La actual crisis es, no solo global, sino que afecta también a múltiples y complejos sistemas de valores sociales, y no solo al aspecto económico. Afecta a una desestabilización de los valores espirituales, éticos y morales y aun psicológicos en nuestras sociedades.
Parece como si el ser humano hubiera perdido su razón de “ser humano” y su contacto con la ecología de la naturaleza. Se siente engañado, traicionado, desencantado por tantas falsas promesas de bienestar, de justicia social y de un crecimiento económico interminable. Y todo esto ha fracaso. Ya casi no le queda ni la esperanza… en un mejor futuro como “tabla de salvación”. Parece que casi no le queda nada… Pero quizás aún hay esperanzas… si el Ser Humano, dentro de nosotros mismos, despierta de su sueño de quimeras.
La sociedad occidental, desde el nacimiento del sistema liberal y capitalista, hace poco más de dos siglos, se ha venido aferrando cada vez más al mito del crecimiento económico interminable que ella misma creó. Principalmente desde los últimos cincuenta años, la persecución de este crecimiento ha sido el más importante de los objetivos políticos en el mundo. La ahora llamada “economía globalizada” o mundial tiene actualmente cinco veces el tamaño de hace medio siglo. Si continuara creciendo al mismo ritmo, en el año 2100 será ochenta veces mayor.
Este enorme salto de la actividad económica global en el mundo no tiene precedentes en la historia. Y está totalmente en desacuerdo con la base de recursos finitos que existen en la Tierra y con el frágil equilibrio ecológico del que depende el ser humano para su supervivencia. Hoy se estima que la degradación de los ecosistemas del mundo que este crecimiento ha provocado es de poco más de un 60%.
La explotación y la especulación desmedidas en las materias primas y sus derivados financieros llevaron al mundo al borde del colapso en el año 2008. Para muchos analistas económicos, los 25 ó 30 años previos a la crisis económica del 2008 podrían haberse visto como una “edad de oro”, pero, ante la situación actual, cinco años después, ya no piensan lo mismo. Ahora piensan que se trataba del “canto del cisne” del mito del crecimiento indefinido… y quizás de la civilización occidental, tal como la considerábamos.
Las razones de esta ceguera colectiva se centran principalmente en el hecho de que el capitalismo se basa necesariamente en el crecimiento para lograr su estabilidad. Y cuando la expansión se tambalea, como ha pasado recientemente, los políticos y, por lo tanto, la gente y los sistemas, entran en pánico.
Los negocios, las medianas y pequeñas empresas luchan por sobrevivir. La gente pierde sus trabajos y en ocasiones sus propias casas y propiedades en tierras. La espiral de la recesión es ya una amenaza. Es, pues, necesario poner en tela de juicio el mito del crecimiento indefinido, pues ya está claro que ha fracasado.
Ha fracasado para más de 2000 millones de personas que viven con menos de 2 $ diarios, ha fracasado para el sistema ecológico de cuya supervivencia depende. Ha fracasado para poder proporcionar estabilidad económica y asegurar el bienestar de las personas.
La prosperidad y el bienestar para unos pocos, fundamentada en la destrucción del medio ambiente y en la injusticia social, no son buenas bases para una sociedad verdaderamente civilizada. La gente hoy está más enojada que nunca con aquellos que se aprovecharon, antes de la crisis del 2008, de las “facilidades” que proporcionaba el Estado liberal del “bienestar”. Porque todo fue una burbuja económica artificial para manipular y explotar la “ingenua avaricia” de la gente que tiene expectativa y cierta esperanza en algo mejor.
Es necesario, como ya lo apuntan reputados economistas como Mervyn King, G. Osborne o Ed. Milidband, entre otros, que el actual sistema capitalista financiero sea reemplazado por un sentido de las finanzas menos vulnerable a las crisis, más equilibrado, duradero y lento, con inversiones realmente sólidas:
Pero arreglar la economía no es suficiente. También hay que luchar contra la mentalidad del consumismo. La gente, hasta hace muy poco, corría a endeudarse para comprar cosas que realmente no podían pagar. Los días de gastar dinero que no tenemos en cosas que no necesitamos para impresionar a gente que no nos importa, deben terminar.
Debemos volver a aprender la diferencia entre lo que realmente necesitamos para tener calidad de vida y lo que queremos, influenciados por las modas y por una publicidad hipnotizadora y aplastante. Como decían los filósofos estoicos, “la felicidad no consiste en tener más, sino en aprovechar bien y conformarse con lo que se tiene”.
El verdadero bienestar es algo muy diferente, que se basa en tener un hogar y un trabajo decentes, buenos servicios públicos (sanitarios, educacionales, transportes, etc.) en una comunidad social estable. Lo que debe importar es el crecimiento de la calidad, no de la cantidad.
Además, el verdadero bienestar trasciende las preocupaciones meramente materiales. Reside en el amor de nuestras familias, en el apoyo de nuestros amigos y en la fuerza o poder de cohesión social de nuestras comunidades humanas, pequeñas o grandes, no importa mucho.
El desafío que debemos enfrentar, en este mundo en crisis, es crear las condiciones necesarias económicas, psicológicas, morales y espirituales, para colaborar de manera fraternal, coherente y cohesionada. Esto es también una llamada de colaboración para todos los organismos que tengan el mismo sueño y objetivo, con el fin de hacer todo esto posible.
En esto estamos trabajando en la OINA. Si realmente queremos superar las enormes dificultades de la gran crisis global que ya ha inaugurado, hace unos cuantos años, esta nueva Edad Media mundial, es necesario colaborar entre nosotros, los que pensamos de una manera parecida, en medio de este mundo que poco a poco se derrumba.
Jorge Alvarado Planas
Créditos de las imágenes: Origen desconocido
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