Hay algo que tal vez asombre un poco acerca de Nueva Acrópolis. La gente se pregunta cómo es posible que un día un señor nos hable de las formas mentales, otro día nos hable de un tema arqueológico, y en otra ocasión de un tema médico o científico. Pero esa es la característica fundamental de lo que consideramos la Filosofía. La Filosofía es una actitud, es una búsqueda de la verdad, y la verdad, si es que es tal, tiene que estar en todas partes, porque si en algún lugar no estuviese, estaría limitada, y ya no sería esa verdad «auténtica» que todos buscamos.
Lamentablemente, con el correr de los siglos, muchos hombres y muchos pueblos se han aferrado de manera fanática o dogmática a determinadas afirmaciones y no han querido conocer, no han querido abrirse a otras realidades que las propias que perseguían en ese momento. El problema es la cristalización de esas realidades que, como si fuesen de porcelana, vuelven a un estado demasiado frágil y se rompen, se astillan, al estar unas junto a las otras. Nosotros, en Nueva Acrópolis –cuyo nombre significa “nueva ciudad alta”– tratamos de llegar a unas verdades que sean dinámicas, a unas verdades que nos sirvan a todos, que puedan sernos realmente útiles, no tan solo en lo metafísico, en lo ontológico, en lo óntico, sino que nos sirvan cotidianamente, en cada momento de nuestra vida.
De ahí que, aunque aparentemente el filósofo es un utópico, alguien que camina por la vida con la vista puesta en las estrellas, el verdadero filósofo tiene también la vista puesta en el suelo, en el lugar por donde debe caminar, qué es lo que debe hacer hoy, qué es lo que debe hacer mañana y recordar qué es lo que hizo ayer. ¿Cómo sabemos cada uno de nosotros quiénes somos? Lo sabemos fundamentalmente porque recordamos. Nuestra capacidad de unir, de encadenar las experiencias, es lo que nos da la afirmación de un yo a cada uno de nosotros.
Como muchas veces hemos explicado, si sufriésemos en este momento una amnesia general, no sabríamos qué estamos haciendo aquí, yo tampoco sabría qué estoy haciendo en este estrado, con este micrófono en la mano. Es evidente que necesitamos recordar para poder unir esas experiencias y crear un yo, algo desde lo cual partir, algo desde donde poder entender todas las cosas. Ese yo nos lo da la memoria, que así se llama en lo individual, y que en lo colectivo conforma las raíces de la Historia. La Humanidad es Humanidad realmente porque conserva esos recuerdos, esas raíces que le permiten establecer una comparación de experiencias, forjar un devenir histórico y crear un progreso, una evolución, dentro de sus posibilidades.
Generalmente, cuando hablamos de evolución, lo hacemos con términos un poco absolutos, y pensamos que todo evoluciona. Mas si todo evolucionase, todo estaría en cambio, y si todo estuviese en cambio significaría que todo sería imperfecto, que todo está buscando la perfección. Tiene que haber en nosotros algo que evoluciona, algo que busca la perfección, pero nos tiene que estar esperando la perfección allá en el fondo de todas las cosas, tiene que haber en el horizonte una perfección que no evoluciona, un arquetipo, como diría Platón, que nos está aguardando.
Este mundo en el cual vivimos –decían los antiguos egipcios, y posteriormente lo van a repetir de una manera mucho más asequible para nosotros las compilaciones hechas en las escuelas de Pérgamo y de Alejandría por los neoplatónicos–, este, es un mundo mental. No porque todo sea mente, sino porque, en este momento de la evolución, nuestro vehículo de conciencia, nuestro vehículo de aprehensión de la realidad es algo mental.
¿Qué es lo que busca la Filosofía, cuando es una Filosofía real, cuando es una Filosofía viva, cuando es una Filosofía que llamamos acropolitana? Busca dar mayor capacidad a nuestra mente, para poder extraer cada vez más enseñanzas de la vida, para poder tener un conocimiento mayor.
De ahí que en nuestro momento evolutivo, en este momento de la evolución de la Naturaleza y de las cosas, desde nuestra propia evolución, necesitamos tener una capacidad plástica y elástica, para poder captar cada vez un poco más. Para esto hace falta una humildad intrínseca. El hombre que dice: «yo lo sé todo; lo afirmo con total rotundidad», indudablemente se equivoca. El hombre que, en cambio, establece una relación con la realidad, que le permite dudar sanamente –no estoy hablando ahora de una duda filosófica sempiterna a la manera cartesiana, sino de una duda vital, una duda humana–, el hombre que se pregunta qué es esto, de qué está hecho, qué proporción tiene, ese hombre, esa mujer, puede realmente agrandar cada vez más su capacidad de captación de la realidad.
