Psicología

Hacia nuevas dimensiones de la conciencia

La psicología actual, estudiando los estados modificados de conciencia en los que el individuo no está sometido a las limitaciones de los estados de conciencia ordinarios, constata la riqueza interior que estos pueden aportar, cuando no corresponden a tentativas de huida provocadas artificialmente.

Los estados de conciencia ordinarios

Gracias al estado de conciencia ordinario (ECO) en el cual vivimos habitualmente, captamos la realidad cotidiana y el mundo en el que vivimos.

Pero, contrariamente a lo que se podría creer, este estado de conciencia no es algo natural o espontáneo, sino una construcción muy compleja, variable según la sociedad a la que se pertenece.

En efecto, un mismo objeto puede tener significaciones diferentes según las culturas: el oro simbolizaba para los pueblos amerindios el cuerpo de sus dioses y estaba reservado a los objetos rituales. No tenía para ellos ningún valor mercantil, lo que no era el caso para los europeos que desembarcaron en América en el siglo XV. La avidez de los europeos, incomprensible para los indios, explica la amplitud de las masacres perpetradas por los primeros sobre los segundos.

Cada cultura elabora así un conjunto de esquemas de interpretación de la realidad que constituyen la base de los estados de conciencia ordinarios de quienes los comparten.

Es necesario todo un proceso de condicionamiento para que estas informaciones se fijen y determinen comportamientos aceptados en el marco de cada sociedad, pues la cultura, contrariamente a los valores innatos, debe ser reaprendida de generación en generación, y los niños pasan los años en la escuela no solo para aprender lenguas, Historia o ciencias, sino también para adquirir una visión de la realidad y unos patrones de comportamiento acordes con los criterios culturales de su sociedad.

El rol de los estados ordinarios de conciencia es el de facilitar la vida cotidiana, favorecer la adaptación y permitir a los individuos vivir y actuar juntos, con códigos comunes para satisfacer sus necesidades fisiológicas, así como sus necesidades de seguridad y de integración social.

“Nuestro estado de conciencia ordinario o normal –como lo define el psicólogo Charles Tart– es un instrumento, una estructura, un mecanismo de integración que nos permite actuar en relación con una cierta realidad social aceptada; un consenso de realidad”.

Este estado, definido por otro psicólogo, Shor, como “la orientación generalizada respecto de la realidad, no puede mantenerse sino gracias a un esfuerzo mental activo que intenta perpetuarlo continuamente”.

Los estados modificados de conciencia

El estado modificado de conciencia (EMC), llamado también estado de trance, “se produce cuando el sistema de referencia de la realidad cesa temporalmente de funcionar y desaparece la atención consciente” (Shor), de manera que se produce una “reestructuración de la conciencia” (Tart) sobre otras bases.

Esta desintegración puede ser producida por fenómenos muy diversos. Pueden ser naturales y muy variados, desde la absorción total en una actividad hasta la distensión del sueño profundo. Pueden ser conscientes y voluntarios, como en el caso de los estados místicos, o, por el contrario, provocados artificialmente, como los estados de alucinación por las drogas o los estados de delirio tóxico.

Los diferentes estados modificados de conciencia tienen características comunes, que ha señalado A. Ludwig:

  • La alteración del pensamiento, con modificaciones subjetivas de la concentración, de la atención, de la memoria y del juicio; el dominio de modos arcaicos de pensamiento, una ambivalencia creciente.
  • La perturbación de la sensación del tiempo, con sensaciones subjetivas de ausencia o de paro, de aceleración o de amortiguación del tiempo, la sensación de una duración, ya infinita, ya ínfima.
  • La pérdida de control que crea un sentimiento de vulnerabilidad o, por el contrario, una impresión de control y de potencia superiores.
  • Una modificación en la expresión emocional: una disminución de las inhibiciones puede suscitar la expresión espontánea de emociones primitivas intensas, extremas y contradictorias o, por el contrario, un sentimiento de desapego.
  • Un cambio en la imagen del cuerpo, con despersonalización, sensación de irrealidad y disolución de las fronteras entre el yo y los otros o entre el yo y el mundo.
  • Aparición de nuevas significaciones, con la impresión de alcanzar niveles de conciencia más profundos, un sentimiento de iluminación, de hallazgo de la verdad o, en los estados tóxicos, una interpretación errónea de los fenómenos externos.
  • Una sensación de inefabilidad, acompañada de una gran dificultad de comunicar la vivencia.
  • Un sentimiento de regeneración, con una sensación de despertar, de renovación, de renacimiento.
  • La hipersensibilidad, con una mayor susceptibilidad.

El propio Ludwig analiza las funciones realizadas por los estados modificados de conciencia:

“Las manifestaciones y utilización muy extendida de los estados místicos y de posesión, de las experiencias estéticas y creativas indican que estos EMC satisfacen numerosas necesidades, a la vez para el individuo y para la sociedad”.

Los EMC pueden indicar una carencia o una búsqueda de adaptación. Cuando representan un defecto de adaptación, expresan un estado de desesperación y de huida. Pueden representar también una tentativa de resolución de conflictos emocionales, una defensa respecto a situaciones de perturbación, la aparición de impulsos marginales (psicosis o pánico), y una manera de escapar a las responsabilidades y tensiones (por la adicción a las drogas, por ejemplo).

