarlo también. Y sin embargo los antiguos domesticaron animales, de manera que los hijos de esos animales ya nacían domesticados, como si hubiesen domesticado una especie de alma grupal, como si hubiesen domesticado toda la especie, no sólo un individuo. Se dice que el gato fue una “creación” egipcia a partir de determinados felinos africanos. Ellos podían, de alguna manera, dominar la parte conjunta, la parte colectiva. Incluso aquí en España podemos ver en las cuevas del Levante, que hay hombres que no solamente luchan contra bisontes, sino que están con ellos, con los toros; es decir, habían logrado convertir esos animales salvajes en domésticos, y cambiaban a todos, no solamente a ellos, sino a sus hijos, y a los hijos de sus hijos.
También dentro de la magia egipcia se hablaba de las lámparas de oro, unas lámparas que no dejaban humo. ¿Eran, tal vez, baterías eléctricas, como las que se encontraron en Babilonia? Lo cierto es que en las pinturas, aun en las mastabas más ocultas, aun en los lugares más soterrados, a veces a ochenta, noventa metros de profundidad, por ejemplo, en el Valle de los Reyes no encontramos restos de humo. Algunos dicen que es porque ponían una tapadera encima… Esto es muy gracioso. Si apenas podemos tapar una vela, ¿cómo hacían para pintar todas esas cosas? Ahora bien, es obvio que los egipcios fueron siempre muy inteligentes, porque aun hoy, con unos pequeños espejos los van colocando en determinados ángulos y van iluminando dentro de una caverna. Y uno se pregunta: «¿Cómo lo pueden iluminar?». Sin embargo, lo hacían perfectamente, y las mejores fotos que hemos sacado no han sido con el flash eléctrico, sino con los espejos que manejaban estos señores y que se iban combinando para iluminar las profundidades de la caverna.
Luego habría una serie de problemas relacionados con la magia, por ejemplo, ¿cómo movieron las piedras que manejaron?, ¿es que conocían algo de la desgravitación de las piedras?, ¿cómo las cortaron y las pulieron?
En Menfis, con la profesora Guzmán, yo hice la prueba de vendarle los ojos para ver si se daba cuenta de dónde terminaba una piedra y dónde comenzaba la otra, y no pudo darse cuenta a pesar de que ella fue pianista durante toda la vida y tiene un tacto extraordinario. Posteriormente, intentamos introducir una aguja de las utilizadas en acupuntura, que son extremadamente finas, entre las uniones; nos resultó imposible.
Las piedras de Menfis no están unidas con argamasa. Son como dos espejos, que cuando se ponen juntos, cuesta separarlos. Eso es lo que hicieron ellos, pero con bloques enormes. En la Gran Pirámide encontramos diferencias de centímetros a través de cientos de metros. Los ajustes que empleaban son muy superiores a los nuestros, y ninguna de las vigas egipcias, a diferencia de las vigas romanas, tiene muestras de haber sido enganchada con ninguna cosa; las griegas, las romanas, tienen agujeros por donde se metían unos garfios que las levantaban. Las más grandes piedras de las más viejas construcciones egipcias no tienen ninguna de esas señales. Parece como si hubiesen sido puestas con la mano, de una manera completamente fácil y sencilla.
Entré en un sarcófago de piedra tan grande que parecía una cámara, y cuando miré el techo, me dije: «En el viejo Egipto un techo de medio punto, ¡qué cosa tan rara!». Entonces me di cuenta que no había entrado en una cámara, había entrado en un sarcófago. Había estado caminando en un sarcófago, ¿Para qué?, ¿para quién? En una sola piedra habían excavado un sarcófago. ¿Cuánto pesa esa piedra? ¿Mil toneladas? ¿Quién cargó eso?, ¿quién lo movió? Y están hechas de granito de Asuán que está a mil kilómetros o más. ¿Cómo las llevaron? Obviamente no como mostraba la revista Life hace tiempo: unos egipcios moviendo esas moles con una palanca. No sabemos cómo lo hicieron, yo por lo menos no lo sé.
Antes de terminar esta charla voy a hablar brevemente de la momificación. Quiero deciros que no se hacía momificar los cuerpos porque creyesen que los cuerpos tenían que mantenerse eternamente, sino que lo hacían para que la momificación retuviese el cuerpo y no impidiese el paso del alma. Las vendas de las momias están todas escritas. Es lo que se llama el Libro de los Muertos, que no se llamaba así, sino que se le da ese nombre porque se encontraron en los vendajes una colección de oraciones que debía recitar el difunto para salvar los escollos de las pruebas de ultratumba. Cada momia tenía en su sarcófago un ejemplar más o menos completo. En este libro vamos a encontrar incluso mapas, al estilo de mapas de carretera, donde se muestran las posiciones que tiene que ir tomando el alma para ir arribando hacia el otro lado de las cosas. Nosotros solemos tener una idea difusa de lo que nos va a esperar al otro lado. El egipcio es técnico en ese sentido. Del otro lado existía un “doble” de este mundo, pero un doble perfectamente técnico que se podía entender y a través del cual nos podíamos conducir. Anubis o Anupu era el dios que guiaba a los muertos, no porque los llevase al cementerio, porque para empezar en Egipto no había cementerios como ahora, sino que era el símbolo de la oscuridad, era el símbolo de la noche, era el que ayudaba al muerto a pasar de esta orilla material a la otra orilla. Por eso todavía hoy los guías hablan del Nilo, y dicen que una orilla es para la vida y la otra es para la muerte.
En el Museo Británico podéis ver en el Papiro de Ani la constitución septenaria que los egipcios utilizaron para definir la naturaleza humana. Los egipcios creían que el hombre tenía una parte inferior, física, a la cual llamaban Cha, representada en forma de cubo con cabeza humana. Más allá tenía una parte energética, llamada Ankh, representada por la cruz ansata. Luego estaba el Ka o el doble psíquico del hombre. Luego estarían el Ab–Hati, que sería la parte mental concreta del hombre, expresada en una figura femenina que está muy vestida y el Ba, una figura desnuda muy radiante que representa la parte mental no concreta. Más allá estaría el alma en forma de golondrina, Cheybi, con las alas cruzadas como el ave Benu; y sobre todas las cosas algo que representaba el espíritu del hombre llamado Shu o también Atmú. Esta parte espiritual se representa bajo la forma de un hombre, pero del tamaño de los dioses.
Y ya para concluir me gustaría leeros una oración que recogí para vosotros:
«¡Amón, el Señor de los silenciosos, el que acude presuroso al clamor del pobre! Yo te invoco en mi desgracia y Tú te aproximas para protegerme, para dar aliento al débil, para salvarme a mí, agobiado por la necesidad. Eres el Señor de Tebas, el Liberador, el verdadero Salvador, el que corre desde lugares remotos para auxiliar al que te invoca… Bendito quien muere en Tebas, lugar de silencio y de justicia, residencia de Amón, su alma será un Alma Divina.»
Queridos amigos, esta noche quise traeros un poco de la magia que por miles y miles de años recibieron los habitantes del viejo país de Kem. Que esa magia, revitalizada por vuestra voluntad, os pueda acompañar en cada momento de vuestra vida y podáis encontrar así el sendero que aguarda a cada buscador sincero de la verdad.
[1] Juan Pablo II (N. del E.)
Créditos de las imágenes: Rama
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Excelente palestra!
É mostrado um lado de Kem que eu não conhecia.
A relações sociais do povo de Kem, com suas preocupações cotidianas, o olhar para o tempo e para a sucessão de seus líderes são aspectos que não se encontram por aí de forma tão clara e respeitosa com o leitor.
Obrigado JAL.