Yin y yang designan de modo general el aspecto oscuro y el aspecto luminoso de todas las cosas, el aspecto terrestre y el aspecto celeste, lo negativo y lo positivo, o sea, expresan a nivel universal la dualidad de la manifestación, la unión y la complementariedad de los contrarios que aspiran a ser uno. Ambos son inseparables y el ritmo del mundo depende de su movimiento y alternancia.
El Yin -principio femenino-, simboliza las aguas primordiales, la materia, la naturaleza pasiva, instintiva e intuitiva, el alma que anima y da vida a toda la creación; simboliza la profundidad, lo negro, lo húmedo, todo lo que vive y se alimenta de las aguas. El Yang, por el contrario, es el principio masculino, el principio activo que representa el espíritu, el racionalismo, la altura y la expansión, y se manifiesta como lo luminoso, lo seco y lo elevado. El Yin-Yang es así el símbolo y la representación del equilibrio perfecto de las dos grandes fuerzas del Universo, lo que implica que no existe una naturaleza exclusivamente masculina y otra exclusivamente femenina, sino que cada una contiene en sí misma el germen de la otra –representados en el punto-, y que se debe dar siempre una alternancia perfecta entre las dos.
La figura del Yin-Yang evoca la fórmula del cabalista Knor de Rosenroth, que dice: “El cielo y la tierra estaban ligados el uno al otro y se abrazaban mutuamente”. Se refiere esto al principio de los tiempos, cuando el cielo y la tierra aún no se habían separado. Tras su división, las dos fuerzas se mantienen unidas y siguen siendo mutuamente interdependientes, pues en esencia son una, aunque aparezcan como dos al manifestarse.
“El Uno produce el dos”, dice el Tao-te-king. La unidad se polariza y se determina en yin y yang; es el proceso de la manifestación cósmica, la separación en dos mitades del huevo del mundo. “Yo soy uno que se convierte en dos”, dice una inscripción egipcia antigua. De otra manera, si uno se limita al dominio de la manifestación, yang y yin evocan respectivamente la unidad y la dualidad, la mónada y la díada de los pitagóricos, lo impar y lo par.
El yin y el yang, a pesar de que representan dos contrarios, no se oponen nunca de manera absoluta, porque entre ellos hay siempre un periodo de mutación que permite una continuidad; los seres humanos, el tiempo y el espacio son tan pronto yin como yang. Simultáneamente, todo tiene algo de ambos por su propio devenir y su dinamismo, con su doble posibilidad de evolución e involución.
Créditos de las imágenes: Pixabay
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