Sociedad

¿Qué quieren los jóvenes?

Jorge Ángel Livraga: Para esta oportunidad, la profesora Steinberg Guzmán ha recopilado una serie de preguntas cuyas respuestas voy a improvisar ante vosotros. Prefiero hablar de lo que me surja del corazón, de lo que pueda leer en vuestros ojos, pues estamos todos un poco cansados de que se nos dé comida envasada, de que nos den ropa de la misma talla, de que nos den módulos de apartamentos para vivir todos iguales. Creo que en Acrópolis tenemos que empezar una nueva corriente de improvisación; sí, como improvisaron el primer hombre y la primera mujer cuando quisieron crear un hijo, como cuando tuvo que improvisar ese hijo para enterrar a su padre, así improvisaremos. Esta es nuestra tónica; con ello pretendo brindaros la posibilidad de estar más en contacto con mis palabras, con mi pensamiento y con el afecto con que os trato en todo momento.

 

Delia Steinberg Guzmán: Como bien ha dicho el profesor Livraga, las preguntas las he recopilado yo; y, en honor a la verdad, se las acabo de mostrar hace cinco minutos. Al recoger preguntas que son semejantes unas a otras, hemos tratado de englobarlas en una serie de puntos que puedan ser tratados dentro del tiempo disponible.

Una de las cuestiones fundamentales en cuanto al tema que vamos a tocar esta tarde es precisamente el de la juventud. Muchos querríamos saber qué opina usted sobre la juventud. ¿Qué es la juventud? ¿Cuándo comienza y cuándo termina?, si es que termina alguna vez. ¿Cuál es la etapa de la vida que puede llamarse juventud y dónde la encontramos?, pues, algunos queremos saber si lo somos todavía, si lo fuimos o si lo podemos seguir siendo.

J.A.L.: Me imagino que con la pregunta sobre la juventud se refiere al mejor sentido de la palabra, o sea, no a juventud como inmadurez, sino más bien como una virtud. Esta es una pregunta con fácil y a la vez difícil respuesta. Ante todo, quiero decir que no voy a considerar la juventud biológica, sino la juventud como un estado del alma. Los griegos, desde los presocráticos, nos hablaban de la Afrodita de Oro, refiriéndose a cierta juventud interior que se manifestaba en el niño y que quedaba para toda la vida, si no se frustraba antes.

Así, juventud sería tener ilusiones, tener pureza y grandeza de corazón; amar la belleza, la justicia, el bien y no estar atado al egoísmo de un momento. De ahí que habrá jóvenes de setenta años y viejos de veinte, aun en lo fisiológico. Recuerdo que hace pocos meses, en Ginebra, vi unos grandes cartelones convocando para las Navidades unas carreras de natación a través de un lago prácticamente helado. Se exigía una sola condición: que los que nadaran tuviesen más de sesenta años.

Según me dijo posteriormente nuestro representante en Suiza, mucha gente se presentó, y los jóvenes no los hubiesen alcanzado de ninguna manera. Vemos, pues, que en lo fisiológico tampoco somos todos iguales; nuestro problema actual es creer que somos todos iguales.

Alguna vez, cuando nos detengamos a pensar un poco, vamos a ver que es una verdadera estupidez el creernos todos iguales. Por ejemplo, de entre los que estamos hoy aquí reunidos no hay un solo rostro igual a otro, ni una sola persona que sea igual a otra, y así sucede en todas partes. ¿De dónde hemos sacado eso de que somos todos iguales?, salvo que nos refiramos a una esencia primera y divina, ya que, en esencia, o en Dios, sí somos todos iguales.

Así, cuando hablamos de juventud, se trata de una cualidad relativa, tanto en lo espiritual como en lo fisiológico. Yo creo que se deja de ser joven fundamentalmente cuando perdemos la sensación de futuro, cuando nos empieza a dar miedo la vida, cuando perdemos ilusión en nosotros mismos.

 

D.S.G.: En relación con el título de la conferencia de hoy, he recogido otra inquietud interesante: hay quien quiere saber si los jóvenes de todas las épocas han querido siempre lo mismo, es decir, si a lo largo de la historia, a lo largo del tiempo, se podría señalar al joven de una manera particular por aquello que quiere.

