Cuando se trata de establecer con exactitud el rol del mito en la filosofía, surgen una serie de dificultades, en nada sencillas de resolver. No se puede obviar que la misma palabra mythos de origen griego entraba en su etimología, un sentido de fábula o relato carente de verdad, de carácter meramente alegórico, y que fue utilizada tempranamente en este sentido.
Ya Jenófanes, reflejando el pensamiento de su época, lanzaba una diatriba en contra de los grandes poetas míticos griegos -Hesíodo y Homero- en donde criticaba su lenguaje excesivamente coloquial para referirse a la genealogía y acciones de los dioses, diciendo que todo lo que avergüenza y parece execrable a los hombres, ejecutan los dioses. Robo, adulterio, engaños y comisión de toda clase de actos impropios de la más básica conducta moral. Ello implicó que se asociara a los mitos referidos por los poetas, una serie de historias fabulosas sin sentido verdadero. Se ve en esta actitud, una clara “caída” hacia la razón, que precipitaría al pensamiento especulativo occidental en su era lógica. Con el objeto de mantener un orden en la transmisión cultural, los griegos habían establecido una diferencia entre los mitos originales, referidos a lo ontológico, por ejemplo la formación de mundo, y las simples fábulas, en que animales o cosas asumen una naturaleza ajena a su esencia.
Por otro lado se quiere que la irrupción de la filosofía en el mundo griego sea una actitud anunciadora de la muerte de la concepción mítica del mundo, para dar paso al triunfo de la razón, por lo que aparece el mito enfrentado al logos, y por lo mismo a la verdadera labor de la filosofía, no obstante, la defensa que hace Platón del rol del mito, y que hemos citado más arriba.
Así, el viejo sentido mistérico del mito se fue enlodando, y como en la referida leyenda griega de la verdad y la mentira, la razón se vistió con los ropajes del mito, mientras éste se bañaba desnudo. Esta visión contrasta con el sentido y función religiosa original de los mitos, o más exactamente mística y mistérica, que tenían entre los egipcios y griegos, lo mismo que entre los chinos e indos.
Si tomamos la filosofía en su sentido original, debemos relacionarla con sophia y no con gnosis, es decir que, filosofía es amor a la sabiduría y no al conocimiento, entendiendo que la sabiduría nos aproxima a lo vivencial, y no meramente al entendimiento y aceptación intelectual. Es cierto que el desarrollo científico dominó el mundo de la razón y abrió la era del conocimiento, pero a la vez, pospuso, por no decir sepultó, a la sabiduría en su sentido original.
De este modo, la filosofía en su función vinculadora con la vieja sabiduría mistérica, no se contrapone al mito. Antes bien, rescata su real condición de vehículo para el nòus, en su vuelo hacia los arquetipos. En el siglo veinte, psicólogos como Karl Jung, o estudiosos como Mircea Eliade, revalorizan este sentido original en el mito, y es con este último con quien trabajaremos.
Según M. Eliade, establecer esta diferencia referida por los griegos, distinguiendo mito de fábula, tiene un fundamento no sólo válido para los antiguos, sino plenamente vigente: la historia sagrada, la historia del tiempo no puede haber sido inventada de la nada, sino a partir de hechos verdaderos. No se trata de una deformación fabulosa como el que un grillo converse con un escarabajo o toque un violín, con un claro sentido alegórico, sino de un origen, un estado primordial indeformable y perenne. Lo mítico es a la vez sagrado, porque ultérrimamente es ontológico, en cambio lo que no es ontológico no es sagrado y por lo tanto no participa del mito. El mito es a la vez historia, pero como es ontológico, es historia sagrada. Así lo entendieron los griegos y los romanos, a partir de un modelo ejemplar.
Ante la complejidad inmensa de relacionar todos los elementos en que la filosofía hace uso del mito, tomaremos dos áreas culturales en que es evidente que estos dos lenguajes se interrelacionan armoniosamente. Se trata de los griegos y los indos.
