Es un símbolo ambivalente por corresponder a la fuerza creadora de la naturaleza y del tiempo. De un lado simboliza la fertilidad y el progresivo riego de la tierra, y, de otro, su transcurso irreversible y, en consecuencia, el abandono y el olvido.
Otro de los ríos sagrados es el padre Océano, cuyo curso circular limitaba el mundo conocido en la antigüedad. Los ríos eran entre los griegos objeto de culto, casi divinos, como hijos de Océano y padres de las Ninfas, y se les ofrecían sacrificios ahogando en su corriente toros y caballos. No se podía atravesar un río sin antes haber cumplido los rituales de purificación y oración. Como toda potencia fertilizante, de decisiones misteriosas, los ríos podían también engullir, irrigar o inundar; llevar la barca o hundirla, por lo que inspiraban veneración y temor.
También en la antigua Grecia los nombres de los ríos de los infiernos indicaban qué tormentos esperaban a los condenados: el Aqueronte (dolores), el Flegetón (quemaduras), el Cocito (lamentaciones), el Styx (horrores) y el Leteo (olvido)
El transcurso del río simboliza la corriente de la vida y de la muerte, que va fluyendo desde las elevadas fuentes del nacimiento hasta su mansa muerte en el océano, y puede considerarse desde distintos aspectos. El descenso hacia el océano es la reunión de las aguas, la vuelta a la indiferenciación; el remonte es evidentemente el retorno al divino Manantial, al Principio; el cruce es el de un obstáculo que separa dos estados: el mundo de los sentidos y el mundo del desapego.
En la tradición judía, el río de lo alto desciende verticalmente, según el eje del mundo, después de lo cual se extiende horizontalmente a partir del centro, según las cuatro direcciones cardinales, hasta los extremos del mundo: son los cuatro ríos del paraíso terrestre.
En la India, el río de arriba es el Ganges, río purificador que se derrama de la cabellera de Shiva, símbolo de las aguas superiores e instrumento de la liberación. Su corriente es una corriente axial que se dice “va por un triple camino”, recorriendo el cielo, la tierra y el mundo subterráneo.
Descendiendo de las montañas, serpenteando a través de los valles, perdiéndose en los lagos o en los mares, el río simboliza la existencia humana y su flujo, con la sucesión de los deseos, de los sentimientos, de las intenciones y la variedad de sus innumerables rodeos.
Créditos de las imágenes: Pxhere
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