 

J.A.L.: Los jóvenes quieren lo que les falta, como todos; nadie suele querer lo que tiene. Pero no basta con querer y tener algo, hace falta saber luego utilizarlo. ¿Qué ganaríamos teniendo, por ejemplo, un avión, si no tenemos la posibilidad de llenar su depósito de carburante ni de pagar sus reparaciones?

El joven cuando tiene muy poca edad, dieciséis o diecisiete años, muchas veces no vive esas consecuencias, aunque sí está viviendo las circunstancias, porque hoy el mundo está tan desangelado que ha convertido en adultos a los niños y en viejos a los jóvenes.

No creo que todos los jóvenes de las distintas épocas hayan querido las mismas cosas y de la misma manera. Tal vez sí quisieron las mismas cosas básicamente: tener un amor, tener un lugar en la sociedad, un buen empleo, tener un poco de comprensión, un poco de paz. Eso lo quisieron siempre, mas ¿cómo y en qué sentido lo quisieron?

Un joven, hoy, pierde la inocencia muy pronto; y me podríais preguntar: “¿Para qué queremos la inocencia?” La necesitamos para no envilecernos, para no envejecer demasiado pronto. En este mundo actual, desangelado completamente, la gente se previene y cuando, por ejemplo, se dice: “Quiero una moto”, se aclara que también se quiere la gasolina para que funcione; de lo contrario, no basta. En cambio, un joven de la época de Augusto, al expresar su deseo de tener un caballo, no hubiese aclarado que le trajesen también el pienso para alimentarlo, pues, si podía tener un caballo, él ya se ocuparía del alimento. Es decir, si bien los jóvenes siempre quisieron en el fondo las mismas cosas, en las formas se ven condicionados por el estilo de vida general.

Lo que hay que pensar es que estamos sembrando una parte del futuro, de la historia, y afrontar la vida con un sano sentido optimista. ¿Se puede ser optimista en un mundo como este, en donde tantos países están en guerra unos con otros? Aun dentro de los países, las provincias están en enfrentamiento unas con otras, y dentro de las provincias, los departamentos también están enfrentados, etc. Hoy la gente ya no tiene confianza en nada ni en nadie. En este mundo, en este momento histórico, ser optimista es muy duro. Tenemos que recurrir a nuestra mayor fuerza moral, a nuestra mayor esperanza en la vida, porque generalmente los buenos son los primeros que caen. Los más jóvenes, los más débiles, son los que reciben primero los golpes, tanto a nivel de individuos como de naciones.

 

D.S.G.: Casi me ha contestado a la siguiente pregunta, porque los jóvenes de las distintas épocas han querido siempre lo mismo, lo fundamental, pero se diferencian según su propio momento, según sus propias necesidades. Lógicamente, la juventud actual es fruto, en cuanto a sus inquietudes y deseos, del momento en que está viviendo. De todas maneras, nos gustaría que nos agregue algunas palabras sobre hasta qué punto la generación precedente ha influido y ha determinado los deberes de nuestra juventud actual.

 

J.A.L.: Aquí también hemos de adoptar una posición media. Personalmente, no creo en aquello de la «tabula rasa», no creo que toda la gente nazca igual y que la educación lo dé todo. Tampoco creo en la doctrina de Pestalozzi, sobre lo de que todo hombre es exactamente igual, igualmente bueno, santo, puro, y que la educación, el Estado, la sociedad lo corrompen. No creo eso que se decía en la Revolución Francesa de que ahorcando al último rey con la tripa del último cura, no habría más ladrones ni más enfermos. No, porque la verdad es que curas van quedando pocos y reyes prácticamente ninguno; sin embargo, ladrones los hay en cualquier cantidad, y enfermos los hay innumerables, cuyos propios médicos les agravan el mal con su pesimismo. Es decir, que los males no pasaron con los cambios políticos; el mundo sigue igual y sigue habiendo problemas. Creo que en gran parte ha influido toda la historia precedente. Si bien no somos iguales cuando nacemos, la educación, ciertamente, influye mucho.