Todos los que estamos aquí reunidos y tanta gente en Madrid y en el mundo, se hace preguntas sobre esta realidad. Nosotros afirmamos que hay algo básico, y es que todo hombre, toda mujer es filósofo. A pesar de los títulos, no creemos que haya ninguna universidad ni ninguna casa de estudios que pueda inventar filósofos. El hombre, la mujer nacen filósofos. El niño que de pequeño pregunta a sus padres sobre las estrellas, sobre cómo nace, sobre cómo muere, sobre cómo vive, ese niño desde ya tiene una actitud filosófica, tiene una actitud de tendencia hacia el conocimiento. Ahora bien, ¿a través de qué vehículo lo hace? A través de un vehículo mental.
La misma palabra Hombre, en distintos idiomas, tanto actuales como antiguos, está enraizada, conectada, relacionada directamente con esta actitud mental. El Hombre todo lo mentaliza, y es más, el Hombre realmente vive lo que él cree, lo que él piensa que está viviendo. Si en una situación determinada nosotros bebiéramos una taza de agua, pero alguien lograse convencernos, lograse mentalizarnos en el sentido de que esa agua está emponzoñada, de que esa agua es venenosa, es probable que empezásemos a sentirnos mal, que haya una especie de sugestión en nosotros y nos parezca que realmente estamos envenenados. La mente es terriblemente poderosa, la mente da realidad, da peso, da sabor a todas las cosas.
Cuando tenemos un dolor, un simple dolor de muelas y podemos sacar nuestra mente de esa problemática y la podemos fijar en otra cosa, vamos a ver que nuestro dolor disminuye, que ya no nos afecta tan profundamente; en cambio, si tenemos un pequeño dolor, cualquiera, si tenemos una pequeña molestia en una mano, y empezamos a pensar en esa molestia, en esa mano, poco a poco se va a robustecer, hasta el grado de que esa molestia se nos hará sencillamente insoportable.
Un viejo maestro de Filosofía que tuve en mi juventud, Nilakanta Sri Ram, me decía que la repetición de estas apreciaciones mentales es lo que a veces nos tortura. Figurémonos, me decía él, que alguien nos dice que somos tontos. Aparte de que podamos o no ser tontos, no nos gusta que nos lo digan, entonces nos enfurecemos interiormente, y comentamos con la familia, con los amigos: «¿Tú sabes lo que me ha pasado hoy? Me he encontrado con Fulano de tal y me ha dicho que soy un tonto». Después nos sentamos a tomar un café y empezamos a pensar: «Me dijo que era un tonto, ¿tendré yo cara de tonto o aspecto de tonto? Debo haber hablado como un tonto, verdaderamente es increíble, pero me han dicho tonto…».
Y me decía este gran filósofo que fue mi maestro, que ahí existe todo un devenir mental que acaba agravando la situación. A uno le dijeron tonto una vez, pero uno se lo ha dicho a sí mismo cien veces. La repetición de ese calificativo o ese insulto, robustecido por nuestras propias formas mentales, por nuestra propia concepción de las cosas, hace que nosotros lo veamos cada vez más conciso, más fuerte, más contundente.
He hablado de formas mentales, es bueno empezar a aclarar un poco las cosas. Todo lo que nosotros vemos tiene forma. Por ejemplo, este estrado tiene una forma, está hecho de madera, pero tiene una forma que no es estrictamente material o física. Lo que es físico y material es la madera, que es el sustento de la forma mental que ha sido atrapada en estas dimensiones y en este tamaño, porque esto alguna vez fue pensado por alguien, esto alguna vez fue trazado, fue dibujado, fue imaginado. Es decir, esto es simplemente una forma mental atrapada en la materia, y ahora, por estar atrapada en la materia tiene una consistencia especial. Si esto no hubiese sido atrapado por la materia –supongamos que quien pensó este estrado no lo hubiese hecho–, jamás se hubiese realizado, y esa forma mental habría quedado en los planos mentales, tal vez hubiese sido recogida luego, pero no en ese momento, y esto entonces no existiría materialmente.
De ahí que tenemos que ver que todo en nuestro Universo, ya sea lo físico, ya sea lo sentimental, lo que yo hace un momento decía de un insulto o una calificación negativa o positiva, todo ello está dentro de un esquema mental. El Kybalion, esa obra recopilada por los neoplatónicos –y luego muy comentada, pero los comentarios son posteriores–, proviene de una pirámide que yo mismo he visto en Egipto, llamada la Pirámide de los Textos, porque hay una serie de textos esculpidos en la parte interior, en sus techos y en sus paredes. Esta obra contiene una serie de aforismos, una serie de afirmaciones básicas, una de las cuales es que el Universo es mente, que todo es mental. Es decir, que todo lo que nosotros vemos es fruto de la mente, fruto de aquello que ha dado un límite a la materia, que ha dado un límite a la emoción o al propio pensamiento. El manejo de estas formas o vehículos de la mente es lo que nos permite la comunicación entre nosotros y es lo que nos permite una vivencia de la realidad.
