El arpa, junto con sus hermanas pequeñas la cítara y la lira fueron siempre considerados popularmente como instrumentos angelicales. Sus sonidos etéreos poseen una alta vibración emocional que los hacen cercanos a lo divino y a la armoniosa comunicación entre la tierra y el cielo. Es el instrumento tradicional por excelencia y uno de los más antiguos, junto con los de percusión (tambores) y viento (flautas). Las arpas se clasifican según su tamaño, desde la más pequeña que es una especie de lira fácilmente transportable hasta la gran arpa ceremonial que vemos formando parte de las grandes orquestas o en manos de virtuosos solistas. Sus cuerdas son frecuentemente de tripas de lince.
El arpa se identifica con la escalera mística que une el cielo y la tierra. Por esta razón, los héroes de los Eddas escandinavos querían ser quemados en la hoguera fúnebre con un arpa a su lado, para que ésta los condujera por el misterioso camino hacia el más allá. Este papel de psicagogia lo desempeña el arpa sólo después de la muerte, pues durante la vida terrenal simboliza las tensiones entre los instintos materiales –representados por su cuadro de madera– y las cuerdas que, con sus vibraciones, simbolizan las aspiraciones espirituales. Estas son armoniosas únicamente cuando proceden de una tensión bien regulada entre la personalidad y el ser interior de cada uno. El arpa tiende así un puente entre la tierra y el cielo.
En el antiguo Egipto, el célebre Canto del arpista exalta la búsqueda de la felicidad cotidiana en una vida donde nada hay más cierto que la muerte y nada más incierto que la suerte de ultratumba. El arpista hace vibrar las cuerdas y canta: “Arroja lejos de ti la preocupación, recuerda regocijarte, hasta que llegue el día de abordar la tierra que ama el silencio…” invitándonos así a aprovechar esta vida con la sana alegría que nos da la confianza en nuestras propias capacidades para lograr la felicidad.
Existe también una estrecha relación entre el arpa y el cisne –animal dedicado a Apolo como dios de la música– por la mítica creencia de que, poco antes de morir, entonaba dulcemente lo que luego se conoció como “el canto del cisne”. Este cisne-arpa correspondiente al eje agua-fuego expresaba de esta forma la melancolía, la pasión y el autosacrificio. Según Schneider, y por su relación con el arpa, el cisne aparece como montura mortuoria, ya que los símbolos esenciales del viaje al más allá (aparte de la barca funeraria) son el cisne y el arpa.
En resumen, e independientemente de la forma que se le dé, el arpa simboliza la relación que se establece entre el cielo y la tierra, vinculados ambos por las cuerdas en tensión que nos representan a cada uno de nosotros, los seres humanos, que vivimos nuestro día a día en un eterno conflicto entre lo material y lo espiritual, lo visible y lo invisible, entre lo divino y lo animal. Nuestra naturaleza es mixta y, como el arpa, somos un puente cuyos extremos en equilibrio permanente y en estrecha convivencia son nuestros puntos de apoyo: el conocimiento y el sentido estético, aunados por la mística del esfuerzo cotidiano. De esta manera los seres humanos podemos transmitir al mundo la armonía y la belleza con nuestras cuerdas -que hemos de tener siempre limpias y bien tensionadas, ni muy tirantes ni muy flojas- para poder hacer música con ellas. Para que, como decía R. Tagore, nuestra vida sea semejante a una humilde flauta de caña: sencilla y recta y toda llena de música.
Créditos de las imágenes: Sergio Capuzzimati
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