En primer lugar se debe abordar el tema de los mitos en un sentido original, y para ello intentaremos una clasificación según lo sugiere Mircea Eliade. Podemos reconocer varios tipos de mitos, a saber:
Tal vez, todos ellos se relacionen con la filosofía, pero hay dos temas que definitivamente van a ser abordados por la ciencia del saber: El misterio del tiempo y su reinversión. Uno de los grandes problemas de la filosofía se origina en la pregunta básica que se hicieron los griegos: Qué es lo que es, y qué es lo que no es. Es una pregunta que en cuanto tiene de ontológica, nos lleva de la mano del mito, hacia la búsqueda del origen del ser. Partiendo de la base de que en el principio, o antes bien, desde el principio todo era, y lo que Era, siempre ha sido, es y será, entonces debe volverse a ese ser primordial.
El tiempo y su relatividad aparecen tempranamente en la filosofía griega e india, y si entendemos la filosofía como regreso al estado primordial, es decir, de ser-hombre provisto de sabiduría, entonces todo el trabajo del hombre es un proceso de “evolución-regresión”.
Se observa la dirección reconocible del mito en la filosofía como un proceso de regresión, y puede otorgársele ese sentido, en todos los mitos llamados “de retorno al origen”. Se trata de la pérdida de la pureza original y la necesaria recuperación a través de un camino de regreso, a un estado previo a la manifestación, a través de un renacimiento místico.
En algunas culturas antiguas, este retorno al útero esencial, adquiría un sentido más literal y se procuraba, por mediación de los chamanes, devolver la salud perdida al enfermo, o la juventud al anciano. Pero el tema de la recuperación de la inmortalidad y pureza original se da más claramente en las altas culturas de origen iniciático, y es por ese medio como se conservan. Un ejemplo evidente es la versión que encontramos en la alquimia taoísta y en la versión occidental medieval. Todo su complejo simbolismo, en el que se mezclan elementos místicos y mágicos, propone la sublimación de la materia usando el espíritu como transmutador.
Sin embargo, hay un fenómeno de semejanza notable y que es el que nos interesa resaltar. El surgimiento de ciertas técnicas místicas y su desarrollo filosófico, en los sistemas griegos (orfismo-pitagorismo-platonismo), y en los indos (Yoga-Sankhya-Vedanta-Buddhismo).
Estamos ciertos que estamos dejando fuera de este estudio a otros momentos en la historia en que la relación mito-mística-dialéctica encontró intérpretes magistrales, como el neoplatonismo de Plotino, pero debemos ceder a la imposición de los límites de este trabajo.
Es conocida la estrecha relación entre el orfismo y su fértil expansión a través de toda Grecia, especialmente en la fundación de las instituciones mistéricas (teletai), como la de Eleusis. El misticismo propio de estos rituales encontró una entusiasta acogida entre los presocráticos, quienes no dudaron en incluir o adaptar los mitos para su ulterior desarrollo filosófico.
En Heráclito, Parménides y Empédocles y Pitágoras hay una muy probable relación con alguna forma de los misterios, y los temas fundamentales de la filosofía mistérica: la reencarnación y la inmortalidad del alma. Sobre este punto, el filósofo-héroe debe padecer (pathos) el drama de su purificación, simbolizada por la muerte y la resurrección.
Como herencia del drama osiriano, los griegos revieron el mito egipcio en el joven dios Dionisos. Antes, Orfeo había sufrido una condición similar, en su regreso al mundo subterráneo tras su amada Eurídice. Dionisos es despedazado por los titanes, muriendo para ser revivido por su padre Zeus, y otorgar con su carne inmortal, una esencia a los humanos. Mientras los Titanes hierven la carne del Niño para devorarla, su sangre ha sido derramada en la tierra, de la cual brota un granado. En las anthesterias, se rememoraba la “pasión” de Dionisos Zagreo, el dios que muere para alcanzar la inmortalidad.
En la versión femenina de Démeter y Perséfone, es esta última, la que raptada por Hades, va y viene entre el mundo de los vivos y el de los muertos, alternativamente, por haber comido del fruto (la granada). Démeter, la Isis de los griegos, también es sorprendida otorgando a un niño los ritos de la inmortalidad. Los oficiantes revivían este rito mediante la peregrinación efectuada durante las thesmoforias. Al principio, iban tapados (mistós-mustói), y sólo se descubrían a la vista simbólica de un niño (brimos) que rememoraba al hijo de Perséfone. Descubiertos, se transformaban en “los que ven”, los epóptai.