Dentro de nuestro gran esquema mental existe una visión septenaria. Los esoteristas dicen que el Hombre y aun la Naturaleza, en este momento de su evolución y dada nuestra apreciación, es séptuple. No obstante, alguien puede recordar las enseñanzas de Pitágoras de que la Naturaleza estaba dividida en diez, o incluso las enseñanzas cabalísticas, que parten del Ain Soph, de «la no cosa», estableciendo la creación a través del Sepher Yetzirah, en donde mencionan los diez elementos que componen el Universo. Pero para nosotros, para nuestra captación, dado el momento que tenemos en nuestra evolución, esta división de la constitución interna del Hombre y de su capacidad de percibir la Naturaleza es septenaria. Es decir, nosotros vemos todo a través del color de nuestras gafas mentales que, en la actualidad, nos muestran una clave septenaria.
Si yo hago un ejercicio de retroceso dentro de mí mismo, vería primeramente mi cuerpo, este cuerpo que va cambiando, que apareció hace tiempo y algún día desaparecerá, y me doy cuenta de que estoy más allá de este cuerpo, de que yo no soy mi cuerpo. Yo estaría también más allá de la parte vital, de esa parte que los orientales llaman prana, porque independientemente de que yo esté corriendo o esté detenido, existo dentro de esta parte vital. Además, tengo emociones, pero esté alegre o triste, más allá de mi alegría, más allá de mis tristezas, estoy yo, que soy aquel que recibe, que interpreta y que vive mis alegrías y mis tristezas.
Así vamos subiendo, y llegamos a la parte mental, que los orientales, los hindúes fundamentalmente, llaman Manas. Manas viene de la raíz man, Hombre. Este Manas, como se ve en el diagrama, tiene dos partes: un Manas concreto, que llamamos Kama-Manas, apoyado en la realidad cotidiana, que se refiere a los hechos de la vida diaria, y que es con el que nosotros pensamos en los precios de las cosas, pensamos en las cosas políticas, en las cosas sociales, pensamos en qué ropa nos tenemos que poner hoy, qué zapatos, etcétera. Pero habría otra parte de la mente que está más allá, que es más elevada, que es la que especula sobre una serie de posibilidades filosóficas, sobre quién soy, de dónde vengo, adónde voy, y que llamamos propiamente Manas. Sin embargo, en este retroceso sigo estando yo detrás de todo. Hay una relación entre lo que pasa, el devenir, y el ser en sí, que soy yo mismo, que estoy detrás de todo eso.
Existe además una posibilidad de intuición, llamada Manas-Budhi, una capacidad de intuir, de sentir las cosas. ¿A quién no le ha pasado que llegando a una ciudad o conociendo a una persona se siente cómoda o incómoda, se siente bien o mal? O cuando vemos un monumento, como el Partenón y decimos: «¡qué bello es el Partenón!». No nos hace falta saber estrictamente si el Partenón pertenece a un orden dórico o pertenece a un orden jónico o corintio. Eso es una especulación posterior. La sola visión del Partenón, la sola visión de una obra de arte, de algo bello, ya nos eleva, hace que nosotros podamos captar esa belleza, que nos pongamos en contacto directo con esa belleza práctica que está frente a nosotros. Lo mismo podríamos decir en el aspecto musical. Tal vez muchos de nosotros no sepamos diferenciar lo que puede ser una corchea de una semicorchea, no podamos distinguir claramente un instrumento musical de otro, pero todos nosotros tenemos la capacidad de poder recrearnos con la música, de poder sentir, intuir esa música, más allá de nuestros pensamientos.
Pero todavía, si podemos elevarnos, estamos nosotros mismos detrás. Y habría ultérrimamente algo en este ejercicio de retroceso, adonde se llega al fin, aquello que está detrás de todo. Aquello que está detrás de todas las cosas, siempre dentro de lo mental, va a estar identificado con una voluntad de permanencia, una voluntad de ser: es la parte superior, la parte de Manas-Atmá, aquello recóndito, la parte espiritual. Este Manas-Atmá es mi yo profundo, pero un yo que no es todas las cosas, que no es una unidad absoluta, sino que todavía estoy yo y lo que no soy yo, todavía estoy existiendo. Tendría que dar un gran salto en el misterio para poder fundirme a todas las cosas, lo que los hindúes llaman el Atman, para poder llegar a estar allí, ahí y aquí, al mismo tiempo.
