En la antigüedad occidental, el cisne era simbólicamente un animal muy importante. Su cuello flexible y su plumaje de blancura inmaculada, fueron el arquetipo de la pureza y de la nobleza.
Se asociaba, sobre todo, con el dios griego Apolo, dios solar de la armonía creadora. El cisne, presente en el nacimiento del dios, lo transporta por los aires y puede profetizar gracias a su poder. El célebre “canto del cisne” se remonta al don de la profecía ya mencionado por Esquilo: el pájaro de Apolo, al aproximarse su muerte, deja oír unos gritos plañideros aunque admirables.
En la India, el cisne (o la oca) Hamsa es un pájaro fabuloso, capaz de separar la leche del agua en un brebaje compuesto por los dos elementos, en el que la leche representa al espíritu y el agua a la materia. Más esotéricamente, se asocia también al nacimiento del mundo: es el gran cisne Hamsa (literalmente “yo soy él”) que incuba el huevo cósmico, a partir del cual se manifiesta el mundo desde su aparición en la superficie de las aguas primordiales. El cisne representa entonces el soplo primordial que insufla la vida en la sustancia material aún en estado germinal.
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