«Que haya entre todos los ciudadanos un combate de virtud, pero sin celos. La gloria de un Estado consiste en tener habitantes que disputen con todas sus fuerzas el precio de la virtud, pero que no se valgan de ningún manejo indigno para impedir a los demás aspirar al mismo bien» (Platón Las leyes).
Vivimos épocas especiales, difíciles. No podemos llamarlas buenas ni malas, sino las que necesitamos para desarrollar finalmente nuestro verdadero sentido de seres humanos y de humanidad.
Si tuviéramos que asumir una elección, además de las catástrofes naturales que no dependen de nosotros, lo que más impresiona es la falta de dignidad, salvando indudablemente las excepciones. Lo triste es que esas excepciones suelen estar escondidas a los ojos de la gente y lo que resalta es lo que ocupa la mayoría de las noticias en los medios de comunicación.
A veces lo indigno es maligno, a veces simplemente ridículo. Pero nos sentimos atrapados en unas redes invisibles, aunque complicadas de evitar. No encontramos ejemplos dignos de ser imitados. Por eso citamos a Platón y su extraordinario llamado al «combate por la virtud». ¡Qué diferente sería todo si ese fuera el motivo de nuestras disputas! ¡Qué maravilloso sería luchar por una merecida dignidad!
Echamos de menos la dignidad que marcha unida al honor. No nos referimos a las dignidades exteriores basadas en el prestigio, la fortuna económica, la apoteosis de las modas variables. Quienes hoy están en la cúspide de esa falsa dignidad, mañana caen o quedan relegados al olvido.
La dignidad necesita, evidentemente, honor, honradez, pureza de pensamiento, de intención y de acción. Necesita saber ser y saber estar, principalmente saber ser.
No es indispensable que todo el mundo se vuelva filósofo, aunque todos, en alguna medida, filosofamos alrededor de la vida y de nuestras propias situaciones. Lo que sí es indispensable es que cada cual se rija por unos valores morales prioritarios y acondicione su existencia a esos valores. Los verdaderos valores tienen un innegable sabor a durabilidad; no pueden cambiarse de un día para otro, ni pueden obviarse cuando aparecen otros modelos aparentemente más utilitarios.
El abuso de una libertad mal interpretada como la posibilidad de hacer y decir cualquier cosa en cualquier momento y lugar, ha desatado, por falta de madurez y de correcta educación, una peligrosa desviación hacia el libertinaje, la criminalidad, la indecencia disfrazada de buenos propósitos, la mentira sin disimulos, la manipulación objetiva y emocional.
Carecemos de buenos ejemplos, de ejemplos de dignidad.
Nadie nos enseña a vivir con dignidad. Simplemente nos lanzan a luchar por la vida, que finalmente se convierte en una lucha de todos contra todos.
Ansiamos una dignidad humana que tenga un fundamento profundo, lo cual nos incita a buscar en nosotros mismos. El tan famoso «Conócete a ti mismo» encierra una invitación al descubrimiento interior y, muy especialmente, a la construcción interior, eliminando los desechos de la incertidumbre, de los sentimientos negativos y las acciones denigrantes para nosotros mismos y para los demás. Construirse equivale a elevar columnas estables y fuertes, que sean un buen soporte para toda la vida.
Evidentemente, hay derechos humanos que se violan de continuo y que destruyen la integridad humana. Pero si cada uno, individualmente y por grupos de ideales semejantes, hiciéramos el esfuerzo de ser honrados a pesar a las dificultades, el mundo entero sería mejor. No serían necesarias las protestas, ni gritos ni guerras. Habría un fundamento de dignidad y honor que se esparciría por toda la Tierra, volviendo a la Humanidad más apta para la convivencia, y al planeta, más feliz de tenernos como sus habitantes.
Créditos de las imágenes: pxhere
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