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Dar sentido a nuestros pasos

Entre otras muchas enfermedades psicológicas, nuestro tiempo es testigo de frecuentes crisis de indecisión y desconcierto entre la gente. Son muchas las personas que dejan correr la vida en un constante desasosiego producido por no saber qué hacer, ni cómo hacerlo para que los resultados sean efectivos.

Hay quienes, para evadir este vacío, se lanzan a determinadas actividades, esperando que sean ellas las que le den una finalidad a sus vidas. Así, hacen de unos estudios o de un trabajo los salvadores de una situación que radica, sin duda alguna, en el fondo de los mismos individuos. Toda actividad práctica carece de valor si quien la realiza no conoce el motivo de sus acciones.

Siempre hemos de preguntarnos para qué y hacia dónde: Para qué: porque debemos saber la utilidad verdadera de las cosas que hacemos. Todo aquello que tenga como finalidad llenar un vacío o una angustia, sin más, no dará los resultados anhelados. Una vez que acaba ese período llenado artificialmente y tan sólo para huir de uno mismo, vuelve la inquietud y el desconcierto.

Uno cree haberse equivocado de vocación y de actividad, y busca otra para remediar el error; poco después, descubre que se encuentra nuevamente en el mismo estado psicológico. Se culpará a los que nos enseñan, a la sociedad que no da cabida a los muchos trabajos que podríamos hacer, pero –sin dejar de reconocer que en algunas ocasiones eso puede ser verdad– la culpa corresponde casi siempre a quien, desconociendo para qué hace algo, lo hace sin saber lo que quiere conseguir.

Para qué: ¿quiero saber más, mejorarme interiormente, crecer psicológicamente, dominar alguna materia para aplicarla en trabajos concretos, ayudar a los demás? O, en el más simple de los casos, ¿ganar dinero, comprar objetos que necesito, poder viajar…? Para qué: esta pregunta no puede faltar, pero tampoco puede faltar la respuesta, siempre y cuando no sea «para llenar el tiempo». La finalidad de nuestras obras debe ser práctica, aplicable, tener un sentido que pueda llenar vacíos y necesidades en el mundo y en nosotros mismos.

Hacia dónde: cuando nos movemos, debemos tener una dirección señalada, clara y bien trazada frente a nosotros. El «para qué» nos da una finalidad, y el «hacia dónde» nos indica los pasos a recorrer y el sentido en que habrá que recorrerlos para que nos conduzcan hacia la meta propuesta. Sin dirección, nuestros actos corren el riesgo de diluirse en cualquier hueco del espacio y del tiempo, acrecentando la angustia al comprobar que no podemos conseguir objetivos concretos.

Quien dice «hacia dónde», también establece los medios para llegar, porque conocer el punto final proporciona habilidad para obtener las herramientas adecuadas.

Extraído del libro “Qué hacemos con el corazón y la mente”

JC del Río

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