Es innegable el parentesco de estos mitos con otros de Asia Menor, como el de Gilgamesh o el de Mitra de probable origen Indio, héroes que padecen una suerte similar, y que se conmemoró en ritos posteriores, especialmente en los misterios de Mitra, celebrados entre los romanos, en donde los mitraicums, bebían la sangre-vino para alcanzar un estado de elevación, imitando el ascenso de Mitra al cielo, como Sol Invictus, conduciendo de regreso a los hombres a su morada inmortal, los Campos Elíseos.
Este trasfondo escatológico y soteriológico fue revitalizado en Roma a través del culto que se daba a Mitra, especialmente en el ejército, y cuando Julio César, primeramente, y Juliano El Apóstata, en un último esfuerzo, revivieron los cultos a Dionisos-Baco. La filosofía cristiana tomó muchos elementos simbólicos de estos ritos, y de hecho fueron los grandes competidores de su misticismo.
Por ejemplo, en la concepción dionisíaca de la historia, el mundo comienza con la noche, el caos primordial, estado matriz del universo. Un principio original, Zeus-Zagreo, remueve este caos para dar comienzo a la vorágine que produce las formas materiales. Esta vasija, al decir de Platón, mediante un movimiento espiralado y descendente, une estas partículas para producir las cosas. Luego, y tras diversos órdenes universales descritos por Hesíodo y por el poema órfico, se va a producir el gobierno de Zeus, hijo de Cronos. Más adelante, el propio Zeus da origen al joven Dionisos-Zagreus que liberará al elemento inmaterial de su cárcel de carne. Este Zeus-Zagreo original era también conocido como Dionisos El Viejo. Existe una evidente relación con Horus el Mayor, Osiris y Horus el Joven.
El mundo volverá a su estado primordial, después de una disolución total. Esta regresión muchas veces mitificada, se aplica al hombre, quien igualmente proviene de un estado original de pureza, para caer en la materia y regresar inexorablemente mediante la purificación, según el orfismo.
Los pitagóricos proponían una alternativa a la posición órfica referente a lo que espera al hombre tras el proceso purificatorio, vida tras vida. Decían estos últimos, que la muerte y la disolución (de la conciencia de inmortalidad) es el destino del hombre común. En cambio, el que ha recorrido el camino de la iniciación mística, purificado por medio de la disciplina y los ritos sagrados, obtendrá una vida gloriosa en los Campos Elíseos. Por su parte, los pitagóricos afirmaban que el camino de la sabiduría conduce igualmente a este estado beatífico, y el sabio es merecedor de la inmortalidad y como tal es un auténtico héroe. (Filolao, Aristóteles).
Es importante tener en cuenta esta función de la filosofía citada de los pitagóricos y posteriormente reafirmada por Platón, pues en ello radica la justificación para incorporar el mito. Es decir, si la filosofía se convierte en ejercicio especulativo, en una ciencia de la razón, entonces la lógica se desprende del mito, pero en cuanto regresa a su rol de camino ascensional, el mito es una fuente refrescante imprescindible.
En la madurez de la filosofía griega, las escuelas jónicas e itálicas devolvieron su sentido más abstracto a estas ideas. Un fenómeno semejante vive la filosofía de la India, con los Upanishads. A pesar de que muchos investigadores hablan de un proceso de “desmitificación”, en ambos casos, Platón desmiente esta interpretación cuando interpola sus mitos. Brunschvicg acusa a Platón de “retorno ofensivo” por esta concesión a la era anterior, en plena anunciación del triunfo de la lógica, pero se trata de una concesión intencionada, para mantener el vínculo mistérico de la filosofía, su verdadero propósito. Veamos a nuestro filósofo en su relación con el mito.
Brun justifica en Platón el empleo del mito, por la estrecha relación de historicidad que esta tiene. Coincidiendo con Julián Marías, Brun plantea que la filosofía no puede prescindir de la historia, es más, debe hacerse una necesaria filosofía de la historia, y como resultado de esto, Platón se sumerge en la tradición griega, para tomar su lenguaje, su vivencia y navegar a través de ella en la búsqueda filosófica. El mismo Kierkegaard concede una función dialéctica y mítica al filosofía platónica comparándola con la canción de cuna que infunde el sueño del niño, y ese sueño es la presencia de lo espiritual, la irrupción desconocida y súbita de la experiencia mística.
