Este curioso “puzzle” de palabras inglesas podría traducirse al español como “niño-repollo remendado”, aunque es obvio que parte de la significación no es transmisible. Se trata de una muñeca… pero de una muñeca muy especial.
Fue creada al final de los “años locos” en los Estados Unidos de América, en 1927, y su particularidad era que no se hacían ni dos exactamente iguales. Era una muñeca personal que no estaba dedicada a los niños, sino a los adultos. No se vendía exactamente, sino que se “adoptaba” mediante una rápida ceremonia en un hospital de Georgia, con documentación similar a la requerida para solicitar la paternidad de un niño, y su precio era de US $ 150, de los de entonces. La dificultad de realizar ejemplares diferentes y su precio restringieron la producción y pronto fue olvidada: la crisis económica que seguiría a aquellos años la hacía inaccesible y las nuevas ideologías que inundaban la imaginación popular la tornaron innecesaria.
El auge de los procesos de computación, con sus posibilidades de dar a un objeto millones de pequeñas variantes, y las facilidades de fabricación que en la actualidad otorga la ciudad-colonia de Hong-Kong la han vuelto a la vida, pero esta vez convertida en un acontecimiento extraordinario ya que se calcula que entran no menos de 200.000 ejemplares por semana en USA y la demanda es creciente, considerándosela ya un fenómeno psico-social propio de estos momentos de desconcierto. La gran firma de fabricación de juguetes “Coleco” que adquirió los derechos, ha logrado rebajar su precio hasta los 25 dólares en el momento en que escribo y es probable que la alta producción logre hacerla más barata aún.
Como su nombre lo indica no es bella, sino grotesca, aunque sin carecer de cierta fachada de desolada ternura, y aunque las diferencias entre un ejemplar y otro se han vuelto casi imperceptibles, permiten elegir el que resulte más simpático a cada comprador. Su tamaño mediano y su ductilidad la han introducido, asimismo, en ese extraño mundo de niños con características de adultos que es propio de todos los pueblos de altos niveles de vida y una educación infantil inadecuadamente apresurada… niños de la última mitad del siglo XX que, aun cuando sonríen con la boca, raramente lo hacen con los ojos y menos aún con el Alma.
Ya se están produciendo fenómenos de histeria colectiva: en Milwaukee alguien hizo correr la voz de que se lanzarían miles de muñecas en paracaídas sobre un estadio deportivo y una multitud acudió a recibirlas. Semanarios y diarios les dedican portadas y se producen las primeras deformaciones de apreciación. Ha sido adoptada por la Asociación Americana de Acción Democrática, y en el Comité de la Sociedad de Psiquiatría de Nueva York le están buscando un paralelo carismático como el que logró Adolfo Hitler entre las masas europeas hace medio siglo. De seguir así las cosas, los eruditos lograrán emparentarla con Napoleón o Gandhi, los trasplantes de corazón y el Apolo XI. Cualquier camino es bueno cuando no se sabe a dónde se va.
Sin caer en la fuerte tentación de realizar un análisis psicológico exhaustivo, lo cierto es que nos encontramos ante un fenómeno extraordinario de innegables significados.
El más evidente es la soledad e incompletura que sufren hombres y mujeres, a los cuales se les ha negado, por saturación del medio y por la llamada “desmitificación”, el acceso a una familia normal y el tener amigos en los cuales confiar plenamente no sólo las alegrías sino las penas y las melancolías. Por otra parte, la forma de locura colectiva que hace un culto a la juventud, rechazando con ella la ternura de educar un niño de manera íntima y afectuosa, y que el ser padres y aún más abuelos, se vea como símbolo de vejez, deriva hacia una desmañada muñeca hecha por computadoras la necesidad natural de amar y proteger. En otra escala de cosas, es lo que pasa con los que adquieren maniquíes que les acompañen en sus soledades, o quienes se pasan numerosas horas tejiendo abriguitos a la moda para perros y gatos con los que conversan y a quienes dicen todas esas palabras amorosas que se avergüenzan de pronunciar ante otro ser humano.
El materialismo ha logrado aislar al hombre no sólo de sí mismo y de Dios, sino también de los otros hombres. De la misma manera como aparece la regresión infantil entre los locos y aun entre las personas a las que llamamos “normales” cuando están en peligro evidente de muerte, también lo hace en pueblos aterrorizados por el bandolerismo, el terrorismo y la amenaza de los explosivos atómicos. Así, aferrados a una muñeca como a una tabla de salvación, millones de seres humanos contemplan el naufragio de la presente forma civilizatoria. Podemos no estar de acuerdo en lo referente a las causas, pero todos sabemos con mayor o menor claridad que nos estamos hundiendo.
Esta apreciación no es pesimista, es simplemente realista, atenta a la verdad de lo que ocurre y no a lo que querríamos que ocurra.
Aunque parezca mentira, el mayor defecto del materialismo que hoy cubre el planeta con sus distintas máscaras, es una fuerte tendencia hacia lo utópico y el escapismo hacia delante, despreciando la realidad y la concatenación natural de las causas con los efectos. La viciada dialéctica de teorías irrealizables y la manía de repudiar el pasado con las enseñanzas nacidas de anteriores experiencias, está sumiendo a gran parte de la Humanidad en un enanismo degenerado que se disfraza de infantilismo dadaísta.
No está allí el camino.
Una muñeca, por simpática que parezca o sea, no puede reemplazar a un niño.
La mentira no puede suplantar a la verdad.
Debemos reconstruir el Mundo, pero empezando humildemente por nosotros mismos. “Toda cadena es tan fuerte como el más débil de sus eslabones”.
Estas muñecas fueron producidas entre 1983 y 1988. Se caracterizaban por sus grandes cabezas de vinilo y sus cuerpos blandos. Cada muñeca era única, con diferente color de ojos, rasgos de cara, pelo y complexión.
Créditos de las imágenes: William McKeehan
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