Aunque no se conoce con exactitud su origen, la mayor parte de sus biógrafos, entre ellos Porfirio, parecen coincidir en que nació y vivió sus primeros años en la isla jonia de Samos, hacia 560 a.C.
Tuvo dos hermanos mayores que él, Eunosto y Tirreno. Su esposa fue Teano, una joven de Crotona que pertenecía a su escuela, de la cual tuvo una hija, Damo, y un hijo, Telauges, que habría enseñado a Empédocles.
Siendo muy joven, su tío Zoilo le recomienda a Ferécides de Siros, que fue su primer maestro de conocimiento. Tampoco coinciden los historiadores sobre el origen de este importante maestro, del que sí sería cierto que, ya fuese jonio o sirio, pertenecía a la tradición caldea, originaria de Babilonia, consagrada a los misterios de la matemática y astronomía. Con Ferécides permanece Pitágoras hasta la muerte del maestro y a partir de entonces inicia una serie de viajes que le llevan a recorrer Egipto, donde, recomendado por Polìcrates al faraón Amosis, recibió instrucción de los sacerdotes de diversos centros, o “Casas de la Vida”, en Heliópolis y Menfis principalmente. Allí aprendió el simbolismo de los jeroglíficos y la ciencia sagrada. Durante este período también se dirigió a Mesopotamia, y habría tenido contacto con los magos que seguían la doctrina de Zoroastro. También visitó, en Creta, la cueva del monte Ida donde creció Zeus. En ella recibió la purificación de los sacerdotes Dáctilos del monte Ida. Tuvo contacto con otros grandes filósofos de la época, como Anaxágoras y Tales de Mileto.
A su regreso a Samos, Pitágoras funda una escuela llamada “El Hemiciclo de Pitágoras”, en la que se dialogaba sobre asuntos públicos y filosóficos. En las afueras de la ciudad se reunía con sus discípulos más directos en una cueva apartada donde impartía las enseñanzas más secretas..
La tiranía de Polícrates le hizo trasladarse a Crotona, en Italia, a la edad de cuarenta años. Estaba Pitágoras en la plenitud de su brillante personalidad, por lo que pronto destacó en la ciudad, cautivando a sus fuerzas vivas, que lo aclamaron como consejero y maestro. La influencia del filósofo no dejó de acrecentarse entre las ciudades de la Magna Grecia, para las cuales, junto con sus discípulos Carondas de Catania y Zaleuco de Locro, redactaba leyes y constituciones.
Tal como había sucedido con Ferécides, las predicciones, premoniciones, lecturas de augurios, los prodigios en suma, eran una constante en la vida del sabio, lo cual aumentaba su fama y prestigio, a la vez que la envidia y animadversión de sus enemigos. Cilón de Crotona, un rico aristócrata, de conducta despótica y violenta, pretendió integrarse en la escuela de Pitágoras pero al ser rechazado por el filósofo, tramó un complot contra él y sus seguidores, provocando un incendio en la casa del atleta Milón, en la que se encontraban reunidos, con el consiguiente asesinato de casi todos los que se encontraban en ella, a excepción de Arquipo y Lisis, que lograron escapar. Pitágoras, que no se encontraba en aquellos momentos en Crotona, tuvo que iniciar una vida errabunda, pues se produjeron convulsiones políticas en otras ciudades y su presencia se volvió comprometida. Finalmente se refugió en el santuario de las Musas de Metapunte, en el que murió.
Comenzó entonces la diáspora de los discípulos pitagóricos y su esfuerzo por reunir por escrito algunas de las enseñanzas del maestro el cual, al parecer no escribió texto alguno. Según Diógenes Laercio de tales recopilaciones surgieron tratados como “Instituciones”, “Política” y “Física” y otros sobre el Alma, el Universo, y sobre la Piedad.
Se atribuye al maestro jonio la denominación que se aplicó a sí mismo como filósofo, “el que ama la sabiduría”, rechazando con humildad el ser calificado como “sophos”, o sabio. Los filósofos son aquellos que en ese festival que es la vida, en lugar de preocuparse por la gloria y los aplausos, o por el lucro y el provecho en comprar y vender, pertenecen a una cierta estirpe que dedica su tiempo a examinar la naturaleza de las cosas
Los historiadores emparentan la enseñanza que impartió Pitágoras con la religión y los misterios órficos, por el carácter práctico de sus doctrinas, encaminadas, según Porfirio, a “preservar a la mente y liberarla de determinadas trabas y ataduras, mediante una purificación que permitiese la contemplación de los seres incorpóreos y eternos, conduciendo hábilmente los ojos del alma hacia la contemplación de las auténticas realidades”.
Sus discípulos pertenecían a dos categorías: los matemáticos, integrados por completo en la vía filosófica y los acusmáticos, que compartían esa dedicación con sus ocupaciones particulares y sociales.
En su afán por conceptuar las verdades eternas, Pitágoras recurrió a las Matemáticas, en tanto que ciencia sagrada, como el mejor método para concebir y expresar los primeros principios, las potencias unificadoras del cosmos y conceptos como el de igualdad, disimilitud y alteridad. Así, todo lo engendrado se adscribe a las reglas y proporciones numéricas, que se sintetizan en la década, el número perfecto, que contiene a todos los demás. Los números son considerados, pues, como principios.
Estas ideas se reflejan en la noción de Armonía, concepto vital en el pitagorismo: la Armonía se manifiesta en toda la extensión del universo, desde la combinación de los ritmos de los cuerpos celestes al girar en el espacio, la llamada “música de las esferas”, hasta la que purifica el alma, ayudada por el arte musical. La armonía no se establece solamente en el orden físico, sino en la relación entre el orden cósmico y el orden moral, en el seno del alma del mundo.
Otra de sus enseñanzas se refiere a la inmortalidad del alma y a su transmigración a través de distintos cuerpos en diversos momentos. Otorgaba un gran valor a la amistad, cualidad propia de la vida en común, ejemplificado en un dicho conocido: “entre los amigos las cosas son comunes”.
Los historiadores antiguos nos han dejado numerosas referencias sobre la nobleza de sus enseñanzas de tipo práctico, sus recomendaciones para hacer armónica la vida del alma en el cuerpo. Una de ellas aconseja reflexionar al final del día en lo que uno ha hecho, con las siguientes preguntas: “¿Dónde fui? ¿Dónde estuve? ¿Qué cosas practiqué que no debiera?”. También recomendaba ejercitar la memoria, actuar de forma que no se nos hagan enemigos los amigos sino amigos los enemigos, y otras normas recogidas posteriormente bajo el nombre de los “Versos de Oro”.
Platón alude en su diálogo “La República” al pitagorismo como un “modo de vida”. De hecho, muchas de las nociones filosóficas de Platón pertenecen a la tradición pitagórica, recibida en la Academia gracias a la labor de Filolao, que fue el primero en recoger por escrito los tratados pitagóricos. Cuentan los historiadores que Dión de Siracusa los adquirió para Platón por una fuerte suma a los descendientes de Filolao. El diálogo titulado “Timeo” contiene las doctrinas que recogió Platón de dichos tratados.
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