La educación es fundamental. Lo que ocurre es que no le doy a la educación un sentido de totalidad, sino de parcialidad. Supongamos que alguien sabe tallar madera. No es lo mismo tallar ébano, que roble o cedro; todo depende de la dureza del material, de la fuerza y de la habilidad que se tenga para tallarlo. No es igual pintar a la acuarela que al óleo, aunque utilicemos aparentemente los mismos elementos. Es obvio, entonces, que la educación es importante. ¿Y por qué existen los serios problemas universitarios que hay en todo el mundo? Porque el joven va a la universidad forzado por las circunstancias, por ejemplo, del estatus, ya que generalmente encuentra en la universidad politiquería, proselitismo y una serie de temas que a veces no le interesan ni le importan. De ahí que ese joven llega un momento en que está completamente desconcertado, solo y desorientado. Se siente solo porque tanto a él como a los demás nos falta visión histórica. Cuando en la Antigüedad un joven romano, por ejemplo, a determinada edad cambiaba sus ropas por la toga viril y se le dedicaba una festividad donde se le hacía hombre y se le reconocía como tal, era tratado a partir de entonces como señor y ya no como niño. Eso les ubicaba de alguna manera en la sociedad y en su historia.

Pero ahora no; ahora los niños crecen generalmente prescindiendo del contacto con sus padres, porque hay muy poco tiempo para atender a los niños, y tampoco hay dinero para que tengan preceptores. Crecen como crecen, y ¿cuándo son hombres? Cuando ven en la televisión un acto amoroso o cuando tienen el primer contacto sexual o cuando dejan de tener miedo a la oscuridad. ¿A quién le importa? ¿Quién les enseña? Enseñamos antes a los gatos y a los perros en qué lugar deben ensuciar, que a nuestros hijos y a nuestros niños cómo comportarse. Hoy, los niños muchas veces parecen animales: comen, destrozan, se golpean unos con otros como animales. Dicen que eso es libertad, pero creo que la libertad es algo muy diferente y muy sagrado. He visto hacer lo mismo a las fieras en las jaulas. ¡Eso no es libertad!, es simplemente una falta de educación, de humanización. El niño está deshumanizado, más embrutecido a veces que un animal, al que uno llama y este acude. Personalmente he presenciado a padres que cuando llaman a sus niños, ni les contestan, o lo hacen con un taco o se van para cualquier otra parte. Ese niño, cuando sea mayor, ¿le va a hacer caso a un profesor o a un policía?, ¿le va a hacer caso a algo? No, va a continuar siendo así, hasta que la vida naturalmente lo aplaste.

Entonces, cuando la vida lo aplasta, empieza a fumar porros o a tomar ácidos, empieza a golpearse la cabeza contra la pared. Busca placeres raros o de lo que sea; dice que quiere levantar kundalini para llegar a la luna y poder tener contacto con el doble etérico del satélite. O sea, se vuelve loco, completamente loco.

Sí, señores, estamos ante un grave riesgo: el riesgo de que nuestros jóvenes pierdan la conciencia humana.

 

D.S.G.: Al preguntar a los jóvenes sobre qué es lo que quieren, he encontrado respuestas muy variadas. Algunos contestan a qué es lo que quieren desde un punto de vista material, las cosas prácticas que quieren tener; otros contestan sobre lo que quieren en el ámbito más psicológico o más emocional, con relación a sus sentimientos; otros en lo intelectual, hablan de sus estudios; otros en lo espiritual, hablan de inquietudes, de mística y esoterismo. Con todo ello he formado un pequeño conjunto y he encontrado que no siempre nos ponemos de acuerdo con lo que queremos decir, y qué es lo que en realidad queremos.

¿Nos podría usted dar, en base a lo que he comentado, a esas preguntas y respuestas, una síntesis general que más o menos trate de abarcar a la mayor cantidad posible de jóvenes acerca de lo que quieren en cuanto a lo material, lo emocional, lo intelectual y lo espiritual?, es decir, un denominador común, que sé que no captará todas las ambiciones, pero sí básicamente.

 

J.A.L.: Todos queremos lo que nos falta, insisto.

 

D.S.G.: Hay muchos jóvenes que me han comentado que quieren o que necesitan divertirse más, distraerse más. En la manera en que me lo han contestado, he notado un cierto sabor a escapatoria, y me gustaría que sobre esto nos diera su parecer, es decir, sobre el carácter que tiene hoy lo que la juventud llama diversión.

