Sociedad

Sobre el desinterés de la juventud actual

Un fenómeno perceptible en la juventud de todos los países occidentales, en mayor o menor grado, es el que podríamos llamar desinterés general. Hay una tendencia –en algunos lugares muy marcada– a evitar toda forma, ya no de compromiso con alguna especial postura espiritual, política o religiosa, sino hasta de cualquier contacto que no sea tangencial.

Gran parte de la juventud actual trata de pasar por la vida lo más anónimamente posible. El péndulo se ha movido una vez más, y de aquella juventud de los años 50 al 70 tan proclive a defender causas sociales, políticas, a interesarse por fenómenos parapsicológicos o por la sabiduría que se decía venida de Oriente, se ha pasado gradualmente a esta otra juventud de mediados de los años 80, que zigzaguea entre los grandes temas tratando de no tocarlos. Hay una forma de asco por todas las cosas o un aburguesamiento sorprendente que la hace indiferente a toda nueva idea o posición.

Es obvio que estamos refiriéndonos a la generalidad, pues jóvenes activos y ávidos de aventuras espirituales siempre los ha habido, los hay y los habrá. Pero hoy constituyen una ínfima minoría a la que hay que buscar como a una aguja en un pajar.

Tanto las encuestas como nuestra propia experiencia en países de diferentes lenguas y costumbres, especialmente en los más desarrollados, nos muestran una juventud que de “juventud” tiene muy poco, pues salvo las exigencias biológicas que le son ineludibles, en todo lo demás se ha vuelto excesivamente prudente o más bien desencantada.

Puede reaccionar ante el desempleo o cualquier otra situación que le afecte de manera individual en su seguridad, pero difícilmente veremos alguna reacción en relación con los problemas que le plantea la política, la filosofía, la religión.

Es como si, a priori, intuyesen que pueden ser manipulados o engañados.

La desconfianza prevalece. Las iglesias y los partidos políticos se ven vacíos de jóvenes activos; cuanto más, son observadores de los fenómenos de su entorno y tan sólo manifiestan una actitud crítica hacia todo y hacia todos.

¿Es que caeremos en la espantosa sospecha de que un largo periodo de paz mundial les ha esterilizado y vuelto abúlicos?

Nietzsche y Schopenhauer se refirieron a ello, pero siempre lo consideramos como parte de su retórica empapada del alto protagonismo al que les inclinaban sus propias naturalezas excepcionales y su entorno temporal de renovación revolucionaria.

Es notable percibir cómo hasta en la URSS[1] tienen que “empujar” a los jóvenes para que participen activamente en los programas.

El aumento del consumo de drogas no parece ser causa, sino efecto de una tendencia al “dolce far niente” a escapar de toda problemática, embotándose para dejar pasar la vida sin preocupaciones.

No nos dejemos engañar por las imágenes que nos trae la TV o la prensa, de cientos de jóvenes manifestándose, en contra o a favor de tal o cual cosa. Son reducidos núcleos activos que constituyen, precisamente, la excepción. Y por eso son noticia.

No faltan las “pintadas” de protesta en nuestras ciudades, o los miles de jóvenes que van a ver a un visitante distinguido, como puede ser el Papa o un cantante de moda. Pero una vez que los ven, los aplauden o los abuchean, un cansancio desciende sobre ellos y cada cual se vuelve a su casa, más o menos tal como salió de ella. Han rozado un estímulo, pero ha sido momentáneo.

Además, sabemos por propia experiencia que una campaña bien montada puede congregar en algún lugar a miles de jóvenes, y que no hacen falta más que unos pocos coches con diez activistas dentro para pegar miles de carteles en una noche.

El problema es que, aunque reuniendo a los jóvenes (cosa cada vez más difícil), e informando a la población de determinado evento, los resultados prácticos son muy escasos. De cada cien personas que asisten a una reunión, apenas un diez por ciento muestra algún interés, y de estos son unos pocos los que se quedan a ver qué pasa, y aún menos los que se quedan comprometiéndose a algo.