Desde hace milenios, en India se realiza un ejercicio que es el de imaginar un vástago de una planta. Luego, se va imaginando que ese vástago se abre en dos, pero siempre pensando que uno mismo está en las dos partes, y después cada parte se abre a su vez en otras dos, y así sucesivamente. Vais a ver, si lo hacéis, que es un ejercicio muy difícil, porque llega un momento en que nos es casi imposible poder percibirlo de manera exacta, porque una cosa es estar en un lado y ver las ramas de la derecha o estar en el otro y ver las ramas de la izquierda y otra cosa es estar en todas las ramas a la vez. Nuestra característica primordial nos lleva hacia la unicidad, hacia un yo que está en relación, que está en un trabajo constante con su entorno, con su mundo circundante.
MANAS (Mente superior) |
ATMA (espiritual) |
BUDHI (intuicional) |
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MANAS (Mente pura sobre la que se reflejan los principios latentes de Atma y Budhi, conformando el cuerpo causal o Yo) |
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KAMA-MANAS (Mente inferior) |
ANTAKARANA o PUENTE (Mental más sombrío) |
ASTRAL (Mental que da forma a los deseos) |
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PRÁNICO (Mental vigorizado por el aliento de Vida) |
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ETERO-FÍSICO (Mental referido a las cosas físicas) |
Aquí, en este cuadro, hemos tratado de dar una cierta estructura a las formas mentales, para su mejor comprensión. Yo os rogaría que hagáis uso de vuestra imaginación. La imaginación es algo poderoso, es lo que nos permite realmente conocer las cosas en profundidad. Imaginemos que cada una de estas subdivisiones dentro de la mente, dentro de la parte mental, son como vehículos, automóviles, barcos o aviones, algo dentro de lo cual estamos nosotros.
Vamos a suponer que estamos dentro del vehículo Manas-Atmá, este vehículo que canaliza fundamentalmente la parte espiritual y la parte de la voluntad. La voluntad es fundamental para todos nosotros. Por voluntad yo estoy ahora hablándoos en esta pequeña charla. Por voluntad estáis vosotros escuchándome. Por voluntad existe esta casa, por voluntad existe esta ciudad, este mundo y este Universo. Hay una voluntad de ser que hace que las cosas sean como son y no de otra manera.
Manas-Atmá es el vehículo superior, cuyas formas mentales son de un color cercano al violeta, para aquellos que lo pueden ver, para los videntes. Se pueden hacer formas mentales, visualizar como si fuesen pequeñas cajas, y esas cajas tendrán una forma precisa, una forma casi puntual y un color violáceo. El color está en relación precisamente con aquellos que existen en la luz. La luz blanca se descompone en siete colores básicos, y este color violáceo es aquel que puede encerrar los elementos de voluntad.
Cuando queremos manejar las formas mentales, no se puede trabajar con cualquier color, sino que tenemos que trabajar con los colores, con los ritmos, con la vibración que corresponde a la forma mental que estamos ejercitando. Cuando la forma es de voluntad, el color es siempre violáceo. Las formas pueden ser muy complejas, los ejercicios pueden tener formas geométricas entrelazadas que van moviéndose a diferentes ritmos, pero la voluntad es lo que hace que permanezcan y que duren mucho tiempo, que no se desgasten, que se mantengan.
Cuando en vuestra vida cotidiana queréis saber si hacéis algo por voluntad o lo hacéis por simple deseo, yo os propongo un pequeño test, una pequeña forma de saberlo. Si lo que estáis haciendo pertenece realmente a la voluntad, vais a ver que aunque pase el tiempo continuaréis haciéndolo, sentiréis siempre el mismo deseo de hacerlo, estaréis fijos y firmes en hacer esa cosa. Si, en cambio, eso no pertenece a la parte de la voluntad, os desinteresaréis rápidamente.
Yo, por ejemplo, podría decir que me gusta pintar y que está en mí esa necesidad de pintar si durante años y años a mí no me importa hacer una serie de sacrificios, entrar en relación con una serie de personas o tener un maestro que me enseñe. Si sigo con ese pensamiento y perfeccionándome en el arte de la pintura, es que este pensamiento mío obedecería a la forma Atmá, a la forma espiritual. El tiempo no la desgasta, no la toca. En cambio, si yo quiero dedicarme a la pintura y me dicen: «Primero habría que saber preparar los colores, o primero habría que saber manejar los pinceles», y yo digo: «Bueno, no, eso es mucho trabajo, la verdad, estoy tan ocupado que no me voy a poner ahora a seleccionar pinceles o a seleccionar pinturas». Está claro que eso ya no pertenece a un vehículo de voluntad, eso pertenece a un vehículo de deseo.