 

J.A.L.: Es una suerte de escapatoria; muchos tratan de divertirse, pero no se divierten. He visto en infinidad de oportunidades y en diversos países, que jóvenes que se están divirtiendo, más bien están llorando; acaban llorando, cada uno contándose sus cosas, cada uno su tema.

Es evidente que el joven ha sido abandonado por sus mayores. Es francamente dramático, se ha quedado prácticamente sin padres, porque en vez de ser padres son sus compañeros, sus amigos; se ha quedado sin maestros, sin religión, sin gobierno, sin bandera, porque ya hay tantas que no se sabe cuál es la de España, y esto pasa en otras partes del mundo también. No es un problema sólo de aquí; hay una fragmentación tan grande que el joven se desconcierta y quiere escapar. Escapa buscando algo diferente: viaja a la India, a México o a Perú. Trata de irse lo más lejos posible, pero olvida algo que sabemos los viajeros: que siempre viajamos con maleta. Vayamos donde vayamos, vamos con nuestros propios problemas, con nuestras ilusiones y nuestros pesares. El joven siente la necesidad de escapar, pero también porque no encuentra en todo el mundo un lugar donde ejercitar su propio sentido constructivo de la vida. Quiere un mundo nuevo, sí, pero debe estar canalizado para que entienda que además de nuevo debe ser mejor.

Hoy lo estamos canalizando al revés. ¿Veis los carteles que tienen los cines? Reflejan una verdadera obsesión por el sexo, por la violencia, etc. Sí, todo hombre busca lo que no tiene. La obsesión por el sexo está demostrando que los jóvenes van perdiendo sus rasgos de damas o de caballeros, y ante esa desesperación tratan de reemplazar al amor por el simple sexo, el sexo más brutal. El amor a la violencia refleja también una debilidad de carácter, un gran miedo, una necesidad de ver una serie de máquinas terribles y mortíferas que reemplacen el valor que les falta en el corazón.

De ahí que, desde aquí, vuelvo a acusar a esos señores que se enriquecen con esas producciones, que venden a los jóvenes esas formas de vicio y luego se escandalizan y dicen: «¡Cómo es posible que la juventud esté así!». ¡Si son ellos mismos los que la empujan, los que le dan siempre algo manoseado y sucio a comer en la boca a sus propios niños…! ¿Cómo esos niños no van a estar resentidos luego ante el resto de la humanidad y contra ellos mismos?

 

D.S.G.: Otra inquietud muy viva que se recoge siempre es la moda y costumbre de que algunos jóvenes usen drogas y manifiesten que no tiene nada de malo. Como usted indicaba ahora mismo, algunos ya no están satisfechos con el desbordamiento de la propaganda sexual y se vuelven hacia la «otra» sexualidad, porque necesitan algo nuevo. Las drogas parecen ser algo que quiere cierto sector de la juventud.

 

J.A.L.: Una droga puede ser un vaso de whisky, un cigarrillo, una copa de vino, etc., y hasta puede ser una dosis de pentotal sódico, por ejemplo. Pero mejor consideremos droga a aquellas sustancias que no sean usuales. ¿Para qué lo quieren? Lo quieren para evadirse, para estar en un mundo diferente.

Recuerdo que en Estados Unidos, exactamente en Los Ángeles, dentro de nuestra escuela, sorprendimos a cinco jóvenes que estaban en un curso de introducción, fumando marihuana. Dio la casualidad de que yo estaba allí, y les pregunté por qué fumaban marihuana. Me contestaron que porque las cosas tienen más color, porque así oyen mejor la música, porque tienen ganas de caminar… A aquellos jóvenes nadie los había llevado a un museo para que pudiesen ver un cuadro; nadie les había hecho oír los grandes acordes wagnerianos; nadie les había puesto en contacto con las grandes figuras de la literatura. Viendo tan sólo el boxeo o el fútbol americano, viendo las películas de la televisión, obviamente, necesitaban algo con que se pudiese apreciar mejor las cosas. No justifico con esto el vicio de la droga, de ninguna forma, porque desgraciadamente este vicio lleva unas concomitancias que conducen al hombre a un decrecimiento -más que a un desarrollo hacia arriba, lo precipita hacia abajo-; por ello estoy completamente en contra del vicio de la droga.

