Humanismo

¿Apagar el fuego con fuego?

Con el mismo sentido de la gota de agua que horada la piedra, intentamos mes a mes, desde esta columna, destacar aquellas circunstancias de la vida actual que más dañan a los hombres. Esta humilde tarea es el pequeño aporte que podemos realizar con nuestro criterio filosófico.

Las incongruencias crecen diariamente, y se multiplican hasta límites increíbles. Hoy nos encontramos con que hay que gritar para que cesen los gritos; hay que ser violento para detener la violencia; hay que emplear términos groseros para que entiendan lo que hablamos aquellos que sólo conocen las peores palabras de la jerga callejera…

Ciertamente, una fuerza sólo se detiene con otra igual y de sentido contrario. Y aquí está el problema: que sólo se aplican fuerzas iguales, pero no de sentido contrario. Y por eso no se obtienen los resultados deseados.

La decadencia de las costumbres ha tomado tal fuerza entre los hombres de nuestra época, que concebir algo opuesto a esta “moda” es casi ridículo y vergonzoso ante los ojos de los demás. Si todos gritan, si todos insultan, si todos pegan, y si todos aceptan esta situación, ¿cómo vamos a hacer nosotros para cambiar tal estado de cosas? Pues, como decíamos antes, con una fuerza igual y de sentido contrario.

Analicemos estos conceptos:

Fuerza es poder y convicción. Para contrarrestar aquello que no nos agrada, lo que, lejos de satisfacer repugna, lo que nos resulta contrario a las mínimas normas de convivencia, es necesario sentir profundamente la realidad de nuestra idea; defenderla, saber exponerla, y llevarla a la práctica de manera personal, aunque con ello salgamos fuera de la aceptación de moda. Por una ley de la naturaleza, todo aquello que se hace con verdadera fuerza de convicción, impone respeto, aun a quienes piensan, dicen y hacen totalmente al revés de lo que nosotros. Debe haber en nuestra actitud la misma fuerza que en quienes hieren, gritan, insultan, ensucian y pervierten.

La misma fuerza, claro está, pero de sentido contrario. Si caemos ante quienes caen, si lloramos con quienes lloran, no hacemos más que sumar fuerzas en una misma dirección. Se trata, por el contrario, de oponer energías inteligentemente. A los que caen hay que levantarlos con la misma fuerza con que han caído, pero en sentido vertical contrario al descenso. A los que lloran hay que consolarlos, pero con una nueva y firme visión de la vida, para evitar que mañana vuelvan a llorar.

Es habitual oír en boca de la gente quejas amargas sobre el mundo que nos ha tocado vivir: todo es decadencia, injusticia, incapacidad de convivencia, rencores, luchas fratricidas… Y la fuerza de esta caída es tan grande, que suele sumir en la desesperación hasta a los más valientes.

Pero no es hora de desesperación; esta es apenas una inútil pérdida de energía. Es hora de aplicar la fuerza contraria. Es hora de cooperar en un resurgimiento civilizatorio que se oponga a la decadencia. Es hora de practicar la justicia, con uno mismo y con los demás. Es hora de dar paso a la comprensión y la tolerancia. Ha llegado el momento de la creación en lugar de la destrucción. Ya es suficiente con lo destruido, sobre todo cuando nadie es capaz de reponer los pedestales caídos. Ha sonado el instante del Hombre Nuevo y Mejor.

Créditos de las imágenes: RedHeadsRule

JC del Río

Ver comentarios

  • Yo lo aplicó en mí vida en general. Sin embargo, hay momentos en los que no se debe usar este método. No siempre es en lado contrario. Hay que saber manejarlo. En mí caso, soy muy bueno. Aprendí en qué momento hay que aplicar este método.

    Muy buen concepto. Muy buen artículo.

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