El emperador Marco Aurelio disfrutaba de caminar por las calles y plazas de Roma. Allí era constantemente rodeado y aclamado por la multitud. En su séquito llevaba un siervo que siempre estaba tan solo unos pasos detrás y cuya única función era acercarse discretamente para susurrarle al oído cuando los gritos de su pueblo lo enaltecían como a un dios: “recuerda, solo eres un hombre”.
De manera similar, cuando iba en su carruaje, un paso detrás de él alguien sostenía su corona de laurel sobre la cabeza sin apoyarla ni soltarla. Cuando subía la intensidad de las aclamaciones, se acercaba a susurrarle “Memento mori” –recuerda que morirás–.
Créditos de las imágenes: GianniG46
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