El deseo se satisface y cesa. Eso es así desde lo sexual hasta lo espiritual; en cambio, la voluntad no, la voluntad perdura. Esa es la diferencia que existe entre el amor y el sexo. El amor perdura, en el amor no importa los años que pasen, ni las circunstancias; cuando hay verdadero amor por otro ser humano, cuando hay verdadero amor por una obra determinada, cuando hay verdadero amor por algo, ese amor sigue, no encanece, no envejece con los años, ese amor participa de aquello que decían los griegos que era la Afrodita de Oro, una especie de belleza interior que no decae jamás. Y aunque pasen los años y vengan las adversidades, ese amor, convertido tal vez en ternura, convertido tal vez en amistad o en cualquier otra cosa, continuará fuertemente enraizado en nosotros. Mas, si eso no pertenece a la parte superior, vamos a ver cómo se agosta, cómo cambia violentamente, cómo desaparece con los años. Lo que más dura, para nosotros, son las formas que dentro de nuestra mente están hechas con Manas-Atmá, con la parte espiritual.
Existen otras formas mentales que están hechas por Manas-Budhi, es decir, por la parte intuicional o la parte religiosa. Su color suele ser plateado, a veces con ciertas variaciones doradas, y nos permiten conectarnos con nuestra parte superior, con la parte religiosa. Eso es natural en nosotros. Sería una forma inversa a la átmica. En la átmica somos nosotros los que tenemos voluntad, decimos: «vamos a hacer esto», y lo hacemos, a pesar de todas las adversidades. En la parte búdhica, en esa parte más receptiva, nosotros no nos imponemos sino que rogamos: «¡Dios mío, ven a mí!», tratamos de que lo superior, de que lo espiritual nos embeba. Nos ponemos en relación con lo espiritual. Es como si recogiésemos en una taza de oro la fe interior, todo aquello que cada cual siente, bien sea una mística de tipo cristiano, una mística de tipo budista o una mística que no tenga nombres.
De alguna forma, sentimos esa parte mística, esa parte intuicional, y sin que nadie nos lo haya explicado, y aunque tal vez no hayamos leído a Platón, sabemos en el fondo de nosotros mismos, más allá de todos los resentimientos, más allá de todas las discusiones que pudimos haber tenido con un montón de gente, sabemos que existimos, que somos inmortales, que venimos de alguna parte, con fuerza, que vamos a ir a alguna otra parte, con fuerza, que existe algo más allá de nosotros, los Dioses, los Ángeles, Dios mismo, el nombre que queráis darle, pero intuimos que hay algo que es superior a nosotros.
Es aquello que hace que cuando estamos en un gran peligro lo invoquemos, porque como alguna vez creo que he dicho en broma, ¿quién cuando está en una situación desesperada grita: «¡Pesetas!»? Nadie. Uno grita: «¡Dios mío!», o grita: «¡Madre!», cosas que son sagradas para nosotros, que están sacralizadas. Y en esa imposibilidad de cogernos de todo lo material, cuando estamos desesperados, cuando caemos en el vacío, en un momento de gran peligro, nos ponemos en relación con aquello espiritual que está en nosotros, con aquello que nos aguarda a la vuelta de todos los caminos.
La diferencia fundamental entre un Hombre y un animal no es simplemente que el animal tenga rabo, porque no todos tienen, ni es tampoco que el animal piense o no piense; lo fundamental es que el Hombre puede concebir a Dios. De ahí que una Humanidad que pierde el contacto con ese Dios interior, que pierde el contacto con su espiritualidad ingénita, deja de ser una verdadera Humanidad, se convierte prácticamente en un grupo de humanoides que simplemente responden a sus pasiones y pertenecen a sus odios. Pero más allá del odio y de la pasión está la creencia, está el sentir que tenemos un Padre, una Madre, algo, en el Cielo, en aquel lugar que está más allá de las nubes y más allá de las galaxias y más allá de cualquier otra cosa, que está en otro plano, y que nos recibe y nos cobija, del cual somos hijos y en el cual todos somos hermanos.
