Sociedad

Decepción del individuo ante la sociedad

Voy a dejar de lado, muy respetuosamente, las definiciones platónicas de individuo, sociedad y estado en beneficio de la brevedad de este trabajo y de una más clara comprensión del fenómeno contemporáneo.

Para cerrar el año 1982, una prestigiosa agencia de estadísticas realizó una encuesta a un millón de personas en USA, medio millón en Alemania y medio millón en Francia. Las preguntas eran tan solo dos y muy sencillas.

1) ¿Tiene usted fe en su futuro individual?; ¿confía en que podrá sobrellevar los próximos años normalmente, trabajar, estudiar, casarse, tener hijos o mantener simplemente el tipo de vida que le gusta?

2) ¿Tiene usted fe en la sociedad en que vivimos y en su futuro como tal?; ¿confía en que el mismo partido político que lo rige o algún otro arreglen los problemas, de manera que el mundo pueda mejorar en lo político, económico y social?

En la pregunta nº 1 los resultados fueron: 66% sí, 24% no, 10% no sabe.

En la pregunta nº 2 los resultados fueron: 11% sí, 71% no, 18% no sabe.

Partiendo de la concepción vulgar de que la sociedad no es otra cosa que el conjunto de individuos, esta respuesta nos presenta una contradicción. Pues es paradójico que una persona sea optimista y que el conjunto de ellas, por el contrario, se muestre pesimista. Tal vez aclare el panorama el hecho de que la primera pregunta se refiera a la esperanza individual y la segunda pregunta a la esperanza, ya no de una colectividad, sino de una sociedad determinada, o sea, de una forma más o menos concisa de esa colectividad.

Otro factor digno de considerar es que la inmensa mayoría no conoce otros sistemas de gobierno de la sociedad que los que tiene enfrente. Ni su cultura le permite tener acceso a los anteriores, ni su capacidad de imaginar le da posibilidad de soñar algo radicalmente diferente.

El resultado general de esta encuesta es que, en tres de los países más poderosos y adelantados del Globo, las gentes están desconcertadas. Un ancestral instinto de supervivencia les dice que, de una forma u otra, ellos en cuanto a personas aisladas, o en pequeños grupos, podrán plasmar básicamente sus respectivas vidas. De alguna manera perciben que a pesar de las comunicaciones del mundo actual y de las interdependencias crecientes, en un mundo en crisis –o si lo queremos considerar crudamente, en derrumbe–, existen y existirán pequeños pasos para un ser humano o para un ser humano y su familia. Lo que rechazan es que queden grandes caminos abiertos y que los sistemas que conocen estén capacitados para enfrentar las situaciones cada vez más difíciles.

Ayudémonos con ejemplos cotidianos para tratar de entender más la aparente paradoja.

Un hombre está trabajando en la cima de una escalera, pintando tranquilamente el techo de su habitación. Silba una tonadilla de moda y en su despreocupación se olvida que está a varios metros de altura sobre el suelo. La brocha va más allá de lo debido y resbala de su mano; trata de cogerla, y al hacerlo pierde el equilibrio y cae. Su cabeza se golpea fuertemente y pierde el conocimiento. Su mujer acude y rápidamente se dirige al teléfono para llamar una ambulancia, reclamando la presencia de un médico. Poco a poco van rodeando al caído, que ya empieza a recuperarse, otros miembros de la familia, e incluso vecinos. Nadie discute la decisión de la esposa de llamar a un médico; a todos les parece lo correcto y el propio accidentado, ahora cómodamente recostado en unos almohadones, espera normalmente la ayuda del facultativo.

A nadie se le ocurrió, al ver que el trabajador se precipitaba desde la escalera, que se le devolvería la salud sometiendo a elección entre todos los presentes y aun preguntando a los ausentes por correo, cuál sería el tratamiento adecuado. Es esencialmente lógico: ninguno de ellos es médico, aunque tengan la mejor intención de curar al paciente. Ha prevalecido el llamado sentido común, la forma más elemental de la lógica y de la verdad.

Trasladémonos ahora a otro escenario.

En un país cualquiera las cosas se desarrollan con normalidad, pero, tal vez por eso mismo, los confiados gobernantes pierden el equilibrio y la nación entera se precipita en un caos. Aparecen problemas económicos, sociales y de seguridad pública. Ante la caída, con sus dolorosos resultados, no se busca un “médico”, alguien que sepa realmente lo que se debe hacer y con profesionalidad para ello. Mientras el enfermo pueblo se queja, se organizan los cateos de opinión a través de las urnas, y el tiempo de la operación se condiciona para que aquellos que viven aun en las antípodas puedan presentarse en las embajadas o enviar su voto por correo. Se hacen bandos y propagandas y por fin triunfan aquellos que lograron mayor número de votos computados. Ellos serán los que atiendan las enfermedades del pueblo, del país en desgracia. El “sentido común” no ha primado y ahora comienzan las teorizaciones, los forcejeos entre los más y los menos, los que, por si no estuviese clara su oposición, se autodenominan “oposición”. ¿Oposición a qué?… Pues a lo que propongan o hagan las “mayorías”. ¿Y el enfermo, el accidentado?… En su nombre se hace todo, aunque los partidismos y opiniones prevalezcan sobre su posibilidad de restablecimiento.

En el primer ejemplo, lo primordial era el hombre y el “sentido común”.

En el segundo ejemplo, lo principal es el “sistema”, los “partidos”, la “oficialidad” y la “oposición”.

Así no es raro que los resultados sean catastróficos y que las esperanzas de que una comunidad enferma encuentre el camino de la salud, mínimas.

En Francia, por dar un ejemplo concreto, Jacques Delors denunciaba que el programa socialista en su capítulo económico, era sencillamente irrealizable. Pero la bullanguera “mayoría” estaba demasiado ocupada en la defensa e implantación del “sistema”, para escucharle. Hoy, los hechos le dan la razón.

Ahora empezamos a entender la “razón” que se escondía en la aparente “sinrazón” de la encuesta a que nos referimos al principio. El hombre-individuo, regido por el “sentido común”, confía en que podrá solucionar sus problemas. Pero el hombre –como sociedad– sabe que los “sistemas” tendrán prioridad sobre las urgentes realidades e intuye los males futuros.

Por otra parte, su futuro, por lo menos en parte, está en sus propias manos. El destino colectivo no lo está, pues los enormes intereses creados a nivel mundial rebasan sus fuerzas. Si él como individuo se enferma, podrá recurrir a un médico… pero el mundo enfermo tiene hoy en su cabecera a los dos líderes de las “superpotencias”: el uno, un ex-actor de cine y el otro un ex-jefe de policía secreta. ¡Vaya panorama futuro!

La Filosofía que proponemos en Nueva Acrópolis, en su sencillez y búsqueda auténtica de la verdad, nos permite aclarar muchos enigmas como este e interpretar la Historia de una manera nueva, más natural y práctica.

Es lógico, entonces, que luego de tantos fracasos y de promesas incumplidas, el ser humano haya perdido la fe en los sistemas. Esperemos que no pierda enteramente la fe en sí mismo y desde esa fe pueda construir un mundo más sano, más descontaminado. Pueda redescubrir a Dios y a su alma inmortal y no le falte voluntad, amor ni justicia.

Créditos de las imágenes: Etactics Inc

JC del Río

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