Solo cuando indican funciones de adaptación, aportan nuevas soluciones a ciertos problemas:

  • La curación es obtenida por los chamanes en estados de trance, pero también a veces por el trance del enfermo.
  • La integración social, en las sociedades arcaicas, se realiza a través de los ritos de paso, en los cuales los candidatos son sometidos a pruebas que provocan la aparición de estados límite.
  • La inspiración creadora tiene su fuente en un universo imaginario con el cual el artista entra en contacto en un estado modificado de conciencia.
  • Las vías del conocimiento permiten acceder a nuevos campos de experiencia: por ejemplo, a través de la meditación, proceso de desarrollo psíquico y espiritual que tiene por objeto detener el pensamiento intelectual que oculta la realidad profunda del ser. Estas vías son muy variadas, pero tienen una finalidad común: alcanzar la realización del ser, en una conciencia cósmica que traspasa el yo personal. Se trata de una obra de larga duración que exige que el postulante conserve claramente en su espíritu el objetivo a alcanzar.

En Occidente podemos encontrarlo parcialmente en las experiencias de los místicos cristianos. También en las prácticas de los sufíes (los santos o “locos de Dios”) o en las de los cabalistas.

Algunos psicólogos se han interrogado sobre el aporte de los estados modificados de conciencia. Para Shor, como para Tart, esta ruptura o desaparición del estado de conciencia ordinario es la que permite hacer surgir a la conciencia materiales inconscientes ricos de significación, capaces de liberar energía psíquica.

El estado modificado de conciencia, o estado de trance, permite una liberación de las constricciones sociales y el descubrimiento de nuevos aspectos de la realidad en relación con la profundidad del ser, su individualidad real, sus energías inconscientes y sus fuerzas de creatividad.

Su presencia es indispensable para el equilibrio psíquico: en el dormir o en el soñar provocan una verdadera regeneración del organismo.

Favorecen la aparición de nuevos estados de conciencia, que responden a la necesidad más fundamental del ser humano, según C. G. Jung: saber descubrir nuestra realidad interior cultivando la vida simbólica y estableciendo un contacto dinámico directo entre el inconsciente colectivo y el yo. Ligando consciente e inconsciente, podemos beber en las fuentes infinitas de la sabiduría insondable de los tiempos, guardadas en las profundidades de la psiquis colectiva.

Según C. Hardy (1), en los estados modificados de conciencia el proceso del pensamiento tiende a modificarse, desarrollando cierta capacidad para pensar por medio de imágenes y símbolos. Esta mayor visualización favorece la expansión del hemisferio derecho del cerebro, que actualiza la intuición, el sentido de la globalidad y la sensibilidad artística.

El modo de pensamiento utilizado en este caso tiende a reflejar una visión del mundo holística, basada en la interacción de las partes y, por lo tanto, más global, apta para percibir las relaciones significativas en un desarrollo ilógico que hace intervenir el pensamiento simbólico y la asociación de ideas. Ello provoca una relación más interiorizada con el mundo y con los otros.

Estos estados hacen intervenir una mayor “empatía”; en los estados mediáticos muy profundos, la identificación con lo observado es tal que no hay ya distinción entre el sujeto y el objeto. Esta identificación corresponde en el hinduismo a la noción de samadhi. En los más altos samadhi, el ser, en estado de fusión, identificado con la conciencia cósmica, se siente uno con el universo.

Los estados modificados de conciencia no solo ponen a nuestra disposición un nuevo modo de información sobre nosotros mismos y el entorno, sino que incluso nuestra interrelación con los eventos que constituyen la “realidad” puede ser radicalmente transformada. En efecto, nos queda mucho camino por recorrer para descubrir la “realidad”, pues es cada vez más difícil, incluso a nivel científico, mantener una estricta dicotomía entre la “realidad objetiva” y los mundos subjetivos.

S. Groff (2) dice, refiriéndose a los estados modificados de conciencia que conducen a experiencias extáticas y unitivas, “que suprimen el sentimiento de alienación, crean sensaciones de pertenencia, procuran al individuo fuerza, coraje y optimismo y refuerzan su propia estima de sí mismo. Purifican los sentidos, abriéndolos a la percepción de las extraordinarias riquezas, bellezas y misterios de la existencia. Aumentan la tolerancia y la paciencia respecto a los demás, disminuyendo el umbral de la agresividad y mejorando la capacidad de cooperación”.

Es como si el hombre realizase un largo viaje hacia las cimas de una alta montaña y, desde allí, pudiese contemplar en el valle de su casa, su jardín, a los suyos. A medida que se aleja más, sus problemas pierden importancia, hasta no parecer más grandes que un grano de arena en el universo. Si su conciencia puede abrirse para sentirse a la vez en la montaña y en el valle, en lo infinitamente grande y en lo infinitamente pequeño, las partes se reorganizarán, se integrarán en un todo complejo, diversificado y coherente a la vez. Puede entonces alejarse y acercarse al mismo tiempo, cambiando el estado de conciencia ordinario.