Por debajo estarían las formas de Manas-Manas, de fuerte expresión, es decir, Manas con su subcuerpo Manas, la mente pura. En este caso, las formas mentales son firmes, directas, no pertenecen más que a sí mismas. Su color es el azul. Son las formas mentales referentes a la mente y las ideas puras. Nosotros tenemos determinadas ideas sobre las cosas, ideas sobre el Alma, ideas sobre cómo tendría que ser el mundo, cómo tendrían que ser las relaciones humanas, cómo tendríamos que estar nosotros en relación con nuestro yo interior, de qué manera vamos a morir, de qué manera hemos nacido. Esas son formas puras, pensamientos, siempre en relación con lo mental y en relación con lo fenomenal, pero son vehículos puros, vehículos azules, firmes. No son tan duraderos como los otros, puesto que no están tan bañados con la parte sutil, con la parte espiritual. Es el caso de los números: dos más dos son cuatro. Esta suma no necesita ni una voluntad de perseverancia, ni necesita tampoco una relación con el mundo celeste o divino.
Pero necesitamos además un vehículo inferior para poder entender las cosas, un vehículo puente, un vehículo Antakarana, como se diría en India, y este es el mental, pero el mental más sombrío, un mental menos luminoso, menos puro, que no estaría en la parte aritmética pura sino que estaría en la parte matemática que uniría la aritmética con la geometría y que nos permitiría hacer de puente, establecer la relación. Estas formas suelen ser de color verde. El verde es el color fundamental de la Naturaleza en este momento; no hablo de las plantas ni de los árboles, sino del color interior del Universo, en el cual nosotros estamos; el verde, la armonía por oposición.
Y aquí también, sin embargo, es donde están las obsesiones, debido a la repetición de las cosas, que va creando formas mentales completas y útiles, pero que cuando se desbordan a nuestro control se convierten en lo que podríamos llamar en la psicología actual las «formas mentales circulares». Es lo que os contaba que me decía mi maestro, que alguien me ha dicho tonto una vez y yo me lo he repetido innumerables veces.
Os habrá pasado a menudo que tenéis un problema, un negocio, una relación conflictiva con una persona cualquiera y os vais a la cama, queréis dormir, pero empezáis a pensar. Y habréis notado que empezáis a pensar lo que le vais a decir a esa persona, lo que le vais a contestar o lo que le vais a proponer, pero ¿termina el pensamiento? No. Cuando aparentemente termina, nace de nuevo, y comienza otra vez a pensarse exactamente lo mismo, prácticamente lo mismo. Y hay casi una satisfacción, hay casi una morbosidad, una pasión escondida en volver a repetirlo y a repetirlo hasta que nos encontramos exhaustos de pensar todo el rato la misma cosa. Es por eso, por esta pasión escondida dentro de esa mente, por lo que los hindúes la llaman Kama-Manas, mente de deseos. Kama significa para los hindúes lo que para los japoneses es el kami, la parte brillante, la parte pasional de las cosas, el deseo de las cosas. Hay un deseo de recrear las cosas, hay un deseo de pensarlas de nuevo, de comenzarlas de nuevo. Y a veces queremos parar pero no podemos. Cuando termina nuestro ciclo mental recomienza de nuevo, esa es la parte de las ideas-formas que habitan en esta zona, en la mansión de las obsesiones.
Por otro lado, no siempre estas ideas son negativas, querría deciros que estas obsesiones pueden ser también positivas. Imaginemos que nosotros queremos superar un vicio, puede ser el alcohol, fumar en exceso, la agresividad… entonces comenzamos a pensar las razones por las cuales debemos superar este vicio, y acabadas estas razones, como no tenemos otras, se cumple el ciclo y recomenzamos a pensar lo mismo, por qué tenemos que superarlo y cómo vamos a hacerlo. Terminado esto comenzamos otra vez a pensar lo mismo. Es decir, que dentro de estas obsesiones existiría una parte negativa y existiría una parte positiva, según el sentido, según la direccionalidad que le hayamos dado a esta problemática. Esto sería la parte de la mente que corresponde a Kama-Manas.
Después está la parte de Kama-Manas Astral, la parte de los deseos, la parte psíquica que generalmente aparece bajo formas de color rojo vivo, vehículos de pensamiento que son deseos, no muy racionales, aunque son formas de pensamiento. Deseamos determinada cosa, un coche, un piso, deseamos tener dinero, deseamos la relación con una persona, deseamos entrar en la universidad, deseamos tener unas vacaciones. Eso es un deseo puro, no hay razón. Si a uno le preguntan: «Bueno, ¿y tú por qué quieres hacer este viaje?». «Pues no sé, lo quise toda mi vida». No hay una razón para dar y, a veces, nos inventamos razones para quedar bien con la gente. Pero no tenemos realmente una razón. Con lo cual no tenemos una argumentación lógica, simplemente deseamos algo, lo deseamos, lo pensamos deseándolo y cuando lo explicamos, lo explicamos para los demás, porque para nosotros nos basta con ese pensamiento-deseo.