De este modo el Mito en Platón, juega un rol esencial como lenguaje de comunicación con otras experiencias. Repitamos lo que afirma en su diálogo “El Político”:
“…pero de las realidades más altas y valiosas, en cambio, no hay imagen alguna nítidamente adaptada a los hombres; en tales casos, entonces si se quiere contentar al alma de quien pregunta, no hay posibilidad de señalar algo sensible que corresponda a tal realidad y que bastaría para complacerla.”
Da al nóus la función de ente comunicador con esas realidades superiores. Y el lenguaje utilizado, cuando el intelecto es incapaz de resolver las cuestiones del espíritu, es el mito. De los muchos mitos que emplea Platón, destacaremos aquellos que se identifican con el fin último de la filosofía, y que como hemos dicho, es producir el retorno del hombre a su origen.
El punto de vista escatológico platónico está reflejado en sus diálogos sobre el alma, especialmente en Fedro, Fedón y República. El mito de Fedro es especialmente significativo en este sentido, cuando otorga al hombre un estado “aéreo” original, detrás de los Dioses, que se pierde en la caída a la materia, y que se hace mucho más dificultoso por la pérdida del recuerdo, la amnesis. Esta pérdida de la memoria y su remedio, la anamnesis, la reminiscencia, es un tema central de toda la filosofía, pues implica el camino de regresión. Lo que se daba en la iniciación con la vuelta al útero primordial.
Según esto, la reencarnación y el recuerdo de las vidas pasadas, no es más que una forma de hilar el verdadero recuerdo de lo siempre fue, es y será. Mneme (recuerdo) se opone al Lethe (olvido) y triunfa sobre la verdadera muerte, el olvido. Hesíodo ya otorgaba a Mnemosyne la condición de omnisciente. Ella sabe “todo lo que ha sido, es y será”. El recuerdo total, que lleva al origen mítico del tiempo primero, es equivalente al descenso a los infiernos, de Orfeo y otros héroes. Las almas, dirá Platón, antes de retornar a la existencia por un nuevo ciclo, beben en las aguas de Lethe, “ahítas de olvido y maldad”, y borran el sentido de sus experiencias.
La reminiscencia devuelve el hilo del recuerdo, primeramente a través de las innúmeras vidas pasadas, para luego recordar el origen divino y cerrar el círculo de la existencia. Es el fin de la historia. El mito se refiere al origen de este recuerdo. El mito es la suma de un saber útil, pues saber es recordar. Una laminilla mortuoria órfica rezaba lo siguiente: “Dadme pronto agua fresca de la que sale del lago de la Memoria”.
Al mencionar la relación entre la filosofía de la India y sus mitos, es necesario establecer que un estudio sistemático de la filosofía, no concede aún plenamente, a la India y todo Oriente la posibilidad de haber desarrollado la ciencia filosófica ni mucho menos haberla originado. No obstante, hay autores occidentales que reconocen elementos en todo oriente que pueden identificarse con una sistematización filosófica. Así, leemos en Rodolfo Mondolfo los siguientes “principios” reconocibles de esta sistematización:
El tiempo y su inexorable consecuencia sobre la generación y la corrupción están presentes en el pensamiento hindú desde sus comienzos. Como en el caso griego, los orígenes de esta búsqueda, plenos de prácticas místicas, trasladaron su escenario, con la popularización de los fenómenos religiosos, al terreno del pensamiento, y los Upanishads inspiraron la búsqueda filosófica del sentido de la existencia.
Encontrando los posibles antecedentes del pensamiento griego entre los filósofos indos, el tema de la pérdida del estado de pureza original forma parte de mitos y alegorías. Podemos citar a Sankara en el Chandogya-Upanishad, refiriendo la historia del hombre que fue arrojado lejos de su casa y vendado, como el estado de confusión y olvido que afecta a todo ser humano, ignorando su lugar de origen y destino final. El Atmán es presa de Maya y cae en Avidya.
Existe una terminología específica para resaltar la importancia del recuerdo en contraposición al olvido, en el mito del yogui y la reina. El olvido es como el sueño. La ilusión (Maya) es una ensoñación. En Grecia Hypnos era hermano de Thanatos. La muerte es estar dormido, despertar es estar verdaderamente Vivo.
