En general, entendemos por pereza la lentitud o la dilación para hacer las cosas.

Dilación: dejar todo para hacerlo más adelante.
Lentitud: demorar exageradamente en hacer lo que debería ser inmediato.

Es fácil concebir la pereza en relación con los movimientos de nuestro cuerpo, con la laxitud con que se enfrentan las acciones, con el excesivo tiempo que se emplea en alcanzar un objetivo que, por lo mismo, se vuelve cada vez más lejano.

Pero la pereza se extiende a otros planos de la personalidad. No afecta tanto como para paralizar los sentimientos y los pensamientos. Pero sólo se siente y se piensa lo que resulta cómodo y agradable, lo que no encierra esfuerzo ni constancia.

La comodidad psicológica es el elemento determinante de esta forma de pereza: evitar todo disturbio.

¿Qué hace el perezoso? Sabe que tiene varias situaciones sentimentales que definir o resolver, pero prefiere no verlas. Considera que el tiempo se encargará de borrar las nubes de su panorama emocional y que, más adelante, se encontrará todo arreglado. Cuando no tiene más remedio que hacer frente a estas situaciones, se irrita, agrede a quienes se atreven a mostrarle lo que no quiere aceptar, y hace del enojo una fórmula paliativa para su falta de determinación.

A los ojos de los demás, puede parecer una persona apacible, pero su tranquilidad es fruto de la incapacidad para afrontar los problemas naturales que le plantea la vida. El perezoso hace de la comodidad un estilo de vida.

Pero en lo más hondo de sí mismo, sabe que vive en medio de una burbuja que puede estallar en cualquier circunstancia.

Puede admirar los ideales espirituales, éticos o estéticos, le gustan, pero es incapaz de aplicar ninguno de ellos en su propia existencia, porque tendría que variar su estólida tranquilidad. Tendría que introducir cambios, luchar con las dificultades. Como todo ello requiere mucho esfuerzo, se recuesta nuevamente en la comodidad de seguir siendo como es, apoyando su argumento en que le es imposible cambiar.

El perezoso, tiene, sin embargo, un temor oculto que no se atreve a confesar: teme al tiempo y a las muchas cosas que nunca hará. En ese caso, culpa al destino de su mala suerte, de la falta de oportunidades. Y prefiere llorar y sentirse acosado por el infortunio, antes que mover un solo músculo físico o psíquico.

Contra la pereza: atención. Contra la dilación: valorar cada minuto.

Créditos de las imágenes: Pomella

JC del Río

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