Por debajo, se encuentran las formas de este mental inferior o Kama-Manas, que están en la parte pránica, es la parte de la mente vigorizada por un aliento de vida. Es aquello que tiene vida, que tiene perduración, pero no en base a una voluntad, no en base a una inexorabilidad, sino en base a su vitalidad. Suele ser de color naranja o anaranjado, y sus formas se van cambiando, se van recreando las unas por las otras, pero se mantienen vivas, se enlazan unas con otras.
Finalmente, están las formas más densas, que son la parte del mental reflejada en las cosas físicas; estas formas mentales suelen tener un color rojizo, con tonos tipo sangre, muy oscuros, a veces casi marrones y que están como envueltas o reflejadas en una especie de red negruzca que tiene tonalidades de los diferentes colores y brillos. Es aquello precisamente que nos lleva a crear algo, que nos lleva a dibujarlo, que nos lleva a poder plasmarlo con las manos, es la parte más densa de nuestras formas mentales. Son nuestras formas mentales en relación directa con el aquí y con el ahora, con lo que estamos haciendo ahora, con lo que queremos hacer en este momento.
Sobre las formas mentales querría decir que hay que tener mucho cuidado cuando se trabaja con ellas. ¿Por qué? Por dos cosas. Una para no herir a los demás, que es fundamental desde el punto de vista moral, y otra para no herirnos a nosotros mismos. Estas formas mentales son un poco como esos instrumentos voladores, utilizados en la guerra o en la caza, que vuelven a la mano que los lanzó, y que en Australia se llaman bumeranes. Estos bumeranes son armas muy primitivas, que se encuentran en los yacimientos incluso del Paleolítico formativo. Así pues, estas formas mentales pueden ser de distintos materiales pero cuando se arrojan, por afinidad vuelven a nosotros. Por eso hay que tener mucho cuidado.
Un mal pensamiento, un mal deseo que nosotros lanzamos hacia alguien, aunque le dé a ese alguien, aunque haya percutido sobre esa persona, ese mal deseo vuelve de nuevo a los brazos de papá. Es nuestro hijo y vuelve de nuevo gritando: «¡padre, madre!, ¿dónde estás?». Y nosotros corremos desesperados: «¡no vengas, mal pensamiento!», pero ese mal pensamiento vuelve, nos alcanza. Esto está en relación con lo que los orientales llaman karma, la ley de acción y reacción. Nadie escapa del karma, el karma existe siempre. Cuando nosotros sembramos trigo, vienen espigas de trigo y cuando nosotros sembramos cizaña, viene cizaña. Eso es inexorable.
Pero generalmente se cree que este concepto kármico es algo completamente mecánico, y no es mecánico, es vital. Voy a explicarme. Nosotros creemos que si elaboramos un mal pensamiento y lo lanzamos, ese mal pensamiento todo lo más, en el peor de los casos, volverá a nosotros tal como lo lanzamos, exactamente igual, no de otra manera. Pero eso no es así.
Fijaos que en la Naturaleza. Cuando vosotros plantáis una patata, no viene otra patata, viene una planta que tiene varias patatas. Y cuando vosotros plantáis un grano de trigo no viene un grano de trigo, viene una espiga de trigo. ¿Por qué? Porque hay en la Naturaleza una serie de elementos, que los esoteristas llaman elementos akásicos, que son espejos de reflexión, que van potenciando nuestras ideas-formas, que hacen que si nosotros hemos lanzado un dardo, no venga un dardo, sino que vengan cien o doscientos dardos; a su vez, si nosotros hemos lanzado una rosa, no viene una rosa, vienen cien o doscientas rosas. Esa es la magia vital de la Naturaleza, esa es la causa por la cual crecemos, y esa es la causa por la cual tenemos que afrontar a veces terribles problemas.
Veámoslo nosotros en una ideología cualquiera. Una persona determinada, en filosofía, en política, en religión o en lo que fuere, da una enseñanza. Esa enseñanza, ¿a quién se la trasmite, a cuánta gente se la da? Se la da a una persona, o a doce, si queréis seguir la tradición. Se la da a un grupo pequeño de personas. Pero estas ideas, si se plasman, vuelven a él, no a través de una o cuatro o doce personas, sino a través de cientos, miles o millones de personas. Eso nos crea una enorme responsabilidad sobre nuestras formas mentales. Debemos cuidar no solamente la higiene de nuestro cuerpo físico, la higiene de nuestra casa, sino que además debemos cuidar la higiene de nuestras formas mentales. Debemos lavarnos por dentro. Eso es fundamental, porque las formas mentales vuelven de nuevo hacia nosotros.