Recordemos el Bhagavad Gita cuando nos dice: “Lo que es día para el Sabio, es noche para el ignorante, y lo que es noche para el Sabio es día para el ignorante”. O bien, lo que luego enseñará Buddha en el Dhammapada: “La negligencia es el camino que conduce a la muerte; la vigilancia es el camino que conduce al Imperecedero. Aquellos que vigilan no mueren; los negligentes es como si ya hubiesen muerto”.
Para las tradiciones védicas más antiguas, un principio único subyace antes de todo momento. Se trata de Tat, traducido simplemente como Aquello. A este principio se llega y de él se desprenden tres axiomas básicos del pensamiento indo:
Este primer tiempo sin tiempo, es un punto convergente sobre el pensamiento griego y su origen mítico. ¿Qué existirá una vez que todo desaparezca? El espacio. En este espacio se desenvuelve aquello. Es la raíz del movimiento. Es la causa única e inmutable. Todo fenómeno reconocible en el universo no es más que eso: fenómeno y por tanto de raíz ilusoria.
En la filosofía sankhya, atribuido a Kapila, pero de raíces más antiguas, el Yo (purusha) es un “extranjero”. No es una causa ultérrima y originaria en sí mismo la que le ha precipitado en la prakriti, sino una razón ajena a él. Por lo tanto la identificación con el devenir es una ilusión desde el principio. La sustancia indiferenciada, principio pasivo, es activada por purusha, originando el movimiento. Esta primera dualidad, interdependiente en su existencia, no contradice la naturaleza (por así decirlo) de aquello. Una forma de amor-odio sería la causa del movimiento, la generación y la corrupción. De este sistema deviene el concepto de la acción-evolución, atada a las tres gunas: tamas (la acción tenebrosa, el temor y el rechazo), rajas (la acción apasionada movida por el deseo, la atracción) y satwa (la acción armónica). Por acción de la naturaleza prakritika movida por purusha, devienen los principios manifestados, los tatvas.
La Vedanta-Uttara Mimansa, primero de Vyasa y posteriormente de Sankaracharya, es más radical todavía, propone un estado primordial desde donde no se ha salido nunca en verdad. Brahma (aquello) no actúa sobre la manifestación, porque en verdad no hay tal manifestación. Es apenas un reflejo. La visión Vishishtadvaita concilia esta doctrina con la de Kapila, un poco al estilo de los atomistas griegos, pero la posición monista Advaita insiste en la invalidez de considerar otra postura que no sea la del único Brahma, sin dualidad ni partes. Para los vedantinos Prakriti es Maya, pues no existen dos principios sino uno sólo, del cual, de alguna manera, emana el Mundo, pero como el humo de la llama, sin existencia por sí mismo. El regreso al origen en la Vedanta, especialmente en sistema Advaita, es simplemente un despertar, simultáneo a la conciencia de Brahma. La reencarnación es un proceso de recuerdo, pero fundamentalmente de despertamiento, pues la existencia en sí y sus leyes son finalmente una ilusión. No existe la evolución, ni la historia, porque nunca se ha abandonado el estado original.
En el caso de la escuela Yoga de Patanjali, su sistema se inspira en las enseñanzas del Sankhya, pero su regresión es práctica. El recuerdo de las vidas pasadas no tiene validez en sí, tan sólo para desprenderse de una experiencia dolorosa. Es la purificación de los sistemas de vida, a través de las disciplinas yóguicas, el verdadero camino de vuelta al origen. (Yama, Niyama, Asana, Pranayama, Pratyahara, Dharana, Dhyana y Samadhi). En todos estos sistemas entendemos un proceso circular. Es la serpiente que se muerde la cola. El huevo universal, dentro del cual se da todo proceso.
Hemos omitido escuelas muy importantes, como las estoicas y las neoplatónicas en occidente, así como las llamadas menores y el Buddhismo en India, pero esta relación aportada, esperamos, pueda resultar en alguna medida esclarecedora, de la intimidad fundamental entre filosofía y mito.
Créditos de las imágenes: Pradigue
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gracias! me sirvio de muuuchoo :)
me sirvio para copiar y pegar muchas gracias :D
Excelente página mil Gracias.