En muchas oportunidades se ha dicho y escrito que estamos viviendo en la Era Tecnológica, sin olvidarse de recalcar todas las ventajas que esto supone.
Todas las actividades están sistematizadas; la computación electrónica abarca todos los aspectos de la vida; la máquina reemplaza día a día la mano de obra humana; las comunicaciones reducen las distancias y el tiempo. En fin, que estamos a punto de alcanzar el tan soñado paraíso de un día con muchas horas libres, y de una semana con varios días sin trabajo…
Se podrá objetar que la psicología, y otras ciencias que le son auxiliares, han catalogado al hombre en distintas tipologías, facilitando con ello su reconocimiento y, en caso de enfermedad, su tratamiento. Esto es verdad; pero el catalogar tipos humanos en buenos libros y cuadros gráficos, en nada resuelve el problema práctico de los seres humanos indefensos ante sí mismos. Saber que se es tímido no equivale a curar la timidez; saber que se tiene una fantasía desbordada tampoco la domina.
Hoy un hombre puede manejar una enorme diversidad de máquinas, pero es incapaz de manejar una depresión psicológica, o de moderar sus instintos, refrenar su ira, despertar su espiritualidad. Y no es que no quiera hacer estas cosas; muchas veces desearía hacerlo, pero no puede. No sabe cómo hacerlo. La tecnología no se ha interesado por estos problemas, ni ha sido capaz de idear ningún sistema que permita trabajar con estos imponderables subjetivos del hombre interior.
Como resultado, mientras la ciencia y la técnica avanzan tomadas de la mano, proyectando cada vez más lejos las posibilidades de un confort material, el hombre se sumerge cada vez más hondo en la desesperación de su yo insatisfecho. Cuantas más horas libres tiene, más miedo siente, pues no sabe estar a solas consigo mismo, ni entiende tampoco los escondidos resortes de ese extraño compañero con el que vive a diario, su yo interior.
Las máquinas, lejos de prestar el verdadero servicio para el que fueron planeadas, han usurpado los poderes humanos, han esclavizado al hombre que pretendían liberar. Ya casi no se concibe la vida sin relojes, teléfonos, aparatos eléctricos, ascensores, escaleras mecánicas o televisores. Y el hombre se acurruca, inútil ante la misma tecnología que ha creado.
¿Tecnología? ¿Liberación? ¿Dominio de la vida? Dejémonos de paradojas y sepamos de una vez por todas que sólo el hombre experto en el difícil y maravilloso conocimiento de sí mismo puede dar valor a la libertad y a la vida, y puede hacer uso de la ciencia y la técnica en beneficio de la Humanidad.
Iniciemos, por tanto, la nueva era de la vieja ciencia, del «Conócete a ti mismo».
Créditos de las imágenes: Peter Herrmann
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