La modernidad y los estados modificados de conciencia

Las últimas investigaciones psicológicas y parapsicológicas, que incluyen interesantes aportes sobre los estados modificados de conciencia, concuerdan con otros descubrimientos de las vanguardias de la ciencia. Sin embargo, en nuestra sociedad, marcada por una fuerte connotación racionalista y reduccionista, subsiste una tendencia a la marginación, a la sospecha, al rechazo de estos estados que, como la parapsicología, son clasificados como “sobre-naturales” (actualmente se denominan “estados modificados de conciencia”), pues no se los integra en la normalidad.

El racionalismo moderno definió los estrechos marcos de pensamiento que han creado dogmas cientificistas cerrados más que teorías científicas abiertas. Ellos constituyen el marco abstracto de nuestros estados de conciencia ordinarios, en el cual hemos sido condicionados durante varios siglos.

Lo propio de este sistema es reducir lo real a lo observable y lo observable a lo medible y comprobable. Así, el hombre moderno ha realizado la divisa de Protágoras (3), según la cual “el hombre es la medida de todas las cosas”.

Todo lo que no entra en el marco de la razón ha sido extirpado, pues el moderno racionalismo ha actuado como Procusto, ese bandido de la antigua Grecia que, después de extender a sus huéspedes sobre su lecho, cortaba los miembros demasiado largos y estiraba los que eran demasiado cortos. En este contexto de homogeneización normativa, es difícil aceptar los estados modificados de conciencia y comprender su sentido.

Las enfermedades más características de nuestras sociedades: insomnio, estrés, depresión, fatigas crónicas, perturbaciones cardíacas, cáncer, etc., están ligadas a la incapacidad que tenemos de regenerarnos, de encontrar un ritmo natural en nuestro trabajo, de sentirnos en armonía con la Naturaleza, el entorno y los otros, de renunciar a nuestra mentalidad rigorista y laboriosa, sobre cierto fondo de culpabilidad.

Nuestra sociedad, proyectándose en una búsqueda insaciable de progreso sin fin, ha perdido el sentido de los ciclos naturales. No sabe respirar, sentir, vivir en contacto con la Naturaleza. Ha rechazado su femineidad y su sentido de la inmanencia. A partir de ahí rechaza todo contacto con sus emociones, sus intuiciones y todo lo que la llevaría a abandonar su egocentrismo y su narcisismo.

Paradójicamente, siente una necesidad inmensa, desmedida e incontrolada de retomar contacto con estas fuentes. En una sociedad de frustración y de insatisfacción crónicas, el sujeto desarrolla una necesidad artificial de sensaciones fuertes. Inventa, para escaparse de la prisión gris de la rutina, la huida de la droga, en la discoteca, en los conciertos de masas que provocan trances falsamente extáticos, en la pornografía que trata de satisfacer todos los fantasmas interiores, en la velocidad bajo todas sus formas. Nuestra sociedad muestra una evidente carencia de “estados modificados de conciencia”, además de discernimiento.

En realidad, la necesidad que dicho individuo trata de satisfacer por vías sinuosas es la más profunda del ser humano, la que el psicólogo A. Maslow llamaba “necesidad de realización de sí mismo”. Sin embargo, no se satisface tomando el camino de la huida, sino, por el contrario, la vía de la calificación interior, de manera que el estado modificado de conciencia (EMC) se vuelva complementario del estado de vigilia (ECO) y cese de verse como opuesto. Vivir los estados modificados de conciencia superiores, los que expanden la conciencia y le permiten acceder a un estado de unión y de apertura, es un acto propio de individuos libres, autónomos e individualizados.

El grito de sufrimiento desesperado de nuestro mundo expresa la necesidad de renovar el lazo cósmico que une el hombre al universo y a la Naturaleza de la cual forma parte. Este sufrimiento puede ser el de un nuevo nacimiento, el del hombre nuevo del tercer milenio, si somos capaces de asumir tal desafío.

Para concluir, quisiera citar estas palabras de S. Groff: “En nuestro mundo en desorden, constatamos un interés creciente por la espiritualidad y la búsqueda interior. Si esta tendencia se mantiene, la transformación interior de la Humanidad nos permitiría invertir la tendencia suicida actual, que parece conducir el mundo a un ritmo desenfrenado hacia una catástrofe irremediable. La rápida convergencia de la nueva ciencia y de las tradiciones místicas integrándose en la “filosofía perennis” permiten esperar la próxima elaboración de una fascinante visión del mundo global, que llenará el abismo existente entre la investigación científica y la búsqueda espiritual. Tal paradigma global podría ser un catalizador importante en la evolución de la conciencia, que aparece como condición esencial para la preservación de la vida sobre la Tierra”.

Notas:

  1. «La science et les états frontière», Le Rocher, Mónaco, 1988
  2. «Les nouvelles dimensions de la Conscience», Le Rocher, Mónaco, 1989
  3. Sofista griego del siglo V a.C.

Créditos de las imágenes: Zoltan Tasi

JC del Río

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