Pero creo, señores, que a quien deberíamos perseguir no es al pobre chico que en una plaza le dan un porro y, sin saber lo que es, lo prueba. Habría que perseguir a los que lo venden, a los grandes traficantes, a los diplomáticos que en sus valijas, como no se pueden abrir, llevan opio o marihuana de un lugar a otro del mundo. Habría que perseguir a los poderosos, a aquellos que teniendo mucho dinero quieren duplicarlo y triplicarlo en un mismo año. Sin embargo, aunque sepamos dónde están, como no tenemos poder, no los podemos atrapar.

El mal no está tanto en el joven, que está desalentado al ver que su padre no es su padre, sino un compañero; que su madre no es su madre porque más parece una artista de cine; que cuando va a la iglesia y le pregunta al cura si Dios existe, le contesta que «existe y no existe, que Dios es un misterio que nadie puede conocer», y si insiste diciendo: «¿Pero yo puedo saber algo?», le dice: «No, pero ve y reza tres padrenuestros y cuatro avemarías». ¿Cómo no va a desalentarse ese joven? Luego, cuando lee los periódicos y ve todos los asesinatos y ve en las películas lo mismo, ¿qué puede hacer? Lo único que puede hacer es buscar eternas escapatorias. De ahí que si existiese un «tribunal de la historia», serían juzgados severamente no los jóvenes, sino los mayores que han permitido que lleguen a esta triste situación.

 

D.S.G.: Una palabra que todos los jóvenes defienden es “libertad”. ¿Qué es esa libertad que tanto se busca y no se tiene?

 

J.A.L.: Dije antes que todos buscamos lo que no tenemos. ¿Por qué se quiere tanta libertad? Porque no la hay. Libertad no es hacer lo que uno quiere, dar rienda suelta a los instintos; eso es más bien esclavitud.

Me vais a perdonar, pero a pesar de todos los títulos que os han dicho que tengo, quiero deciros que me importan muy poco esos títulos, me importan muy poco todas las etiquetas; etiquetas como son el marxismo, el capitalismo, etiquetas como son los distintos clanes, grupos o sectas. ¿Qué han hecho con esas etiquetas? ¿Qué han hecho con nuestros jóvenes? ¿Qué han hecho para impedir que esos jóvenes mueran en guerras estúpidas y en asesinatos? ¿Qué han hecho para impedir que seamos robados, humillados? ¿Qué han hecho para impedir que la familia se deshaga? ¿Qué han hecho para que el hombre hoy sienta vergüenza de hablar de Dios?

Hay que enseñar de nuevo a los hombres que la única realidad con la cual tenemos verdadero contacto es con el Dios interior y exterior. Hay que enseñar que lo que existe no es solamente basura -por decir una buena palabra-, sino que existe una patria, una nación, un lugar donde hay luz, donde crecen las mieses con las que hacen su pan, donde crecen las vides que darán su vino. Hay que enseñar que cuando se llama a una puerta para buscar una compañía en la vida, no se consigue tan sólo una hembra o un macho, sino una esposa o un esposo, un amado o una amada, un alma humana en fin, a la cual hay que recubrir de alas, de músicas, y no caer en la bestialidad de llegar a ser más bajos que nuestros propios animales domésticos, porque si no, ya no vendrá la rebelión de las máquinas, ni la de las masas, sino la rebelión de las bestias, que saldrán a la calle y nos enseñarán por dónde debemos caminar.

Debemos creer en la juventud y en la niñez. Debemos recrear dentro de nosotros la fuerza que nos llevó a ser una cultura, una civilización; la fuerza que nos llevó a ser damas y caballeros. Debemos buscar dentro de nuestro corazón las raíces profundas de ese árbol, aquí y ahora.

De ahí que Nueva Acrópolis se enfrenta a estos males allí donde se encuentren en el mundo y levanta su bandera de esperanza, de juventud. En Acrópolis todos somos jóvenes, en Acrópolis hemos superado el cansancio y el envejecimiento. ¡El tiempo ha muerto!

 

Créditos de las imágenes: Nikola Johnny Mirkovic

JC del Río

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