Y cuando tengamos una mala forma mental, una forma mental muy pesada, tratemos de arrojarla de nosotros, pero no hacia otros, tratemos de arrojarla lo más lejos posible y, al mismo tiempo, trabajarla para que se vaya transmutando, poco a poco, de modo que esa forma mental agresiva, oscura, vuelva a nosotros con otra naturaleza. Eso se llamaría la transmutación alquímica, o desde el punto de vista moral, esa es nuestra capacidad de perfeccionamiento. Es nuestra capacidad de una especie de perdón interior, pero no un perdón otorgado, sino un perdón elaborado, que nos permite adquirir algo bueno aun habiendo lanzado lo malo.
Porque, ¿quién está libre, mis queridos amigos, por buenos que podamos ser, de lanzar en un determinado momento una mala idea? Supongamos que alguien nos agrede o nosotros agredimos a alguien sin querer, hay un choque, hay un roce, hay algo, o vemos un espectáculo desagradable en la calle. ¿Quién está libre de lanzar una mala forma mental, y desear en ese momento la destrucción, la muerte, el sufrimiento de esa persona? ¿Qué podemos hacer si ya lo hemos lanzado? Lo que podemos hacer ahora es tratar de transmutar esa idea, procurar cambiarla, alisarla, intentar llevarla hacia unos campos más cálidos, más benéficos, para que esa idea que hemos lanzado impensadamente no se transforme en un elemento nocivo, en una especie de arma, sino en algo que vuelva a nosotros mansamente.
Los antiguos magos de Tesalia imaginaban las formas mentales como si fuesen animales y hacían que esas formas mentales tuviesen aspecto como de pájaros, pájaros que volvían siempre a sus manos. Incluso podían realizar ejercicios de desdoblamiento, es decir, que trasladaban su conciencia a una forma mental concreta, para que esa forma mental pudiese pasar determinados planos de la Naturaleza y pudiese volver de nuevo al lugar en donde el cuerpo la estaba esperando. Pero aquí ya entraríamos en la parte práctica de la magia, que es una zona peligrosa.
Para poder manejar las formas mentales lo fundamental es tener mente. Y no creamos que todos tenemos mente. Muchos no tenemos más que un amasijo de pasiones, de pensamientos, de cosas encontradas, pero no tenemos una mente verdadera. Para tener mente necesitamos tener realmente voluntad. Y esa voluntad no debe imponerse a los otros de una manera tiránica, sino que fundamentalmente debe imponerse dentro de nosotros mismos. Como decía Platón, hay que recrear en nosotros el individuo, aquella parte indivisa, aquella parte que no teme a la muerte, aquella parte que no teme a la adversidad, aquella parte que va a seguir hacia adelante, que seguirá caminando y caminando aun con sus temores y defectos, aun con sus pequeñeces. Esa es la imagen del caballero andante, esa es la imagen del Quijote, esa es la imagen de todos aquellos que siguen cabalgando en la soledad, en las tinieblas, en la adversidad.
Benditos sean, porque gracias a aquellos que siguen cabalgando en la oscuridad, gracias a aquellos que mantienen elevada la antorcha de la espiritualidad, gracias a aquellos que mantienen la voluntad firmemente apuntada hacia el horizonte, gracias a aquellos que están por encima de sus pequeñeces humanas y sueñan con un mundo mejor, todo el Universo sigue. Gracias a ellos nuestros niños nacen con esperanzas, gracias a ellos nuestros ancianos cierran los ojos con fe, gracias a ellos nuestros hombres y mujeres laboran por un Mundo Nuevo y Mejor, a la espera de ese Hombre Nuevo que pueda canalizar las formas mentales para que este mundo sea más justo, sea más bueno, sea más honrado, sea menos agresivo y en donde todos podamos vivir fraternalmente.
Quizá alguna vez tengamos algún enfrentamiento –es inevitable entre hermanos– y se produzca algún roce, pero un roce que no ofenda, un roce que luego se convierta en caricia, que se convierta en sonrisa. Seamos familia otra vez, seamos todos hermanos. Hagamos una gran forma mental, de una gran paz, de una gran concordia, no de una actitud estéril y contemplativa, sino de un verdadero trabajo interior y exterior, que nos permita convivir, que nos permita reparar lo que está roto, que nos permita unir los pedazos de la Historia Vieja y recrear una Historia Nueva en unidad, en fuerza, en limpieza y en libertad.
Créditos de las imágenes: Petter Kallioinen
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Maravillosas enseñanzas sobre este capítulo del Hermetismo que son las Formas Mentales