Hoy, en que el mito de la igualdad se tambalea, se puede apreciar más libremente la Sabiduría de los antiguos, que afirmaban que todas las cosas y los seres tienen existencias diferentes.
A su manera, cada cual se siente un “mártir”, un incomprendido o una víctima de los demás, que no lo aman ni valoran como merece, más un largo etcétera que sería imposible describir aquí.
Es notable cómo el egocentrismo, con tendencia más o menos acusada hacia el egoísmo, modifica las actitudes y procederes, convirtiendo en necios a los inteligentes, en ociosos a los trabajadores y en débiles a los potencialmente fuertes.
El exceso de individualismo es tan malo como su contrario.
Todos creen tener, de alguna manera, las llaves del éxito, pero puestos a prueba fracasan, echando la culpa siempre a los demás y asumiendo posiciones psicológicas sombrías. No es raro encontrar que individuos que son verdaderos déspotas para con sus subordinados, sean extremadamente sensibles cuando es a ellos a quienes les toca obedecer o escuchar un correctivo. Entonces decae la alegría y una niebla gris se abate sobre la torturada conciencia, que cree ser víctima de una injusticia, a la vez que proclama sus propias bondades y los errores del prójimo.
Esta actitud pesimista y negativa me ha llamado profundamente la atención al observarla a lo largo de los años en cientos de personas que bien podrían experimentar una actitud mucho más auténtica, positiva y humilde ante la vida.
He recordado la parábola de Platón sobre el “Ojo del Alma”, ese que según hacia dónde se dirige, ve panoramas diferentes y comunica visiones oscuras, grises o francamente luminosas. Y he imaginado que tenemos dentro algo así como un espejo de posición variable. Y en él se refleja aquello hacia lo cual está dirigido. Si se lo deja flojo, laxo, caído hacia lo bajo del mundo, tan solo reflejará sombras, peligros, adversidades. Si con un poco de esfuerzo logramos levantarlo, aunque sea hasta la horizontal, su campo de visión se ampliará considerablemente y, sin despojarse de tinieblas, abarcará también horizontes luminosos y pluralidad de seres y cosas interesantes y dignas de tenerse en cuenta, y el Alma ampliará su posibilidad de percibir y por lo tanto de discernir, decidir y actuar.
Si con firme voluntad levantamos más aún el espejo, veremos borrosas las cosas adversas del mundo y un Cielo de Luz llevará belleza y alegría a nuestro corazón. Estaremos naturalmente predispuestos al éxito, a la alegría, y la Sabiduría se desarrollará descubriendo para nosotros verdaderas maravillas y los escondidos motores de las cosas visibles. Percibiremos las manos de Dios en cada obra y su Pensamiento inconmensurable rigiendo todas las ideas y todas las formas.
Así, sanamente entretenidos en la visión y vivencia de tales prodigios, iremos olvidando poco a poco nuestras estrecheces egoístas, nuestra ignorancia que descarga sobre espaldas ajenas los pesos de las responsabilidades que nos ennoblecen y que justifican nuestra vida.
Manteniendo ese reflejo del Cielo en nuestra Alma, todo se nos hará más fácil y las andaduras más agradables, fructíferas y alegres. En verdad, vale la pena el esfuerzo, pues de una semilla de voluntad surge un bosque de bienaventuranza, de felicidad y de conformidad emocional consigo mismo, al poder ver con claridad características del Sendero y de los Caminantes que, con el espejo hacia las tinieblas, no podíamos distinguir.
Las vacilaciones merman y el miedo es reemplazado por una sana inquietud renovadora y vital.
Los quejidos se vuelven risas y naturalmente somos mejor aceptados por todos… simplemente, moviendo hacia arriba nuestro espejo interior.
Jorge Ángel Livraga Rizzi.
Publicado en Revista Nueva Acrópolis núm. 252. Madrid, Octubre de 1996.
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Maravilloso! Cómo puede dar un giro muchas veces de 360 grados con tan solo hacer el esfuerzo de girar nuestro espejo interior hacia la luz,gracias!!! Por tan bello articulo