Recordando que la ley de los ciclos es inexorable y que luego de un alto protagonismo sucede lo contrario, algo ha sucedido y “algo muy importante”.

¿Cuáles son las causas de este fenómeno individual y colectivo?

Podemos dividirlas en dos: internas y externas.

Causas externas:

  • El fracaso de todas las ideologías contemporáneas, que no lograron resolver los problemas, sino sólo señalarlos, y a veces ni eso.
  • La ineficacia del mundo materialista, que en vez de proyectar a los jóvenes hacia un mundo mejor, los ha hundido en un mundo de desechos.
  • Cierta dejadez ideológica que les ha hecho concebir una existencia que es sólo supervivencia, sin proyecciones de futuro que entusiasmen a nadie.
  • Un protagonismo exagerado de los medios de difusión, que los ha acostumbrado a ser observadores y espectadores, pero no protagonistas.
  • Una forma de sociedad superficial, “desmitificante”, engañosa.
  • El hecho de haber sido defraudados por los líderes espirituales de Occidente y Oriente, los políticos, los sociólogos, los futuristas, los proyectistas. Y una inmersión en una sociedad de consumo que les inclina a vivir al día, satisfaciendo tan sólo los apetitos orgánicos, y a veces ni eso.

Causas internas:

  • No es la primera vez que ocurre este fenómeno de abulia juvenil; se da en los procesos de toda sociedad en desintegración que precede a una Edad Media. Los estímulos están gastados, todo se distiende en la desesperanza, pues marchando en la noche, no pueden concebir un nuevo amanecer.
  • Un síndrome de infantilismo promovido por las personas de más edad en su afán de poder y gobierno, de lucro y explotación, que crea –más o menos inconscientemente– una enorme forma mental que, no pudiendo levantarse mucho del suelo, penetra como un inmenso cuchillo entre el yo espiritual y el yo biológico de los más débiles y desprevenidos: los jóvenes.
  • El exagerado egocentrismo y egoísmo de quienes se sienten agredidos y desencantados de la vida, rodeados de inhibiciones, que son como los restos del naufragio de la civilización occidental.

¿Qué podemos hacer?

  • Registrar el problema serenamente, con férrea voluntad de solucionarlo.
  • Afianzarnos a nosotros mismos para ser lo más fuertes y hábiles posible, a fin de no ser barridos por los movimientos convulsos del materialismo. Esta fortaleza se logra, en buena medida, merced a la generosidad y el amor, pensando menos en nosotros mismos y más en los demás, entendiendo que, quizás, lo que vivimos no sea “la vida”, sino tan sólo una de tantas vidas y que podemos utilizar esta de manera fructífera para todos.
  • No echar, con comentarios obsesivos o actitudes desalentadas, “gasolina al incendio”.
  • Hacer lo que nos recomienda el Bhagavad Gita: trabajar por la acción en sí, sin esperar ver a cada instante los frutos de dicha acción. Pues la acción promueve acción, o sea, frutos, inexorablemente, tarde o temprano. Hay que sembrar y seguir sembrando más allá, sin quedarse inertes mirando la misma tierra durante meses, ignorando la ley de las estaciones. Saber sembrar, saber esperar y saber recoger lo sembrado a su debido tiempo.
  • Intentar ser, en el puesto y lugar que la vida nos depare, un ejemplo de valentía y fortaleza para los que nos rodean… Y saber tragarse, por amor, las propias lágrimas, en lugar de exponerlas para desaliento de los demás.
  • No perder el orgullo y la dignidad de ser humanos y actuar en consecuencia.

Nada de esto, aislado, es una panacea, pero en conjunto es un instrumento eficaz para superar inconvenientes, sin esperar milagros, pero sí éxitos en el mantenimiento de nuestra tónica de conducta individual.

Debemos entender que, de alguna manera, todos nosotros somos una encarnación histórica de la esperanza.

 

Nota:

[1] El artículo es previo en su redacción a la caída de la Unión Soviética en 1991.

Créditos de las imágenes: Yusron El Jihan

JC del Río

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